sábado, 29 de diciembre de 2012

G.I. Gurdjieff (1866 - 1949)


La última hora               de Vida


Imagina, que sólo tienes unos pocos minutos, tal vez una hora para vivir; de alguna manera has descubierto exactamente cuándo morirás. ¿Qué harías con esta preciosa hora de estadía en la Tierra? ¿Serías capaz de completar todas tus cosas en esta última hora?. ¿Tienes una idea consciente sobre como hacerlo? Y mientras sueltas tu último aliento ¿sentirías satisfacción al saber que has hecho todo lo posible en esta vida, para darte cuenta que estás presente constantemente, siempre vibrando, siempre esperando, como un hijo esperando a su padre marinero?. En el mundo manifestado todo tiene su principio y su final. En el Mundo Real todo esta siempre presente y un hermoso día se te permitirá olvidar todo y dejar el mundo “para siempre.”

La libertad vale un millón de veces más que la liberación. El hombre libre, aunque esté en esclavitud, sigue siendo un maestro de si mismo. Por ejemplo, si te doy algo, digamos, un coche, el cual no tiene combustible, el coche no se puede mover. Tu coche necesita un combustible especial, pero solamente tú puedes definir qué tipo de combustible se necesita y dónde conseguirlo.

Tienes que definirte a tí mismo, cómo digerir mis ideas para hacerlas tuyas, para que te pertenezcan solo a tí. Tu coche no puede trabajar con el mismo combustible con el que trabaja el mío. Te sugiero sólo el material principal. Tienes que sacar de éste lo que puedas usar. Entonces, más valerosamente, siéntate al volante.

La vida orgánica es muy frágil. El cuerpo planetario puede morir en cualquier momento. Siempre está a un paso de la muerte. Y si te las arreglas para vivir un día mas, es sólo una oportunidad accidental dada por la naturaleza. Si pudieras vivir una hora mas, puedes considerarte una persona afortunada. Desde el momento de la concepción estamos viviendo de tiempo prestado.

Viviendo en este mundo tienes que sentir la muerte cada segundo, así que resuelve todos tus asuntos pendientes, incluso en tu última hora, ¿Pero cómo puede alguien saber exactamente cual es su última hora?. Para sentirte seguro reconcíliate con la naturaleza y contigo mismo en cada hora que se te dé, entonces nunca se te encontrará desprevenido. Al hombre se le tiene que enseñar esto empezando desde la escuela: cómo respirar, comer, moverse y morir mejor. Esto tiene que convertirse en una parte de un programa educacional. En este programa es necesario incluir la enseñanza sobre cómo darse cuenta de la presencia del “Yo” y también cómo establecer conciencia. 

Pregunta: ¿Cómo actuar si no sientes que hay algo sin acabar?

Gurdjieff contestó después de una pausa. Respiró profundamente y respondió:

Pregúntate quién estará en dificultades si mueres como un perro. En el momento de la muerte tienes que estar totalmente consciente de tí mismo y sentir que has hecho todo lo posible para usar todo, dentro de tus capacidades, en esta vida que te fue dada.

Ahora no sabes mucho sobre tí mismo. Pero con cada día que escaves más y más profundamente dentro de este montón de huesos empezarás a saber más y más detalles. Día a día encontrarás lo que deberías haber hecho y lo que tienes que rehacer dentro de las cosas que has hecho. Un hombre de verdad es aquel que pudo tomar de la vida todo lo que era valioso de esta, y decir: “Y ahora puedo morir.” Debemos tratar de vivir nuestras vidas de manera que podamos decir cualquier día: “Hoy me puedo morir sin arrepentirme de nada.”

Nunca gastes infructuosamente tu última hora de vida, porque se puede volver la hora más importante para tí. Si la usas incorrectamente, puedes arrepentirte después. Esta sincera emoción que sientes ahora, puede convertirse para ti en una poderosa fuente de la fuerza que te puede preparar para una muerte perfecta. Sabiendo que la próxima hora se puede volver la última para tí, absorbe las impresiones que te convertirán en un verdadero gourmet. Cuando la dama de la muerte te llame, prepárate, siempre. El maestro sabe como tomar de cada deliciosa pieza el último trozo de lo más valioso. Aprende a ser el maestro de tu vida.

Cuando era joven aprendí a preparar fragancias. Aprendí a extraer la esencia de la vida, sus cualidades más sutiles. Busca en todo lo más valioso, aprende a separar lo fino de lo grosero. El que ha aprendido a cómo extraer la esencia, lo más importante de cada momento de la vida, ha alcanzado un sentido de calidad.  Es capaz de hacer con el mundo algo que no puede hacer un aborigen.

Puede ser que en los últimos momentos de tu vida no tengas la opción de elegir dónde y con quién estar, pero tendrás la opción de decidir cuan  completamente  vivirás ese momento. La habilidad de tomar lo valioso de la vida es la misma que la de tomar lo más valioso de la comida, del aire y de las impresiones, las substancias necesarias para desarrollar tus cuerpos superiores. Si quieres tomar de tu vida lo más valioso para ti mismo, tiene que ser por el bien de lo superior; es suficiente dejar sólo un poco para tí mismo. Trabajar en tí mismo por el bien de otros es una manera inteligente de recibir lo mejor de la vida para ti. Si no estás satisfecho con la última hora de tu vida, puede que tampoco lo estés con tu vida entera. Morir significa pasar a través de algo que es imposible repetir de nuevo. Gastar tu precioso tiempo en nada significa privarte de la oportunidad de extraer lo más valioso de la vida.

En este mundo, vivir la vida, de principio a fin, significa otro aspecto de lo Absoluto. Todos los más grandes filósofos, se prepararon cuidadosamente para la última hora de su vida. Y ahora te daré el ejercicio para prepararte para tu última hora en la tierra. Trata de no malinterpretar ninguna palabra del ejercicio dado.

