lunes, 23 de diciembre de 2013

Leonora Carrington (1917- 2011)


Max Ernst, el pájaro superior




Los Pájaros del amor, los Pájaros de la noche, los Pájaros del Paraíso y los Pájaros del demonio están atrapados en sus alas entrelazadas, en la Cocina Subterránea del Pájaro Superior. Éste revuelve su olla que tieneforma de hombre y mira hipnotizado sus  brazos desnudos, mientras que por encima, enjambres de moscas y tábanos colgados de trozos de carne, enseñan asus crías a volar. El Pájaro Superior mira sus brazos desnudos con una hipnótica y glauca mirada y diminutos brotes blancos aparecen en su piel; revolviendo siete veces y sin dejar de mirar, ve que esos brotes se secan y endurecen convirtiéndose en brillante plumaje. Entonces, un coro de águilas entona un canto, mientras los Pájaros del demonio y los Pájaros del Paraíso desunen sus picos en un largo beso agorero.

El miedo, en forma de caballo, vistiendo la piel de un centenar de animales distintos, salta a la cocina despidiendo una lluvia de chispas con sus cascos, las chispas se convierten en murciélagos blancos que revolotean ciega y desesperadamente alrededor de la cocina, chocando con ollas, cuencos, botellas y frascos que contienen los
ingredientes para la cocina astrológica y que se estrellan en el suelo formando charcos de color. El Pájaro Superior ata por la cola al Miedo a las llamas del fuego y hunde sus brazos emplumados en el color. Cada pluma, al instante, empieza a pintar una imagen distinta con la velocidad del grito.

El canto de los murciélagos blancos y de las águilas se mezcla con los relinchos del Miedo que lleva, heladas en su cola, las llamas del fuego. De su piel brotan diminutos volcanes que lanzan penachos de humo a través de su capa de múltiples pieles. Yergue su cabeza y salen volando las polillas de su crin, atraídas por la helada y brillante luz de su cola.

El Pájaro Superior, con todas sus plumas pintando al mismo tiempo diferentes imágenes, se mueve lentamente por el cuarto, haciendo surgir árboles y plantas de los muebles. El pulso, silencioso aún, del mundo externo petrificado, se deja oír como un tambor lejano. Los pájaros y las bestias siguen el ritmo con sus patas y pequeños terremotos ondean bajo la piel de la tierra.

La Memoria vuelve velozmente al nacimiento del tiempo; aparta al niño del pezón de un volcán en erupción y lo lanza jugando al espacio; esta diversión es tan gigantesca que la Inteligencia, con carcajadas agonizantes, se desprende de su cabeza, que es el pensamiento, y la arroja al espacio como un juguete para el Tiempo niño.

El Pájaro Superior alisa sus brazos que ahora son alas, libera al Miedo del fuego y se ata a su lomo con la crin. Escapan de la olla a través de los cuatro vientos que saltan como humo, como pelo, como viento.
Sólo siete pececillos, como cebras sin ojos, yacen sofocándose en el fuego, en el fondo de la gran olla negra.
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Publicado en Wiew, 1942




jueves, 5 de diciembre de 2013

Platón: El Banquete (424/423 B.C– 348/347 B.C)

