Ya que el tema de la charla de hoy es la metáfora, empezaré con una metáfora. La primera de las muchas metáforas que trataré de recordar procede del Lejano Oriente, de China. Si no me equivoco, los chinos llaman al mundo «las diez mil cosas», o –y eso depende del gusto y el capricho del traductor– «los diez mil seres». Supongo que podemos aceptar el muy prudente cálculo de diez mil. Seguro que existen más de diez mil hormigas, diez mil hombres, diez mil esperanzas, temores o pesadillas en el mundo. Pero si aceptamos el número de diez mil, y si pensamos que todas las metáforas son la unión de dos cosas distintas, entonces, en caso de que tuviéramos tiempo, podríamos elaborar una casi increíble suma de metáforas posibles. He olvidado el álgebra que aprendí, pero creo que la cantidad sería 10.000 multiplicado por 9.999, multiplicado por 9.998, etcétera. Evidentemente, la cantidad de posibles combinaciones no es infinita, pero asombra a la imaginación. Así que podríamos pensar: ¿por qué los poetas de todo el mundo y todos los tiempos habrían de recurrir a la misma colección de metáforas, cuando existen tantas combinaciones posibles?
El
poeta argentino Lugones, allá por el año 1909, escribió que creía que los
poetas usaban siempre las mismas metáforas, y que iba a acometer el
descubrimiento de nuevas metáforas de la luna. y, de hecho, inventó varios
centenares. También dijo, en el prólogo de un libro llamado Lunario
sentimental, que toda palabra es una metáfora muerta. Esta afirmación es, desde
luego, una metáfora. Pero creo que todos percibimos la diferencia entre
metáforas vivas y muertas. Si tomamos un buen diccionario etimológico (pienso
en el de mi viejo y desconocido amigo el doctor Skeat) y buscamos una palabra,
estoy seguro de que en algún sitio encontraremos una metáfora escondida.
Por
ejemplo -y pueden verlo en los primeros versos del Beowulf-la palabra «pbreat»
significaba 'multitud airada', pero ahora la palabra «, al pueblo'. Así,
etimológicamente. «king», «kinsman» ('pariente') y «gentleman» son la misma
palabra. Pero si digo «El rey se sentó a contar su dinero», no pensamos que la
palabra «king» sea una metáfora. De hecho, si optamos por el pensamiento
abstracto, tenemos que olvidar que las palabras fueron metáforas. Tenemos que
olvidar, por ejemplo, que en la palabra «considerar» hay una sombra de
astrología: significaba originariamente 'estar en relación con las estrellas',
'hacer un horóscopo'.
Yo diría que lo importante a propósito de la metáfora es el hecho de que el lector o el oyente la perciban como metáfora. Limitaré esta charla a las metáforas que el lector percibe como metáforas. No a palabras como «king» o «threat» (y podríamos continuar, quizá hasta el infinito).
En
primer lugar, me gustaría ocuparme de ciertas metáforas modelo, de ciertas
metáforas patrón. Uso la palabra «modelo» porque las metáforas que voy a citar,
aunque parezcan muy distintas a la imaginación, para un lógico serían casi
idénticas. Así que podríamos hablar de ellas como ecuaciones. Tomemos la
primera que me viene a la mente: la comparación modelo> la clásica
comparación entre ojos y estrellas, o, a la inversa, entre estrellas y ojos. El
primer ejemplo que recuerdo procede de la Antología griega, y creo que se
atribuye a Platón. Los versos (no sé griego) son o menos como sigue: «Desearía
ser la noche para mirar tu sueño con mil" Aquí, evidentemente, percibimos la
ternura del amante; sentimos que su deseo es capaz de ver al amante desde
muchos puntos a la vez. Sentimos la ternura detrás de esos versos.
Veamos
ahora otro ejemplo menos ilustre: «Las estrellas miran hacia abajo», Si tomamos
en serio el pensamiento lógico, encontramos aquí la misma metáfora. Pero el
efecto en nuestra imaginación es muy distinto. «Las estrellas miran hacia
abajo» no nos sugiere ternura; bien nos hace pensar en generaciones y de
hombres que se fatigan sin fin mientras las estrellas miran hacia abajo con una
especie de sublime indiferencia. Tomemos
un ejemplo distinto, una de las estrofas que más me han impresionado. Los
versos proceden de un poema de Chesterton llamado «A Second Childhood»
But
I shall not grow old to sce enormous nigth arise.
A
cloud that is larger than the world
And
a monster made of eyes.
