sábado, 16 de junio de 2012

Eduardo Anguita (1914-1992)


Venus en el Pudridero

¿Escucháis madurar los duraznos a la hora del estío,
a la venida del sol, mientras un príncipe danza
en vísperas de su coronación?
Yo pienso en el gusano.

¿Oís podrirse los duraznos en el granero,
al atardecer, mientras las fechas del reino
caen de los tronos
y el viento las amontona, las dispersa y olvida?
Yo pienso en el gusano.

Si veis montar el agua de la noria,
con un niño fijamente asomado al brocal
frente a frente al abuelo
y se siente el beso de los amantes como una hoja seca
que al pie del tiempo aplasta crepitando:
¿los amantes están muertos? No preguntéis con torpeza.
Pensad en el gusano.

Al borde del pozo, gusano y amante,
los dos punteros del reloj.
El agua está vacía y la amada es un torrente
de mil rostros despeñados.
Ambos sedientos, un sol varonil frente al otro
sol, también varonil,
pero llorando y sombrío:
el de le aurora y el atardecer, íntimamente coludidos,
aparentemente enemigos y cuán quebrantados.

Llegan carretas rebozantes de frutas maduras,
se despiden los ancianos,
las raíces quedan en acecho al sol de la espera,
se acumulan los hechos.

Niño, niño mío, nómbrame sin pestañar,
en un segundo,
las dinastías reinantes -siglos, siglos-,
los monarcas desgajados.
Abuelo, abuelo, nómbrame siglos sin pestañar,
en un instante,
antes que el ruiseñor concluya la nota de su silbo.

¿Quién osa alzar el Tarot vertiginoso?
Todas las fechas están prontas, o marchitas, como nunca nacidas.
Niño y anciano, en este instante tenéis la misma edad:
sólo un instante:
¿no habéis empezado?, ¿habéis terminado?
¡A qué pensar en el gusano!

El rey que tomó la ciudad
y con ella hizo una argamasa de sangre,
dejó el horror, dejó el escarnio;
las vírgenes violadas están vivas, las viudas maldicen.
El rey murió. Un muerto es el culpable.

El diabólico motorista que en carruaje veloz
cruzó la calle sin razón aparente,
a un chico dejó inválido, a una novia le quebró la columna.
El motorista ha muerto.
A él se debe este mundo.

Cuanto nos es dado es obra de muertos;
nos dejaron maravillas y desdichas;
cómo pedirles cuenta, todo trayecto es corto.
Muertos poderosos que nos legaron herencias
imposibles de revivir, imposibles de evitar.
¡A muertos, a muertos se debe este mundo!

Tiempo furioso, memoria feroz.
Esa fuerza desprendida del látigo, que sigue ondulando
cuando la mano que lo maneja ya está hecha polvo,
el latigazo aún azota con destreza terrible y melancólica.

¿Podemos comprender que la amada,
apenas pronunciadas las palabras del amor,
cambie, desaparezca, se destituya?
Y todavía sientes la presión del abrazo,
el calor de su beso
y su boca ha expirado?

A un muerto, a un muerto se debe este mundo.

(De modo semejante, el Rosal misterioso,
centro ígneo de radio cero, palpita en reposo
en el corazón del jardín,
y de él fluyen los rayos, los pétalos, la extensión de los prados;
salió al día, y extendiendo los brazos su amor emana
en forma de apóstoles, de mártires, de amantes de todo orden,
y hasta de esas señoras que reparten la piedad
y son tantos más agrias
para que la moneda se vea más dulce y no les pertenece.
El amor, el aroma y los actos fortuitos,
más existentes que sus autores, gemas en reposo,
que no se quieren invisibles, y si se quieren
así, al fin y al cabo,
como sentirse llamados a vivir sólo un instante
y servir para mucho, mucho tiempo).

No lamentes la ausencia de la semilla,
ama grandemente el fruto dado.
La semilla debe morir.

Os contaré, amantes, qué hacéis cuando estáis juntos;
lo que yo hice y sentí
en aquel huerto de espigas corporales.
El gallo a mitad del día, erguido para el amor,
y la luna que espera al ave de fuego,
mojada, abierta y silenciosa.

La tomé por la mirada, rebanando con mi vista su entrecejo,
y desde ahí, humedeciendo con su vista mis manos y con mi vista su cuerpo,
sin dejar de mirarla,
comencé con las yemas a estirar sus ojos a las sienes:
hasta que su cabeza reclinóse en mi hombro.

