O el sueño y la vida
1º parte
El sueño es otra forma de vida. No podría traspasar, sin estremecerme, esas puertas de nácar o marfil que nos separan de ese mundo invisible. Desde los primeros instantes en que el sueño nos domina, realmente es la sombra de la muerte quien se apodera de nosotros, un velado ensueño arrebata nuestro pensamiento y ya no podemos determinar el instante preciso donde el yo, bajo otra forma, continúa la obra de la existencia en un difuso subterráneo que poco a poco dispersa sus tinieblas, para desencadenar en la penumbra de la noche a las pálidas, rígidas e inmóviles figuras que habitan en la morada de los limbos. Luego, paulatinamente, se forma la imagen, una nueva luz resplandece y llena de vida a esas extrañas apariciones:
El mundo de los espíritus se abre para nosotros…
Swedenborg llamaba a tales visiones Memorabilia; las atribuía con mayor frecuencia al ensueño que al sueño en sí. El Asno de Oro de Apuleyo y la Divina Comedia del Dante son los modelos poéticos de esos estudios del alma humana. Yo trataré, tomándolos como referencia, de descubrir aquí los síntomas de una «enfermedad» incurable que se ha imbuido en todos los misteriosos recodos de mi espíritu - y aún no termino de comprender por qué me sirvo de tal palabra: enfermedad, puesto que, nunca antes, en cuanto a mi integridad física, me había sentido mejor.
Más bien, en algunas ocasiones me sentía más ágil y fuerte, me parecía, saberlo todo, comprenderlo todo, la imaginación me aportaba infinitas delicias… y en cuanto recobraba eso, de lo que los hombres se precian de llamar razón, inmediatamente, me preguntaba: ¿Es preciso lamentarse por carecer de ella? Esta vita nuova, para mí, ha transcurrido en tan sólo dos instantes…
—He aquí el primero:
Una dama que había amado durante mucho tiempo, y a la que atribuiré el nombre de Aurelia, le había perdido; poco importan las circunstancias de ese hecho, que seguramente debió influir mucho en mi vida. Cada quien puede buscar en sus sueños las emociones más desgarradoras, el golpe más terrible que el destino lance sobre su alma; entonces es necesario predestinarse a morir o a vivir. Diré más tarde el porqué no elegí la muerte. Condenado por aquella que amaba, culpable de una falta irremisible de la cual no esperaba ser perdonado jamás, no me quedaba más remedio que sumirme a vulgares borracheras.
Experimentaba entonces, alegrías sin motivos y desmañadamente corría por el mundo, locamente enamorado de la variedad y del capricho, sobretodo, me gustaban las extrañas indumentarias y costumbres de las poblaciones lejanas, me parecía que de esa manera desplazaba las condiciones del bien y del mal, es decir, lo que nosotros los franceses comprendemos como sensibilidad. ¡Qué locura– me decía– amar de manera tan platónica a una mujer que no te ama ya! Ese ha sido el fruto que me han dejado mis lecturas: llegar a tomarme en serio las invenciones de los poetas, y crearme una Laura o una Beatriz de una persona común que pertenece a nuestra época… Pero pasaré a otras anécdotas y olvidaré estas rápidamente.
Experimentaba entonces, alegrías sin motivos y desmañadamente corría por el mundo, locamente enamorado de la variedad y del capricho, sobretodo, me gustaban las extrañas indumentarias y costumbres de las poblaciones lejanas, me parecía que de esa manera desplazaba las condiciones del bien y del mal, es decir, lo que nosotros los franceses comprendemos como sensibilidad. ¡Qué locura– me decía– amar de manera tan platónica a una mujer que no te ama ya! Ese ha sido el fruto que me han dejado mis lecturas: llegar a tomarme en serio las invenciones de los poetas, y crearme una Laura o una Beatriz de una persona común que pertenece a nuestra época… Pero pasaré a otras anécdotas y olvidaré estas rápidamente.
El fragor de un alegre carnaval en una ciudad italiana desvaneció todas mis ideas melancólicas, estaba tan contento con el alivio que experimentaba que hacía tomar parte de mi alegría a todos mis amigos, y en mis cartas, debido al estado constante de mi espíritu, no les transmitía otra cosa que no fuera una febril e intensa excitación.
Un día en aquella ciudad llegó una mujer de gran renombre, la cual me confió su amistad, estaba acostumbrada a complacer y a deslumbrar, así pues me arrastró, sin ningún recelo, al cúmulo de sus admiradores. Desde la primera velada que tuvimos, donde ella se había mostrado natural y encantadora, llena de un refinamiento único y especial que todos quisiéramos poseer, me sentí totalmente prendado de su persona; al punto que no quise guardar un instante para escribirle. ¡Estaba tan contento de saber que mi corazón era capaz de latir por un nuevo amor!
Con prolijo entusiasmo volví a utilizar las mismas fórmulas que bien en otro tiempo me habían servido para emprender amores sinceros y duraderos. La carta ya iba en camino, hubiera querido retenerla, no obstante, me fui a meditar en la soledad, aunque, esto me parecía una profanación de mis recuerdos.
La tarde devolvió a mi flamante amor el encanto de la víspera. La dama se
mostró receptiva a lo que le había escrito, aunque manifestaba cierto asombro
por mi súbita devoción, y ciertamente, había escalonado en tan sólo un día, con
aparente sinceridad, muchos grados de la admiración y simpatía que se puedan
concebir hacia una mujer. Ella me confesó que la había sorprendido al punto de
sentirse halagada. Quería cortejarla, pero, por más que quise decirle, me fue
imposible conseguir en nuestras sucesivas pláticas el diapasón de mi estilo, de
manera que me vi forzado a confesarle, con lágrimas en los ojos, que me había
engañado a mí mismo intentando seducirla. Sin embargo, mis tiernas confidencias
debieron tener algún encanto, y unos dulces lazos amistosos, más fuertemente
atados, vinieron a suceder mis vanos reclamos de ternura.
II
Más tarde, la volví a
ver en otra ciudad, en la misma donde se hallaba la dama que amaba
imperecederamente, mas, sin ninguna esperanza. Por obra del azar ambas
se conocieron, y sin duda alguna, la primera tuvo la oportunidad, hablándole de
mi persona, de conmover a la que me había exiliado de su corazón. De modo que,
un día, encontrándome en una tertulia a la que ella también había asistido; la
vi venir hacía mí, tendiéndome la mano. ¡Oh! ¿Cómo podría interpretar ese gesto,
y la mirada profunda que acompañaba su saludo? En ese instante creí ver la
remisión de mis faltas anteriores; el acento divino de la piedad, daba a las
simples palabras que me dirigía un valor supremo, como si algo religioso se
mezclara a las ternuras de un amor, hasta entonces profano y ello le imprimiera
el carácter de la eternidad.