(Pero
no envejeceré hasta ver surgir enorme noche,
nube
que es más grande que el mundo,
monstruo
hecho de ojos.)
No
un monstruo lleno de ojos (conocemos esos monstruos desde el Apocalipsis de San
Juan), sino -y esto es mucho terrible-un monstruo hecho de ojos, como si esos
ojos fueran su tejido orgánico.
Hemos
examinado tres imágenes que pueden real mismo modelo. Pero el aspecto que me
gustaría destacar -y éste es realmente uno de los dos puntos importantes de mi
charla-es que, aunque el modelo sea esencialmente el mismo, en el primer caso,
el ejemplo griego «Desearía ser la el poeta nos hace sentir su ternura, su
ansiedad; en el segundo, sentimos una especie de divina indiferencia hacia las
cosas humanas; y, en el tercero, la noche familiar se convierte en pesadilla.
Tomemos
ahora un modelo diferente: la idea del tiempo que fluye, que Huye como un río.
El primer ejemplo procede de un poema que Tennyson escribió cuando tenía, me
parece, trece o catorce arios. Lo destruyó; pero, felizmente para nosotros,
sobrevive un verso. Creo que pueden ustedes encontrarlo en la biografía de
Tennyson que escribió Andrew Lang.
El
verso es: «Time flowing in the middle of night» «
Existe
también una novela (estoy seguro de que habrán pensado en ella) llamada
simplemente O] Time and the River. El mero hecho de unir las dos palabras
sugiere la metáfora: el tiempo y el río, los dos fluyen. Y existe la famosa
sentencia del filósofo griego: «Nadie baja dos veces al mismo Aquí encontramos
un atisbo de terror, porque primero pensamos en el fluir del río, en las gotas
de agua como ser diferente, y luego caemos en la cuenta de que nosotros somos
el río, que somos tan fugitivos como el río.
También
tenemos los versos de Manrique:
Nuestras
vidas son los ríos
que
van a dar en la mar
que
es morir.
Esta
afirmación no impresiona demasiado en inglés. Ojalá recordara cómo la tradujo
Longfellow en sus «Coplas de Manrique». Aunque, evidentemente (y volveré sobre
esta cuestión en otra conferencia), detrás de la metáfora patrón encontramos la
grave música de las palabras:
Nuestras
vidas son los ríos
que
van a dar en la mar
que
es el morir:
allí
van los señoríos
derechos
a se acabar
y
consumir...
La
metáfora, sin embargo, es exactamente la misma en todos los casos.
Y
ahora pasaremos a algo muy trillado, algo que quizá les haga sonreír: la
comparación entre mujeres y flores, y también entre flores y mujeres. Aquí,
evidentemente, los ejemplos son abundantísimos. Pero hay uno que me gustaría
recordar (puede que no les resulte familiar) de esa obra maestra inacabada,
Weir of Hermiston, de Robert Louis Stevenson. Cuenta Stevenson cómo su héroe va
a la iglesia, en Escocia, donde ve a una chica: una chica preciosa, según se
nos hace saber. y sabemos que el héroe está a punto de enamorarse de ella.
Porque la mira, y entonces se pregunta si existe un alma inmortal dentro de esa
figura bellísima, o si sólo es un animal del color de las flores. Y la
brutalidad de la palabra «animal-queda destruida, sin duda, por «el color de
las flores». No creo que necesitemos más ejemplos de este modelo, que se
encuentra en todas las épocas, en todas las lenguas, en todas las literaturas.
Pasemos
ahora a otro de los modelos esenciales de metáfora: el de la vida como sueño,
esa sensación de que nuestra vida es un sueño. El ejemplo evidente que se nos
ocurre es «We are such stuff as dreams are made on» («Estamos hechos de la
misma materia que los sueños»). Ahora bien, aunque quizá suene a blasfemia -amo
demasiado a Shakespeare para que eso me preocupe-, creo que aquí, si lo
examinamos (y no creo que debamos examinarlo muy de cerca; antes bien. debemos
agradecerle a Shakespeare y sus otros muchos dones), hay una levísima
contradicción entre el hecho de que nuestras vidas sean como un sueño o posean
la esencia de un sueño, y la afirmación, un poco tajante, «Estamos hechos de la
misma materia que los sueños». Porque, si somos reales en un sueño, o si sólo
somos soñadores de sueños, entonces me pregunto si podemos hacer semejantes
afirmaciones categóricas. La frase de Shakespeare pertenece más a la filosofía
o a la metafísica que a la poesía, aunque, desde luego, el contexto la realza y
eleva a poesía.
