jueves, 25 de abril de 2013

Mansur al-Hallaj: Poemas Místicos (منصور حلاج‎ c.858 – 922)



Qué tierra está   
       vacía de Ti



¿Por qué se elevan a buscarte 
 en el cielo?
Tú los ves mirándote en el gran día
Pero ciegos ellos no ven.

2

Mi corazón tenía caprichos dispersos
Y mis caprichos, desde que el ojo Te ha visto, se han unido
Ahora me envidia aquel que yo envidiaba
Y soy el maestro de otros desde que Tú te has convertido en mi maestro
No me culpen en Ti amigos y enemigos
Porque desconocen la gravedad de mi prueba
He dejado a la gente su acá-abajo y su religión,
Absorbido en Tu amor, Oh Tú mi religión y mi acá-abajo

4

Te he escrito sin escribir
Es más bien a mi espíritu a quien he escrito sin escribir
Porque nada separa al espíritu de su Bien Amado
Ni siquiera la distancia de una carta
Y toda carta emanada de Ti, proveniente de Ti
Es una respuesta sin reenvío de respuesta

5

Tu imagen está en mi ojo
Tu invocación en mi boca
Tu habitación en mi corazón
Entonces ¿dónde podrías estar ausente?

9

Con el ojo del corazón vi a mi Señor
Y Le dije : ¿Quién eres Tú? El me dijo: ¡Tú!
Pues por Ti “donde” no es un lugar
Y allá donde Tú estás no hay un “donde”
De Ti la imaginación no tiene imagen
A fin de que pueda saber dónde estás Tú
Tú que contienes todo “donde”
A la manera de “no dónde”, ¿dónde entonces estás Tú?

10

Tengo un Bien Amado que visito en las soledades
Presente y ausente a las miradas
Tú no me ves escucharle con el oído
Para entender las palabras que Él dice
Palabras sin forma ni pronunciación
Y que no se parecen a la melodía de las voces
Es como si dirigiéndome a Él
Por el pensamiento, yo me dirigiera a mí mismo
Presente y ausente, próximo y lejano
Las figuras de los calificativos no pueden contenerle
Él está más cerca que la conciencia para la imaginación
Y más oculto que los pensamientos evidentes

11

Mátenme mis autoridades pues mi vida ha de ser muerta
Y mi muerte está en mi vida y mi vida está en mi muerte
La desaparición de mí es para mí un don de los más nobles
Y mi permanencia en mis cualidades, uno de los pecados viles
Gran patriarca soy, de un rango elevado
Pues he llegado a ser un niño en el jirón de las nodrizas
Habitando al mismo tiempo el hueco de una tumba en tierras salinas
Mi madre dio a luz a su padre (1), he aquí una de mis maravillas
Y mis hijas, de mis hijas, fueron mis hermanas
No por hecho de los tiempos ni por hecho de los adulterios

12

He renegado la religión de Dios, lo renegado
Es un deber para mí, un pecado para los musulmanes

15

Me esforcé en esperar
Pero mi corazón ¿puede hacer esperar a mi corazón?
Tu espíritu se mezcló a mi espíritu
En la proximidad y la distancia
Pues yo soy Tú como Tú
Tú eres yo y lo que yo quiero

18

Pasiones de lo Verdadero que enteras todas nacen de lo Verdadero
Pero que no pueden alcanzar la comprensión de lo más grande
Pues ¿qué es la pasión sino una inclinación seguida de una mirada
Que propaga una llama entre sus conciencias?
Si lo Verdadero llega a habitar la conciencia
Tres estados se repiten ahí al cuidado de los clarividentes:
Un estado que aniquila la conciencia en la esencia de su pasión
Luego la hace presente por la pasión en estado de perplejidad
Y un estado donde todas las fuerzas de la conciencia se aúnan
Volviéndose hacia una visión que aniquila a todo visionario

19

Cuando el enamorado alcanza la perfección en el amor
Y se abstiene de Invocarlo bajo el dominio de la invocación
Entonces ve la verdad de aquello con que el amor le rindió testimonio:
Blasfemia, la plegaria de los amantes

