La Partida
Y era ya la noche. Y Almitra, la profetisa, dijo: Sea bendecido este día y este lugar y tu
espíritu que ha hablado. Y él respondió, ¿Fui yo el que habló? ¿No fui también uno de los que escucharon? Descendió, entonces, las gradas del Templo y todo el pueblo lo siguió. Y
él llegó a su barco y se irguió sobre el puente. Y, mirando de nuevo a la gente, alzó la voz y
dijo: Pueblo de Orfalese: el viento me obliga a dejaros. No tengo la prisa del viento, pero debo irme. Nosotros, los trotamundos, buscando siempre el camino más solitario, no
comenzamos un día donde hemos terminado otro y no hay aurora que nos encuentre donde nos
dejó el atardecer. Viajamos aún cuando la tierra duerme. Somos las semillas de una planta tenaz y es en nuestra madurez y plenitud
de corazón que somos dados al viento y esparcidos por doquier. Breves fueran mis días entre vosotros y aún más breves las palabras que he
dicho. Pero, si mi voz se hace débil en vuestros oídos y mi amor se desvanece en
vuestra memoria, entonces, volveré. Y, con un corazón más rico y unos labios más dóciles al espíritu, hablaré. Sí, he de, Volver con la marea. Y, aunque la muerte me esconda y el gran silencio me envuelva, buscaré,
sin embargo, nuevamente vuestra comprensión.
Y mi búsqueda no será en vano: Si algo de lo que he dicho es verdad, esa verdad se revelará en una voz
más clara y en palabras más cercanas a vuestros pensamientos. Me voy con el viento, pueblo de Orfalese, pero no hacia la nada;" Y, si este día no es la realización plena de vuestras necesidades y mi
amor, que sea una promesa hasta que otro día llegue. Las necesidades del hombre cambian, pero no su amor, ni su deseo de que
este amor satisfaga sus necesidades.
Sabed, pues, que desde el silencio más grande, volveré. La niebla que se aleja en el alba, dejando solamente el rocío sobre los
campos, se eleva y se hace nube para caer después en lluvia. Y yo no he sido diferente de la niebla. En la quietud de la noche he caminado por vuestras calles y mi espíritu
entró en vuestras casas, y los latidos de vuestro corazón estuvieron en mi corazón y vuestro
aliento se posó en mi cara y yo os conozco a todos.
Y, a menudo, fui entre vosotros como un lago
entre montañas:
Reflejé vuestras cumbres y vuestras laderas y aun el pasar de vuestros
pensamientos y vuestros deseos, en manadas. Y vino a mi silencio el reír de vuestros niños en torrentes y los anhelos
de vuestra juventud
en ríos. Y, cuando llegaron a lo más profundo de mi ser, los torrentes y los ríos
no cesaron de cantar. Pero algo más dulce aún que las risas y más grande que los anhelos llegó a
mí. Fue lo ilimitado en vosotros;
El hombre inmenso del que sois apenas las células y los nervios;
Aquél en cuyo canto todo vuestro cantar no es más que un latido sordo.
Es en el hombre inmenso, en el que sois inmensos. Y es al mirarlo que yo
os ví y os amé.
Porque, ¿qué distancias puede alcanzar el amor que no estén en esa esfera
inmensurable? ¿Qué visiones, qué presunciones pueden superar ese vuelo? Como un roble gigante, cubierto de flores de manzano, es el hombre inmenso
en vosotros. Su poder os ata a la tierra, su fragancia os eleva en el espacio y, en su
durabilidad, sois inmortales. Se os ha dicho que, como una cadena, sois tan fuertes como vuestro más
débil eslabón.
Eso es sólo una verdad a medias. Sois también tan fuertes como vuestro
eslabón más fuerte. Mediros por vuestra más pequeña acción es como calcular el poder del
océano por la fragilidad de su espuma.
Juzgaros por vuestras fallas es como culpar a las estacíones por su
inconstancia. ¡Ay! Sois como un océano.
Y, aunque barcos pesados esperan la marea en vuestras playas, como el
océano, no podéis apurar vuestras mareas. Y, sois también como las estaciones. Y, aunque en vuestro invierno neguéis
vuestra primavera, La primavera, reposando en vosotros, sonríe en su ensoñación y no se ofende. No penséis que yo os hablo así para que vosotros os digáis el uno al otro:
"Nos alabó. No ha visto más que lo bueno que hay en nosotros."