Otro
ejemplo del mismo modelo procede de un gran poeta alemán; un poeta menor al
lado de Shakespeare (pero supongo que todos los poetas son menores a su lado,
excepto dos o tres). Se trata de una famosa pieza de Walter van der Vogelweide.
Supongo que se dice así (me pregunto qué tal es mi alemán medieval; tendrán
ustedes que perdonarme): «Ist mir min leben getroumet, oder ist es war?» («¿He
soñado mi o fue un sueño?»). Creo que esto se acerca más a lo que el poeta
intenta decir, pues en lugar de una afirmación categórica encontramos una
pregunta. El poeta está perplejo. Nos ha sucedido a todos nosotros, pero no lo
hemos expresado como Walter van der Vogelweide. El poeta se pregunta a sí
mismo: «Ist mir min leben getroumet, oder ist es war?», y su duda nos trae,
creo, esa esencia de la vida como sueno.
No
recuerdo si en la conferencia anterior (porque es una frase que cito muchas
veces, siempre, y la llevo citando toda la vida) les cité al filósofo chino
Chuang Tzu. Soñó que era una mariposa y, al despertar, no sabía si era un
hombre que había soñado ser una mariposa, o una mariposa que ahora soñaba ser
un hombre. Creo que esta metáfora es la más delicada. Primero, porque empieza
con un sueño, y, luego, cuando Chuang Tzu despierta, su vida sigue teniendo
algo de sueño. y, segundo, porque, con una especie de casi milagrosa felicidad,
el filósofo ha elegido el animal adecuado. Si hubiera dicho «Chuang Tzu soñó
que era un tigre» sería insustancial. Una mariposa tiene algo de delicado y
evanescente. Si fuéramos sueños, para sugerirlo fielmente necesitaríamos una
mariposa y no un tigre. Si Chuang Tzu hubiera soñado que era un mecanógrafo, no
hubiera acertado en absoluto. O una ballena: tampoco sería un acierto. Creo que
eligió exactamente la palabra precisa para lo que se proponía decir.
Examinemos
otro modelo: ese tan corriente que reúne las ideas del dormir y el morir. Es
muy común incluso en la lengua cotidiana; pero, buscamos ejemplos, advertiremos
que los hay muy diferentes. Creo que en algún sitio Homero habla del «sueño de
hierro de la muerte». Nos propone, así, dos ideas opuestas: la muerte es una
especie de sueno, pero esa especie de sueno está hecha de un metal duro,
inexorable y cruel, el hierro. Es un dormir perpetuo e inquebrantable. Y, por
supuesto. también tenemos a Heine: «Der Tod dass ist die frühe Nacht» «
The
woods are lovely, dark, and deep,
But
I have promises to keep,
And
miles to go befare I sleep,
And
miles to go before I sleep.
(Los
bosques son hermosos, oscuros y profundos,
pero
tengo promesas que cumplir
y
millas por hacer antes de dormir,
millas
por hacer antes de dormir.)
Estos
versos son tan perfectos que nos resulta difícil pensar en que haya truco.
Pero, desgraciadamente, toda literatura está hecha de trucos, yesos trucos, a
la larga, salen a la luz. Y entonces fatigan al lector. Pero en este caso el
truco es tan discreto que casi me avergüenza llamarlo truco (lo llamo así
únicamente a falta de una palabra mejor). Porque Frost ha intentado aquí algo
muy atrevido. Encontramos el mismo verso repetido palabra por palabra, dos
veces, pero el sentido es diferente. «And miles to go befare I sleep»: se trata
de algo meramente físico; las millas son millas en el espacio, en Nueva
Inglaterra, y «sleep» significa 'ir a dormir'. La segunda vez -«And miles to go
before I sleep»- se nos hace entender que las millas no sólo se refieren al
espacio, sino también al tiempo, y que significa 'morir' o 'descansar'. Si el
poeta hubiera dicho lo mismo con más palabras, habría sido mucho menos efectivo.
Porque, a mi entender, lo sugerido es mucho más efectivo que lo explícito.
Quizá la mente humana tenga tendencia a negar las afirmaciones. Recuerden que
Emerson decía que los razonamientos no convencen a nadie. No convencen a nadie
porque son presentados como razonamientos. Entonces los consideramos, los
sopesamos, les damos la vuelta y decidimos en su contra.