Me era forzado regresar a París para realizar una
importante diligencia, pero súbitamente tomé la resolución de no permanecer allí
más que unos cuantos días y de regresar, cuanto antes, junto a mis dos amigas.
La alegría y la impaciencia me daban entonces una especie de aturdimiento que se
complicaba aún más por la atención que debía tener con algunos asuntos que
estaba culminando.
Una noche, casi a las doce, regresé al barrio donde se hallaba
mi morada, cuando por casualidad levanté los ojos, divisé el número de una casa
que estaba iluminada por un reverbero, el número correspondía exactamente a mi
edad, inmediatamente bajé los ojos y vi ante mí a una mujer de pálida tez y de
ojos socavados, me pareció ver en ella los rasgos de Aurelia, me dije entonces:
¡Es su muerte o bien la mía la que se está anunciando!
Pero no sé el por qué
permanecí sujeto, mucho más, a la última suposición; tal idea me rondaba y
pensaba que eso debía acaecer al día siguiente y en esa misma hora. Aquella noche, tuve
un sueño que confirmó mis pensamientos: Deambulaba en un gran edificio
conformado por muchos salones, de los cuales algunos se destinaban al estudio y
otros a las pláticas o a las discusiones filosóficas. Me detuve por curiosidad
en uno de los primeros, donde creí reconocer a mis antiguos maestros y
condiscípulos, allí se impartía una clase acerca de los autores griegos y
latinos, con aquél monótono murmullo que se parigualaba a las remotas plegarias
dirigidas a la diosa Mnemosine.
Pasé luego a otro salón donde se llevaban a cabo una serie de pláticas filosóficas, participé en ellas, pero sólo fue por algunos instantes, pues, luego salí a buscar mi habitación preguntando en una especie de recepción, luego bajé por unas escaleras inmensas, las cuales estaban atestadas de apresurados turistas. Me perdí muchas veces en los largos corredores, de pronto, cuando atravesaba una de las galerías centrales presencie un extraño espectáculo: Un ser de un tamaño desmesurado
–hombre o mujer realmente no lo sé –viraba a duras penas en el espacio y parecía luchar entre espesas brumas;
faltándole el aliento y las fuerzas, por fin cayó en medio de un patio obscuro;
pude contemplarlo por algunos instantes, cuando se quedó enganchado de algo
y estrujaba las alas a lo largo de los techados y de las balaustradas, estaba
marcado con unas manchas rojizas y sus alas se mutaban con una infinidad de
reflejos multicolor, estaba vestido con una larga túnica de antiguos pliegues,
parecida al del Ángel de la Melancolía de Alberto Durero. No pude impedir dar
gritos de terror que me despertaron precipitadamente.
Al día siguiente, fui
apresuradamente a encontrarme con mis amigos, sin embargo, con ellos me limitaba
sólo a darles mentalmente la despedida sin comunicarles nada acerca de lo que
fraguaba mi espíritu, discutía fogosamente sobre temas místicos, les asombraba
mi particular elocuencia, me parecía que sabía todo y que los misterios
del mundo se me revelaban durante aquellas horas supremas. En la noche, cuando se
aproximaba la hora fatal, discutía conjuntamente con dos amigos acerca de
pintura y música, definía, según mi modo de ver, los matices y a la gama de los
colores de igual manera como el compás de los números. Uno de ellos llamado Paul, quiso llevarme a casa, pero le contesté que no iba a regresar.
—¿Hacia dónde vas? «me preguntó»
—¡Hacia el Oriente!
Y mientras me acompañaba, me puse a buscar una estrella en el firmamento,
la cual creía conocer, puesto que sentía como si ejerciera alguna influencia
sobre mi destino. Cuando la encontré, baje del coche y continué mi camino
siguiendo por las calles donde me figuraba lograría verla, caminando, por
decirlo de alguna forma, delante de mi destino; quería seguir esa estrella hasta
el momento en que me sorprendiera la muerte. No obstante; llegué a una
confluencia de tres calles, no quise avanzar más; pues, me parecía que mi amigo
hacía un esfuerzo sobrehumano para hacerme cambiar de rumbo y él parecía
agigantarse y tomar los rasgos de un apóstol. Creí ver el lugar donde estábamos
elevarse y perder las formas que le daban su configuración urbana.
Finalmente, asediada por una soledad abismal, la escena se convirtió en el
combate de dos espíritus en una especie de tentación bíblica –¡No!,
decía incoherentemente, no pertenezco a tu cielo… en la estrella… son ellos los que aguardan por mí… son los
antecesores de la revelación que me has anunciado ¡Déjame unirme con ellos… ya
que a la que amo les pertenecen y es allá donde debemos
encontrarnos…!.
III
Aquí había comenzado para mí lo que llamé la efusión del sueño en la
vida real. Apartir de ese momento, en algunas ocasiones, todo tomaba un aspecto
doble, - todo ocurría de extraña manera, aunque conocía mi pensamiento, el cual,
no carecía de lógica y mi memoria no había perdido ni el más mínimo detalle de
lo que me estaba sucediendo
– Solamente mis acciones, que
aparentemente no cesaban, estaban dominadas por aquello que, según el razonamiento humano, llamamos ilusión…
Esta idea me era concurrente: Que
en los momentos más difíciles de la vida, un ente del mundo exterior se encarnaba
de repente en una persona cualquiera y actuaba, o trataba de hacerlo, sobre
nosotros y esto sin que dicha persona se percatara de ello, o por lo menos lo
recordase. Mi amigo me había abandonado, viendo sus inútiles esfuerzos y
seguramente creyéndome víctima de alguna idea fija que me rondaba por la cabeza
de la cual creyó que si la llevaba a cabo, sin duda, me calmaría. Encontrándome
solo, me levanté haciendo un esfuerzo y me puse de nuevo en marcha, hacia donde
se dirigía la estrella, de la cual no apartaba la vista. Cantaba un misterioso
himno que me acordaba, como si lo hubiese escuchado en alguna otra vida y el
cual me llenaba de júbilo inefable.
Al mismo tiempo, sentía que me desasía de
mis vestimentas terrestres; el camino aún parecía elevarse y la estrella
aumentar de tamaño, luego, mantuve los brazos extendidos esperando el momento
donde el alma se separaría del cuerpo atraída magnéticamente por el halo
luminoso de la estrella. De pronto, sentí un escalofrío; la añoranza de la
tierra y de aquellos que amaba me aprisionaba el corazón, impidiendo de alguna
forma, que el rayo me atrajera, entonces supliqué fervorosamente dentro de
mí, para lograr la ascensión, pues me parecía precipitarme de nuevo hacia la
tierra. Unos centinelas nocturnos me rodeaban, entonces, tuve la sensación de
que me había agigantado, que estaba completamente impregnado de fuerzas
eléctricas y que podía derribar todo lo que se me aproximara. Era un espectáculo
gracioso observar cómo trataba de dominar aquellas fuerzas y también a las
sombras de los soldados que me habían recibido.
