El entusiasmo artístico de nuestra época y la lucha entre las distintas
concepciones individuales o colectivas, resultantes de este entusiasmo, han
vuelto a poner de moda los problemas estéticos, como en tiempos de Hegel y
Schleiermacher. No obstante, hoy debemos exigir mayor claridad y mayor precisión que la de
aquella época, pues el lenguaje metafísico de los profesores de estética del
siglo XVIII y de comienzos del XIX no tiene ningún sentido para nosotros. Por ello debemos alejarnos lo más posible de la metafísica y aproximarnos
cada vez más a la filosofía científica. Empecemos por estudiar las diferentes fases, los diversos aspectos bajo
los que el arte se ha presentado o puede presentarse. Estas fases pueden reducirse a tres y, para designarlas con mayor
claridad, he aquí el esquema que imaginé:
Arte inferior al medio (Arte reproductivo).
Arte en armonía con el medio (Arte de adaptación).
Arte superior al medio (Arte Creativo).
Cada una de las partes que compone este esquema, y que marca una época en
la historia del arte, involucra un segundo esquema, también compuesto de tres
partes y que resume la evolución de cada una de aquellas épocas:
Predominio de la inteligencia sobre la sensibilidad.
Armonía entre la sensibilidad y la inteligencia.
Predominio de la sensibilidad sobre la inteligencia.
Al analizar, por ejemplo, el primer elemento del primer esquema – es
decir, el Arte reproductivo-, diremos que los primeros pasos hacia su
exteriorización los da la Inteligencia, que busca y ensaya. Se trata de
reproducir la Naturaleza, y la Razón intenta hacerlo con la mayor economía y
sencillez de que el artista es capaz.
Se dejará a un lado todo lo superfluo. En esta época, cada día hay que
resolver un nuevo problema y la Inteligencia debe trabajar con tal ardor que la
sensibilidad queda relegada a un segundo plano, como supeditada a la razón.
Pronto llega la segunda época; los principales problemas ya se hallan
resueltos, y todo lo superfluo e innecesario para la elaboración de la obra ha
sido cuidadosamente desechado. La sensibilidad toma entonces su puesto cerca de
la Inteligencia y barniza a la obra de cierto calor que la hace menos seca y le
da más vida que en su primer período. Esta segunda época marca el apogeo de un
arte.
Las generaciones de artistas que vienen luego han aprendido este arte por
recetas, se han habituado a él y son capaces de realizarlo de memoria; no
obstante, han olvidado las leyes iniciales que lo constituyeron y que son su
esencia misma, no viendo más que su lado externo y superficial, en una palabra:
su apariencia. Ellos ejecutan las obras por pura sensibilidad, y hasta se puede
decir que maquinalmente, pues el hábito hace pasar del consciente al
inconsciente. Con ello empieza la tercera época; es decir, la decadencia.
Debo decir que en cada una de estas etapas toman parte varias escuelas;
así, en la etapa del Arte reproductivo, tenemos el arte egipcio, chino, griego,
el de los primitivos, el Renacimiento, el clásico, el romántico, etc. La
historia del arte entera está llena de ejemplos que atestiguan lo dicho.
Es evidente que hay, en estas diversas etapas, artistas en que una
facultad predomina sobre la otra; pero la generalidad sigue fatalmente el
camino aquí trazado.
Toda escuela seria que marca una época empieza forzosamente por un período
de búsqueda en el que la Inteligencia dirige los esfuerzos del artista. Este
primer período puede tener como origen la sensibilidad y la intuición; es
decir, una serie de adquisiciones inconscientes. Partiendo siempre de la base
que todo pasa primero por los sentidos. Pero esto sólo ocurre en el instante de
la gestación, que es un trabajo anterior al de la producción misma y como su
primer impulso. Es el trabajo en las tinieblas, pero al salir a la luz, al
exteriorizarse, la Inteligencia empieza a trabajar.
Es un error bastante difundido el creer que la intuición forma parte de la
sensibilidad. Para Kant, no puede haber en ésta una intuición intelectual. Por
el contrario, Schelling dice que sólo la intuición intelectual puede sorprender
la relación de unidad fundamental que existe entre lo real y lo ideal.