Su cabeza era una blanda caverna, donde se escondía el torrente,
el que me llevaría hacía abajo, a las zarzas de sigiloso esplendor.
Palpé sus sienes, oyendo latir la piedra,
la piedra azulada por la respiración y el anhélito.

Ella tomó mi boca con su boca -llenar un hueco con otro hueco-,
para partir unidamente exhaustos.
Sus labios se reflejaron firmemente en mis labios.
Mis labios son yo que salgo; los suyos son yo que entro.
Y nos reconocimos íntimos y temblorosamente obvios.

Comencé a ser mi semejante.

Inquirí su cuello, una columna despierta,
hecha de luz intencional explícita.
.
Besos en su garganta de cascada de nieve, y sus pechos,
particulares bóvedas del cielo, copas de árbol, salidas
de sol y cualquier cosa aquí sólo representada.
Y siendo desbordantes, sin embargo formaban parte.
Era dichoso saber que su cuerpo podría haberlos cedido
sin perder nada intrínseco,
pero cuánto más completo con lo que no era suyo!
Yo quería arrancar y volver a poner
para darme la ilusión de poseer lo amado
al punto de disponer de él sin destruirlo.
Luego, al reponer, yo participaría por fin en lo bello,
ya que era como crearlo con mis manos.
Mi boca me ungió único entre los dos calores contiguos.
De ser una la esfera,
yo habría inventado la repetición.

Rodeaba mi cintura para ser ella copa y yo agua.
Quería aprisionarme, y no sólo por fuera,
pues podría escaparme hacía adentro,
y para que no me evadiera así, me insinuó
encerrarse ella dentro de mí.
Accediendo, la ceñí a mi vez por la cintura,
siendo ella ahora el agua y yo el vaso.
Y se hizo tan íntima que aun durmiendo
me encontraba con ella
como si la hubiera habitado y comulgado.
Llorando esta condena feliz estrechamos los abrazos
y caímos veloz
por la corriente que arrastra juntos al pájaro y al vuelo.



Su mano en mi nuca bordeaba la piel y el cabello.
Se ponía en la orilla: en la extrañeza y en la propiedad.
Estuve de acuerdo: tambien como ella deseé los contrarios.
Me adentré tanteando por el interior de sus muros
hasta esa cercanía más y más ajena,
pero, ¿entendéis?, sin llegar, sin llegar todavía
a decirle tú.
Sentí lo que ella sentía
y supe que yo era hombre porque ella así lo sentía.
Sentí por ella y me hice rápidamente mujer,
amándome a mí mismo.

Tú eres mujer, tú eres hombre.
Eres el muchacho y también la doncella.
Tú, como un viejo, te apoyas en el cayado.
Eres el pájaro azul oscuro
y el verde de ojos rojos.
Tú eres aquello. Y yo soy tú.
Pero no al mismo tiempo. Por eso entro y salgo.

Eduardoe-lisa ....Elisae-duardo
Elisaeduar-do ....Eduardoeli-sa

Luego giré en medio círculo y quedó mi conciencia
en dirección a sus pies, ella de espaldas y yo de bruces,
uno sobre el otro:
hicimos así lo que yo llamo
sinceramente
La clepsidra.

No sé cuál de los dos compartimentos recibía y cuál donaba.
Aunque desnudos, fue preciso esta inversión de los cuerpos para vaciar toda la arena,
hasta quedar realmente innatos: ella y yo, pasado y futuro, uno consumado, el otro consumido.
Medianoche, sin duda.


Rétame con sus muslos
tiemble tu herida previa.
Me insertaré tan hondamente
que quedaremos confundidos
más que un hecho con el tiempo que ocupa.
Gusano, ¿hemos mentido?, ¿hemos mentido?
Pues bien, intenta destruir nuestras palabras.


Tus pechos son las cabezas del dolor
bajo un cielo que yo amaría devorar
mezclado al agua de mi cuerpo.
Tus nuevas llagas me recorren como una madre al fuego,
Un paso infinito y que nunca llega a realizarse
es la mirada de la mujer que recibe al hombre;
sobre su nariz, el entrecejo es el puente atravesado sobre el goce
y el río,
para que yo mida mi alcance, mi agonía
y mi consumación.

