domingo, 31 de marzo de 2013

Voltaire: Cartas filosóficas (1694-1778)


El Cielo de          los Antiguos 



Si el gusano de seda diera el nombre de cielo a la pelusilla que forma su capullo, razonaría igual que razonaron los antiguos, dando a la atmósfera el nombre de cielo, que es, como dice Fontenelle, la seda de nuestro capullo. Creyeron los antiguos que los vapores que exhalan los mares y la tierra y que forman las nubes, los meteoros y los truenos eran la morada de los dioses. Los dioses descienden siempre de nubes de oro en las obras de Romero; y por eso todavía hoy los pintores los representan sentados en una nube. Podían sentarse sobre el agua; pero era justo que el primero de los dioses, Júpiter, estuviera sentado con más comodidad que los otros, y le concedieron un águila por cabalgadura, porque el águila vuela más alto que las demás aves.

Los primitivos griegos, al ver que los señores de las ciudades vivían en ciudadelas, en la cumbre de las montañas, juzgaron que los dioses debían ocupar también alguna ciudadela y le colocaron en la Tesalia, en lo alto del monte Olimpo, cuya cima es tan alta que muchas veces la cubren las nubes, de modo que desde el palacio de los dioses se podía pasar fácilmente al cielo. .

Las estrellas y planetas, que parece que estén asidos a la bóveda azul de nuestra atmósfera, se convirtieron en morada de los dioses; siete de éstos tuvieron para vivir cada uno su planeta, y los otros se alojaron donde pudieron. Los dioses celebraban consejo general en una espaciosa sala, a la que iban por la Vía Láctea, puesto que los dioses necesitaban tener una sala en el aire, ya que los hombres tenían casas de reunión en la tierra.

Cuando los titanes, una especie intermedia de animales entre los hombres y los dioses, declararon a éstos una guerra casi justa reclamando parte de la herencia paterna, puesto que eran hijos del cielo y de la tierra, pusieron dos o tres montañas, una sobre otra, creyendo que eso bastaba para escalar el cielo y la ciudadela del Olimpo. Sin embargo, median seiscientos millones de leguas desde la tierra a esos astros, lo que no es un obstáculo para que Virgilio diga:

Sub pelibusque videl nubes el sidera Daphnis. «Dafne ve bajo sus pies los astros y las nubes». ¿Dónde estaba, pues, Dafne?

En el teatro y en otras partes más serias se hace descender a los dioses entre nubes y truenos; o lo que es lo mismo, pasean a Dios en los vapores de nuestro globo. Tales ideas son tan proporcionadas a nuestra debilidad, que nos parecen grandes.

Esa física de niños y viejas arranca de la más remota antigüedad. Créese, sin embargo, que los caldeos tenían ideas casi tan exactas como nosotros de lo que se llama cielo. Colocaban al Sol en el centro del mundo planetario, casi a la distancia que hemos reconocido que existe de nuestro globo, y hacían girar a la Tierra y algunos planetas alrededor de ese astro. Esto es lo que nos dice Aristarco de Samos; y es, con escasa diferencia, el sistema del mundo que Copérnico perfeccionó después. Pero los filósofos se guardan el secreto para ellos, con la idea de ser más respetados por los reyes y el pueblo, o quizá para no ser perseguidos.

El lenguaje del error es tan familiar para los hombres que todavía llamamos a los vapores y al espacio de la Tierra a la Luna, cielo. Decimos subir al cielo, como decimos que el Sol gira, aunque sabemos que éste está fijo y no se mueve. Probablemente la Tierra será cielo para los habitantes de la Luna, y cada planeta colocará su cielo en el planeta más próximo.

Si hubieran preguntado a Homero en qué cielo estaba el alma de Sarpedón y dónde estaba la de Hércules, Homero no habría sabido qué contestar, y hubiera salido del paso escribiendo versos armoniosos. ¿Qué seguridad podían tener de que el alma de Hércules se hubiera encontrado mejor en Venus, en Saturno, que en nuestro globo? ¿Se encontraría acaso en el Sol? No parece que debía estar en ese horno. ¿Qué entendían, en fin, por cielo los antiguos? No lo sabían. Decían siempre el cielo y la tierra, como si dijeran el infinito y un átomo. Rigurosamente hablando, no existe el cielo; existe una cantidad prodigiosa de globos que rueda en el espacio, y nuestro globo rueda como los demás.

Los antiguos creyeron que ir a los cielos era ascender; pero no se asciende de un globo a otro, porque los globos celestes unas veces están encima y otras debajo de nuestro horizonte. Por ejemplo, supongamos que Venus, habiendo venido de Pafos, regresara a su planeta cuando este planeta se hubiera puesto. La diosa Venus no ascendería, pues, con relación a nuestro horizonte, sino que descendería; en este caso debíamos decir descendió al cielo. Pero los antiguos no estaban tan civilizados, sólo tenían nociones vagas, inciertas, contradictorias sobre todo lo que se relaciona con la física. Se han escrito inmensos volúmenes para saber lo que pensaban sobre cuestiones de esta clase, y dos palabras hubieran bastado para decir que no pensaban sobre ellas. De esa regla general debe exceptuarse un corto número de sabios, que llegaron tarde, que explicaron sus pensamientos, y cuando se atrevieron a explicarlos, los charlatanes del mundo los enviaron al cielo por el camino más corto.