—Si yo no pensara que la misión de un escritor es la de analizar,
sinceramente, aquello que ha experimentado en las graves circunstancias de la
vida y si no me propusiera un objetivo el cual crea útil, me detendría y no trataría
de escribir aquello que experimenté en esa serie de visiones incesantes y enfermizas…
Acostado sobre un camastro me
pareció ver que el cielo se develaba y se abría de mil formas con una indecible
magnificencia. El destino de mi alma, ahora libre, parecía revelárseme para
darme pesares e imputarme un castigo por haber querido aunar todas las fuerzas de mi espíritu en la tierra que había abandonado…
Inmensos círculos trazábanse en el
infinito, como los orbes que forma el agua perturbada por la caída de un cuerpo.
Cada región estaba poblada de seres que emanaban un radiante esplendor, y de sí
mismos expelían una luz cegadora, parecían moverse y fundirse las unas con las otras; pude vislumbrar una deidad que sonreía y
se trasmutaba continuamente en las diferentes encarnaciones que había sufrido,
hasta que, inasible, se refugió en los místicos esplendores del cielo asiático.
Esta visión celeste se manifestaba como esos fenómenos que alguna vez
todo el mundo ha podido experimentar en los sueños, sin embargo, no dejaba de
asombrarme por todo lo que estaba ocurriendo a mi alrededor. Acostado aún sobre
el camastro, escuchaba que los soldados hablaban acerca de alguien que se había
quedado encerrado allí y que correspondía a mis rúbricas, sus voces resonaban en
el cuarto donde me encontraba, y por una peculiar vibración, me pareció que
tales voces resonaban en mi pecho y que mi alma se desdoblaba–por decirlo de alguna forma –compartida entre el sueño y la realidad.
Por un instante quise regresar al
lugar que me parecía haber abandonado, pero, me estremecí cuando me saltó a la
memoria un proverbio bastante conocido en Alemania que dice que «cada hombre tiene un doble y que cuando éste le ve, entonces significa que
se aproxima su muerte». Así que, cerré los ojos y entré en un estado de confusión
espiritual donde las fantasmagóricas sombras, o quizá reales, que me acorralaban
se desvanecían en mil furtivos viajes. De pronto, observé cerca de mí a dos de
mis amigos que habían venido a reclamarme y a los soldados que me señalaban; de
repente, la puerta se abrió y alguien como de mi estatura, el cual no podía
distinguir con claridad, salió con mis amigos, a quienes yo llamaba en vano.
«¡Pero se equivoca! –gritaba – ¡Es a mí a quien han venido a buscar, y en mi lugar se llevan a otros!» Hice tanto ruido que me metieron en un calabozo. Se trataba de una especie de cuarto de tortura, permanecí allí durante muchas horas…
En resumen, los dos amigos que creí
ver vinieron, por fin, a recogerme en un coche. Yo les conté todo lo que había
sucedido, pero ellos se negaron absolutamente de haber estado presentes esa
noche por esos lugares. Cené con ellos tranquilamente; pero a medida que
avanzaba la noche, iba acrecentándose mi angustia, pues, sabía que se acercaba
la hora maldita, en que la vigilia podría resultarme fatal. Me llamó la atención
un anillo oriental que llevaba en el dedo uno de mis amigos, yo lo observaba
como si fuese un antiguo talismán, de manera que se lo pedí prestado, y tomando
un fular lo ceñí a la nuca, donde sentía un agudo dolor. Pensaba que por
ese punto el alma saldría, en el instante en que un determinado rayo, de la
estrella que había seguido durante el letargo que padecí, coincidiera conmigo y
el cenit respectivamente.Ya sea por casualidad, o ya sea por la gran
preocupación en la que estaba sumido, caí desplomado a la misma hora en que se
produjo el vahído anterior. Me colocaron en una cama, la sucesión de imágenes
cesaron, había perdido el conocimiento, y en ese estado permanecí durante un
buen tiempo, luego, fui trasladado a un sanatorio.
Muchos parientes y
amigos me visitaron, aunque no pude reconocerlos. La única diferencia que yo
veía entre el desvanecimiento y el sueño era que en el primero todo se
transfiguraba ante mis ojos, cualquier persona que se me aproxima se parecía cambiar
de un estado a otro, igualmente, los objetos se ofuscaban como en una especie de penumbra que modificaba su forma, y los visos de las luces y
los matices de los colores se descomponían, de manera que permanecía en una
constante cadena de impresiones que se mezclaban entre sí, mientras que el sueño
más despojado de elementos exteriores, me mantenía en expectativa.
Desde el punto donde
me hallaba en aquel entonces, descendí siguiendo a mi guía,hasta llegar a una
de esas moradas, las cuales al estar unidas por los techos, ofrecían un extraño
aspecto. Me pareció que se me hundían los pies en las múltiples capas que
había recibido el terreno, sepultando antiguos edificios, esas remotas
construcciones asomábanse cada vez más a medida que íbamos avanzando;
distinguiéndose el respectivo gusto arquitectónico de cada siglo, todo eso hacia
recordar a las excavaciones que se han realizado de antiguas ciudades; o tal
vez, aquello que era más que un terreno descubierto, lleno de vida,
atravesado por mil juegos de luz. En fin, me encontraba en una habitación
inmensa, donde vi a un anciano trabajando sobre una mesa, no sé qué febril
labor, en el momento en que atravesé la puerta un hombre vestido de blanco, el
cual no pude distinguir muy bien, me amenazó con un arma que llevaba en la mano;
pero el que me acompañaba le hizo un ademán señalando que se alejara, parecía
haberle querido impedir que penetrara en los misterios de esas retiradas
moradas. Sin preguntar nada a mi guía, comprendí intuitivamente que esas
elevadas y abismales regiones eran el retiro de los primitivos pobladores de las
montañas.