     
        Discurso de Aristófanes




               –Efectivamente, Erixímaco –dijo Aristófanes–, tengo la intención de hablar de manera muy distinta a como tú y Pausanias han hablado. Pues, a mi parecer, los hombres no se han percatado en absoluto del poder de Eros, puesto que si se hubiesen percatado le habrían levantado los mayores templos y altares y le harían los más grandes sacrificios, no como ahora, que no existe nada de esto relacionado con él, siendo así que debería existir por encima de todo. Pues es el más filántropo de los Dioses, al ser auxiliar de los hombres y médico de enfermedades tales que, una vez curadas, habría la mayor felicidad para el género humano. Intentaré, pues, explicarles su poder y ustedes serán los maestros de los demás.
                Pero, primero, es preciso que conozcan la naturaleza humana y las modificaciones que ha sufrido, ya que nuestra antigua naturaleza no era la misma de ahora, sino diferente. En primer lugar, tres eran los sexos de las personas, no dos, como ahora, masculino y femenino, sino que había, además, un tercero que participaba de estos dos, cuyo nombre sobrevive todavía, aunque él mismo ha desaparecido. El andrógino, en efecto, era entonces una cosa sola en cuanto a forma y nombre, que participaba de uno y de otro, de lo  masculino y de lo femenino, pero que ahora no es sino un nombre que yace en la ignominia.
            En segundo lugar, la forma de cada persona era redonda en totalidad, con la espalda y los costados en forma de círculo. Tenía cuatro manos, mismo número de pies que de manos y dos rostros perfectamente iguales sobre un cuello circular. Y sobre estos dos rostros, situados en direcciones opuestas, una sola cabeza, y además cuatro orejas, dos órganos sexuales, y todo lo demás como uno puede imaginarse a tenor de lo dicho. Caminaba también recto como ahora, en cualquiera de las dos direcciones que quisiera; pero cada vez que se lanzaba a correr velozmente, al igual que ahora los acróbatas dan volteretas circulares haciendo girar las piernas hasta la posición vertical, se movía en círculo rápidamente apoyándose en sus miembros que entonces eran ocho. 


            Eran tres los sexos y de estas características, porque lo masculino era originariamente descendiente del sol, lo femenino, de la tierra y lo que participaba de ambos, de la luna, pues también la luna participa de uno y de otro. Precisamente eran circulares ellos mismos y su marcha, por ser similares a sus progenitores. Eran también extraordinarios en fuerza y vigor y tenían un inmenso orgullo, hasta el punto de que conspiraron contra los dioses. Y lo que dice Homero de Esfialtes y de Oto se dice también de ellos: que intentaron subir hasta el cielo para atacar a los dioses. Entonces, Zeus y los demás Dioses deliberaban sobre qué debían hacer con ellos y no encontraban solución.              Porque, ni podían matarlos y exterminar su linaje,  fulminándolos con el rayo como a los gigantes, pues entonces se les habrían esfumado también los honores y sacrificios que recibían de parte de los hombres, ni podían permitirles tampoco seguir siendo insolentes. Tras pensarlo detenidamente dijo, al fin, Zeus: Me parece que tengo el medio de cómo podrían seguir existiendo los hombres y, a la vez, cesar de su desenfreno haciéndolos más débiles. 

             Ahora mismo, dijo, los cortaré en dos mitades a cada uno y de esta forma serán a la vez más débiles y más útiles para nosotros por ser más numerosos. Andarán rectos sobre dos piernas y si nos parece que todavía perduran en su insolencia y no quieren permanecer tranquilos, de nuevo, dijo, los cortaré en dos mitades, de modo que caminarán dando saltos sobre una sola pierna. 


Dicho esto, cortaba a cada individuo en dos mitades, como los que cortan las serbas y las ponen en conserva o como los que cortan los huevos con crines. Y al que iba cortando ordenaba a Apolo que volviera su rostro y la mitad de su cuello en dirección del corte, para que el hombre, al ver su propia división, se hiciera más moderado, ordenándole también curar lo demás. Entonces, Apolo volvía el rostro y, juntando la piel de todas partes en lo que ahora se llama vientre, como bolsas cerradas con cordel, la ataba haciendo un agujero en medio del vientre, lo que llamamos precisamente ombligo.
               Alisó las otras arrugas en su mayoría y modeló también el pecho con un instrumento parecido al de los zapateros cuando alisan sobre la horma los pliegues de los cueros. Pero dejó unas pocas en torno al vientre mismo y al ombligo, para que fueran un recuerdo del antiguo
estado. Así, pues, una vez que fue seccionada en dos la forma original,
añorando cada uno su propia mitad se juntaba con ella y rodeándose con
las manos y entrelazándose unos con otros, deseosos de unirse en una
sola naturaleza, morían de hambre y de absoluta inacción, por no querer
hacer nada separados unos de otros.