21

Tú moras en mi corazón y él contiene los misterios de Ti
¡Que la morada se regocije y se regocije el vecino!
El no refrena ningún misterio que yo conozca salvo Tú
Mira con Tu ojo: ¿hay algún otro en la morada?
Que la noche de la separación se alargue o se acorte
La esperanza y el recuerdo de Él me hacen compañía
Mi pérdida me conviene porque Te conviene, Oh mi Asesino
Y yo elijo lo que Tú eliges

22

Las luces de la luz de la Luz tienen luces en la creación
Y el Misterio tiene misterios en la conciencia de quienes saben guardarlo
Y el Ser entre los seres es un ser creador
Donde mi corazón descansa, se ofrenda y divide
Con el ojo de la razón contempla lo que describo
Pues la razón tiene más de un oído conciente y más de una mirada

24

Al negarte Te santifico
Y mi razón en Ti es locura
¿Quién es Adán sino Tú?
¿Y quién en el alejamiento es Satán?

25

De todo mi ser, Oh mi Santidad, contengo Tu amor pleno
Tú Te revelas a mí como si estuvieras en mí
Vuelvo mi corazón hacia aquello que no eres Tú
Y no veo más que a mí extranjero a los otros, familiar a Ti
En el confinamiento de la vida, heme aquí privado de humanos
¡Arrástrame entonces a mi confinamiento!

26

¡Dios es testigo! Que ningún sol salga ni se ponga
Sin que Tu amor esté unido a mis suspiros
Y que no me aísle para distraerme con el prójimo
Sin que Tú seas mi distracción con el prójimo
Y que triste o gozoso no Te invoque
Sin que Tú estés en mi corazón entre mis dudas
Y que de sed no me apreste a beber agua
Sin que vea una imagen de Ti en mi copa
¡Ah! ¡si yo pudiera, iría a Ti
corriendo con el rostro o caminando con la cabeza!

27

¡Oh brisa! ¡Di al cervatillo
que beber no hace más que acrecentar mi sed!
Tengo un Bien Amado cuyo amor está en medio de las entrañas
Que Él pisotee mis mejillas si Él quiere
Su espíritu es mi espíritu, mi espíritu Su espíritu
Si Él quiere yo quiero y si yo quiero Él quiere

28

No ceso de flotar en los mares del amor
Las aguas me elevan y me hunden
Ya sea que las aguas me sostengan
Ya sea que caiga y me hunda
En fin Él me lleva en amor
Allá donde no hay orilla
Yo llamaba a Aquel cuyo nombro no develo
Y que jamás traicionaré en amor
¡Que mi alma no Te desee, Señor,
Pues ese no fue nuestro pacto!

33

¡Mi Único me ha unificado por la unificación de lo Verdadero
Verdadero que no conduce a multitud de caminos
Yo soy lo Verdadero y lo Verdadero es Verdadero por lo Verdadero
Él se viste de Sí mismo y la diferencia se desvanece
Estrellas puras se manifiestan
Centelleando en brillantes relámpagos!

34

¡No se nos calumnie! He aquí los dedos
que tenemos teñidos con sangre de los amantes

36

Tu espíritu se mezcla a mi espíritu
Como el ámbar al almizcle oloroso
Si una cosa Te toca, ella me toca
Porque Tú eres yo inseparablemente

38

La vida de aquí abajo me hace creer que me equivoco
Como si yo no supiera su estado
Dios condenando lo ilícito
Y yo evitando lo lícito
Ella me tendió su derecha
Y yo la devolví con su izquierda
Yo la vi en la necesidad
Y le hice ofrenda de su totalidad
¿Y cómo llorar su abandono
cuando no conozco sus favores?