¿Cómo pudiera esbozar siquiera la extraña desesperación que me producían esas ideas y que me fueron reduciendo poco a poco? Un genio perverso había tomado mi lugar en el mundo de las almas; sin embargo, Aurelia lo consideraba como si fuera yo mismo, pero, el espíritu atribulado y afligido que daba vida a mi cuerpo, débil, aborrecible y que era desconocido para ella se vería destinado para siempre al sufrimientoo a desvanecerse en la nada. Empleé todas las fuerzas de mi voluntad para penetrar aún más en el misterio, del cual sólo había logrado levantar algunos velos. Algunas veces el sueño se burlaba de mis esfuerzos, mostrándome solamente imágenes gesticulares y furtivas. En este punto no podría más que describir una idea demasiado extravagante de lo que resultó esa contención espiritual. Sentía que me deslizaba por un hilo tenso cuya longitud era infinita, la tierra atravesada por vetas multicolor de metales fundiéndose, como ya lo había visto antes, se iluminaba paulatinamente por el brote del fuego de sus entrañas, cuyo albor se fundía con los matices rojizos que teñían los flancos del orbe interno. Algunas veces me asombraba cuando veía inmensos charcos de agua suspendidos en el aire, como si de nubes se tratase, y por lo general poseían una densidad tal que se podían desprender copos de ellos, pero era obvio que se trataba de un líquido diferente al agua, y sin duda, era su evaporación lo que representaba a los mares y ríos para aquel mundo de las almas. Por fin llegué a ver el litoral inmenso que estaba cubierto totalmente por una especie de cañaveral verdusco, sus extremos sin embargo se veían amarillos como si los rayos del sol les hubieran secado parcialmente, empero, desde las pasadas ocasiones no había apercibido más ese astro…
Un castillo dominaba la costa por el cual comencé a trepar. En la vertiente opuesta, advertí la grandiosidad de una ciudad inmensa, ya se aproximaba la noche cuando atravesaba la montaña y pude percibir las luces de los caseríos y de las calles, al descender, pronto me hallé en un mercado donde se vendía frutas y hortalizas similares a las que se dan en las regiones meridionales. Bajé por unas escaleras oscuras y me encontré, por fin, con las calles, se anunciabala apertura de un casino, y los detalles de su distribución se indicaban a través de prospectos, el encuadramiento tipográfico estaba hecho con guirnaldas de flores bastante coloridas y representativas, tanto que parecían naturales. Una parte del edificio estaba aún en construcción; entré en un taller donde vi a unos obreros que modelaban con arcilla a un animal enorme que iba presentando el aspecto de una llama, pero que al parecer debía proveérsele de grandes alas. Dicho monstruo parecía estar atravesado por un surtidor de fuego que lo iba animando poco apoco, de manera que, traspasado por mil ramificaciones purpúreas que constituía algo así como sus venas y arterias, se retorcía a medida que, por decirlo de alguna manera, la inerte materia se iba fecundando, revistiéndose con una broza de fibrosos apéndices, de membranas y mechones lanudos. Me detuve a observar la obra maestra en la cual parecía haberse descubierto los secretos de la creación divina.
«Esto que tenemos aquí –me dijeron– es el fuego primitivo que animó a los primeros seres…en otro tiempo, este fuego subía hasta la superficie de la tierra, pero ahora todas las fuentes están extintas.» También pude admirar trabajos de orfebrería enlos que empleaban dos tipos de materiales que son desconocidos sobre la tierra: uno era rojo que podría corresponder al cinabrio y el otro era de un color parecido al lapislázuli. Los ornamentos no eran ni martillados ni cincelados, sino que se formaban, se matizaban y eclosionaban como si se tratara de una especie de plantas metálicas que logran reproducir a partir de ciertas mezclas químicas.
«¿No crearon también a los hombres?» – le pregunté a uno de los trabajadores – pero él me replicó: «Los hombres provenimos de lo alto y no de abajo, ¿Acaso podríamos crearnos a nosotros mismos?. Aquí no hacemos más que formular, para el progreso sucesivo de nuestras empresas una materia más sutil que aquella que compone a la corteza terrestre.» «Esas flores que parecían naturales, ese animal que parecía estar vivo no son más que productos del arte más elevado y del nivel más alto de nuestro conocimiento. Y de tal forma cada quien deberá juzgarlo.»
Tales fueron, más o menos, las palabras que me dirigieron, de las cuales creí haber discernido lo que querían decir. Me puse a recorrer el salón del casino donde me tope con una gran multitud de la cual pude distinguir a varias personas que me eran conocidas, algunas aún vivían, pero, otras ya habían fallecido en diversas épocas, las primeras parecían ignorarme o simplemente no me veían, mientras que las otras, al contrario, me saludaban aunque no me conocieran. Llegué al salón más grande, que estaba cubierto completamente por alfombras rojas, orladas con tramados ribetes de oro, los cuales, formaban hermosos diseños, en el centro se hallaba un sofá similar a un trono; algunos contertulios se sentaban en él para apreciar su confort. Pero no estando culminados todos los preparativos, se marchaban hacia otros salones. Conversaban a respecto de una boda y del novio que, según se murmuraba, debería llegar en cualquier momento, para anunciar el comienzo de la ceremonia. De pronto, se apoderó de mí un incomprensible arrebato. Imaginé que a quien se esperaba era mi doble que se disponía a esposarse con Aurelia y armé un escándalo tan grande que pareció consternar a todos los presentes. Comencé a hablar vehementemente explicando mis motivos de queja y reclamando la ayuda de todos los que me conocían; un anciano me dijo entonces:
— No está bien comportarse de esa forma, Ud. está alarmando a todo el mundo.
Abrí la ventana, estaba todo tranquilo y no volví a escuchar aquel pavoroso grito, así que salí para saber si alguien lo había escuchado, pero nadie había oído nada, sin embargo, estoy seguro que ese grito era verdadero y que había resonado en el mundo de los vivos… sin duda, podría decírseme que la casualidad ha podido hacer que en ese
¿Qué había hecho? Había perturbado acaso la armonía del mágico universo donde mi alma podía tener la certeza de poseer una existencia imperecedera. Quizás estaba maldito por haber querido ahondar en un misterio tan terrible, desafiando la ley divina, ¡Tan sólo debía esperar la cólera y el desprecio! Las sombras exasperadas huyeron emitiendo gritos y trazando en el aire forzosos círculos, así como los pájaros cuando se aproxima una tormenta.