El Ejercicio

Recuerda la hora que ha pasado, como si fuera tu última hora en la tierra y que justo acabas de darte cuenta de que has muerto. Pregúntate, ¿Estabas satisfecho en esa hora?.

Y ahora reanímate a ti mismo de nuevo y establece el objetivo para ti mismo. En la próxima hora (si eres afortunado para vivir una más) trata de extraer de la vida un poco más de lo que hiciste en la última hora. Define dónde y cuándo deberías haber estado más consciente, y en dónde deberías haber puesto más fuego interno.

Y ahora abre más tus ojos, y con esto me refiero a abrirte más posibilidades; sé un poco más valiente de lo que fuiste en la hora anterior. Ya que sabes que ésta es tú ultima hora y que no tienes nada que perder; intenta ganar más valentía, por lo menos ahora. Desde luego, no tienes que hacer tonterías.

Llega a conocerte mejor, mira a tu máquina como si la vieras desde afuera. ..Ahora, cuando estás muriendo, no tiene sentido mantener tu reputación y tu prestigio.

De ahora en adelante, hasta la verdadera última hora, aspira con persistencia para recibir lo más valioso que puedas de la vida, desarrolla tu intuición. Toma sólo unos pocos momentos cada hora para mirar a la hora que ha pasado sin juicios, y después sintonízate para extraer más de la siguiente hora.

Si consideramos cada hora como una unidad de vida independiente, intenta hacer lo máximo que puedas para usar cada unidad completamente. Esfuérzate y encuentra la manera de hacer en la siguiente hora mucho más que en la anterior, pero también se consciente de que te has encargado de las deudas que has acumulado hasta ahora. Aumenta la auto-exploración y el auto-conocimiento, y también aumenta la habilidad de dominarte a tí mismo, esto cambiará el trabajo de tu máquina, que siempre está fuera de control. Y estas habilidades se pueden convertir en el indicio de los verdaderos cambios. Y es absolutamente intrascendente lo que la máquina piense sobre esto.

…Vivir el resto de tu vida ensayando tu muerte cada hora no es nada patológico. Nadie recibe más de la vida que el paciente con cáncer, que sabe aproximadamente cuándo morirá. Y desde que él ya reconoció cómo desea pasar el resto de su vida, no tendrá que hacer el cambio total en ésta, pero podrá ir a algún lugar, a donde siempre deseó ir, que no lo haría en otras circunstancias.

El hombre que sabe que morirá pronto, tratará de usar al máximo cada hora del resto de su vida. Esto es exactamente a lo que Cristo se refería cuando dijo que los últimos días vendrán pronto, los días anteriores al Juicio Final. Todos estamos parados frente al Juez, pero no son los otros los que nos juzgan, sino nosotros mismos los que hacemos la última estimación de nuestra vida. No tenemos que fallar el exámen más importante, en donde el juez más serio somos nosotros mismos.

Cada momento, por si solo, representa la partícula de la Creación eterna. Por lo tanto a cada momento al que podemos extraer las sustancias más sutiles, a eso podemos llamarle “la esencia de la vida.”

Imagina la sustancia “aire” o la sustancia “impresiones.” Finalmente, dibuja en tu cabeza la sustancia “momento.” Si, hasta los momentos del tiempo son sustancias.

 Si pudiéramos extraer las sustancias más finas de las más groseras, tarde o temprano tendríamos que pagar por esto. Esta ley es llamada La Ley del Equilibrio. Por esto aprenderemos a pagar inmediatamente por aquello que recibimos de la vida. Sólo entonces no tendremos ninguna deuda. Pagar inmediatamente – a esto se le llama “obra real.” “Hacer” – es pensar, sentir, actuar, pero “obra real,” es pagar inmediatamente.

Hacer – sólo puede significar una cosa: extraer la esencia de cada momento de la vida y al mismo momento pagar todas las deudas a la naturaleza y a tí mismo; pero solamente cuando tienes “Yo,” puedes pagar inmediatamente.

La vida real no es un cambio de actividad, sino un cambio en la calidad de la actividad. El destino, es el destino. Cada uno de nosotros tiene que encontrarse a si mismo en el orden total de las cosas. No es tarde para empezar a hacerlo ahora, aunque has pasado la mayor parte de tu vida dormido. Empezando desde hoy puedes comenzar a prepararte para la muerte y al mismo tiempo, aumentar tu calidad de vida. Pero no pospongas el comienzo, tal vez de verdad sólo tienes una hora más de vida.

Pregunta: ¿Podemos compartir esto con otros? Pienso que es muy importante lo que escuchamos sobre esto esta tarde.

- Puedes volver a contarlo palabra por palabra, pero hasta que no lo hagas por ti mismo, no significará nada para otros. La existencia es el medio, o el instrumento, para la acción. Piensa en esto y encontraras el por qué.

Pregunta: Por lo tanto, ¿No podemos pagar las deudas, si no existimos, o si nuestro “Yo” está ausente?

- ¿Por qué tienes tanta necesidad de pagar? ¿Pagar para qué? Si la vida es sólo una coincidencia, entonces no hay necesidad de continuar. Esto no significa que tienes que terminar tu vida con un suicidio. Lo opuesto, tienes que poner todo tu esfuerzo en “vivir.” El hombre ordinario siempre vive, solamente yendo con la corriente. No sólo está dormido, está absolutamente muerto. Para vivir realmente, es necesario apoyar los esfuerzos de la naturaleza, para tomar activamente de la vida, y no actuar pasivamente, adonde sea que fluya.

 Para extraer lo más valioso de la vida, tienes que poder manejar tus emociones. Mira qué tan justamente puedes estimarte. Mírate atentamente y encontrarás varias extraordinarias maneras de ser justo. Cada vez date cuenta de los diferentes momentos en que el deseo aparece. Actúa como antes, pero siempre estate consciente de su presencia. Transporta al mundo la parte de tu sangre, pero la de nivel superior.