Y cada vez que moría una de las mitades y quedaba la otra, la que
quedaba buscaba otra y se enlazaba con ella, ya se tropezara con la mitad de una mujer entera, lo que ahora llamamos precisamente mujer, ya con la de un hombre, y así seguían muriendo. Compadeciéndose entonces Zeus, inventa otro recurso y traslada sus órganos genitales hacia la parte delantera, pues hasta entonces también éstos los tenían por fuera y engendraban y parían no los unos en los otros, sino en la tierra, como las cigarras. 
                 De esta forma, pues, cambio hacia la parte frontal sus órganos genitales y consiguió que mediante éstos tuviera lugar la generación en ellos mismos, a través de lo masculino en lo femenino, para que si en el abrazo se encontraba hombre con mujer, engendraran y siguiera existiendo la especie humana, pero, si se encontraba varón con varón, hubiera, al menos, satisfacción de su contacto, descansaran, volvieran a sus trabajos y se preocuparan de las demás cosas de la vida.


Desde hace tanto tiempo, pues, es el amor de los unos a los otros
innato en los hombres y restaurador de la antigua naturaleza, que intenta hacer uno solo de dos y sanar la naturaleza humana. Por tanto, cada uno de nosotros es un símbolo de hombre, al haber quedado seccionado en dos de uno solo, como los lenguados. Por esta razón, precisamente, cada uno está buscando siempre su propio símbolo. En consecuencia, cuantos hombres son sección de aquél ser de sexo común que entonces se llamaba andrógino son aficionados a las mujeres, y pertenece también a este género la mayoría de los adúlteros; y proceden también de él cuantas mujeres, a su vez, son aficionadas a los hombres y adúlteras. Pero cuántas mujeres son sección de mujer, no prestan mucha
atención a los hombres, sino que están inclinadas a las mujeres, y de este género proceden también las lesbianas.
               Cuántos, por el contrario, son sección de varón, persiguen a losvarones y mientras son jóvenes, al ser rodajas de varón, aman a los
hombres y se alegran de acostarse y abrazarse; éstos son los mejores de
entre los jóvenes y adolescentes, ya que son los más viriles por
naturaleza. Algunos dicen que son unos desvergonzados, pero se equivocan. Pues no hacen esto por desvergüenza, sino por audacia, hombría y masculinidad, abrazando a lo que es similar a ellos. Y una gran prueba de esto es que, llegados al término de su formación, los de tal naturaleza son los únicos que resultan valientes en los asuntos políticos. Y cuando ya son unos hombres, aman a los mancebos y no prestan atención por inclinación natural a los casamientos ni a la procreación de hijos, sino que son obligados por la ley, pues les basta vivir solteros todo el tiempo en mutua compañía.
                Por consiguiente, le el que es de tal clase resulta, ciertamente, un amante de mancebos y un amigo del amante, ya que siempre se apega a lo que le está emparentado. Pero cuando se encuentran con aquella autentica mitad de sí mismos tanto el pederasta como cualquier otro, quedan entonces maravillosamente impresionados por afecto, afinidad y amor, sin querer, por así decirlo, separarse unos de otros ni siquiera por un momento.


Éstos son los que permanecen unidos en mutua compañía a lo largo de toda su vida, y ni siquiera podrían decir qué desean conseguir
realmente unos de otros. Pues a ninguno se le ocurriría pensar que ello
fuera el contacto de las relaciones sexuales y que, precisamente por esto,
el uno se alegra de estar en compañía del otro con tan gran empeño.
Antes bien, es evidente que el alma de cada uno desea otra cosa que no
puede expresar, si bien adivina lo que quiere y lo insinúa enigmáticamente. Y si mientras están acostados juntos se presentara Hefesto con sus instrumentos y les preguntara: ¿Qué es, realmente, lo que quieren, hombres, conseguir uno del otro?, y si al verlos perplejos volviera a preguntarles: ¿Acaso lo que desean es estar juntos lo más posible el uno del otro, de modo que ni de noche ni de día se separen el uno del otro? Si realmente quieren esto, quiero fundirlos y soldarlos en uno solo, de suerte que siendo dos lleguen a ser uno, y mientras vivan, como si fueran uno sólo, vivan los dos en común y, cuando mueran, también allí en el Hades sean uno en lugar de dos, muertos ambos a la vez. Miren, pues, si desean esto y estarán contentos si lo consiguen. 
              Al oír estas palabras, sabemos que ninguno se negaría ni daría a entender que desea otra cosa, sino que simplemente creería haber escuchado lo que, en realidad, anhelaba desde hacía tiempo: llegar a ser uno solo de dos, juntándose y fundiéndose con el amado Pues la razón de esto es que nuestra antigua naturaleza era como
se ha descrito y nosotros estábamos íntegros. Amor es, en consecuencia, el nombre para el deseo y la persecución de esa integridad. Antes, como digo, éramos uno, pero ahora por nuestra iniquidad, hemos sido separados por la divinidad, como los arcadios por los lacedemonios. 