¿En qué momento estás, ave inestable?
Paso el estío. Pasó. ¿Qué es de él?
No hay ni una hebra de día preservada
para yacer con la amada en los sembrados vivos de luz inmensa.
Pasó el estío. ¿Pasó?
Confórtame, gusano. Ríe, sombra. Dime:
Es estío. Todo está aquí presente.
Sólo que cuando el arco de sus labios mintió,
estirando su amor hasta donde ella no podía llegar,
creía que mentía.
Sus palabras son más ciertas: como el volar de la flecha
es más que el arco que la lanza.
¿Y miente, acaso, el arco -el otro-, el que sostiene
con su débil estructura las fuertes y más pesadas bóvedas?
¿Y el otro, miente el arco sobre la cuerda, ambos breves y exiguos,
cuando por el mutuo consentimiento de su caricia
pueden llegar hasta el viejo y el inválido,
traspasando los huertos su flameante sonido?
Gusano, ¿hemos mentido?
Y bien, intenta destruir nuestras palabras.
Observad cómo baila la danzarina,
con qué delicadeza
procura no salirse de la forma.
Cada paso, cada ademán, cada figura
llevan el secreto temor de derramar la belleza
que, entonces, transportada, un momento la asiste.
Cruza, se inclina y gira,
como lo haría un cáliz cuidando no verter
el vino
y quedarse ajado y blando.
Horrible es la visión. No soportamos
la Belleza desasida del apoyo,
ni contemplar el Amor solo, libre, espléndido:
un vino en el aire suspendido
sin necesidad de la copa continente.
Apenas la mano insolvente y menos eterna
no siguió dando respaldo a la caricia, y ésta, suelta,
es lo único que subsiste,
tampoco toleramos el objeto amante.

Oh vida, en qué te diferencias de la muerte, me pregunto.
Como el entusiasmo y el desánimo, arrastráis igual substancia.
Cómo sé cuando amanece y cuándo atardece.
No tengo mi ayer. No tengo mi mañana. Juzgo que es mediodía.
¿Qué me hace distinguir entre:
'Antes, iba a ser amado'
y 'Ahora, ya dejé de serlo'?
Una luz ya apagada vale lo que otra aún no encendida,
El camino es el mismo de subida que de bajada,
Daréis lo no venido por pasado.
El alemán que entra retrocediendo al cine
para simular que va saliendo;
el portero, que sabe lo que es el tiempo,
expulsa al intruso que intenta detenerlo.
¡Alegría! ¡Tristeza!
Vivir, morir, ¿qué color, qué movimiento os distingue?
Pero, sin duda, sé cuando un niño crece y un viejo desmejora;
cuando dos parejas, en escaños contiguos, se dan un beso
semejante,
discierno bien que un amor comienza a henchirse y el otro a
marchitarse,
cuándo amanece y cuándo anochece.
Hay amantes -los he visto- que exasperados por rehacer su
embriagante aventura,
retroceden con la mirada vuelta
y se quedan sollozando en el mismo pórtico donde hace apenas
unos días
ciñeron la dicha con sus cuerpos,
e inexplicablemente advierten que una sombra,
exactamente la misma que refrescó antaño la vid,
ahora
helaba el brote de los besos.
¡Vida, vida! Sin duda, eres diferente de la muerte; pero ahora,
¡ay, no puedo distinguirte!

El tiempo del deshielo, los laúdes sangrantes
El sol, las cuatro veinte entre los túmulos.
Capiteles que un soplo desharía.
Palomas de verdad con marco oscuro.
¡Guarda esta gota de agua entre las aguas!
Escucha:
Hubo una vez, hace mucho tiempo, en este instante,
en este mismo instante,
una mujer y un hombre,
un amor,
un instante.

Lee:
Aquí yace un instante,
nada más que un instan—,
nada más que un instan—
te.
Aspérgenos, Espíritu!
¡Desperdicio, detente! ¡Detente, bello instante!
La eternidad licúa sus zafiros.
Color del vino, resplandece el mar.
(Fragmento)











domingo, 10 de junio de 2012

Diane di Prima: Loba (Agosto 6, 1934)


                   Ave
             

Oh hermanas perdidas de la luna
con la medialuna en el pelo y el mar bajo los pies deambulan
de azul velo, de hoja verde, de andrajoso chal deambulan
con la piel de oro y la cabellera en llamas deambulan
en la Avenida A, en Bleecker Street deambulan
en Rampart Street, en Fillmore Street deambulan
con tiara de flores, con enjoyado aliento deambulan

      huellas
           brillante madreperla
                                detrás
ojos de feldespato 
       y en ellos la luna creciente

con guantes, con sombrero, en harapos, con pieles, con cuentas
bajo la luna menguante, con el pelo suelto en la lluvia negra
aullando con perros vagabundos, silbando en los portales
sombras son, que caen sobre cruces y carreteras


a pie deambulan
escupiendo deambulan
musitando y llorando deambulan
viejas y hablando solas
con los ojos perdidos deambulan
listas para un amorío deambulan
llorando sus muertos.