Al final de cada hora después de que hayas estimado su utilidad, imagina que despertaste en lo absolutamente desconocido en comparación a la anterior que pasó. Es importante notar que la aparente continuidad de la última hora, realmente está cambiando con cada hora, aunque las cosas y personas parecen las mismas de antes. Con el tiempo aprenderás a verte a ti mismo como un espíritu de una sustancia especial, que viene de un mundo a otro, como un huésped sin invitación de la naturaleza.

Mirando desde este punto de vista, evalúa todo lo que hagas en tu vida. Mira los resultados de todos tus esfuerzos del pasado y piensa qué sentido tienen ahora, en tu última hora de vida. Aquellos que están involucrados en el Trabajo, están muertos a este mundo y al mismo tiempo están más vivos en este mundo que nadie más. Trabajo, algo extraño, impredecible, pero, para muchos, es imposible vivir sin él.

El modo ordinario de entender la vida es vanidad de vanidades. Por más grande que sea el resultado, es siempre de acuerdo a las medidas terrestres, tarde o temprano fallará. Hasta la arena está siendo hecha polvo por el tiempo. Hasta las personas más relevantes de la historia han sido olvidadas. Para entender las posibilidades reales de este mundo, es necesario encontrar lo que podemos alcanzar en este mundo, que será bastante útil en el Mundo Real.

 Mira atentamente a las vidas de todas las personas más grandes, aquellos que dirigieron ejércitos, que tuvieron poder sobre otros. ¿Cuál es el beneficio para ellos de todas sus grandes acciones ahora cuando están muertos?. Incluso cuando estaban vivos, todas estas grandes acciones no fueron más que sueños vacíos. No estamos aquí para elogiarnos a nosotros mismos o para probarnos a nosotros mismos, lo más repugnante en el hombre ordinario es la habilidad de satisfacer rápidamente a su carne.

La mayoría de las personas encuentran muchas excusas para no trabajar en sí mismos. Están en una completa prisión de sus debilidades. Pero justo ahora no hablamos sobre ellos, sino sobre tí.

Entiéndeme bien, no necesito seguidores, estoy más interesado en encontrar a los buenos organizadores, los verdaderos guerreros del nuevo mundo. Comprendo las debilidades de la organización, porque justo ahora no hablamos sobre la organización habitual que consiste de iniciados.

Te recuerdo una vez mas, aprende a vivir cada una de tus horas con un beneficio más grande. Crea un detallado plan de tu última hora de vida. Para entender cómo debería morir uno, deberías  hacer crecer raíces más profundas en la vida, sólo entonces podrás morir como un ser humano, no como un perro. Aunque, esto no es dado a todo el mundo , morir. Puedes convertirte en abono para nuestro planeta, pero realmente no significa morir. Morir a este mundo para siempre, es un honor que tienes que pagar con Trabajo Consciente y Sufrimiento Intencionado. Tienes que ganártelo.

Trata de imaginarte a ti mismo – relativamente – claramente en tu última hora sobre la Tierra. Escribe un tipo de guión de esta última hora, como si estuvieras escribiendo el guión para una película. Pregúntate: “¿Así es como quiero disponer de mi vida?” Si no estas satisfecho con la respuesta, reescribe el guión hasta que te guste.

Mira a la vida como un negocio. El tiempo es tu dinero para la vida. Cuando vienes a este mundo, se te dio una cantidad definitiva de dinero y no puedes excederla. El tiempo es la única moneda con la cual pagas por tu vida. Ahora mira cómo usaste la mayor parte de éste de una manera estúpida. Ni siquiera has alcanzado el objetivo principal de la vida, tener descanso. Fallaste como hombre de negocios, y como usuario de vida, te engañaste a ti mismo. Toda tu vida pensaste que todo se te ha dado gratis, y ahora de repente descubriste que no es gratis. Pagas por usar el tiempo, éste es el por qué cada momento de tu estadía aquí cuesta algo.

 ¿Entonces cómo podría ser posible para tí reembolsar por lo menos estas pérdidas?. Comprueba si el déficit de tu cuenta bancaria es sólo temporal, o es quizá constante. ¿Perdiste el tiempo o pudiste invertirlo con éxito?. Si has gastado todo tu dinero en vacaciones, entonces no hay nada que hacer más que arrepentirte por el pasado.

Durante muchos años, has estado gastando tu vida como si tus padres te hubieran dado una cuenta bancaria con crédito ilimitado. Pero ahora la cantidad se terminó y te das cuenta de que estás solo por completo y de que no hay nadie a quien recurrir. No hay más tiempo en tu cuenta bancaria. Ahora te ves forzado a ganar cada hora de tu vida. Toda tu vida te comportaste como un niño y gastaste el tiempo tal como lo hace una pareja de recién casados en su luna de miel.

Nuestro principal enemigo, que nos impide aplicar los esfuerzos necesarios, es la desesperanza. Sé que tienes muchas excusas para no prepararte para tu última hora de vida. El hábito es una gran fuerza, pero empezando una vez, puedes aprender a hacerlo cada vez más y más.

 No te enredes todo el día, esfuérzate al menos una hora al día para hacer un esfuerzo, de lo contrario perderás todo. Piensa sobre el ensayo de tu última hora como si fueran ejercicios de ballet, tienes que hacerlo toda tu vida.

 Yo dedico cuatro horas al día a este ejercicio, pero cuando era joven, le dedicaba el doble.



  Traducción del Ruso 
  por Alexandra Kharitonova


miércoles, 19 de diciembre de 2012

Rabindranath Tagore (1861–1941)


 Canciones 
      a lo Divino

   

Descendiste de lo alto de tu trono y te paraste en la puerta de mi cabaña. Yo cantaba solitario en un rincón y mi melodía encantó tu oído. Bajaste de tu altura y te detuviste a la entrada de mi cabaña. Muchos son los maestros cantores de tu palacio en cuyos aires, a toda hora, vuela la música.
   Pero el himno ingenuo de este aprendiz ganó tu amor. Yo musitaba una delgada cadencia melancólica y tu oído supo distinguirla entre la gran sinfonía del mundo. Y, con una flor como recompensa, bajaste y te detuviste en la puerta de mi cabaña a escuchar la cancioncilla silvestre.