              Existe, pues, el temor de que, si no somos mesurados respecto a los dioses, podamos ser partidos de nuevo en dos y andemos por ahí como los que están esculpidos en relieve en las estelas, serrados en dos por la nariz, convertidos en téseras. Ésta es la razón, precisamente, por la que todo hombre debe exhortar a ser piadosos con los dioses en todo, para evitar lo uno y conseguir lo otro, siendo Eros nuestro guía y caudillo. Que nadie obre en su contra –y obra en su contra el que se
enemista con los Dioses–, pues si somos sus amigos y estamos
reconciliados con el Dios, descubros y nos encontraremos con
nuestros propios amados, lo que ahora consiguen solo unos pocos.
              Y que no me interrumpa Erixímaco para burlarse de mi discurso diciendo que aludo a Pausanias y a Agatón, pues tal vez también ellos pertenezcan realmente a esta clase y sean ambos varones por naturaleza. Yo me estoy refiriendo a todos, hombres y mujeres, cuando digo que nuestra raza sólo podría llegar a ser plenamente feliz si lleváramos el amor a su culminación y cada uno encontrara el amado que le pertenece retornando a su antigua naturaleza.
             Y si esto es lo mejor, necesariamente también será lo mejor lo que, en las actuales circunstancias, se acerque más a esto, a saber, encontrar un amado que por naturaleza responda a nuestras aspiraciones. Por consiguiente, si celebramos al Dios causante de esto,
celebraríamos con toda justicia a Eros, que en el momento actual nos
procura los mayores beneficios por llevarnos a lo que nos es afín y nos
proporciona para el futuro las mayores esperanzas de que, si mostramos
piedad con los Dioses, nos hará dichosos y plenamente felices, tras
restablecernos en nuestra antigua naturaleza y curarnos.
               

Éste, Erixímaco, es –dijo–mi discurso sobre Eros, distinto, por cierto, al tuyo. No lo ridiculices, como te pedí, para que oigamos también que va a decir cada uno de los restantes o, más bien, cada uno de los otros dos, pues quedan Agatón y Sócrates.
–Pues bien, te obedeceré –respondió Erixímaco–, pues también a
mí me ha gustado oír tu discurso. Y si no supiera que Sócrates y Agatón son formidables en las cosas del Amor, mucho me temería que vayan a estar faltos de palabras, por lo mucho y variado que ya se ha dicho, en este caso, sin embargo, tengo plena confianza.
           Tú mismo, Erixímaco –dijo entonces Sócrates–, has competido,
en efecto, muy bien, pero si estuvieras donde estoy yo ahora, o mejor, tal
vez, donde esté cuando Agatón haya dicho también su bello discurso,
tendrías en verdad mucho miedo y estarías en la mayor desesperación,
como estoy yo ahora.
–Pretendes hechizarme, Sócrates –dijo Agatón–para que me desconcierte, haciéndome creer que domina a la audiencia una gran
expectación ante la idea de que voy a pronunciar un bello discurso.
Sería realmente desmemoriado, Agatón –respondió Sócrates–, si
después de haber visto tu hombría y elevado espíritu al subir al escenario con los actores y mirar de frente a tanto público sin turbarte lo más mínimo en el momento de presentar tu propia obra, creyese ahora que tú ibas a quedar desconcertado por causa de nosotros, que sólo somos unos cuantos hombres.