                          desnudas caminan
                          envueltas en largas batas caminan
                          amortajadas caminan
                          para atrás caminan.
                         
                                   hambrientas
                                  hambrientas
                                 hambrientas

                                 chillar las oigo
                        cantar las oigo
                                 maldecir las oigo
                                         rezar las oigo

se acuestan con el unicornio
se acuestan con la cobra
se acuestan en el pasto seco
se acuestan con el Yeti
rozan las largas vergas de los sátiros con sus lenguas

     están armadas
     conducen carrozas 
     se alzan sobre mí
     son pequeñas
     se acurrucan en las laderas
     a resguardo del viento


preñadas deambulan
descalzas deambulan
golpeadas por borrachos deambulan

     matan en mesas de acero
     paren en camas negras
          el feto que arrancaron se endurece en la nieve
          y se alza como la luna nueva
          mientras gimen en sueños

desenterrando papas deambulan
pidiendo droga deambulan
jugando con pajaritos deambulan
picando piedra deambulan

recorro la larga noche buscándolas
trepo a la cresta de las olas buscándolas
duermo en la pradera, golpeo puertas de piedra
gritando sus nombres

son el coral
son el lapislázuli y la turquesa
su cerebro se enrosca como un caracol
danzan en las colinas

     mujer de dura esencia, vos girás
     bailás en los subterráneos
     te revolcás en las viviendas
     y los niños chupan de tu pezón

Sos la colina, la forma y el color de la planicie
sos la carpa, la tienda de cueros, el hogan
la toga de búfalo, el quilt, el tejido afgano
sos el caldero y la estrella vespertina
te alzás sobre el mar y montás la oscuridad

Yo me muevo en tu interior, enciendo el fuego
hundo mi mano en vos y como de tu carne
sos mi imagen del espejo y mi hermana
desaparecés como el humo en las colinas brumosas
me llevás a caballo por el bosque del sueño
gran madre gitana, apoyo mi cabeza en tu espalda

yo soy vos
y debo convertirme en vos
he sido vos
y debo convertirme en vos
soy siempre vos
y debo convertirme en vos

        ay-a
        ay-a ah
        ay-a
        ay-a ah ah
        maya ma maya ma 
        om estrella madre
         maya ma ah



¿Y van a cazar a la Loba?
Tontos, ¿Van a usar
lanza, arpón o flecha, pistola o
boomerang? ¿Creen poder atraparla
con las redes del amor? Ella monta
la luna creciente como una balsa
en la corriente tormentosa del cielo
¿Van a ir a pescarla? ¿Esperan
abrigarse con su piel
el invierno que viene?

¿Sueñan
con masticar  los trozos de su carne
darle vuelta las tripas chuparle el jugo
a su gran hígado oscuro? ¿Van hacer
un gorro con su estómago, y con sus vértebras un collar?

Miren, se acuesta boca arriba en la arena como una mujer
el enorme saguaro se inclina ante ella, su grito de amor
oscurece la meseta. El aire del desierto se torna negro.
Ahora se levanta, como el sol, mueve
la cola, él es su nube negra, es el Señor Peyote, sonriendo. Corren
de la mano más allá del vítreo filo amarillo
del horizonte...

¡Tras ella! Dientes de ballena & caracoles
tintinean en la cacería, los caballos
se vuelven cardos rodantes, el olor a montaña
de su aliento, una vez más escribe
NOLI ME TANGERE.*en piedras preciosas
sobre el cielo.


*«Noli me tangere» (literalmente “no me toques”) 
es la frase pronunciada, según el evangelista 
San Juan, por Cristo resucitado después 
de su aparición a María Magdalena. 