Oración

   Sí, Dios mío, yo lo entiendo muy bien: la luz de pie celeste cuya danza se confunde con la danza de las hojas; las indolentes nubes que navegan hacia el ocaso; la brisa pasajera, errando por mi frente como una mano de frescura: todo es es sólo tu amor, y nada más que  tu amor sobre mi vida. Mis ojos se han lavado en la claridad matinal y tu mensaje ha descendido hasta mi corazón. En lo alto, tu rostro diáfano se inclina; tus ojos me han mirado a los ojos y contra  tus pies bate mi corazón como una ola.



El dueño

   El mundo te pertenece ahora, y por siempre jamás.
   Y porque nada puedes desear, oh Rey mío, tampoco puedes hallar placer en tus riquezas. Y para ti, ellas son como si no existieran.
   Por esto, en el transcurso lento de los días me das lentamente lo tuyo, para luego, sin término, reconquistar en mí tu reino.
   Día tras día, tu sol se alza a través de mi corazón, y te amas en mí, y te reflejas en esta imagen tuya que es mi vida.



El guía

   Mis canciones te han buscado toda la vida. Ellas me guiaron de puerta en puerta, de mirada en mirada, de fruta en fruta y de sonrisa en sonrisa. Y con ellas palpando mi universo, he tocado la vida circulante.
   Mis canciones me enseñaron todo lo que jamás aprendí y me mostraron la escondida senda y alzaron un lucero azul sobre el horizonte de mi corazón. A través de los días mis canciones me guiaron hacia la misteriosa comarca del placer y del dolor.
   Y ahora, cuando llega la tarde y se aproxima el final del viaje, ¿hacia el pórtico de qué vago palacio me conducen mis canciones?



El viaje

   Creía yo que mi viaje tocaba a su término, que había llegado al límite de mi reino y de mi poderío, que el sendero se extinguía bajo mis pies como a veces el sueño en el súbito despertar. Creía que mis provisiones de fuerza y de ensueño estaban agotadas y que el momento había llegado de retirarme a una penumbra silenciosa.
   Pero tu voluntad, Señor, y tu amor, no tienen fin en mí. Y he aquí que cuando las viejas palabras languidecían en mi lengua ya las nuevas melodías danzaban en mi corazón.
Y he aquí  que donde los viejos caminos se borraban, a mis pies se abría una nueva vereda bordeada de maravillas.



El que espera

   He aquí que ésta es mi sola delicia: esperar y esperar a la orilla del camino, en donde la sombra persigue a la luz y la lluvia viene andando sobre las huellas del verano. Los mensajeros, con las nuevas y el aire de otros cielos pasan veloces, me saludan y se apresuran a lo largo del camino. Mi corazón se desborda de júbilo y es dulce el hálito de la brisa volandera. Del alba al crepúsculo estoy en mi puerta: sé que de repente vendrá el dichoso instante en que veré.
   Entre tanto sonrío y canto, solitario. Entre tanto por el aire se expande el perfume de la promesa.


La promesa

   Vino a sentarse a mi lado y no me desperté. ¡Maldito sea mi sueño!
   Vino entre la noche apacible con su arpa en la mano y mis sueños se llenaron de música. ¡Ay!, he perdido mis noches y mis noches: ¡porque aquel cuyo aliento roza mi sueño, escapa siempre a mis ojos!



La oración

   Cuando el corazón está seco y árido, desciende sobre mí resuelto en lluvia de bondad y de frescura. Cuando la vida, borrada su gracia, se haga dura y torva, ven a mí en floración de cantos.
   Cuando el tumulto eleve en todas partes su vocerío y su ráfaga, aventándome lejos, por el suelo, ven a mí, Señor del silencio, con tu paz y tu serenidad. Cuando mi corazón miserable solloce abandonado en un rincón de su cárcel, abre de par en par la puerta con tu aliento, Rey mío, y ven a mí con la gloria de un rey.
   Cuando el deseo ciegue mi espíritu, con su ilusión y con su polvo, Tú, el solo santo, Tú, el vigilante, ven a mí con tu relámpago y tu trueno.



El cantador

   Estoy aquí para cantar. Es mi destino y mi parte en la fiesta del mundo. En esta sala que es tuya, tengo un rincón para sentarme y cantar en voz baja. Soy un ocioso en tu atareado mundo, Señor. Mi vida inútil sólo sabe expresarse en vagos acordes sin sentido, como el árbol en silabeo de hojas brilladoras, como el río en impensada cadencia de agua y viento, como el cielo en anhelante balbuceo de nubes.
   Cuando sea la hora de adorarte, cuando en la basílica húmeda y azulada de la media noche, suene el reloj de las estrellas, llámame, Señor, y yo me alzaré ante Ti, para cantar.
   Cuando en el aire tierno y límpido la mañana iza su arpa de oro, llámame a tu presencia y he de cantar pulsando la luz de la mañana.



El discípulo

   Tu lenguaje, Señor, es muy sencillo, mas no así el de los discípulos que hablan en tu nombre. Yo comprendo la voz de tus olas y el silencio de tus árboles. Comprendo la escritura de tus estrellas con que nos explicas el cielo. Comprendo la líquida redacción de tus ríos y el idioma soñador del humo en donde se evaporan los sueños de los hombres.
   Yo entiendo, Señor, tu mundo, que la luz nos describe cada día con su tenue voz. Y beso en la luz la orilla de tu manto.
   El viento pasa enumerando tus flores y tus piedras. Y yo, de rodillas, te toco en la piedra y en la flor. A veces pego mi oído al corazón de la noche para oír el eco de tu corazón.  Tu lenguaje es muy sencillo, mas no así el de los discípulos que hablan en tu nombre. Pero yo te comprendo, Señor.