Traducción:
E.J Ríos
IV
Una noche tuve la certidumbre de haber sido trasladado al Rhin. Delante de
mí se hallaban siniestras rocas que se solapaban entre sombras. Entré en una
casa muy hermosa, la cual era suavemente atravesada por los rayos del ocaso a
través de las verdes contraventanas que festoneaban la viña. Se me hacía
familiar esa morada, la cual me pareció haberla conocido hace mucho tiempo atrás,
y en efecto, era la casa de un tío materno, un pintor flamenco que había muerto
hacía más de un siglo. Los cuadros pintados estaban colgados aquí y allá; uno de
ellos representaba a una graciosa hada del riachuelo, mientras observaba; una
criada que yo llamaba Margarita y que conocía desde la infancia, me dijo: ¿No va
Ud. a acostarse? Pues, viene de muy lejos y su tío regresará tarde, le levantaré
para cenar. Me acosté sobre una cama con columnas en sus extremidades, estaba
cubierta con unas floreadas sábanas persas estampadas con grandes flores rojas,
había delante de mí un tosco reloj colgado sobre la pared y sobre él un pájaro
que parloteaba como una persona. Tuve la idea de que el alma de mi abuelo estaba encerrada en él, pero, no
estaba más sorprendido por su parloteo y su extrañaforma que por el hecho de
haber sido transportado a un siglo anterior al mío. El pájaro me hablaba de
familiares que aún estaban vivos o que habían muerto en diversas épocas, pero
con la extraña particularidad de hablarme de ellos como si existieran en un
mismo momento. Me dijo: Verás que tu tío ya ha tratado de hacerle su retrato…ahora, ella está con nosotros.
Detuve mi mirada en un cuadro que
representaba a una mujer con un antiguo vestido alemán, estaba inclinada al
borde de un río y observaba una planta de miosotis, entre tanto, la noche iba
espesando poco a poco y las figuras, sonidos, y la noción del tiempo y espacio
se confundían en mi espíritu soñoliento, creí caer en un abismo que atravesaba
la tierra; me sentía transportado por una corriente de metal fundido y por afluencias similares, aunque no sentía ningún tipo de dolor, su color
indicaba los diferentes compuestos químicos que la conformaban, era como los
vasos sanguíneos y venas que fluctúan en los lóbulos del cerebro. Todas fluían,
circulaban y borboteaban en un solo sentido, tenía la sensación de que esas
corrientes estaban compuestas por almas vivientes y que el estado molecular y la
rapidez de su circulación me impedía distinguir. Una esplendorosa luz comenzó a
infiltrarse poco a poco por esos canales, por último, los vi ensancharse al
igual a una cúpula y se abrió un nuevo horizonte donde se discurrieron islas
azotadas por ondas lumínicas.
Yo estaba en una costa en donde campeaba un día gris, entonces, avisté a
un anciano que estaba cultivando la tierra, le reconocí, era el mismo que
hablaba a través del pájaro; ya sea que el me lo haya dicho o que yo lo haya
intuido, comprendí que los ancestros tomaban la forma de ciertos animales con el
objeto de ir a visitarnos en la tierra y de esta forma estaban al tanto, como
mudos espectadores, de las diferentes facetas de nuestra vida. El anciano dejó su
trabajo y me acompañó a una casa que se encontraba cerca de allí, el campo que
nos rodeaba me hacía recordar paisajes de Flandes adonde habían vivido mis
padres y donde se hallaban sus sepulcros: El campo conformado por alamedas en los
linderos del bosque, el lago muy cerca del río con la artesa del pueblo, sus
calles ascendientes, las colinas de gres oscura y sus retamas y brezales; eran
todas imágenes de los lugares que más había amado; solamente, la casa donde
entramos me era desconocida, sin embargo, sabía que había estado allí desde no
sé cuanto tiempo y que en ese mundo, que entonces visitaba, el fantasma de las
cosas acompañaba al fantasma del cuerpo. Entré a una sala amplia se encontraban
allí muchas personas reunidas, por todas partes encontraba cosas que se me
hacían familiares, los rasgos característicos de parientes ya muertos estaban
fusionados con otros que vestían de manera más antigua, me pareció que estaban
reunidos para una cena familiar. Uno de ellos se acercó y me abrazó tiernamente;
llevaba puesto un traje de colores pálidos, tenía un semblante algo risueño
y empolvado los cabellos, se parecía un poco a mí, me pareció que tenía un aire
más vivo que los otros y, por decirlo de alguna forma, voluntariamente se
asemejaba mucho a mi espíritu. Era mi tío, me puso al frente suyo y comenzamos
una especie de comunicación telepática, pues no podría decir que escuchaba su
voz, sino que a medida que detenía el pensamiento en cierto punto, la idea se me
hacía clara rápidamente y las imágenes se hacían nítidas ante mis ojos como
pinturas vivientes.— ¡Así que es cierto!, dije entusiasmado, somos inmortales y aún aquí conservamos las imágenes del mundo donde hemos
vivido, ¡Qué fortuna! Pensar que todo lo que hemos amado ¡Exista todavía entre
nosotros!... ¡Estaba bastante cansado de la vida!.
—No te impacientes, contestó, por reunirte con nosotros, pues, tú
aún perteneces al otro mundo y has soportado duros años de prueba, esta morada
que te encanta tiene sus propias penas, sus conflictos y peligros. La tierra
donde hemos vivido siempre será el teatro donde se anuda y desata nuestro
destino, somos los fulgores esenciales que le dan
vida y ya se ha debilitado…
— ¡Qué! –exclamé –, la tierra podría morir y nos invadirá la nada?
— La nada,–replicó–, no existe de la manera como se piensa, pero la tierra en sí es un cuerpo
material en el cual la conjunción de los espíritus conforman el alma; pero
puede modificarse para bien o para mal; nuestro pasado y nuestro porvenir se
correlacionan, vivimos en nuestras raíces y nuestras raíces viven en nosotros.
De inmediato, esa idea me puso sensible y comencé a ver como si las
paredes del salón donde estábamos se hubiesen abierto sobre perspectivas
infinitas, asimismo, creí ver una interrumpida cadena de hombres y mujeres que
se compenetraban conmigo ;entonces, las
vestimentas de todos los pueblos, las imágenes de todos los países
aparecieron claramente, a la vez sentí como si mis facultades de
percepción se multiplicaran, sin confundirse, a través de un fenómeno espacial
análogo al tiempo que agrupaba el transcurso de un siglo en un minuto de sueño.
Mi asombro aumentó cuando supe que esa gran cadena la conformaba la gente del
susodicho salón, cuyas imágeneshabía visto dividirse y combinarse en mil
furtivas formas.
—Somos siete, le dije a mi tío.
—En efecto, me contestó, el número más común que conforma
a una familia y por extensión somos siete veces siete y aún más.
No puedo pretender que comprendas
esto si para mí aún es algo oscuro.
La metafísica no me proveía de un caudal suficiente como para que
comprendiera completamente la percepción que entonces tenía de la relación
existente entre esa muchedumbre y la armonía global. Bien se concibe la analogía
en el padre y la madre de las fuerzas eléctricas de la naturaleza; ¿pero cómo
establecer los centros individuales emanados por ellos? El cual fluye como una
sombra viviente y colectiva a su vez, en la cual, ¿la combinación sería a la vez
múltiple y limitada?. Por lo tanto, valdría preguntarle a la flor por el número de sus pétalos o por
las divisiones de su corola… al suelo por las figuras que traza, al sol por los colores que reproduce.