39

Con el ojo del saber mi mirada indicó
Indicó con el solo pensamiento secreto
Y en mi conciencia algo apareció
Más sutil a comprender por la imaginación de mi imaginación
Y dividí el tumulto de la mar de mi pensamiento
Atravesándolo como una flecha
Y mi corazón se elevó con las plumas de mi nostalgia
Fijas a las alas de mi determinación
Hacia Aquel que, preguntándoseme sobre Él,
Yo indico por un símbolo pero que no nombro
Hasta que, habiendo sobrepasado todo límite
Errante en los desiertos de la proximidad
Yo miraba dos puntos de agua
Y no veía ahí nada que sobrepasara los límites de mi imagen
Entonces dócil, vine a Él
Sosteniendo el extremo de mi traílla en la palma de mi sumisión
El amor grabó de Él en mi corazón
A hierro de la nostalgia, una huella ¡qué huella!
Y en la proximidad, la visión de mí se ausentó de mí
Tanto que olvidé mi nombre

40

Me sorprendo de Ti y de mí
Oh Tú que deseas al deseante
Tú me has acercado a Ti
Al punto que he creído que Tú eras yo
Y me he absorbido en el amor
Al punto que Tú me has aniquilado en Ti
¡Oh, mi felicidad en la vida
Y mi quietud después de mi sepultación!
En mi lamento y mi confianza
Sólo Tú me acompañas
¡Oh Tú cuyos jardines de signos
Abrazan toda apariencia
Si yo deseo una cosa
Tú eres todo lo que yo deseo

41

Oh tú que me acusas por Su amor, ¡Cómo me acusas!
No me habrías acusado si de Él hubieras sabido por qué sufro
Algunos van de peregrinación, la mía está ahí donde yo habito
Sacrifican el ganado y yo, mi alma y mi sangre
Aquellos que, sin la ayuda de los sentidos, giran alrededor de la Ka’aba,
Giran alrededor de Dios, Quien les dispensa del Lugar Sagrado

44

¡Ay! ¿Tú o yo? ¡He aquí dos dioses!
Lejos de mí, lejos de mí la afirmación de dos
Ah, jamás mi no-ser es para Ti un ser
Y mi todo es en todo ambiguo al doble rostro
¿Dónde, entonces, está Tu ser ahí donde yo miro?
Pues ya mi ser está allá o él no tiene “donde”
¿Y dónde está Tu rostro que yo busco con la mirada?
¿En la visión del corazón? ¿En la visión del ojo?
Entre Tú y yo, un yo está de más
¡Que la separación cese y que el Tú avasalle al yo!

47

Dos en mí vigilan, testigos de Su amor
Y dos en mí atestiguan que Tú me ves
En lo más profundo de mí, no hay pensamiento sino para Ti
Y mi lengua no dice más que Tu amor
Si yo quiero el oriente, Tú eres el oriente del oriente
Y si quiero el occidente, Tú estás justo delante de mis ojos
Si quiero un en-lo-alto, Tú eres el en-lo alto del en-lo-alto
Y si yo quiero un en-lo-bajo, Tú eres todo espacio
Tú eres el lugar de todo, o más bien su no lugar
Y Tú estás, imperecedero, en el todo de todo
En mi corazón, mi alma, mi conciencia mi pensamiento,
La alternancia de mis respiros y el nudo de mi íntimo



(1) Alusión al Profeta llamando a Fátima, su hija, “madre de su padre” Traducido desde el francés por Soledad Fariña

miércoles, 24 de abril de 2013

Rubén Darío: Azul (Cuento griego)