Oración 2

   Que yo nunca rece para ser preservado de los peligros: sino para alzarme ante ellos y mirarlos cara a cara. Que no pida la extinción de mi dolor: sino el coraje que me falta para sobreponerme a él.
   Que no confíe en aliados en la guerra de la vida sobre el campo de batalla del alma: que sólo espere de mí. Que no implore, espantado, mi salvación: que tenga la fe necesaria para conquistarla.
   Dame no ser ingrato: pues a tu misericordia debo mis triunfos.Y si sucumbo, acude a mí con tu brazo fuerte.
         ¡Y dame la paz, y dame la guerra!



El último viaje

   Sé que en la tarde de un día cualquiera el sol me dirá su último adiós, con su mano ya violeta, desde el recodo de occidente. Como siempre, habré musitado una canción, habré mirado una muchacha, habré visto el cielo con nubes a través del árbol que se asoma a mi ventana... 
   Los pastores tocarán sus flautas a la sombra de las higueras, los corderos triscarán en la verde ladera que cae suavemente hacia el río; el humo subirá sobre la casa de mi vecino...
   Y no sabré que es por última vez...
   Pero te ruego, Señor: ¿podría saber, antes de abandonarla, por qué esta tierra me tuvo entre sus brazos? Y ¿qué me quiso decir la noche con sus estrellas, y mi corazón, qué me quiso decir mi corazón?
   Antes de partir quiero demorarme un momento, con el pie en el estribo, para acabar la melodía que vine a cantar. ¡Quiero que la lámpara esté encendida para ver tu rostro, Señor!
     Y quiero un ramo de flores para llevártelo, Señor, sencillamente.




Versión de  Zenobia 
Camprubi de Jiménez, esposa del poeta 
Juan Ramón Jiménez.



jueves, 13 de diciembre de 2012

Jorge Luis Borges: Ficciones (1944)


  La Secta 
         del Fénix



Quienes escriben que la secta del Fénix tuvo su origen en Heliópolis, y la derivan de la restauración religiosa que sucedió a la muerte del reformador Amenophis IV, alegan textos de Heródoto, de Tácito y de los monumentos egipcios, pero ignoran, o quieren ignorar, que la denominación por el Fénix no es anterior a Hrabano Mauro y que las fuentes más antiguas (las Saturnales o Flavio Josefo, digamos) sólo hablan de la Gente de la Costumbre o de la Gente del Secreto. Ya Gregorovius observó, en los conventículos de Ferrara, que la mención del Fénix era rarísima en el lenguaje oral; en Ginebra he tratado con artesanos que no me comprendieron cuando inquirí si eran hombres del Fénix, pero que admitieron, acto continuo, ser hombres del Secreto. Si no me engaño, igual cosa acontece con los budistas; el nombre por el cual los conoce el mundo no es el que ellos pronuncian.


                     Miklosich, en una página demasiado famosa, ha equiparado los sectarios del Fénix a los gitanos. En Chile y en Hungría hay gitanos y también hay sectarios; fuera de esa especie de ubicuidad, muy poco tienen en común unos y otros. Los gitanos son chalanes, caldereros, herreros y decidores de la buenaventura; los sectarios suelen ejercer felizmente las profesiones liberales. Los gitanos configuran un tipo físico y hablan, o hablaban, un idioma secreto; los sectarios se confunden con los demás y la prueba es que no han sufrido persecuciones. Los gitanos son pintorescos e inspiran a los malos poetas; los romances, los cromos y los boleros omiten a los sectarios... Martín Buber declara que los judíos son esencialmente patéticos; no todos los sectarios lo son y algunos abominan del patetismo; esta pública y notoria verdad basta para refutar el error vulgar (absurdamente defendido por Urmann) que ve en el Fénix una derivación de Israel. La gente más o menos discurre así: Urmann era un hombre sensible; Urmann era judío; Urmann frecuentó a los sectarios en la judería de Praga; la afinidad que Urmann sintió prueba un hecho real. Sinceramente, no puedo convenir con ese dictamen. Que los sectarios en un medio judío se parezcan a los judíos no prueba nada; lo innegable es que se parecen, como el infinito Shakespeare de Hazlitt, a todos los hombres del mundo. Son todo para todos, como el Apóstol; días pasados el doctor Juan Francisco Amaro, de Paysandú, ponderó la facilidad con que se acriollaban.