Sólo os digo yo en palabras lo que vosotros mismos sabéis en pensamiento.
Vuestros pensamientos y mis palabras son ondas de una memoria sellada que
guarda el registro de nuestros ayeres. Y de los antiguos días, cuando la tierra no nos conoció ni se conoció ella
misma.
Y de las noches cuando la tierra estuvo atormentada en confusión.
Sabios vinieron a vosotros a daros de su sabiduría. Yo he venido a tomar
de vuestra sabiduría. Y he aquí que he hallado lo que es más grande que la sabiduría misma.
Es un espíritu ardiente en vosotros que junta cada vez más de él mismo. Mientras vosotros, ausentes de su expansión, lloráis el marchitarse de
vuestros días. Es la vida en busca de vida en los cuerpos que temen la tumba. No hay tumbas aquí. Estas montañas y llanuras son una cuna y un peldaño. Cada vez que paséis
cerca del campo, donde dejasteis a vuestros antecesores reposando, mirad bien y os veréis
vosotros mismos y veréis a vuestros hijos danzando de la mano.
En verdad, os divertís a menudo sin
saberlo. Otros han venido a quienes, por doradas promesas hechas a vuestra fe,
habéis dado riquezas y poder y gloria. Menos que una promesa os he dado yo y, sin embargo, habéis sido más
generosos conmigo. Me habéis dado la sed más profunda para mi vida futura. No hay seguramente
para un hombre regalo más grande que aquél que hace de todos sus anhelos unos
sedientos labios y de toda su vida una fontana fresca.
Y allí mi honor y mi premio: Que, cada vez que voy a la fuente a beber, encuentro el agua viviente
sedienta ella misma; Y ella me bebe mientras yo la bebo. Algunos de vosotros me habéis juzgado orgulloso y exageradamente esquivo
para recibir regalos. Soy, en verdad, demasiado orgulloso para recibir salario, pero no regalos.
Y aunque he comido bayas entre las colinas, cuando hubierais querido
sentarme a vuestra mesa. Y dormido en el pórtico del templo cuando me hubierais acogido
gozosamente, ¿No fue acaso vuestro cuidado amante de mis días y mis noches el que hizo
la comida dulce a mi boca y ciñó con visiones mi sueño?
Yo os bendigo aún más por esto: Vosotros dais mucho y no sabéis qué dais.
Verdaderamente, la bondad que se mira a sí misma en un espejo se convierte en piedra. Y una buena acción que se llama a ella misma con nombres tiernos se
transforma en pariente de una maldición. Y algunos de vosotros me habéis llamado solitario y
embriagado en mi propio aislamiento. Y habéis dicho: "Se consulta con los árboles del bosque, pero no con
los hombres. Se sienta, solitario en las cumbres de los montes y mira nuestra ciudad a
sus pies." ¿Cómo podría haberos visto sino desde una gran altura o de una gran
distancia? ¿Cómo se puede estar cerca de verdad, a menos que se esté lejos?
Y otros, entre vosotros, me han llamado sin palabras, diciendo:
"Extranjero, extranjero, amante de cumbres inalcanzables, ¿por qué
habitas entre las cimas, donde las águilas hacen sus nidos?
¿Por qué buscas lo inobtenible? ¿Qué tormentas quieres atrapar en tu red? ¿Y qué vaporosos pájaros cazas
en el cielo? Ven y sé uno de nosotros. Desciende y , calma tu hambre con nuestro pan y apaga tu sed con nuestro
vino."
En la soledad de sus almas decían esas cosas. Pero, si su soledad hubiera sido más profunda, hubieran sabido que lo que
yo buscaba era el secreto de vuestra alegría y vuestro dolor. Y que cazaba solamente lo más grande de vuestro ser, que camina por el
cielo. Pero el cazador fue también el cazado.