            –¿Y qué, Sócrates? –Dijo Agatón–. ¿Realmente me consideras tan saturado de teatro como para ignorar también que, para el que tenga un poco de sentido, unos pocos inteligentes son más de temer que muchos
estúpidos?. –En verdad no haría bien, Agatón –dijo Sócrates–, si tuviera sobre ti una rústica opinión. Pues sé muy bien que si te encontraras con unos pocos que consideraras sabios, te preocuparías más de ellos que de la masa. Pero tal vez nosotros no seamos de esos inteligentes, pues estuvimos también allí y éramos parte de la masa.
No obstante, si te encontraras con otros realmente sabios, quizás
te avergonzarías ante ellos, si fueras consciente de hacer algo que tal vez fuera vergonzoso. ¿O qué te parece?
            –Que tienes razón –dijo.
            –¿Y no te avergonzarías ante la masa, si creyeras hacer algo tan vergonzoso? Entonces Fedro –me contó Aristodemo–les interrumpió y dijo: Querido Agatón, si respondes a Sócrates, ya no le importará nada de qué manera se realice cualquiera de nuestros proyectos actuales, con tal que tenga sólo a uno con quien pueda dialogar, especialmente si es bello. A mí, es verdad, me gusta oír dialogar a Sócrates, pero no tengo más remedio que preocuparme del encomio a Eros y exigir un discurso de cada uno de nosotros. Por consiguiente, después de que uno y otro hayan hecho su contribución al Dios, entonces ya dialoguen.


–Dices bien, Fedro –respondió Agatón–; ya nada me impide
hablar, pues con Sócrates podré dialogar, también, después, en otras
muchas ocasiones.

martes, 3 de diciembre de 2013

Vincent Van Gogh: Cartas a Teo (1880)


   Julio de 1880




(...) Por ejemplo, sabes bien que a menudo he descuidado mi aseo, lo admito y admito que esto sea desagradable. Pero he aquí, la molestia y la miseria existen para algo y además son un buen medio para asegurarse la soledad necesaria, para poder profundizar más o menos tal o cual estudio que nos preocupa. Un estudio muy necesario es la Medicina; apenas hay un hombre que no trate de saber aunque sea un poco, que no busque comprender a los menos de qué se trata y resulta que no sé de esto todavía nada. Pero todo eso absorbe, todo eso preocupa, pero todo eso nos hace soñar, meditar, y pensar. Hoy resulta que ya llevo cinco años tal vez, no lo sé exactamente, viviendo más o menos desarraigado, errante aquí y allá. Vosotros habéis dicho: ¿después de tal o cuál época te has rebajado, te has extinguido, no has hecho nada? Esto es completamente cierto. Es verdad que a menudo he ganado mi pedazo de pan, a menudo algún amigo me lo ha dado por lástima, he vivido como he podido, lo mismo bien que mal, como se presentaba; es verdad que he perdido la confianza de algunos y es verdad que mis asuntos pecuniarios se encuentran en un triste estado; es verdad que el porvenir es bastante sombrío; es verdad que habría podido hacerlo todo mejor; es verdad que nada más que para ganarme el sustento he perdido tiempo; es verdad que mis estudios siguen en un estado bastante triste y desesperante y que es más lo que me falta, infinitamente más, que lo que tengo. Pero, ¿a eso le llamáis descender, a eso le llamáis no hacer nada? Tú dirás tal vez: Pero, ¿por qué no has seguido, como hubiéramos querido que hubieses continuado, por el camino de la Universidad? No contestaré nada, salvo esto: es demasiado; y además, ese porvenir no era mejor que el presente que ando siguiendo. Pero en el camino en que me encuentro debo continuar. Si no hago nada, si no estudio, si no busco más, entonces estoy perdido. Entonces, desgracia sobre mí. Así es como encaro las cosas: continuar, continuar, eso es lo necesario. 