                 
                     He dicho que la historia de la secta no registra persecuciones. Ello es verdad, pero como no hay grupo humano en que no figuren partidarios del Fénix, también es cierto que no hay persecución o rigor que éstos no hayan sufrido y ejecutado. En las guerras occidentales y en las remotas guerras del Asia han vertido su sangre secularmente, bajo banderas enemigas; de muy poco les vale identificarse con todas las naciones del orbe.
                 Sin un libro sagrado que los congregue como la Escritura a Israel, sin una memoria común, sin esa otra memoria que es un idioma, desparramados por la faz de la tierra, diversos de color y de rasgos, una sola cosa ­el Secreto­ los une y los unirá hasta el fin de sus días. Alguna vez, además del Secreto hubo una leyenda (y quizá un mito cosmogónico), pero los superficiales hombres del Fénix la han olvidado y hoy sólo guardan la oscura tradición de un castigo. De un castigo, de un pacto o de un privilegio, porque las versiones difieren y apenas dejan entrever el fallo de un Dios que asegura a una estirpe la eternidad, si sus hombres, generación tras generación, ejecutan un rito. He compulsado los informes de los viajeros, he conversado con patriarcas y teólogos; puedo dar fe de que el cumplimiento del rito es la única práctica religiosa que observan los sectarios. El rito constituye el Secreto. Éste, como ya indiqué, se transmite de generación en generación, pero el uso no quiere que las madres lo enseñen a los hijos, ni tampoco los sacerdotes; la iniciación en el misterio es tarea de los individuos más bajos. Un esclavo, un leproso o un pordiosero hacen de mistagogos. También un niño puede adoctrinar a otro niño. El acto en sí es trivial, momentáneo y no requiere descripción. Los materiales son el corcho, la cera o la goma arábiga. (En la liturgia se habla de légamo; éste suele usarse también.) No hay templos dedicados especialmente a la celebración de este culto, pero una ruina, un sótano o un zaguán se juzgan lugares propicios. El Secreto es sagrado pero no deja de ser un poco ridículo; su ejercicio es furtivo y aun clandestino y los adeptos no hablan de él. No hay palabras decentes para nombrarlo, pero se entiende que todas las palabras lo nombran o, mejor dicho, que inevitablemente lo aluden, y así, en el diálogo yo he dicho una cosa cualquiera y los adeptos han sonreído o se han puesto incómodos, porque sintieron que yo había tocado el Secreto. 
                  En las literaturas germánicas hay poemas escritos por sectarios, cuyo sujeto nominal es el mar o el crepúsculo de la noche; son, de algún modo, símbolos del Secreto, oigo repetir. Orbis terrarum est speculum Ludi reza un adagio apócrifo que Du Cange registró en su Glosario. Una suerte de horror sagrado impide a algunos fieles la ejecución del simplísimo rito; los otros los desprecian, pero ellos se desprecian aún más. Gozan de mucho crédito, en cambio, quienes deliberadamente renuncian a la Costumbre y logran un comercio directo con la divinidad; éstos, para manifestar ese comercio, lo hacen con figuras de la liturgia y así John of the Rood escribió:


             Sepan los Nueve Firmamentos que el Dios

             Es deleitable como el Corcho y el Cieno.



            He merecido en tres continentes la amistad de muchos devotos del Fénix; me consta que el secreto, al principio, les pareció baladí, penoso, vulgar y (lo que aún es más extraño) increíble. No se avenían a admitir que sus padres se hubieran rebajado a tales manejos. Lo raro es que el Secreto no se haya perdido hace tiempo; a despecho de las vicisitudes del orbe, a despecho de las guerras y de los éxodos, llega, tremendamente, a todos los fieles. Alguien no ha vacilado en afirmar que ya es instintivo.





lunes, 26 de noviembre de 2012

René Char: Entrevista (1907 - 1988)



          Poesía y    
       Resistencia,
                    entrevista de Pierre    
                       Bergier a René Char
 




Pierre Berger.-  Antes de pedirle que participe en una conversación en la que la que la honestidad intelectual sea una de las bases, me he detenido a releer el breve prólogo que escribió usted en marzo de 1948 para la traducción de “Heráclito de Efeso”, de Iván Battistini. Una frase, entre otras, me ha demostrado hasta qué punto está usted comprometido en el camino de la esperanza: “El devenir progresa conjuntamente en el interior y alrededor de nosotros. No está subordinado a las pruebas de la naturaleza, se agrega a ellas y actúa sobre ellas”. En el instante en que una especie de sueño letárgico pesa sobre nuestro mundo, una afirmación semejante es, sin duda, una ventana abierta. De todas maneras, hay mucho que hacer aún para que esta ventana no se vuelva a cerrar. Sabe usted cuán peligrosa es una toma de conciencia, para no decir una toma de posición. Asistimos a conflictos sorprendentes, y aun escandalosos, cuya resultante fatal es la duda. Su prólogo al Heráclito es una auténtica toma de conciencia. Escrito en 1948, ¿qué ve usted que pueda corregirse hoy?

René Char.- ¿Se preocupa usted acerca de la honestidad intelectual? Discúlpeme, querido amigo, pero hay una cosa que mis orejas no pueden oír sin embarazo: es precisamente la palabra “dignidad”, que se me hace el honor de aplicarme demasiado a menudo... Protesto: soy un hombre como todos, a veces tan parcial y utopista como los demás, se lo aseguro, de ninguna manera mejor... ¡Ah, no!

P.B.- Pero, su actitud...

R.C.- No hablemos de actitud. Yo me esfuerzo, me descascaro. ¡Eso es todo! En cuanto al prefacio del Heráclito... Me ha ocurrido hacer escritos de circunstancia, aunque raramente; de todas maneras, este prefacio podría estar bien escrito incluso hoy. No tengo nada que suprimirle, nada que agregarle. En el momento en que vivimos –y pienso sobre todo en aquellos que viven en esta hipnosis tan particular que difunde el clima de nuestra época- la Esperanza es verdaderamente el único lenguaje activo y la única ilusión susceptible de ser transformada en buen movimiento. Nosotros, hombres, poetas, tenemos que contentarnos con asegurar que esta esperanza no es candor. No podría haber poesía o vida sin esperanza -poesía: esperanza extrema; existencia: esperanza relativa-. La poesía es la soledad noble por excelencia, una soledad, en fin, que tiene derecho a confiarse. Hegel dice que, desde el punto de vista del sentido común, la filosofía es el mundo al revés. Parafraseándolo, se podría decir que, desde el punto de vista de la equidad, la poesía es el mundo en su mejor lugar. Aun si se halla enfrentado a una naturaleza pesimista, aquel que acepte las perspectivas del Devenir debe darse perfecta cuenta de que, en este caso, el móvil de ese pesimismo es ambiguamente la esperanza; esperanza de que algo inesperado surgirá, de que la opresión será derribada. Parece que la poesía, por los caminos que ella ha seguido, por las pruebas que ha resistido para merecer su nombre de poesía, constituye la posta que permite al ser exhausto y desmoralizado volver a encontrar fuerzas nuevas y razones frescas para perseguir la presa o la sombra una vez más.