Pero
cuando algo sólo es dicho o -mejor todavía- sugerido, nuestra imaginación lo
acoge con una especie de hospitalidad. Estamos dispuestos a aceptarlo. Recuerdo
haber leído, hace una treintena de anos, las obras de Martin Buber, que me
parecían poemas maravillosos. Luego, cuando fui a Buenos Aires, leí un libro de
un amigo mío, Dujovne, y descubrí en sus páginas, para mi asombro, que Martin Buber
era un filósofo y que toda su filosofía estaba contenida en los libros que yo
había leído como poesía. Puede que yo aceptara aquellos libros porque los acogí
como poesía, como sugerencia o insinuación, a través de la música de la poesía,
y no como razonamientos. Creo que en Walt Whitman, en alguna parte, podemos
encontrar la misma idea: la idea de que la razón es poco convincente. Creo que
Whitman dice en alguna parte que el aire de la noche, las inmensas y escasas
estrellas, son mucho más convincentes que los meros razonamientos.
Podemos
considerar otros modelos de metáfora. Tomemos ahora el ejemplo no es tan común
(como los otros) de la batalla y el fuego. En la Iliada encontramos la imagen
de la batalla que resplandece como un incendio. Tenemos la misma idea en el
fragmento heroico de Finnesburg. En ese fragmento se nos habla del combate
entre daneses y frisios, del fulgor de las armas, los escudos y las espadas. Y
entonces el escritor dice que parece como si todo Finnesburg, como si todo el
castillo de Finn, estuviera en llamas. Me figuro que me habré olvidado de
modelos de metáforas muy comunes. Hasta ahora nos hemos ocupado de ojos y
estrellas, mujeres y flores, ríos y tiempo, vida y sueño, la muerte y el
dormir, batallas e incendios. Si tuviéramos el tiempo y el saber necesarios,
podríamos encontrar otros cuantos modelos que quizá nos brindarían casi todas
las metáforas de la literatura.
Lo
verdaderamente importante no es que exista un número muy reducido de modelos,
sino el hecho de que esos pocos modelos admitan casi un número infinito de
variaciones. El lector interesado por la poesía y no por la teoría de la poesía
podría leer, por ejemplo, "Desearía ser la noche», y luego monstruo hecho
de ojos» o "Las estrellas miran hacia abajo», sin dejar de pensar que
estos versos remiten a un Único modelo. Si yo fuera un pensador atrevido (pero
no lo soy; soy un pensador muy tímido, y voy avanzando a tientas), diría que
sólo existe una docena de metáforas y que todas las otras metáforas sólo son
juegos arbitrarios. Esto equivaldría a la afirmación de que entre las
"diez mil cosas» de la definición china sólo podemos encontrar doce
afinidades esenciales. Porque, por supuesto, podemos encontrar otras afinidades
que son meramente asombrosas, y el asombro apenas dura un instante.
Recuerdo
que he olvidado un excelente ejemplo de la ecuación sueno igual a vida. Pero
creo rememorarlo ahora: pertenece al poeta americano Cummings. Son cuatro
versos. Debo disculparme por el primero. Evidentemente fue escrito por un joven
que escribía para jóvenes, un privilegio del que ya no puedo participar: soy ya
demasiado viejo para ese tipo de juegos. Pero debemos citar la estrofa
completa. El primer verso es: «Cods terrible face, brighter than a spoon» (vla
terrible cara de Dios, más brillante que una cuchara»). El primer verso casi me
parece lamentable, porque, evidentemente, uno intuye que el poeta pensó primero
en una espada, o en la luz de una vela, o en el sol, o en un escudo, o en algo
tradicionalmente radiante, y entonces "No, que soy moderno, así que meteré
una cuchara». Y tuvo su cuchara. Pero podemos perdonárselo por lo que viene a
continuación: «Cods terrible face, brighter than a spoon, / collects the image
of one fatal word» ("La terrible cara de Dios, más brillante que una
cuchara, / acoge la imagen de una palabra fatal»). Este segundo verso es mejor,
creo. Y, como me dijo mi amigo Murchison, en una cuchara a menudo encontramos
recogidas muchas imágenes. Yo nunca había pensado en ello, porque había quedado
desconcertado por la cuchara y no había darle demasiadas vueltas.
God's
terrible face, brighter than
a
spoon, collects the image of one fatal word,
so
that my life (which liked the sun and the moon)
resembles something that has uot occurred.
(La
cara de Dios, más brillante que una cuchara,
acoge la imagen de una palabra fatal,
y
así mi vida -que gustaba del sol y la luna-
se
parece algo que no ha sucedido.)
