Poema al Astro de luz
Memorial
Poema a la memoria en lo astral (Yo todo lo voy diciendo para matar la muerte en "Ella")
Memorial
Poema a la memoria en lo astral (Yo todo lo voy diciendo para matar la muerte en "Ella")
TESIS: Es más Cielo la Luna que el Cielo, si una Cordialidad de la Altura
es lo que buscamos.
Astro terranalicio de la luz segunda astro terranalicio de la luz dulce
que con aventura extraña visitas las noches de la tierra, unas sí y otras
no, pero siempre de una noche para otra con diversa libertad de visita, siempre
o más breve o más detenida y cada serie de tus visitas comienzas tímidamente y mitad decreces noche a
noche y mitad decreces noche a noche, haciéndote un visitante diferente de
noche en noche, para en mínimo ser cual comenzaste partir a un no volver de
algunos días.
Astro terranalicio de un día sí y otro no, de una vez más y otra menos,
pero que no dejas nunca de serlo.
¿Para qué astro eres entonces visita de sus noches, pues no eres terrenal
en tus ciertas ausencias, o es que los otros días piensas en ti sola como sólo
en la tierra en las noches de tu plena luz?
Dile a un poeta que no lo sabe todo, si está hecha tu ausencia con un
pensar en ti, o quizá con un lucir a otro. Porque poeta es saberlo todo.
Trechos de tu órbita la tierra no los sabe, y ella tan cierta está de
algún imposible tuyo para tenerse en sus noches y este amor alternante no se
enduda, en tanto en mí, hombre de continuidad en humano amor me puso
incurablemente en sospecha.
Pero te amamos tanto, astro de la luz segunda, tu dulce luz tanto amamos
memorizando a la tierra el sol no presente con tu luz recuerdo; yo al menos te
amo tanto, que cuando vuelves ceso de creer en tu ausencia de ayer y de otros
días. También como la tierra, yo creo que sólo por imposible ayer no estabas.
Astro memorioso que esmeras un día de cada dos en tocar de diurnidad la
noche terrenal, cual si supieras que la memoria solar de la tierra solaricia es
desfalleciente de un día a otro alternado día y si antes y después le has de
hacer noches diurnales a la tierra y lo haces tú, tú que no tienes olvido por
ausencia, tú que ausente por noches fías en la memoria de ti por la tierra,
inquiétaste por la memoria solar de la tierra.
Tutora de la fidelidad terrenal al recuerdo del sol, en eso eres
solaricia; pero eres terranalicia en tu fidelidad de compañía a la órbita de la
tierra.
He comprendido un misterio tuyo pero éste no.
Terranalicia tú, solaricia la tierra ¿es que velas por toda la memoria en
el mundo y amas más las memorias, por más reales, que los presentes? Aquí callo
sin comprender.
¿O es que no nos vienes en tu amor sino en un menos amor y en principal
cuida del amor solario de la tierra?
Cuando te veo recién arribada, alcanzado por ti nuestro borde, pareciendo
vacilar allí y como a emprender un rodar a lo largo del horizonte por gustarlo,
y luego te pliegas a un ascenso ¿qué nos quieres decir así?
Quedemos sin saberlo hoy también; mañana, más tarde —para qué son nuestros
días sino para trabajar más y otra vez los misterios— más enérgicamente, en
buena hora de mi espíritu contemplaré, escucharé el misterio de tu sentido en
el misterio todo.
Cuando tú quieres ser el ojo del ciprés y con un mirar obseso aferras
nuestra contemplación debemos comprenderte dolorida, tanto como cuando nosotros
en un no poder ya resistir nos revolvemos como tú ahora
oh único astro que mira
(pues todos los otros saetan ásperos de chispas que nunca miraron).
Oh único astro de mirada,
nos revolvemos clamando hacia el no ser.
Y ya ahora te desprendiste del follaje y tiendes hacia el horizonte,
te serenas, vagas
y cuando la nubecilla en gran viento flota, te aguzas flecha disparada de
ella vertiginosa
para detenerte, serenarte cunado huiste bastante de aquel pasajero copo al
que le opusiste tu fuga, caprichosa triste
y complacida de tu juego y nuestro asombro, nos encaras con ligereza
y en fin vas cayendo con ladeado mirar distraído hacia el borde del mundo.
Y ya te fuiste, con tus pobres dichas y quejas.
En toda la andanza, sólo en el perfil de los cipreses lloraste, y tanto
que pediste nuestra piedad.
Y ahora por faltar tuyo un cielo sin mirada en las noches,
ahora sólo habrá astros que agitan, no tú que acompañas.
Oh, sí, acompañas
con cuántas gracias saltas de copa en copa siguiéndonos entre los árboles
con tus saltitos de luz a sombras.
El único mirar dulce que viene de lo alto es el tuyo
el chispear del viaje de indiferencia de las otras estrellas molesta y
agita, y no nos mira.
Heridos de ellas, corremos a ti cuando apareces
y con dolor nuestro comienza la ausencia tuya.
Sí; porque pudiera que el móvil chispear de las estrellas sea dolor como
hay dolor en nosotros
pero es que tú, luna, que también sufres, miras y acompañas.
Eres más sabia o afortunada en la mitigación participante.
Qué es la luna no lo sabemos hombres y aun artistas y poetas, qué sentido
tiene su ser y sus modos, su adhesión a la tierra, su seguimiento al sol, su
mediación mnemónica entre la tierra y el sol y por qué quiere hacer diurnales
unas y no otras de las noches terrenas, y tantas cosas más neciamente
explicadas, que de ella ignoramos pero que sólo puede explicarlas la doctrina
del misterio.
Que el sol te atrae, que la tierra también, que recibes la luz del sol y
sin amor, por fuerza la reflejas a la tierra, éstas no son explicaciones; no se
nos dice por qué el sol brilla, por qué en torno suyo gira la luna en torno de
la tierra, ya que pudo ser otramente; por qué hay una luz interceptable, por
qué hay una luz que tiene sombras, por qué ceden a su paso unas cosas y otras
no y hay lo opaco y lo traslúcido.
Mecánica dirá por qué, pero yo no pregunto sino para qué razón para el
alma, pues conciencia se anula si admite un mundo rígido, y todo el porqué
físico no es más que decirme el antes de algo, o sea una evasión no una
respuesta.
Lo que anhelamos explicar es qué debemos sentir y adivinar ante estos
hechos, ante el comportamiento lunar, qué nos quiere decir y de qué manera
concierta con el misterio total único. La espontaneidad, el acontecer libre, no
es una respuesta; es un renunciamiento explicativo.
Todavía no poeta, no soy poeta, no hay poeta, pues de eso no se sabe.
Hasta ahora, pues, sólo vivimos.
Debió enseñarsenos y debimos entenderlo antes que nuestro saber ignorado
innato y luego nuestro acto nos hicieran gustar por primera vez el pecho
materno. ¿Pero cómo, se dirá, ha de esperar el niño a conocer el sentido de la
luna para empezar a nutrirse, si en tanto morirá? ¿Pero por qué, digo yo, ha de
precisar nutrirse antes de entender el sentido de la luna y se ha de morir si
deja lo uno por lo otro? La ciencia nada explica, es evidente; pero el poeta no
lo dijo nunca tampoco, aún.
Y yo miraré la próxima luna todavía sin entenderla.
Oh luna, que puede amarse, bien me pareces pobrecita del cielo.
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