Traducción: 
Sandra Toro
http://el-placard.blogspot.com



Ayn Rand: La Virtud del Egoísmo (1905–1982)

El Culto de la 
         Moral gris  

Uno de los síntomas más elocuentes de la quiebra moral de la cultura actual es una cierta actitud que está de moda en relación con las cuestiones morales y que se puede resumir como: "No hay negros o blancos, sólo hay grises". Esto se aplica a personas, acciones, principios de conducta y a la moralidad en general. "Negro o blanco", en este contexto, significa "bueno o malo". (El uso invertido en la frase hecha antes citada es psicológicamente interesante.) En todos los aspectos en los que se quiera examinarlo, este concepto está lleno de contradicciones (la principal es la falacia del "concepto robado"). Si no hay "negros o blancos", tampoco habrá grises, dado que el gris no es sino una mezcla de los dos. Antes de poder identificar algo como "gris", uno debe saber qué es negro y qué es blanco. En el terreno de la moral esto significa que primero es preciso identificar qué es bueno y qué es malo. Cuando un hombre ha averiguado que una alternativa es buena y la otra, mala, ya no tendrá justificación alguna para elegir una mezcla. No puede haber justificación para elegir parte alguna de aquello que se sabe que es malo. En la moralidad, lo "negro" es, predominantemente, el resultado de intentar pretender que uno mismo es meramente "gris".Si un código moral (tal como el altruismo) es, de hecho, imposible de practicar, es el código lo que debe ser condenado como "negro" y no evaluar a sus víctimas como "grises". Si un código moral prescribe contradicciones irreconciliables —de manera que, al elegir el bien respecto de una cuestión dada el hombre cae en el mal respecto de otra—, es el código el que debe ser rechazado como "negro". Si un código moral es inaplicable a la realidad, si no ofrece guía alguna
excepto una serie de órdenes y mandamientos arbitrarios, carentes de fundamento y ajenos a la naturaleza, que deben ser aceptados por fe y practicados en forma automática, como un dogma ciego, no es posible clasificar debidamente a quienes lo practican como "blancos", "negros" o "grises": un código moral que prohibe y paraliza el juicio moral individual es una contradicción en sí mismo. Si en una compleja cuestión moral un hombre se esfuerza por
determinar qué es correcto, pero fracasa o comete honestamente un error, no se lo puede considerar "gris"; moralmente, es "blanco". Los errores de conocimiento no son violaciones de la moral; ningún
código moral correcto puede reclamar infalibilidad u omnisciencia. Si para escapar a la responsabilidad de un juicio moral un hombre cierra sus ojos y su mente, si evade los hechos en una cuestión dada y se esfuerza por no saber, no podrá considerárselo "gris"; desde el punto de vista moral es completamente "negro".

Muchas formas de confusión, falta de certeza y descuido epistemológico ayudan a ocultar las contradicciones y disfrazan el verdadero significado de la doctrina de la moralidad gris. Algunas personas creen que no es más que una repetición de vacías cantinelas tales como: "Nadie es perfecto en este mundo", es decir, que todo hombre es una mezcla de bien y mal, y, en consecuencia, moralmente "gris". Dado que la mayoría de la gente responde a
esta descripción, se la acepta como si fuera un hecho natural que no necesita consideración adicional. Olvidan que la moralidad sólo se aplica a cuestiones abiertas a la elección del hombre (o sea, a su libre
albedrío) y, por ende, en esta cuestión no hay generalizaciones válidas.

Si el ser humano es "gris" por naturaleza, no se le pueden aplicar conceptos morales, incluyendo el "tono gris", y no es posible la moral. Pero si el hombre tiene libre albedrío, el hecho de que diez hombres (o diez millones) hayan hecho la elección errada no implica
que también el decimoprimero debe errar; no implica nada, ni prueba nada, en relación con un individuo dado. Existen muchas razones por las cuales la mayoría de las personas son moralmente imperfectas, es decir, sostienen premisas y valores mezclados y contradictorios (una de ellas es la moralidad altruista), pero ésa es otra cuestión. Sin considerar las razones de sus elecciones, el hecho de que la mayoría de la gente sea moralmente "gris" no invalida la necesidad de moral que tiene el ser humano ni
la necesidad de "blancura" moral; por el contrario, hace esta necesidad más imperiosa. No justifica el "convenio" epistemológico de desentenderse del problema al relegar a todos los hombres a una moral "gris" y, en consecuencia, negarse a reconocer o practicar la "blancura". Tampoco sirve como una evasión de la responsabilidad de emitir un juicio moral: salvo que uno esté dispuesto a dejar de lado la moral y considerar que un pequeño oportunista y un asesino son moralmente equivalentes, todavía debe juzgar y evaluar la enorme gama de "grises" que puede encontrarse en el carácter de un individuo (y la única manera de hacerlo es a través de un criterio claramente definido de lo que es "negro" y lo que es "blanco"). Un concepto similar, y que involucra errores también similares, es el que sostienen algunas personas que creen que la doctrina de la moralidad gris es simplemente una forma distinta de decir: "Toda cuestión tiene dos caras", proposición esta cuyo significado, tal como se lo acepta, es que nadie está nunca completamente en lo cierto o completamente errado.