«Se
parece a algo que no ha sucedido»: este verso entraña una rara sencillez. Creo que
nos transmite la esencia de la vida como sueño mejor que aquellos poetas más
famosos, Shakespeare y Walter van der Vogelweide.
Sólo
he elegido. evidentemente, unos pocos ejemplos. Estoy seguro de que su memoria
está llena de metáforas que ustedes han ido atesorando, metáforas que quizá
esperen oír citadas por mí. Sé que después de esta conferencia sentiré cómo me
invade el remordimiento, al pensar en las muchas y hermosas metáforas que he
omitido. y, naturalmente, ustedes me dirán en un aparte: "Pero ¿cómo ha
olvidado aquella maravillosa metáfora de Fulano?», Y entonces tendré que
disculparme y seguir buscando a tientas.
Pero,
ahora, creo que deberíamos proseguir con metáforas que parecen eludir los
viejos modelos. Y, ya que he hablado de la luna, tomaré una metáfora persa que
leí en alguna parte de la historia de la literatura persa de Brown. Señalemos
que procede de Farid al-Din Attar o de Omar Hayyam, o de Hafiz, o de alguno de
los grandes poetas persas. Habla de la luna llamándola "el espejo del tiempo».
Me figuro que, desde el punto de vista de la astronomía, la idea de que la luna
sea un espejo sería apropiada, pero esto es más bien irrelevante desde un punto
de vista poético. Si la luna es o no es realmente un espejo carece de la menor
importancia, puesto que la poesía habla a la imaginación. Contemplemos la luna
como espejo del tiempo. Creo que es una metáfora excelente: en primer lugar,
porque la idea de espejo nos transmite la luminosidad y fragilidad de la y, en
segundo lugar, porque la idea de tiempo nos recuerda de repente que la luna
clarísima que vemos es muy antigua, está llena de poesía y mitología, y es tan
vieja como el tiempo.
Puesto
que he usado la frase «tan Vieja como el tiempo», debo citar otro verso, uno
que quizá bulla en la memoria de ustedes. No puedo recordar el nombre de su
autor. Lo encontré citado en un libro no demasiado memorable de Kipling
titulado From Sea lo Sea: «A rose-red city, half as old as time» ««casi tan
vieja como el tiempo» nos transmite una especie de precisión mágica: el mismo
tipo de mágica precisión que logra la extraña y común frase inglesa «I will
love you forever and a day» («Te querré siempre y un día»). «Forever» significa
'un tiempo larguísimo' pero es demasiado abstracto para despertar la imaginación.
Encontramos
el mismo tipo de truco (pido perdón por el uso de esta palabra) en el título de
ese libro famoso, Las mil y una noches. Pues «las mil noches» significa para la
imaginación 'las muchas noches', tal como en el siglo XVII se usaba «cuarenta»
para significar 'muchos'. «When forty winters shall besiege thy brow- («Cuando
muchos inviernos pongan sitio a tu frente»), escribe Shakespeare; y pienso en
la habitual expresión inglesa «forty winks-(literalmente, «cuarenta parpadeos»)
para la siesta «
Para
considerar diferentes metáforas, volveré ahora -inevitablemente, dirán
ustedes-a los anglosajones, mis favoritos. Recuerdo aquella kenning
verdaderamente común que llamaba al mar «el camino de la ballena». Me pregunto
si el sajón desconocido que acuñó por primera vez esa kenning sabía lo hermosa
que era. Me pregunto si se daba cuenta (aunque esto apenas tiene por qué
importarnos) de que la inmensidad de la ballena sugería y enfatizaba la
inmensidad del mar.
Hay
otra metáfora, escandinava, sobre la sangre. La kenning usual para la sangre es
«el agua de la serpiente». En esta metáfora tenemos la noción -que también
encontramos en los sajones-de la espada como ser esencialmente maligno; un ser
que bebe la sangre de los hombres como si fuera agua.
Y
tenemos las metáforas de la batalla. Algunas de ellas son bastante triviales;
por ejemplo, «encuentro de hombres». Quizá, aquí, exista algo sutilísimo: la
idea de los hombres que se encuentran para matarse unos a otros (como si no
fuera posible otro tipo de «encuentros»). Pero también tenemos «encuentro de
espadas», «baile de espadas», «fragor de armaduras», «fragor de escudos». Todas
están en la Oda de Brunanburh. Y hay otra preciosa: «born aeneoht», «encuentro
de ira». Aquí la metáfora quizá nos impresione porque, cuando pensamos en un
encuentro, pensamos en el compañerismo, en la amistad; y entonces surge el
contraste, el encuentro «de ira».