La intuición es conocimiento a priori y sólo entra en la obra como
impulso; es anterior a la realización y en contados casos ocupa un lugar en el
curso de esta última.
De todos modos, la intuición no se halla más cerca de la sensibilidad sino
que brota de un acuerdo rápido que se establece entre el corazón y el cerebro,
como una chispa eléctrica que de pronto surgiera iluminando el fondo más
obscuro de un receptáculo.
En una conferencia que di en el Ateneo de Buenos Aires, en julio de 1916,
decía que toda la historia del arte no es sino la historia de la evolución del
Hombre-Espejo hacia el Hombre-Dios, y que al estudiar esta evolución uno veía claramente la
tendencia natural del arte a separarse más y más de la realidad preexistente
para buscar su propia verdad, dejando atrás todo lo superfluo y todo lo que
puede impedir su realización perfecta. Y agregué que todo ello es tan visible
al observador como puede serlo en geología la evolución del Paloplotherium
pasando por el Anquiterium para llegar al caballo.
Esta idea del artista como creador absoluto, del Artista-Dios, me la
sugirió un viejo poeta indígena de Sudamérica (aimará que dijo: ‘El poeta es un
dios; no cantes a la lluvia, poeta, haz llover’. A pesar de que el autor de
estos versos cayó en el error de confundir al poeta con el mago y creer que el
artista para aparecer como un creador debe cambiar las leyes del mundo, cuando
lo que ha de hacer consiste en crear su propio mundo, paralelo e independiente
de la naturaleza.
La idea de que la verdad del arte y la verdad de la vida están separadas
de la verdad científica e intelectual, viene sin duda desde bastante lejos,
pero nadie la había precisado y demostrado tan claramente como Schleiermacher
cuando decía, a comienzos del siglo pasado, que ‘la poesía no busca la verdad,
o, más bien, ella busca una verdad que nada tiene en común con la verdad
objetiva’.
‘El arte y la poesía sólo expresan la verdad de la conciencia singular’.
Es preciso hacer notar esta diferencia entre la verdad de la vida y la
verdad del arte; una, que existe antes del artista, y otra que le es posterior,
que es producida por éste.
El confundir ambas verdades es la principal fuente de error en el juicio
estético.
Debemos poner atención en este punto, pues la época que comienza será
eminentemente creativa. El Hombre sacude su yugo, se rebela contra la
naturaleza como antaño se rebelara Lucifer contra Dios, a pesar de que esta
rebelión sólo es aparente, pues el hombre nunca estuvo más cerca de la
naturaleza que ahora que ya no busca imitarla en sus apariencias, sino que
hacer lo mismo que ella, imitándola en el plano de sus leyes constructivas, en
la realización de un todo, en el mecanismo de la producción de nuevas formas.
Veremos enseguida cómo el hombre, producto de la naturaleza, sigue en sus
producciones independientes el mismo orden y las mismas leyes que la
naturaleza.
No se trata de imitar la Naturaleza, sino que hacer como ella; no imitar
sus exteriorizaciones sino su poder exteriorizador.
Ya que el hombre pertenece a la Naturaleza y no puede evadirse de ella,
debe obtener de ella la esencia de sus creaciones. Tendremos pues, que
considerar las relaciones que hay entre el mundo objetivo y el Yo, el mundo subjetivo
del artista.
El artista obtiene sus motivos y sus elementos del mundo objetivo, los
transforma y combina, y los devuelve al mundo objetivo bajo la forma de nuevos
hechos. Este fenómeno estético es tan libre y independiente como cualquier otro
fenómeno del mundo exterior, tal como una planta, un pájaro, un astro o un
fruto, y tiene, como éstos, su razón de ser en
sí-mismo y los mismos derechos e independencia.
El estudio de los diversos elementos que ofrecen al artista los fenómenos
del mundo objetivo, la selección de algunos y la eliminación de otros, según la
conveniencia de la obra que se intenta realizar, es lo que forma el Sistema.
De este modo, el sistema del arte de adaptación es distinto del del arte
reproductivo, pues el artista perteneciente al primero saca de la naturaleza
otros elementos que el artista imitativo, ocurriendo igual cosa con el artista
de la época de creación.