P.B.- Cada día comprobamos cómo es de grande la confusión intelectual. Los valores más opuestos se unen de manera inesperada, lo más a menudo por medio de intérpretes impuros y deshumanizados, lo que se podría llamar alianzas peligrosas. Los mismos maestros del pensamiento son reivindicados por los hombres más diversos. Así se verifica una vez más uno de los problemas sobre los cuales usted se ha detenido recientemente: el de las incompatibilidades.

R.C.- Estamos rodeados, en los hombres más comunes, por jueces con fauces de verdugos, ¡por perros de policía! Pero ¿cómo es eso? Uno no tiene jamás por qué examinar ni condenar a alguien que se contenta con sufrir la realidad cotidiana con todas sus imperfecciones y todas sus debilidades y que no erige su propia vulnerabilidad en tablado, desde donde denunciar al prójimo a la vindicta pública... Sin embargo, eso no es ya tan cierto, tanto va el mal de prisa... Pienso, a este respecto, muy especialmente en Villon, quien es, sin duda, el más grande poeta francés. Pero justamente cuando ciertos escritores, que no son –lo ignoren o no- sino actores de la literatura (olímpicos o frenéticos), entienden intervenir y regentear, entonces creo que hay una impostura manifiesta que es preciso reducir. Vea usted, Berger, todo hombre es, por lo general, distinto de lo que cree ser en el bien como en el mal, en el error como en la verdad. Ninguno de nosotros escapa a esta fatalidad. Las estratagemas no arreglan nada.

P.B.- La imperfecta conciencia de los escritores y artistas forma parte también –Camus lo afirmaba en un discurso pronunciado en Pleyel en 1948- de nuestra constante angustia. Parece cada día más necesario que un poeta defina a su vez este mal.

R.C.- Yo no quisiera pronunciar la palabra maldición... Es una palabra demasiado cómoda y que autoriza todas las dimisiones. Creo que hay, de todas maneras, una parte de responsabilidad individual (y, por extensión, colectiva) en lo que ocurre en este momento. Hemos creído, en 1945, salir del espíritu totalitario... Acordémonos de que ese cáncer, bajo el nombre de fascismo, ha comenzado por devorar una nación, luego otra. En la actualidad está agazapado en el inconsciente de los hombres, en particular, de aquellos que se declaran sus peores enemigos... Ese mal, en el cual nos hemos detenido a pensar, es el desprecio del prójimo: una especie de indiferencia colosal con respecto a la inteligencia de los demás y de su alma viviente. ¡Una intolerancia de dementes! ¡Su caballo de Troya es la palabra felicidad! Y yo creo que eso es mortal. No se trata de un peligro relativo sino absoluto.

P.B.- Que no justifica ningún espejismo de la Tierra Prometida.

R.C.- Yo le hablo en tanto ser que vive sobre una tierra presente, inmediata, y no en tanto ser que tiene mil años de camino delante suyo. Hablo para los hombres de mi tiempo, que han hecho morir como nunca, y no hipotéticamente para los hombres de la distancia. Se acostumbra, para tentarnos, a desplegar ante nosotros la sombra clara de un gran ideal. Sin embargo, la edad de oro prometida no podría serlo sino en el presente. ¡La perspectiva de un paraíso ha inflado al hombre!

P.B.- Entre tantos otros, la poesía es un acto de rebelión. ¿Cómo librar a la poesía de sus opresores?

R.C.- La verdadera poesía se las arregla bien por sí sola: existid sin temor. Lo importante es perseverar, no declararse vencido sobre el terreno de la condición humana y de la libertad. Es preciso volver sin cesar, convencer, decidir la evidencia de ganar la partida, elevar el buen sentido al primer rango...

P.B.- Todo lo que yo experimento en cuanto a la condición del poeta se encuentra felizmente aclarado por ese comportamiento contradictorio que se ejerce en pro o en contra de mí. Ello me encanta, sirve para propagar una manera de energía, de calor humano. Pro y contra son indispensables. En un reciente estudio, Maurice Blanchot escribe: “La obra es el alba que precederá al día. Ella inicia, entroniza. Misterio que entroniza, dice Char, pero ella misma permanece en el misterio, excluida de la iniciación y exiliada de la clara verdad: suerte de Mesías que será redentor a condición de ser siempre el que vendrá y de ninguna manera el que ha venido”. Me parece que Blanchot nos ofrece una clave y que eso deben ser las “oportunidades patéticas” de las que nos habla en Hojas de Hipnos. ¿Está usted de acuerdo?

R.C.- Completamente. Blanchot es el compañero espiritual soñado... No lo conozco.

P.B.- Los combates en los que usted ha participado y aquellos en los cuales participa aún se asemejan misteriosamente. Siempre es el mismo enemigo, el mismo ángel malo el que usted y sus amigos vuelven a encontrar. Y, de hecho, si la esperanza está de vuestro lado, hay también otra esperanza –maléfica- enfrente. ¿No piensa usted que es el tiempo de darnos nuevas Hojas de Hipnos?

R.C.- El contenido de los libros varía según las épocas. Hoy no es un combate el que sostenemos: es mucho más: una especie de paciencia armada nos introduce en ese estado de rechazo increíble. Pero, permanecer abiertos, permanecer presentes, retener el escalofrío, limitar al malvado... De 1941 a 1944 he escrito Hojas de Hipnos como un ama de casa consigna sus cuentas en una libreta. De 1948 a 1952 he producido A una serenidad crispada. Se exige de muchos poetas, al pedirles que comenten su poesía, la exhibición de sus sentimientos íntimos, la confesión de sus “ideas”, si fuera realmente cierto que ellos tienen “ideas”. Hojas de Hipnos correspondía a su tiempo; A una serenidad crispada corresponde al nuestro.

P.B.- Esa forma aforística...