Pero
yo diría que estas metáforas no son nada comparadas con la hermosísima metáfora
escandinava y -lo que parece bastante extraño-irlandesa para la batalla. Llama
a la batalla red de hombres». La palabra «red» es verdaderamente maravillosa
aquí, pues la idea de una red nos brinda el modelo de una batalla medieval:
tenemos las espadas, los escudos, el chocar de las armas. y también tenemos el
matiz de pesadilla de una red entretejida por seres vivos. «Red de hombres»:
una red de hombres que mueren y se matan unos a otros.
Me
viene a la memoria de repente una metáfora de Góngora que es muy parecida a la
«red de hombres». Góngora habla de un viajero que llega a una «bárbara aldea»;
y entonces la aldea tiende una soga de perros a su alrededor:
y
cual suele tejer bárbara aldea
soga
de gozques contra forastero.
Así,
de un modo muy extraño, encontramos la misma imagen: la idea de una soga o una
red hecha de seres vivos. Pero incluso en estos casos que parecen sinónimos
existe una diferencia notable. Una soga de perros es algo barroco y grotesco,
mientras que «red de hombres» añade algo terrible, algo espantoso, a la
metáfora.
Para
terminar, consideraré una metáfora, o una comparación (después de todo, no soy
profesor y la diferencia apenas me preocupa) del hoy olvidado Byron. Leí el
poema cuando era un chico; me figuro que todos lo leímos a muy tierna edad.
Pero hace dos o tres días descubrí de repente que se trataba de una metáfora
muy compleja. Nunca había pensado que Byron fuera especialmente complejo. Todos
ustedes conocen la frase: «She walks in beauty, like the night («Camina en
belleza, como la noche»). El verso es tan perfecto que no le damos ninguna
importancia. Pensamos: «Bien, nosotros podríamos haberlo escrito, si hubiéramos
querido». Pero sólo Byron quiso escribirlo.
Me
ocupo ahora de la oculta y secreta complejidad del verso. Supongo que ustedes
ya habrán descubierto lo que ahora vaya revelarles. (Pues es lo que siempre
pasa con las sorpresas, ¿verdad? Nos pasa cuando leemos una novela policiaca.)
«She walks in beauty, like the night»: tenemos, en principio, una hermosa
mujer, y en seguida se nos dice que «camina en belleza». Esto nos sugiere, de
algún modo, la lengua francesa: algo como «vous êtes en beauté». Pero: «She
walks in beauty, like the night». Tenemos, en primera instancia, una hermosa
mujer, una hermosa señora, que se asemeja a la noche. Para entender el verso
debemos pensar que también la noche es una mujer; si no, el verso no tiene
sentido. Así, en estas palabras tan sencillas encontramos una doble metáfora:
una mujer es comparada con la noche, pero la noche es comparada con una mujer.
No sé, ni me importa, si Byron sabía esto. Creo que si lo hubiera sabido el
verso difícilmente sería tan bueno. Puede que antes de morir lo descubriera, o
alguien se lo señalara.
Así
llegamos a las dos principales y obvias conclusiones de esta conferencia. La
primera es, por supuesto, que aunque existan cientos y desde luego miles de
metáforas por descubrir, todas podrían remitirse a unos pocos modelos
elementales. Pero esto no tiene por qué inquietarnos, pues cada metáfora es
diferente: cada vez que usamos el modelo, las variaciones son diferentes. Y la
segunda conclusión es que existen metáforas -por ejemplo, «red de hombres» o
«camino de la ballena-e-que no podemos remitir a modelos definidos.
Creo,
pues, que las perspectivas -incluso después de mi conferencia-son bastante
favorables para la metáfora. Porque, si nos parece, podemos ensayar nuevas
variaciones de las tendencias esenciales. Las variaciones podrían ser muy
bellas y sólo algunos críticos como yo se molestarían en decir: «Bien, ahí
volvemos a encontrar ojos y estrellas, y el tiempo y el río una y otra vez,
siempre». Las metáforas estimularán la imaginación. Pero también podría sernos
concedida -y por qué no esperarlo- la invención de metáforas que no pertenecen,
o que no pertenecen todavía, a modelos aceptados.
Borges,
Jorge Luis, Arte poética. Editorial Crítica. Barcelona, 2001. Pags. 37-59.
Traducción de Justo Navarro.
(Segunda de seis conferencias sobre poesía pronunciadas en inglés en la Universidad de Harvard durante el curso 1967-1968)