     El Sátiro 
              Sordo 





Habitaba cerca del Olimpo un sátiro, y era el viejo rey de su selva. Los dioses le habían dicho: "Goza, el bosque es tuyo; sé un feliz bribón, persigue ninfas y suena tu flauta". El sátiro se divertía. Un día que el padre Apolo estaba tañendo la divina lira, el sátiro salió de sus dominios y fue osado a subir al sacro monte y sorprender al dios crinado. Éste le castigó tornándole sordo como una roca. En balde en las espesuras de la selva llena de pájaros se derramaban los trinos y emergían los arrullos. El sátiro no oía nada. Filomela llegaba a cantarle sobre su cabeza enmarañada y coronada de pámpanos, canciones que hacían detenerse los arroyos y enrojecerse las rosas pálidas. Él permanecía impasible, o lanzaba sus carcajadas salvajes y saltaba lascivo y alegre cuando percibía por el ramaje lleno de brechas alguna cadera blanca y rotunda que acariciaba el sol con su luz rubia. Todos los animales le rodeaban como a un amo a quien se obedece. A su vista, para distraerle, danzaban coros de bacantes encendidas en su fiebre loca, y acompañaban la armonía, cerca de él, faunos adolescentes, como hermosos efebos, que le acariciaban reverentemente con su sonrisa; y aunque no escuchaba ninguna voz, ni el ruido de los crótalos, gozaba de distintas maneras. Así pasaba la vida este rey barbudo que tenía patas de cabra.

Era sátiro caprichoso.

Tenía dos consejeros áulicos: una alondra y un asno. La primera perdió su prestigio cuando el sátiro se volvió sordo. Antes, si cansado de su lascivia soplaba su flauta dulcemente, la alondra le acompañaba.

Después, en su gran bosque, donde no oía ni la voz del olímpico trueno, el paciente animal de las largas orejas le servía para cabalgar, en tanto que la alondra, en los apogeos del alba, se le iba de las manos, cantando camino de los cielos.

La selva era enorme. De ella tocaba a la alondra la cumbre; al asno, el pasto. La alondra era saludada por los primeros rayos de la aurora; bebía rocío en los retoños; despertaba al roble diciéndole: "Viejo roble, despiértate". Se deleitaba con un beso del sol: era amada por el lucero de la mañana. Y el hondo azul, tan grande, sabía que ella, tan chica, existía bajo su inmensidad. El asno (aunque entonces no había conversado con Kant) era experto en filosofía según el decir común. El sátiro, que le ve ramonear en la pastura, moviendo las orejas con aire grave, tenía alta idea de tal pensador. En aquellos días el asno no tenía como hoy tan larga fama. Moviendo sus mandíbulas no se había imaginado que escribiese en su loa Daniel Heinsius, en latín, Passerat, Buffot y el gran Hugo en francés, Posada y Valderrama en español.

Él, pacienzudo, si le picaban las moscas, las espantaba con el rabo, daba coces de cuando en cuando y lanzaba bajo la bóveda del bosque el acorde extraño de su garganta. Y era mimado allí. Al dormir su siesta sobre la tierra negra y amable, le daban su olor las yerbas y las flores. Y los grandes árboles inclinaban sus follajes para hacerle sombra.

Por aquellos días, Orfeo, poeta, espantado de la miseria de los hombres, pensó huir a los bosques, donde los troncos y las piedras le comprenderían y escucharían con éxtasis, y donde él pondría temblor de armonía y fuego de amor y de vida al sonar de su instrumento.

Cuando Orfeo tañía su lira había sonrisa en el rostro apolíneo. Deméter sentía gozo. Las palmeras derramaban su polen, las semillas reventaban, los leones movían blandamente su crin. Una vez voló un clavel de su tallo hecho mariposa roja, y una estrella descendió fascinada y se tornó en flor de lis.

¿Qué selva mejor que la del sátiro a quien él encantaría, donde sería tenido como un semidiós; selva toda alegría y danza, belleza y lujuria; donde ninfas y bacantes eran siempre acanciadas y siempre vírgenes; donde había uvas y rosas y ruido de sistros, y donde el rey caprípede bailaba delante de sus faunos, beodo y haciendo gestos como Sileno?

Fue como su corona de laurel, su lira, su frente de poeta orgulloso, erguida y radiante.