V
Todo cambiaba de forma a mi alrededor, el espíritu con el que charlaba ya
no tenía el mismo aspecto; se había transformado en un joven, incapaz de
transmitir algún pensamiento, así que era yo quien entonces tomaba la iniciativa
de establecer la comunicación, mas él no me respondía…
¿Acaso me encontraba tan distante
de aquellas alturas vertiginosas? Entonces comprendí que esas cosas también les eran extrañas o peligrosas… quizá una
fuerza superior me prohibía
escudriñarlo. Me veía desorientado en medio de una populosa y desconocida
ciudad, noté que estaba inmersa en una cuenca rodeada de colinas, resaltaba un
monte completamente cubierto de caseríos. En medio de la gente del pueblo
distinguía a algunos que me parecían forasteros, provenientes de alguna otra
típica comarca, su cariz lleno de vida, enérgico, y el pronunciado acento de sus
rasgos me recordaron las aisladas etnias guerreras que habitaban en países
montañosos y en algunas islas poco frecuentadas por los viajeros. De todas
formas, esa gran ciudad de heterogénea población les era propicia para
perseverar su huraño ascetismo. ¿Quiénes eran entonces esos hombres?
Mi guía me
condujo por esas agrestes y ruidosas calles en donde resonaba el incesante
bullicio de las industrias, luego, subimos por varias escaleras que llegaban
más allá de donde es posible ver. Empero, a un lado y otro veía terrazas
protegidas por rejas, jardines que se explayaban sobre vastas estepas, techos,
pabellones en construcción, pinturas y esculturas realizadas meticulosamente, planos que se
comunicaban por largas lianas que seducían la vista y cautivaban al espíritu. En
fin, todo conformaba, o bien parecía un delicioso oasis, el cual mostraba una
soledad y un silencio inusitado, en contraposición con el tumultuoso bullicio de
abajo, allí tan sólo se escuchaba un musitado silbido. A menudo hemos escuchado
hablar de proscritas regiones alojadas en sombrías necrópolis y catacumbas, sin
embargo, allí, podría decirse, sin duda, que era todo lo contrario; se trataba
pues, de un pueblo dichoso que se crió en medio del silencioso refugio de los
pájaros, de las flores, del aire puro y de la luz.
—Estos son,– dijo mi guía– los habitantes de estas montañas amos de la región de donde acabamos de
venir; durante mucho tiempo ellos han vivido aquí con humildes costumbres,
bondadosos y honestos, conservando las virtudes que la naturaleza rendía en los
albores del mundo. El pueblo vecino los honraban y seguían sus ejemplos.
Siempre estaban alertas ante el hacinamiento de las hordas invasoras
de las nuevas etnias, pues, ellos vivían allí, como se había dicho antes, una
vida simple; eran bondadosos, rectos, diestros e ingeniosos y habían vencido de
modo pacífico a las ciegas huestes que habían querido arrebatarle, durante mucho
tiempo, su herencia. ¡Parecía imposible! No estaban ni corrompidos, ni
carcomidos, ni esclavizados, se mantenían puros, aunque habían sobrepasado la
ignorancia y aceptado, sin recelo, las virtudes de la pobreza. Un niño se
entretenía en el suelo con unos cristales, unas conchas marinas y unas piedras
grabadas, haciendo objeto de juego algo que, seguramente, estudiaba. Una mujer
de avanzada edad, pero que aún reservaba ciertos vestigios de belleza,
ocupábase de mantener limpio el lugar. En ese momento muchas personas jóvenes
entraron ruidosamente, al parecer regresaban de sus labores; me impactó verlos
vestidos completamente de blanco, pero pensé que sólo se trataba de una ilusión
que asaltaba a mi vista; para volverla perceptible. Mi guía comenzó a pintar su
atuendo, lo pintaba con vivos colores, haciéndome comprender que ellos realmente
estaban vestidos así. De manera que, la luz que impresionaba provenía, quizá, de
un brillo peculiar proveniente de algún juego de luces donde se confundían los
comunes matices del prisma. Salí de ese recinto inmediatamente, y me vi en una
terraza fijada en el arriate, allí paseaban y jugaban jovencitas y niños, sus
vestidos me parecían tan blancos como los otros, pero estos estaban ornamentados
con encajes rosados; esas personitas eran tan hermosas: de graciosos rasgos y el
resplandor de sus almas se transparentaban tan vivamente a través de sus
delicadas figuras que inspiraban toda clase de cándidos afectos, de manera que
hacían desvanecer a los superfluos furores de la juventud.
No podría describir los
sentimientos que me infundía el espíritu en medio de esos encantadores seres que
amaba como si les conociera, eran como una antigua y celeste familia que con sus
miradas risueñas buscaban la mía con dulce compasión, así que, me puse a llorar
amargamente el incierto recuerdo de un paraíso perdido. En ese
instante, comprendí duramente que yo sólo estaba de paso en ese mundo, que me
era dulce y extraño a un mismo tiempo, temblé sólo de pensar que debía retornar
a la realidad envano mujeres y niños me rodeaban para retenerme, pues, ya sus
encantadoras figuras comenzaban a difuminarse en confusos vapores, sus hermosos
visajes palidecían, sus pronunciados rasgos y sus brillantes ojos se perdían en
una sombra donde aún se
reflejaban los últimos destellos de sus sonrisas…
Esa fue la visión que tuve, o por
lo menos esos fueron los detalles más sobresalientes que recuerdo. El estado
cataléptico en que me encontraba, durante tanto días, se explicó basándolo en la
lógica y en hechos científicos. Los comentarios de los que habían sido testigos
de mi estado, me molestaban, puesto que,atribuían todo lo que me había sucedido
a una perturbación mental, argumentando que todos los ademanes que hacía y
palabras que profería eran el reflejo de una cadena de sucesos de la vida
real. Estaba más a gusto con aquellos amigos que pacientemente, o quizá por
tener ideas análogas a las mías, me dejaban contar de manera disoluta todo lo
que había visto
espiritualmente.
Uno de ellos me dijo llorando: « ¿No es cierto que existe un Dios?» ¡Sí! – le contesté entusiasmado; y nos abrazamos como
dos hermanos de esa patria mística que yo había vislumbrado. ¡Cuánta felicidad
encontraba en esa convicción! Así que, esa duda eterna acerca de la inmortalidad
del alma que repercute a miles de espíritus, se había resuelto para mí. Sin
embargo, me parecía sentir más la muerte, la tristeza y la inquietud, puesto
que aquellos que amaba me habían mostrado verdaderas señales de su eterna
existencia, y no me separaba de ellos mas que las mismas horas que separan al
día y la noche la cual esperaba inmerso en una dulce melancolía.