R.C.- Ya sé, ya sé... Y bien, si me reprocha mi forma breve, a eso respondo con dos aforismos de Hojas...: “Mantén frente a los otros lo que te has prometido solamente a ti. Ahí está tu contrato.” “He aquí la época en que el poeta siente erguirse en él esta meridiana fuerza de ascensión”. Es preciso concentrar, decir con rapidez, iluminar con exactitud... ¡Tanto peor para la retórica!

P.B.- Es verdad que se exige demasiado de los poetas.

R.C.- Si existe una poesía, si ella es un polo de atracción, si es alimenticia, ¿qué necesidad hay de hablar de ella?

P.B.- Inquietos por lo que esencialmente ellos no han creado, los hombres tienen necesidad de definición, una necesidad nostálgica, como si pensaran que las mejores definiciones son el propio origen.

R.C.- Pero no! Veamos... Hacemos salir de nuestro laconismo, de nuestro cuarto de trabajo, de las circunstancias comunes a todos los hombres, significa desearnos “cargados de misión”.

P.B.- Pero es evidente que vosotros tenéis una misión...

R.C.- No. Tenemos una tarea, eso sí... Bien sé que los poetas tienen a menudo curiosas pretensiones. Sin cesar, ellos se creen obligados a tocar el clarín, de donde su rápida pérdida de influencia...

P.B.- De todas maneras, ellos no pueden permanecer enclaustrados...

R.C.- No, por supuesto. Además, yo no abogo por la torre de marfil... sino por el conocimiento exacto de los motivos. No se desconfía lo suficiente de la impropiedad, no sólo de los términos, sino de la farsa de los acontecimientos...

P.B.- En ellos estamos.

R.C.- Una de las curiosidades de la época es lo universal. En cuanto cualquier individuo es consultado, responde sin vacilación –lo cual implica que él es la ciencia infusa- aun si es ignorante del asunto o de la cosa humana de que se trata. El intelectual sueña a la vez “ser” y “no poder ser”. Y lo que no puede ser, su orgullo lo proyecta en los otros, aquellos para los cuales escribe. Lo que no debería dispensarlo, en cuanto a sí mismo, de la prueba patética.

P.B.- Yo le he dicho “misión”, usted me ha respondido “tarea”. Conforme. Además, pienso que las dos nociones no son incompatibles. Y es por eso que puedo preguntarle qué espera usted de la juventud. Mi pregunta no es tan simple. Después de la aparición de sus últimos libros, después de la antología a la que precedió mi ensayo en la colección Poètes d’aujourd’hui, muchos espíritus jóvenes tomaron en cuenta el ¿Ha leído usted a Char? de Mounin. Se le comenta en los medios más diversos y yo sé, por mi parte, de jóvenes desesperaciones que se borraron después de la publicación de EL sol de las aguas. Creo que eso es muy significativo y es por ello que le aseguro que mi pregunta no es tan simple.

R.C.- No es simple, en efecto. De esas adhesiones yo no puedo únicamente estar conmovido: ellas aumentan aun mis escrúpulos. No exageremos. Creo que con un poco de obstinación y la ayuda de sus hermanos mayores, la juventud superará el desorden. Creo que mis poemas corresponden a alguna cosa cuyo equivalente serían deberes felices después de dificultades sin número. Nunca he propuesto nada que, una vez pasada la euforia, corriera el riesgo de caer de lo alto. No soy de aquellos que toman el mar “como si tal cosa”. Naturalmente me parece que los jóvenes van hacia aquellos que los escuchan con seriedad, con afecto, y no los desengañan.

P.B.- No hay sólo el problema de las incompatibilidades; está también el de los equívocos. Bien se ve que la honestidad intelectual pierde cada día más su sentido. Usted se complace en repetir a menudo que “todo sigue siendo todavía posible”. ¿Podría incluso repetirlo aquí?

R.C.- Sí, ciertamente.

P.B.- Vivimos cada vez más el tiempo de la elección. ¿Qué puede la poesía en el dilema que nos concierne? En medio de los hombres ¿qué pueden los poetas?

R.C.- El poeta está originariamente comprometido, pero “comprometido” es una palabra que no tiene sentido aquí, que es impropia. Digamos que el poeta es combinable.

P.B.- Sea. Pero el compromiso, antes de ser una moda, tenía un sentido noble.

R.C.- Sólo he visto hasta ahora seres para quienes la palabra compromiso era muy imprecisa. La expresión que les convenía mejor era solidaridad, odio común, amor compartido o deseo de cambio. He asistido en 1940 a la agonía de tres hombres, los tres diferentes durante su validez. Cada uno de ellos tenía un fragmento del mismo obús en el vientre y agonizaban juntos bajo nuestros ojos. Le aseguro que sus quejas eran las mismas...

P.B. El sentido de ese mensaje se refuerza muy particularmente en un texto suyo que yo sé sin terminar pero del que conocemos de todas maneras algunos fragmentos. Hablo de La búsqueda de la base y de la cumbre.

R.C.- Ese texto está, en efecto, sin terminar, y en él trabajo. No entreveo la fecha de su publicación, no porque este texto tenga una importancia tal que deba ser embellecido y modificado sin cesar, sino porque es como los altos y los bajos de mi vida misma. Un día me ha sido dado escribir: “El conocimiento nutre y la experiencia marchita”. Es preciso desconfiar de la importancia de la experiencia porque ella vuelve a los seres y a las cosas sin juventud, imperfectibles. Usted me ha preguntado hace un momento si yo creía en la juventud. Creo tanto en ella, que muy a menudo me desmiento.

Extraído de El movimiento “Poesía Buenos Aires” 1950/1960, número XI/XII, dedicado íntegramente a René Char (versión de Raúl Gustavo Aguirre), Bs. As., 1979



                       Extraído  de El movimiento "Poesía Buenos Aires" 
                                       1950/1960, número XI/XII, 
                                 dedicado íntergramente a René Char 
                               (versión de Raúl Gustagvo Aguirre), 
                                               Bs. As., 1979