El castillo de lo inconsciente yérguese sobre una roca enorme, aguda y hosca, rodeada de abismos. Entre la roca, y la montaña vecina, derrúmbase el agua torrencial, que luego se arrastra, allá en el fondo lóbrego… Su estruendo se oye de lejos, sordo y hasta apacible, y sus espumas, fosforescentes desde la altura, se adivinan en las tinieblas. Por dondequiera, como guardia de honor de la roca, levántanse agujas ásperas, dientes pétreos, y se erizan matorrales de espinos. Pero en las noches de luna, con que arcano prestigio radian, en lo alto, los vitrales del castillo divino en que mora la paz.
Sólo pueden escalar tu morada eminente los que han sangrado en todos los
colmillos rocosos, los que se han herido en todos los espinos. Yo era de éstos.
Yo merecía habitar en la mansión del sosiego, y una noche apacible, guiado por
el celeste faro lunar, emprendí la ascensión al castillo.
Sobre una robusta rama inclinada, atravesé el torrente. Varías veces el
vértigo estuvo a punto de vencerme. La corriente rabiosa hubiera destrozado mis
miembros; la colérica espuma me habría cubierto con su rizada, y trémula
blancura.
Pero yo miraba a lo alto, al castillo, que mansamente se iluminaba en el
picacho gigantesco y una gran esperanza descendía hasta mi corazón y me daba
aliento.
Salvado el abismo, hube de escalar la roca.
¡Ay! ¡Cuantas veces en sus asperezas me herí las rodillas y las manos.
¡Cuántas otras me vi en peligro de caer al torrente que, como dragón retorcido
y furioso, parecía acecharme!.. Sus espumas llegaban, hasta mí, humedeciendo
mis destrozadas ropas.
Pero mi anhelo de llegar al castillo era demasiado intenso para no
triunfar; y, muy avanzada ya la noche, franqueaba yo por fin los últimos
obstáculos y me encontraba en la breve explanada que precedía a la gótica mole.
Una mansa lluvia de luna caía sobre aquel espacio abierto. La imponente
masa, a su imprecisa luz, era con sus torreones, sus almenas, sus ojivas, sus
terrazas, sus techos agudos, más bella que todos los ensueños.
Esperé… no sé cuántos minutos…
Oía mi corazón golpearme el pecho como un sordo martillo.
De muy lejos venía a mis oídos el rumor confuso del torrente.
Allá, en la hondura, adivinábase un océano informe de sombras y de luces,
y el hervidero de plata de las aguas.
Por fin la puerta se abrió dulcemente y una figura pálida, envuelta en un
manto blanco, apareció en el umbral.
-La paz sea contigo -me dijo-. ¿Qué buscáis aquí, extranjero?
-Ese don santo que acabas de desearme -le respondí-: la Paz.
-¿De dónde vienes?
-De lo más hondo de aquellos abismos -y le señalé con un amplío gesto la
perspectiva lejana-. He sangrado en todos los espinos… Me he desgarrado en
todas las rocas… Conozco el filo de todos los guijarros.
-¿Sabes lo que encontrarás aquí?
-El paraíso del no pensar…
-¿No te asusta la inconsciencia?
-Tus más bellas ideas, tus más luminosas imágines se extinguirán para
siempre. Nunca más sonará en tu oído la deleitosa melodía de las rimas; nunca
más el choque de los conceptos vibrará en tu cerebro. Tu memoria no descorrerá
ya sus telones de luz amable o trágica… Será como si te hubieses bañado en el
Leteo, como si gustases la flor del olvido en la isla de los Lotófagos…
-Eso quiero.
-Los seres que amaste no vivirán ya en tu recuerdo su vida vagarosa de
fantasmas…
-Los enterraré para siempre.
-Ni siquiera, té acordarás de tu nombre; tu personalidad naufragará
eternamente en este océano de la total amnesia.
-Pero seré feliz.
-Lo serás, pero sin saber que lo eres, sin darte cuenta de tu suprema
ventura.. Esta es la divina ciudad del Nirvana de que habla el Buda. Este es el
albergue del silencio interior; éste es el sosegado sueño del yo. Aquí toda
individualidad se diluye como la gota de agua en el mar… Aquí el maya tenaz
desaparece: aquí todo es idéntico con el Todo; la relación de tu ser con el
Universo acaba… El ser y el no ser son una misma cosa… Aún es tiempo; vuelve a
pasar la explanada y desciende hacia el dolor, que hiere y maltrata, pero
individualiza… Baja hacia el torrente; arrástrate de nuevo entre las rocas.
Duro es el arrastrarse, pero quien se hace mal eres tú; mientras que aquí el
bien nos satura, pero tú ya no existes. En el Bien están, más el Bien no está
en ti.
…¡Vacilé! ¡Oh mísero apego al yo, cadena que nos liga con tantos eslabones
al mundo de la ilusión; fuiste más fuerte que el anhelo de paz!
…El hombre blanco notó mi vacilación, inclinó melancólicamente la cabeza;
fue cerrando con suavidad la puerta…, la puerta que da acceso al divino
ignorar…, y me dejó allí, solo con la luna…
Torné a bajar hacía el torrente.
Más duro era el descender que había sido el subir, Los filos de las rocas
herían con mayor encono.
La luna descendía ya como un dios triste, aureolado de plata, hacia su
ocaso.
Allá en lo alto, cada vez más en lo alto, los vitrales del castillo
brillaban misteriosamente…
Con la herida y ensangrentada diestra, envié un supremo beso de amor y de
dolor a la morada excelsa, al paraíso perdido…
No hay comentarios:
Publicar un comentario