Pero no es esto lo que la proposición significa o implica. Lo único que implica es que al juzgar una cuestión dada debe tomarse en cuenta, a las dos partes. Esto no quiere decir que las posiciones tomadas por ellas sean igualmente válidas ni que pueda
haber una medida de justicia en ambas. Con mucha frecuencia la justicia estará de un lado y las presunciones injustificadas (o algo peor), del otro. 

Naturalmente, existen cuestiones complejas donde ambas partes tienen razón en algún aspecto y están equivocadas en otro, y es aquí donde se justifica menos el "convenio" de declarar a ambos lados como "grises". Éstas son las cuestiones en las que se requiere la más rigurosa precisión al emitir el juicio moral para
identificar y evaluar los distintos aspectos involucrados, lo cual sólo puede hacerse desenredando los elementos de "blanco" y "negro" entrelazados.
El error básico en todas estas variadas confusiones es el mismo: consiste en olvidar que la moral trata únicamente de cuestiones sometidas a la elección humana, lo que quiere decir: olvidar la diferencia entre "incapaz" y "renuente". Esto permite a la gente
traducir la frase hecha: "No hay negros ni blancos" como: "Los hombres son incapaces de ser totalmente buenos o totalmente malos", lo cual se acepta con vaga resignación, sin cuestionar las contradicciones metafísicas implicadas. Pero pocas personas lo aceptarían si a esa frase hecha se le diera el significado verdadero que se intenta introducir subrepticiamente en sus cerebros: "Los hombres son renuentes a ser totalmente buenos o totalmente malos". Lo primero que se diría a quien defendiese tal proposición sería: "Hable por usted mismo, no por los demás", y eso, realmente, es lo que el hombre hace, consciente o inconscientemente, en forma
intencionada o inadvertida, cuando declara: "No hay negros ni blancos", pues lo que expresa es una confesión psicológica y lo que significa
es: "No estoy dispuesto a ser totalmente bueno y, por favor, no me considere totalmente malo". Así como en epistemología el culto de la falta de certeza es
una rebelión contra la razón, en la ética, el culto de la moralidad gris es una rebelión contra los valores morales. Ambos son una rebelión contra el absolutismo de la realidad. Así como el culto de la incertidumbre no podría tener éxito mediante una abierta rebelión contra la razón y, en consecuencia, se esfuerza por elevar la negación de la razón a una suerte de razonamiento superior, el culto de la moralidad gris no podría tener éxito mediante una abierta rebelión contra la moral, y se esfuerza por elevar la negación de la moral a una forma de virtud superior. Obsérvese la forma en que uno encuentra esa doctrina: raras
veces se la presenta como un acto positivo, como una teoría ética o
un tema sujeto a discusión: se la oye sobre todo en forma negativa,
como una objeción tajante o un reproche, expresada de manera que
implique que uno es culpable de violar un absoluto tan evidente que
no requiere discusión. En tonos que van desde la sorpresa hasta el
sarcasmo, el enojo, la indignación y el odio histérico, se nos enrostra
la doctrina en forma acusadora: "Seguramente no pretenderá usted pensar en términos de negro o blanco, ¿verdad?"
Llevada por la confusión, la impotencia y el miedo que produce
toda cuestión que involucre a la moral, la mayoría de la gente se apresura
a responder, con cierto sentimiento de culpa: "No, claro que no",
sin tener una idea clara de la naturaleza de la acusación. No se detienen
a tratar de comprender que lo que en realidad se les está diciendo
es: "Seguramente no será usted tan injusto como para discriminar entre
el bien y el mal, ¿verdad?", o: "Seguramente no será usted tan malvado
como para dedicarse a buscar la verdad, ¿no?", o: "Seguramente no
será usted tan inmoral como para creer en la moral, ¿verdad?"
Los motivos de esa frase hecha son tan obvios —culpabilidad
moral, miedo al juicio moral y una apelación para obtener un perdón
total— que un solo vistazo a la realidad sería suficiente para demostrarles
cuán desagradable es la confesión que están haciendo. Pero la
evasión de la realidad es tanto la condición previa como la meta del