VI
Un sueño que aún preservo en la memoria me confirmó aquel pensamiento: Me
encontré de pronto en una sala de la casa de mi abuelo, me pareció que comenzaba
a agrandarse, los muebles que eran antiguos relucían con un
brillo extraordinario, los tapices y las cortinas estaban como nuevas, el día
parecía más radiante que cualquier otro y atravesaba con sus luminosos rayos la
mampara y la puerta, el aire tenía una frescura y un perfume parecido a las
primeras brisas de primavera. Tres mujeres trabajaban en la sala, yo pensaba que
se trataba de parientes y amigas conocidas en mi juventud, mas no lo eran, no
obstante, sus rasgos eran muy similares; los contornos de sus figuras se agitaban
como la llama de una lámpara y cada instante se observaba las características y
rasgos de una en la otra y así sucesivamente, las sonrisas, las voces, el color
de sus ojos, los cabellos, sus estaturas, los ademanes similares, todo se
alternaba como si poseyeran el mismo espíritu, compartieran el mismo cuerpo, la
misma vida, es decir, cada una de ellas estaba conformada por todas a la vez, al
igual que esas mujeres que los pintores representan en
sus cuadros, valiéndose de diferentes modelos para así lograr la belleza
perfecta. La de mayor edad me hablaba con una voz vibrante y melódica,
que inmediatamente reconocí, ya que, la había escuchados en mis años de
infancia, realmenteno sé qué decía esa mujer, pero cualquier cosa que haya
sido, me hacía estremecer debido al profundo sentido de justicia que me
inspiraba, aquellas palabras me hicieron reflexionar; de pronto, me vi vestido
con un antiguo hábito de color oscuro, tejido completamente a mano con un hilo
muy fino, similar al de las arañas, era muy hermoso y con cierta donosura,
estaba impregnado de una suave fragancia, verdaderamente me sentía rejuvenecido
y muy elegante llevando es traje que parecía haber sido confeccionado por las
hadas, a quienes agradecía ruborizado como un niño en medio de hermosas doncellas.
Entonces, una de ellas se levantó y se dirigió hacia el jardín. Todos sabemos
que en los sueños jamás se puede ver el sol aunque frecuentemente se pueda
percibir refulgencias aún más intensas y los objetos y los cuerpos poseen su
propia luz. Me encontré en un pequeño parque donde se expandían emparrados con
forma de glorietas cargadas con espesos racimos de uvas blancas y negras; la
dama que me guiaba a través de las glorietas avanzaba por medio de las sombras
yuxtapuestas de los parrales, aún me parecía que cambiaba de forma y
vestimenta.
Saliendo de allí, por fin nos encontramos en un espacio descubierto,
allí apenas se podía percibir los visos de los antepasados que ya habían partido
y que en otro tiempo habían sido mártires.Los cultivos habían sido abandonados
desde hacía ya mucho tiempo, las plantas de clemátide, lúpulo, madreselva,
jazmín, hiedra, aristoloquia estaban extendidas entre los árboles, sus largas
lianas desperdigadas crecían vigorosamente, sus ramas se plegaban hasta la
tierra cargada de frutos en medio del follaje de hierbas parásitas brotaban,
en estado silvestre, algunas flores de jardín. En la lejanía se atisbaba
enraizados, frondosos álamos, acacias y pinos, en el seno de su follaje se
entreveían unas estatuas ennegrecidas por el tiempo; me percaté que delante de
mí había una pila de rocas cubiertas de hiedras por donde brotaba una fuente de
agua viva, cuyo chapoteo armonioso resonaba en el embalse lleno de agua
durmiente entre velada por largas hojas de nenúfar. La dama que iba siguiendo,
desenvolvía su esbelta figura con movimientos que producían variables reflejos
en los pliegues de su vestido, sutilmente rodeó su lozano brazo con una larga
liana de rosas malvas, luego se colocó debajo de un espléndido rayo de luz y
comenzó a crecer de tal forma que poco a poco cubrió todos los espacios del
jardín y los arriates y árboles pasaron a ser los rosetones y festones de su
vestido, mientras que su figura y sus brazos hacían los contornos de las nubes
purpúreas que avistaban en el cielo, así pues, a medida que se transfiguraba la
perdía de vista, ya que, parecía desvanecerse en la inmensidad.
¡Oh no desaparezcas –gritaba – porque la naturaleza se desaparece
contigo!...
…Diciendo estas palabras, comencé difícilmente a salir del lugar a través
de los zarzales, tratando de retener la sombra gigante que se me escapaba, pero, tropecé
con la punta de una pared deteriorada, en cuyo cimiento yacía un busto de mujer;
levantándolo tuve la
corazonada que se trataba del suyo…
Reconocí su amada efigie y por lo tanto sentía su mirada cerca de mí, me
percaté que el jardín había tomado el aspecto de un cementerio y escuchaba voces
que decían: «El universo está inmerso en la noche.»