Por tanto el sistema es el puente por donde los elementos del mundo
objetivo pasan al Yo o mundo subjetivo.
El estudio de los medios de expresión con que estos elementos ya elegidos
se hacen llegar hasta el mundo objetivo, constituye la Técnica.
En consecuencia, la técnica es el puente que se halla entre el mundo
subjetivo y el mundo objetivo creado por el artista.
Mundo objetivo
Regreso al que ofrece Mundo mundo objetivo
al artista ---à Sistema----à Subjetivo-à Técnica-à bajo forma de
los diversos hecho nuevo
elementos creado por el
artista.
Este nuevo hecho creado por el artista es precisamente el que nos
interesa, y su estudio, unido al estudio de su génesis, constituye la Estética
o teoría del Arte.
La armonía perfecta entre el Sistema y la Técnica es la que hace el
Estilo; y el predominio de uno de estos factores sobre el otro da como
resultado la Manera.
Diremos, pues, que un artista tiene estilo cuando los medios que emplea
para realizar su obra están en perfecta armonía con los elementos que escogió
en el mundo objetivo.
Cuando un artista posee buena técnica, pero no sabe escoger en forma
perfecta sus elementos o, por el contrario, cuando los elementos que emplea son
los que más convienen a su obra pero su técnica deja que desear, dicho artista
no logrará jamás un estilo, sólo tendrá una manera.
No nos ocuparemos de aquellos cuyo sistema está en desacuerdo absoluto con
la técnica. Estos no pueden entrar en un estudio serio del arte, aunque sean la
gran mayoría, alegren a los periodistas y sean la gloria de los salones de
falsos aficionados.
Deseo antes de terminar este artículo, aclarar un punto: casi todos los
sabios modernos quieren negarle al artista su derecho de creación, y se diría
que los propios artistas le temen a esa palabra.
Yo lucho desde hace bastante tiempo por el arte de creación pura y ésta ha
sido una verdadera obsesión en toda mi obra. Ya en mi libro Pasando y pasando,
publicado en enero de 1914, dije que al poeta debe interesarle ‘el acto
creativo y no el de la cristalización’.
Son precisamente estos científicos que niegan al artista el derecho de
creación quienes deberían más que nadie otorgárselo.
¿Acaso el arte de la mecánica no consiste también en humanizar a la
Naturaleza y no desemboca en la creación?
Y si se le concede al mecánico el derecho de crear, ¿por qué habría de
negársele al artista?
Cuando uno dice que un automóvil tiene 20 caballos de fuerza, nadie ve los
20 caballos; el hombre ha creado un equivalente a éstos, pero ellos no aparecen
ante nosotros. Ha obrado como la Naturaleza.
El Hombre, en este caso, ha creado algo, sin imitar a la Naturaleza en sus
apariencias sino que obedeciendo a sus leyes internas. Y es curioso comprobar
cómo el hombre ha seguido en sus creaciones el mismo orden de la Naturaleza, no
sólo en el mecanismo constructivo sino también en el cronológico.
El Hombre empieza por ver, luego oye, después habla y por último piensa.
En sus creaciones, el hombre siguió este mismo orden que le ha sido impuesto.
Primero inventó la fotografía, que consiste en un nervio óptico mecánico. Luego
el teléfono, que es un nervio auditivo mecánico. Después el gramófono, que
consiste en cuerdas vocales mecánicas y, por último, el cine, que es el
pensamiento mecánico.
Y no sólo en esto, sino que en todas las creaciones humanas se ha
producido una selección artificial exactamente paralela a la selección natural,
obedeciendo siempre a las mismas leyes de adaptación al medio.
Uno encuentra esto tanto en la obra de arte como en la mecánica y en cada
una de las producciones humanas.
Por ello yo decía en una conferencia sobre estética, en 1916, que una obra
de arte ‘es una nueva realidad cósmica que el artista agrega a la Naturaleza, y
que ella debe tener, como los astros, una atmósfera propia y una fuerza
centrípeta y otra centrífuga. Fuerzas que le dan un equilibrio perfecto y la
arrojan fuera del centro productor’.
Ha llegado el momento de llamar la atención de los artistas acerca de la
creación pura, sobre la que se habla mucho, pero nada se hace.
ensayo de estética
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