Llegó hasta donde estaba el sátiro velludo y montaraz, y para pedirle hospitalidad, cantó. Cantó del gran Jove, de Eros y de Afrodita, de los centauros gallardos y de las bacantes ardientes. Cantó la copa de Dionisio, y el tirso que hiere el aire alegre, y a Pan, Emperador de las Montañas, Soberano de los Bosques, dios-sátiro que también sabía cantar. Cantó de las intimidades del aire y de la tierra, gran madre. Así explicó la melodía de un arpa eolia, el susurro de una arboleda, el ruido ronco de un caracol y las notas armónicas que brotan de una siringa. Cantó del verso, que baja del cielo y place a los dioses, del que acompaña el bárbitos en la oda y el tímpano en el peán. Cantó los senos de nieve tibia y las copas de oro labrado, y el buche del pájaro y la gloria del sol.

Y desde el principio del cántico brilló la luz con más fulgores. Los enormes troncos se conmovieron, y hubo rosas que se deshojaron y lirios que se inclinaron lánguidamente como en un dulce desmayo. Porque Orfeo hacia gemir los leones y llorar los guijarros con la música de su lira rítmica. Las bacantes más furiosas habían callado y le oían como en un sueño. Una náyade virgen a quien nunca ni una sola mirada del sátiro había profanado, se acercó tímida al cantor y le dijo: "Yo te amo". Filomela había volado a posarse en la lira como la paloma anacreóntica. No había más eco que el de la voz de Orfeo. Naturaleza sentía el himno. Venus, que pasaba por las cercanías, preguntó de lejos con su divina voz: "¿Está aquí acaso Apolo?"
Y en toda aquella inmensidad de maravillosa armonía, el único que no oía nada era el sátiro sordo.

Cuando el poeta concluyó, dijo a éste:

-¿Os place mi canto? Si es así, me quedaré con vos en la selva.


El sátiro dirigió una mirada a sus dos consejeros. Era preciso que ellos resolviesen lo que no podía comprender él. Aquella mirada pedía una opinión.

-Señor -dijo la alondra, esforzándose en producir la voz más fuerte de su buche-, quédese quien así ha cantado con nosotros. He aquí que su lira es bella y potente. Te ha ofrecido la grandeza y la luz rara que hoy has visto en tu selva. Te ha dado su armonía. Señor, yo sé de estas cosas. Cuando viene el alba desnuda y se despierta el mundo, yo me remonto a los profundos cielos y vierto desde la altura las perlas invisibles de mis trinos, y entre las claridades matutinas tú melodía inunda el aire, y es el regocijo del espacio. Pues yo te digo que Orfeo ha cantado bien, y es un elegido de los dioses. Su música embriagó el bosque entero. Las águilas se han acercado a revolar sobre nuestras cabezas, los arbustos floridos han agitado suavemente sus incensarios misteriosos, las abejas han dejado sus celdillas para venir a escuchar. En cuanto a mí, ¡oh señor!, si yo estuviese en lugar tuyo le daría mi guirnalda de pámpanos y mi tirso. Existen dos potencias: la real y la ideal. Lo que Hércules haría con sus muñecas, Orfeo lo hace con su inspiración. El dios robusto despedazaría de un puñetazo al mismo Atos. Orfeo les amansaría con la eficacia de su voz triunfante, a Nernea su león y a Erimanto su jabalí. De los hombres, unos han nacido para forrar los metales, otros para arrancar del suelo fértil las espigas del trigal, otros para combatir en las sangrientas guerras, y otros para enseñar, glorificar y cantar. Si soy tu copero y te doy vino, goza tu paladar; si te ofrezco un himno, goza tu alma.

Mientras cantaba la alondra, Orfeo le acompañaba con su instrumento, y un vasto y donante soplo lírico se escapaba del bosque verde y fragante. El sátiro sordo comenzaba a impacientarse. ¿Quién era aquel extraño visitante?. ¿Por qué ante él había cesado la danza loca y voluptuosa? ¿Qué decían sus dos consejeros?

¡Ah, la alondra había cantado, pero el sátiro no oía! Por fin, dirigió su vista al asno.

¿Faltaba su opinión? Pues bien, ante la selva enorme y sonora, bajo el azul sagrado, el asno movió la cabeza de un lado a otro, grave, terco, silencioso, como el sabio que medita.