, culto de la moral gris.
Desde el punto de vista filosófico, ese culto es una negación  de la moralidad, pero psicológicamente no es ésa la meta de quienes
adhieren a él. Lo que buscan no es la amoralidad, sino algo más profundamente
irracional: una moralidad no absoluta, fluida, elástica,
"a mitad de camino".
No proclaman que están "más allá del bien y del mal"; lo que tratan
de preservar son las "ventajas" de ambos. No desafían a la moral ni
representan una extravagante versión medieval de cultores del mal.
Lo que les da un sabor peculiarmente moderno es que no abogan
por vender su alma al diablo; quieren venderla al menudeo, poco
a poco, a cualquier revendedor que quiera comprarla.
No constituyen una corriente filosófica de pensamiento; son
un típico producto de la falta de una filosofía, de la bancarrota intelectual
que ha producido el irracionalismo en la epistemología, un
vacío moral en la ética y una economía mixta en política.
Una economía mixta es una guerra amoral de grupos de presión
carentes de principios, de valores o de toda referencia con la
justicia, una guerra cuya arma final es el poder de la fuerza bruta,
pero cuya forma externa es un juego de transacciones. El culto de la
moral gris es una moralidad acomodaticia que hizo posible ese juego
de transacciones; y los hombres se aferran ahora a ella en un desesperado
intento por justificarlas.
Obsérvese que el aspecto dominante de esta posición no es una
búsqueda de lo "blanco" sino el terror obsesivo a ser catalogado como
"negro" (y con buenas razones). Obsérvese que abogan por una
moralidad que sostenga la transacción como criterio de valor y que,
en consecuencia, haga posible medir la virtud por la cantidad de
valores que uno esté dispuesto a traicionar.
Las consecuencias y los "intereses creados" de esa doctrina
pueden observarse por todas partes a nuestro alrededor.
Obsérvese, en política, que el término extremismo se ha
convertido en sinónimo de "maldad", sin tener en cuenta el contenido
de la cuestión (la maldad no reside en qué se defiende en forma
"extremista", sino en el hecho de ser "extremista", es decir, cohe-
rente). Obsérvese el fenómeno de los llamados neutralistas en las
Naciones Unidas: los "neutralistas" son algo peor que meramente
neutrales en el conflicto entre los Estados Unidos y la Rusia soviética;
se han comprometido, como principio, a no reconocer diferencia
alguna entre ambos lados, a no considerar jamás los méritos de
una cuestión y a buscar siempre una transacción, cualquiera que sea,
en cualquier conflicto, como, por ejemplo, entre el país agresor y el
país invadido.
Obsérvese, en literatura, el surgimiento de algo llamado el
antihéroe, que se distingue por no tener nada que lo distinga, ni virtudes,
ni valores, ni metas, ni carácter, ni entidad, y que sin embargo,
ocupa, en obras teatrales y novelas, la posición que antes ocupaba
el héroe, con el argumento centrado en sus acciones, aun cuando
él no hace ni llega a nada. Obsérvese que el término "los buenos y
los malos" se usa en forma despreciativa y, sobre todo en la televisión,
obsérvese la rebelión contra los "finales felices", la demanda
de que a los "malos" se les den las mismas oportunidades y se les
adjudique la misma cantidad de victorias.
Al igual que una economía mixta, los hombres de premisas
mixtas pueden ser llamados "grises", pero, en ambos casos, la mezcla
no permanece "gris" por mucho tiempo. "Gris", en este contexto,
es meramente un preludio para "negro". Podrá haber hombres
"grises" pero no puede haber principios morales "grises". La moral
es un código de negro y blanco. Si (y cuando) los hombres intentan
una transacción, es obvio cuál de las partes necesariamente perderá
y cuál necesariamente ganará.
Tales son las razones por las cuales cuando a uno le preguntan:
"Seguramente no estará usted pensando en términos de negro o blanco,
¿verdad?", la respuesta correcta (en esencia, si no en forma)
deberá ser: "¡Por supuesto, puede estar seguro de que estoy pensando
precisamente en esos términos!"


                                                                          Junio de 1964