(...) Ahora, una de las causas por las cuales estoy fuera de lugar -porque durante años he estado desplazado- es simplemente porque tengo otras ideas que las de esos señores que dan los puestos a los sujetos que piensan como ellos. No es una sencilla cuestión de toilette, como se me ha reprochado hipócritamente, es una cuestión más seria, te lo aseguro. ¿Por qué te digo todo esto? No es para quejarme, no es para disculparme porque más o menos no pueda tener razón, sino simplemente para decirte esto: cuando me visitaste por última vez el verano pasado, cuando nos paseamos los dos cerca del viejo canal y del molino de Rijswijk, "y entonces -tú decías- estábamos de acuerdo sobre muchas cosas, pero -agregaste-, desde entonces tú has cambiado mucho, no eres ya el mismo". Y bien; esto no es del todo así; lo que ha cambiado, es que entonces mi vida era menos difícil y mi porvenir menos sombrío en apariencia; pero en cuanto a lo interior, en cuanto a mi manera de ver y de pensar no he cambiado; solamente, si en efecto hubiese un cambio, es que ahora pienso y creo y amo más seriamente lo que también entonces pensaba, creía y amaba. 


(...) Por tanto, tú no debes pensar que reniego de esto o aquello; soy una especie de fiel en mi infidelidad y aunque cambiado soy el mismo y mi tormento no es otro que este: ¿para qué podría yo servir? ¿No podría yo ser útil de alguna manera? ¿Cómo podría yo saber más y ahondar tal o cual tema? Ya ves, esto me atormenta continuamente, y además uno se siente prisionero en su tormento, excluido de participar en tal o cual obra, y tales y cuales cosas necesarias están lejos del alcance. A causa de esto no se vive sin melancolía, después se sienten vacíos allí donde podría haber amistades y altos y serios afectos, y se experimenta cómo el terrible decaimiento roe hasta la misma energía moral, y la fatalidad parece poder poner una barrera a los instintos afectivos y una marea de náuseas sube a la garganta. Y en seguida se dice: ¿hasta cuándo, Dios mío? ¿Qué quieres? Lo que pasa adentro parece que ocurriera afuera. Fulano tiene un gran fuego en su alma y nadie se acerca a calentarse, y los que pasan sólo advierten un poco de humo en lo alto, por la chimenea, y siguen su camino. Ahora, ya ves: ¿qué hacer?, ¿fomentar ese fuego interiormente, esperar pacientemente, aunque con mucha impaciencia, esperar la hora, digo, en que alguien querrá venir a sentarse a vivir allí?, ¿qué se yo? El que crea en Dios, que espere la hora, que llegará tarde o temprano. Ahora, por el momento, todos mis asuntos van mal, a lo que parece, y esto ha sido así durante un tiempo no del todo inconsiderable, y esto puede seguir así en un futuro más o menos largo, pero puede ocurrir que después de haber ido todo al revés, todo vaya mejor en seguida. No lo tomo en cuenta, tal vez no ocurra nunca, pero en caso que se produzca algún cambio hacia el bien, lo consideraría como ganado, estaría contento, diría: "en fin, había sin embargo alguna cosa". Pero sin embargo -dirás-, tú eres un ser despreciable, puesto que tienes ideas imposibles de religión y escrúpulos de conciencia pueriles. Si tengo ideas imposibles o pueriles, ojalá pueda librarme de ellas; no pido nada mejor. Pero éste es, más o menos, el nivel que he alcanzado. Te encontrarás en "El filósofo bajo los techos" de Souvestre, cómo un hombre de pueblo, un simple obrero muy miserable si se quiere, se imaginaba la patria. "Tú no has pensado tal vez en qué es la patria", replicó posándome una mano sobre la espalda, "es todo lo que te rodea, todo lo que te ha criado y alimentado, es todo lo que has amado, estos campos que estás viendo, estas casas, estos árboles, estas muchachas que pasan y ríen, todo esto es la patria". "Las leyes que te protegen, el pan que paga tu trabajo, las palabras que cambias, la alegría y la tristeza que te llegan de los hombres y de las cosas entre las que vives, todo esto es la patria. La pequeña habitación en que otras veces viste a tu madre, los recuerdos que ella te ha dejado, la tierra donde ella reposa, todo es la patria. La ves, la respiras en todas partes. Imagínate los derechos y los deberes, los afectos y las necesidades, los recuerdos y la gratitud, reúne todo esto con un solo nombre y este nombre será la patria." 