Entonces, con su pie hendido, hirió el sátiro el suelo, arrugó su frente con enojo, y sin darse cuenta de nada, exclamó, señalando a Orfeo la salida de la selva:

-¡No!

Al vecino Olimpo llegó el eco, y resonó allá, donde los dioses estaban de broma, un coro de carcajadas formidables que después se llamaron homéricas.

Orfeo salió triste de la selva del sátiro sordo y casi dispuesto a ahorcarse del primer laurel que hallase en su camino.

No se ahorcó, pero se casó con Eurídice.




FIN


lunes, 22 de abril de 2013

Macedonio Fernández (1874-1952)


Poema al Astro de luz
        Memorial
    

Poema a la memoria en lo astral (Yo todo lo voy diciendo para matar la muerte en "Ella")
 TESIS: Es más Cielo la Luna que el Cielo, si una Cordialidad de la Altura es lo que buscamos.
 Astro terranalicio de la luz segunda astro terranalicio de la luz dulce
que con aventura extraña visitas las noches de la tierra, unas sí y otras no, pero siempre de una noche para otra con diversa libertad de visita, siempre o más breve o más detenida y cada serie de tus visitas comienzas tímidamente y mitad decreces noche a noche y mitad decreces noche a noche, haciéndote un visitante diferente de noche en noche, para en mínimo ser cual comenzaste partir a un no volver de algunos días.

Astro terranalicio de un día sí y otro no, de una vez más y otra menos, pero que no dejas nunca de serlo.

¿Para qué astro eres entonces visita de sus noches, pues no eres terrenal en tus ciertas ausencias, o es que los otros días piensas en ti sola como sólo en la tierra en las noches de tu plena luz?

Dile a un poeta que no lo sabe todo, si está hecha tu ausencia con un pensar en ti, o quizá con un lucir a otro. Porque poeta es saberlo todo.

Trechos de tu órbita la tierra no los sabe, y ella tan cierta está de algún imposible tuyo para tenerse en sus noches y este amor alternante no se enduda, en tanto en mí, hombre de continuidad en humano amor me puso incurablemente en sospecha.

Pero te amamos tanto, astro de la luz segunda, tu dulce luz tanto amamos memorizando a la tierra el sol no presente con tu luz recuerdo; yo al menos te amo tanto, que cuando vuelves ceso de creer en tu ausencia de ayer y de otros días. También como la tierra, yo creo que sólo por imposible ayer no estabas.

Astro memorioso que esmeras un día de cada dos en tocar de diurnidad la noche terrenal, cual si supieras que la memoria solar de la tierra solaricia es desfalleciente de un día a otro alternado día y si antes y después le has de hacer noches diurnales a la tierra y lo haces tú, tú que no tienes olvido por ausencia, tú que ausente por noches fías en la memoria de ti por la tierra, inquiétaste por la memoria solar de la tierra.

Tutora de la fidelidad terrenal al recuerdo del sol, en eso eres solaricia; pero eres terranalicia en tu fidelidad de compañía a la órbita de la tierra.

He comprendido un misterio tuyo pero éste no.

Terranalicia tú, solaricia la tierra ¿es que velas por toda la memoria en el mundo y amas más las memorias, por más reales, que los presentes? Aquí callo sin comprender.

¿O es que no nos vienes en tu amor sino en un menos amor y en principal cuida del amor solario de la tierra?

Cuando te veo recién arribada, alcanzado por ti nuestro borde, pareciendo vacilar allí y como a emprender un rodar a lo largo del horizonte por gustarlo, y luego te pliegas a un ascenso ¿qué nos quieres decir así?

Quedemos sin saberlo hoy también; mañana, más tarde —para qué son nuestros días sino para trabajar más y otra vez los misterios— más enérgicamente, en buena hora de mi espíritu contemplaré, escucharé el misterio de tu sentido en el misterio todo.