X
¿Cómo pudiera esbozar siquiera la extraña desesperación que me producían esas ideas y que me fueron reduciendo poco a poco? Un genio perverso había tomado mi lugar en el mundo de las almas; sin embargo, Aurelia lo consideraba como si fuera yo mismo, pero, el espíritu atribulado y afligido que daba vida a mi cuerpo, débil, aborrecible y que era desconocido para ella se vería destinado para siempre al sufrimientoo a desvanecerse en la nada. Empleé todas las fuerzas de mi voluntad para penetrar aún más en el misterio, del cual sólo había logrado levantar algunos velos. Algunas veces el sueño se burlaba de mis esfuerzos, mostrándome solamente imágenes gesticulares y furtivas. En este punto no podría más que describir una idea demasiado extravagante de lo que resultó esa contención espiritual. Sentía que me deslizaba por un hilo tenso cuya longitud era infinita, la tierra atravesada por vetas multicolor de metales fundiéndose, como ya lo había visto antes, se iluminaba paulatinamente por el brote del fuego de sus entrañas, cuyo albor se fundía con los matices rojizos que teñían los flancos del orbe interno. Algunas veces me asombraba cuando veía inmensos charcos de agua suspendidos en el aire, como si de nubes se tratase, y por lo general poseían una densidad tal que se podían desprender copos de ellos, pero era obvio que se trataba de un líquido diferente al agua, y sin duda, era su evaporación lo que representaba a los mares y ríos para aquel mundo de las almas. Por fin llegué a ver el litoral inmenso que estaba cubierto totalmente por una especie de cañaveral verdusco, sus extremos sin embargo se veían amarillos como si los rayos del sol les hubieran secado parcialmente, empero, desde las pasadas ocasiones no había apercibido más ese astro…
Un castillo dominaba la costa por el cual comencé a trepar. En la vertiente opuesta, advertí la grandiosidad de una ciudad inmensa, ya se aproximaba la noche cuando atravesaba la montaña y pude percibir las luces de los caseríos y de las calles, al descender, pronto me hallé en un mercado donde se vendía frutas y hortalizas similares a las que se dan en las regiones meridionales. Bajé por unas escaleras oscuras y me encontré, por fin, con las calles, se anunciabala apertura de un casino, y los detalles de su distribución se indicaban a través de prospectos, el encuadramiento tipográfico estaba hecho con guirnaldas de flores bastante coloridas y representativas, tanto que parecían naturales. Una parte del edificio estaba aún en construcción; entré en un taller donde vi a unos obreros que modelaban con arcilla a un animal enorme que iba presentando el aspecto de una llama, pero que al parecer debía proveérsele de grandes alas. Dicho monstruo parecía estar atravesado por un surtidor de fuego que lo iba animando poco apoco, de manera que, traspasado por mil ramificaciones purpúreas que constituía algo así como sus venas y arterias, se retorcía a medida que, por decirlo de alguna manera, la inerte materia se iba fecundando, revistiéndose con una broza de fibrosos apéndices, de membranas y mechones lanudos. Me detuve a observar la obra maestra en la cual parecía haberse descubierto los secretos de la creación divina.
«Esto que tenemos aquí –me dijeron– es el fuego primitivo que animó a los primeros seres…en otro tiempo, este fuego subía hasta la superficie de la tierra, pero ahora todas las fuentes están extintas.» También pude admirar trabajos de orfebrería enlos que empleaban dos tipos de materiales que son desconocidos sobre la tierra: uno era rojo que podría corresponder al cinabrio y el otro era de un color parecido al lapislázuli. Los ornamentos no eran ni martillados ni cincelados, sino que se formaban, se matizaban y eclosionaban como si se tratara de una especie de plantas metálicas que logran reproducir a partir de ciertas mezclas químicas.
«¿No crearon también a los hombres?» – le pregunté a uno de los trabajadores – pero él me replicó: «Los hombres provenimos de lo alto y no de abajo, ¿Acaso podríamos crearnos a nosotros mismos?. Aquí no hacemos más que formular, para el progreso sucesivo de nuestras empresas una materia más sutil que aquella que compone a la corteza terrestre.» «Esas flores que parecían naturales, ese animal que parecía estar vivo no son más que productos del arte más elevado y del nivel más alto de nuestro conocimiento. Y de tal forma cada quien deberá juzgarlo.»
Tales fueron, más o menos, las palabras que me dirigieron, de las cuales creí haber discernido lo que querían decir. Me puse a recorrer el salón del casino donde me tope con una gran multitud de la cual pude distinguir a varias personas que me eran conocidas, algunas aún vivían, pero, otras ya habían fallecido en diversas épocas, las primeras parecían ignorarme o simplemente no me veían, mientras que las otras, al contrario, me saludaban aunque no me conocieran. Llegué al salón más grande, que estaba cubierto completamente por alfombras rojas, orladas con tramados ribetes de oro, los cuales, formaban hermosos diseños, en el centro se hallaba un sofá similar a un trono; algunos contertulios se sentaban en él para apreciar su confort. Pero no estando culminados todos los preparativos, se marchaban hacia otros salones. Conversaban a respecto de una boda y del novio que, según se murmuraba, debería llegar en cualquier momento, para anunciar el comienzo de la ceremonia. De pronto, se apoderó de mí un incomprensible arrebato. Imaginé que a quien se esperaba era mi doble que se disponía a esposarse con Aurelia y armé un escándalo tan grande que pareció consternar a todos los presentes. Comencé a hablar vehementemente explicando mis motivos de queja y reclamando la ayuda de todos los que me conocían; un anciano me dijo entonces:
— No está bien comportarse de esa forma, Ud. está alarmando a todo el mundo.
Entonces exclamé: — Sé muy bien que él ya en alguna ocasión me golpeó con su arma, sin
embargo, le espero sin ningún temor, ya que conozco cuál es su punto débil. En ese momento uno de los obreros del taller que había visitado al
entrar, apareció, llevaba consigo una larga varilla puesta al rojo vivo en uno
de sus extremos, quise arrojarme sobre él, pero la punta rojiza del candente
metal, el cual mantenía siempre
en ristre, amenazábame…
Entonces, retrocedí hasta donde se encontraba el trono y con el
Entonces, retrocedí hasta donde se encontraba el trono y con el
alma pletórica de un orgullo inaudito, levanté el brazo haciendo una señal
la cual a mí me parecía contener un mágico secreto. El ensordecedor y agudo
grito de una mujer, impregnado de un dolor desgarrante, me levantó
precipitadamente. Las sílabas de una palabra desconocida que estaba apunto de
pronunciar, expiraron sobre mis labios antes de ver la luz… inmediatamente, me arrojé al piso y me puse a rezar fervorosamente llorando
con lágrimas amargas. Pero ¿de dónde provenía ese grito que resonaba tan
angustiadamente en medio de la noche? Ese grito no provenía de los sueños, era el
grito de una persona de este mundo, y a mí me pareció reconocer en él el dulce acento de la voz de Aurelia…
Abrí la ventana, estaba todo tranquilo y no volví a escuchar aquel pavoroso grito, así que salí para saber si alguien lo había escuchado, pero nadie había oído nada, sin embargo, estoy seguro que ese grito era verdadero y que había resonado en el mundo de los vivos… sin duda, podría decírseme que la casualidad ha podido hacer que en ese
preciso instante una mujer afligida gritara por los alrededores del
recinto. Mas, según mis ideas, los acontecimientos terrenales están
estrechamente ligados a los del mundo invisible. Se trata de esas extrañas
conexiones que ni siquiera yo puedo comprender y que
es más sencillo señalar que tratar de definir…
¿Qué había hecho? Había perturbado acaso la armonía del mágico universo donde mi alma podía tener la certeza de poseer una existencia imperecedera. Quizás estaba maldito por haber querido ahondar en un misterio tan terrible, desafiando la ley divina, ¡Tan sólo debía esperar la cólera y el desprecio! Las sombras exasperadas huyeron emitiendo gritos y trazando en el aire forzosos círculos, así como los pájaros cuando se aproxima una tormenta.
Traducción:
E.J Ríos
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