(...) Alguien, para citar un ejemplo, amará a Rembrandt, pero seriamente, sabrá que hay un Dios y creerá en él. Alguien ahondará en la historia de la Revolución Francesa; no será incrédulo, verá que en las grandes cosas hay también una potencia soberana que se manifiesta. Alguien habrá asistido durante un corto tiempo solamente a los cursos gratuitos de la gran universidad de la miseria y habrá puesto atención a lo que habrá pasado bajo sus ojos y a lo que habrán escuchado sus oídos y habrá reflexionado sobre ello y habrá terminado también por creer y aprender tal vez más de lo que podría decir. Trata de comprender la última palabra de lo que dicen en las obras de arte los grandes artistas, los maestros serios, y verás a Dios allí dentro. 


(...) Y el hombre abstraído tiene también su presencia de espíritu por momentos, como por compensación. Es a veces un personaje que tiene su razón de ser por tal o cual motivo que no se ve siempre en el primer momento, o que se olvida por abstracción a menudo involuntariamente. Alguien que ha rodado largamente como sacudido sobre un mar tempestuoso, llega al fin a su destino; alguien que parecía inútil e incapaz de desempeñar ningún cargo, ninguna función, termina por encontrar una, y activo y capaz de acción se muestra muy diferente a lo que había parecido al principio. Te escribo un poco al azar lo que me viene a la pluma, me sentiría muy contento si de alguna manera tú pudieras ver en mí algo más que un haragán. ¿Acaso hay haraganes y haraganes que hacen contraste? Está aquel que es haragán por pereza y dejadez de carácter, por la bajeza de su naturaleza: tú puedes, si lo juzgas bien, tomarme por uno de éstos. Después está el otro haragán, el haragán a pesar suyo, que vive roído interiormente por un gran deseo de acción, que no hace nada porque vive en la imposibilidad de hacerlo, puesto que está como preso en alguna cosa, porque no tiene lo que necesitaría para ser productivo, porque la fatalidad de las circunstancias lo reduce a ese punto; un haragán así no sabe siempre él mismo lo que podría hacer, pero lo siente por instinto; por tanto, sirvo para algo, siento en mí una razón de ser; sé que podría ser un hombre por completo diferente. ¿En qué podría ser útil?, ¿en qué servir?, ¿hay algo dentro de mí?, ¿qué es, entonces? Éste es un haragán muy diferente; tú puedes, si lo juzgas bien, tomarme por uno de éstos. (...) Este hombre haragán se parece a ese pájaro haragán y los hombres se hallan a menudo en la imposibilidad de hacer nada, prisioneros en no sé qué jaula horrible, horrible, muy horrible. Existe también, lo sé, la libertad, la libertad tardía. Una reputación arruinada con razón o sin razón, la debilidad, la fatalidad de las circunstancias, la desgracia, así acaba uno preso. No sabremos decir nunca qué es lo que nos encierra, lo que nos cerca, lo que parece enterrarnos, pero sentimos, sin embargo, no sé qué barras, qué rejas, qué paredes. ¿Todo esto es imaginario, fantasía? No lo creo; y después uno se pregunta: Dios mío, ¿será por mucho tiempo?, ¿será para siempre?, ¿será para la eternidad? Tú sabes cómo puede desaparecer la prisión. A base de afecto profundo, serio. A base de ser amigos, ser hermanos, amar: así se abre la prisión como una fuerza soberana, como un encanto poderoso. (...) Además, la prisión se llama algunas veces prejuicio, malentendido, ignorancia fatal de esto o aquello, desconfianza, falsa vergüenza.