Porque muchas de mis flechas dejaron mi arco solamente para buscar mi
propio pecho. Y el que volaba se arrastró también; Porque, cuando mis alas se extendían al sol, su sombra sobre la tierra fue
una tortuga. Y el creyente fue también el escéptico; Porque yo he puesto a menudo mi dedo en mi propia herida para poder creer
más en
vosotros y conoceros mejor. Y es con esa fe y ese conocimiento que os
digo: No estáis encerrados en vuestro cuerpo, ni confinados a vuestras casas o
campos. Aquello que hay en vosotros habita sobre las montañas y pasea con el viento. No es una cosa que se arrastra bajo el sol buscando calor o excavando agujeros en la oscuridad, buscando refugio,
sino algo libre, un espíritu que envuelve la tierra y se mueve en el éter.
Si éstas son palabras vagas, no busquéis aclararlas. Vago y nebuloso es el principio de todas las cosas, pero no su fin. Y yo desearía que me recordárais como un comienzo. La vida, y todo lo que vive, son concebidos en la bruma y no en el
cristal. ¿Y quién sabe si el cristal no es la decadencia de la bruma?
Yo desearía que recordárais esto al recordarme: Aquello que parece más débil y turbado en vosotros es lo más fuerte y lo
más determinado. ¿No es vuestro aliento el que ha erigido y endurecido la estructura de
vuestros huesos? ¿Y no es un sueño, que ninguno de vosotros recuerda haber soñado, el que
edificó vuestra ciudad e hizo todo lo que en ella hay? Si pudiérais ver las mareas de ese aliento, dejaríais de ver todo lo
demás. Y, si pudiérais oír el murmullo del sueño, no oiríais ningún otro sonido. Pero no veis ni oís, y eso está bien.
El velo que nubla vuestros ojos será levantado por las manos que lo
hilaron. Y la arcilla que llena vuestros oídos será horadada por aquellos dedos que
la amasaron.
Y veréis.
Y oiréis.
Y no deploraréis, entonces, el haber conocido la ceguera, ni sentiréis
haber estado sordos. Porque ese día conoceréis el propósito escondido de todas las cosas. Y bendeciréis la oscuridad como bendecíais la luz. Con estas cosas dichas, miró a su alrededor y vio al piloto de su barco de pie
ante el timón y
mirando, ora a las henchidas velas, ora a la distancia.
Y dijo:
Paciente, más que paciente, es el capitán de mi barco.
El viento sopla y las velas están inquietas. Aún el timón solicita una
ruta. Y, sin embargo, tranquilamente, mi capitán espera mi silencio.
Y esos mis marineros, que han oído el coro del inmenso mar, tienen también
que oírme pacientemente. Pero no esperarán ahora ya. Estoy presto. La corriente ha llegado al mar y, una vez más, la gran madre aprieta a su
hijo contra su pecho. Adiós, pueblo de Orfalese.
Este día ha terminado.
Se está cerrando sobre nosotros como un nenúfar se cierra sobre su propio
mañana. Guardamos lo que aquí nos ha sido dado, Y, si no es suficiente, nos reuniremos de nuevo y juntos tenderemos
nuestras manos hacia el dador.
No olvidéis que yo volveré hacia vosotros. Un momento, no más, y mi anhelo reunirá espuma y polvo para otro cuerpo. Un momento, un momento de descanso en el viento, y otra mujer me llevará consigo.
Adiós a vosotros y a la juventud que he pasado con vosotros. Fue ayer que nos encontramos en mi sueño. Habéis cantado para mí en mi soledad, y yo, de vuestras ansias, he edificado una torre en el cielo.
Pero ahora nuestro sueño se ha ido y ya no es la aurora. El mediodía está sobre nosotros y nuestra somnolencia se ha cambiado en día pleno, y debemos separarnos. Si, en el crepúsculo del recuerdo, nos encontráramos una vez más hablaremos juntos de nuevo y me cantaréis
una canción más honda.
Y, si nuestras manos se unieran en otro sueño, levantaremos
otra torre en el cielo. Diciendo así, hizo una seña a los hombres de mar e, inmediatamente, ellos levaron anclas, soltaron las amarras y se movieron hacia el este. Y un grito nació de la gente, como de un solo corazón y se elevó en el crepúsculo y se arrastró sobre el mar como un sonar de trompetas.
Sólo Almitra estaba silenciosa, siguiendo al barco con los ojos hasta que se desvaneció en la niebla. Y, cuando toda la gente se dispersó, ella estaba todavía sola sobre el muro que da al mar, recordando en su
corazón lo que él dijera:
«Un momento, un momento de descanso en el viento,
y otra mujer me llevará
consigo.»
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