Cuando tú quieres ser el ojo del ciprés y con un mirar obseso aferras nuestra contemplación debemos comprenderte dolorida, tanto como cuando nosotros en un no poder ya resistir nos revolvemos como tú ahora
oh único astro que mira
(pues todos los otros saetan ásperos de chispas que nunca miraron).

Oh único astro de mirada,
nos revolvemos clamando hacia el no ser.

Y ya ahora te desprendiste del follaje y tiendes hacia el horizonte,
te serenas, vagas
y cuando la nubecilla en gran viento flota, te aguzas flecha disparada de ella vertiginosa
para detenerte, serenarte cunado huiste bastante de aquel pasajero copo al que le opusiste tu fuga, caprichosa triste
y complacida de tu juego y nuestro asombro, nos encaras con ligereza
y en fin vas cayendo con ladeado mirar distraído hacia el borde del mundo.

Y ya te fuiste, con tus pobres dichas y quejas.
En toda la andanza, sólo en el perfil de los cipreses lloraste, y tanto que pediste nuestra piedad.
Y ahora por faltar tuyo un cielo sin mirada en las noches,
ahora sólo habrá astros que agitan, no tú que acompañas.

Oh, sí, acompañas
con cuántas gracias saltas de copa en copa siguiéndonos entre los árboles con tus saltitos de luz a sombras.

El único mirar dulce que viene de lo alto es el tuyo
el chispear del viaje de indiferencia de las otras estrellas molesta y agita, y no nos mira.

Heridos de ellas, corremos a ti cuando apareces
y con dolor nuestro comienza la ausencia tuya.

Sí; porque pudiera que el móvil chispear de las estrellas sea dolor como hay dolor en nosotros
pero es que tú, luna, que también sufres, miras y acompañas.

Eres más sabia o afortunada en la mitigación participante.

Qué es la luna no lo sabemos hombres y aun artistas y poetas, qué sentido tiene su ser y sus modos, su adhesión a la tierra, su seguimiento al sol, su mediación mnemónica entre la tierra y el sol y por qué quiere hacer diurnales unas y no otras de las noches terrenas, y tantas cosas más neciamente explicadas, que de ella ignoramos pero que sólo puede explicarlas la doctrina del misterio.

Que el sol te atrae, que la tierra también, que recibes la luz del sol y sin amor, por fuerza la reflejas a la tierra, éstas no son explicaciones; no se nos dice por qué el sol brilla, por qué en torno suyo gira la luna en torno de la tierra, ya que pudo ser otramente; por qué hay una luz interceptable, por qué hay una luz que tiene sombras, por qué ceden a su paso unas cosas y otras no y hay lo opaco y lo traslúcido.

Mecánica dirá por qué, pero yo no pregunto sino para qué razón para el alma, pues conciencia se anula si admite un mundo rígido, y todo el porqué físico no es más que decirme el antes de algo, o sea una evasión no una respuesta.

Lo que anhelamos explicar es qué debemos sentir y adivinar ante estos hechos, ante el comportamiento lunar, qué nos quiere decir y de qué manera concierta con el misterio total único. La espontaneidad, el acontecer libre, no es una respuesta; es un renunciamiento explicativo.

Todavía no poeta, no soy poeta, no hay poeta, pues de eso no se sabe. Hasta ahora, pues, sólo vivimos.

Debió enseñarsenos y debimos entenderlo antes que nuestro saber ignorado innato y luego nuestro acto nos hicieran gustar por primera vez el pecho materno. ¿Pero cómo, se dirá, ha de esperar el niño a conocer el sentido de la luna para empezar a nutrirse, si en tanto morirá? ¿Pero por qué, digo yo, ha de precisar nutrirse antes de entender el sentido de la luna y se ha de morir si deja lo uno por lo otro? La ciencia nada explica, es evidente; pero el poeta no lo dijo nunca tampoco, aún.

Y yo miraré la próxima luna todavía sin entenderla.

Oh luna, que puede amarse, bien me pareces pobrecita del cielo.