Un escritor que se llamaba Pluche pretende probar que Moisés era un gran físico; otro antes que él, llamado Juan Amerpoel, quiere conciliar a Moisés con Descartes, asegurando que Moisés fue el inventor de los torbellinos y de la materia sutil, pero lo asegura inútilmente, porque todos sabemos que Dios hizo de Moisés un legislador y un profeta, pero no pretendió que fuera un profesor de física. Dictó a los judíos sus deberes, pero no les enseñó una palabra de filosofía. Calmet, que ha compilado mucho, pero que no razona nunca, se ocupa del sistema de los hebreos; pero ese pueblo grosero estaba muy lejos de tener un sistema, ni siquiera tuvo escuela de geometría; hasta desconocía ese nombre. Su única ciencia consistía en ser corredor de cambios y usurero.

En sus libros se encuentran algunas ideas oscuras, incoherentes y dignas de un pueblo bárbaro, respecto a la estructura del cielo. Su primer cielo era el aire, el segundo el firmamento, en el que están prendidas las estrellas. Ese firmamento era sólido y de hielo y contenía las aguas superiores, que se escaparon de su recipiente por puertas, por esclusas y por cataratas en la época del diluvio.

Encima de dicho firmamento o de las citadas aguas superiores existía el tercer cielo, que llamaban empíreo, adonde fue arrebatado San Pablo. Ese firmamento era una especie de semibóveda que abarcaba la Tierra. El Sol no podía dar la vuelta a un globo que ellos no conocieron. En cuanto llegaba al Occidente, se volvía al Oriente por un camino desconocido, y no se le veía volver, porque, como dice el barón de Toeneste, volvía de noche.

Estas ideas las habían adquirido los hebreos de otras naciones. La mayoría de ellas, exceptuando la escuela de los caldeos, creían que el cielo era sólido, que la Tierra, fija e inmóvil, era más larga desde Oriente hasta Occidente que desde el Mediodía al Norte; y de esto provienen las palabras longitud y latitud que hemos adoptado. Profesando esas ideas era imposible que existieran los antípodas. Por eso San Agustín dice que es un absurdo creer que existan; y Lactancio dice terminantemente que hay gentes bastante locas que creen que existan hombres cuya cabeza esté más baja que sus pies. En el libro III de sus Instituciones añade: «Puedo probaros con muchos argumentos que es imposible que el cielo rodee a la Tierra». San Crisóstomo afirma que yerran los que creen que los cielos son movibles y que tienen forma circular .

Inútilmente, el autor del Espectáculo de la Naturaleza quiere dar la patente de filósofo a Lactancio ya Crisóstomo, porque cualquiera podrá contestarle que los dos fueron santos, pero que no es preciso para ser santos ser buenos astrónomos.






FIN




Giovanni Pico della Mirandola: Oratio de hominis dignitate (1486)



Discurso sobre 
         la dignidad 
  del hombre 






He leído en los antiguos escritos de los árabes, padres venerados, que Abdala el Sarraceno, interrogado acerca de cuál era a sus ojos el espectáculo más maravilloso en esta escena del mundo, había respondido que nada veía más espléndido que el hombre. Con esta afirmación coincide aquella famosa de Hermes: "Gran milagro, oh Asclepio, es el hombre". Sin embargo, al meditar sobre el significado de estas afirmaciones, no me parecieron del todo persuasivas las múltiples razones que son aducidas a propósito de la grandeza humana: que el hombre, familiar de las criaturas superiores y soberano de las inferiores, es el vínculo entre ellas; que por la agudeza de los sentidos, por el poder indagador de la razón y por la luz del intelecto, es intérprete de la naturaleza; que, intermediario entre el tiempo y la eternidad es (como dicen los persas) cópula, y también connubio de todos los seres del mundo y, según testimonio de David, poco inferior a los ángeles. Cosas grandes, sin duda, pero no tanto como para que el hombre reivindique el privilegio de una admiración ilimitada. Porque, en efecto, ¿no deberemos admirar más a los propios ángeles y a los beatísimos coros del cielo? Pero, finalmente, me parece haber comprendido por qué es el hombre el más afortunado de todos los seres animados y digno, por lo tanto, de toda admiración. Y comprendí en qué consiste la suerte que le ha tocado en el orden universal, no sólo envidiable para las bestias, sino para los astros y los espíritus ultramundanos. ¡Cosa increíble y estupenda! ¿Y por qué no, desde el momento que precisamente en razón de ella el hombre es llamado y considerado justamente un gran milagro y un ser animado maravilloso? Pero escuchen, oh padres, cuál sea tal condición de grandeza y presten, en su cortesía, oído benigno a este discurso mío.
                       Ya el sumo Padre, Dios arquitecto, había construido con leyes de arcana sabiduría esta mansión mundana que vemos, augustísimo templo de la divinidad.

Había embellecido la región supraceleste con inteligencia, avivado los etéreos globos con almas eternas, poblado con una turba de animales de toda especie las partes viles y fermentantes del mundo inferior. Pero, consumada la obra, deseaba el artífice que hubiese alguien que comprendiera la razón de una obra tan grande, amara su belleza y admirara la vastedad inmensa. Por ello, cumplido ya todo (como Moisés y Timeo lo testimonian) pensó por último en producir al hombre.

Entre los arquetipos, sin embargo, no quedaba ninguno sobre el cual modelar la nueva criatura, ni ninguno de los tesoros para conceder en herencia al nuevo hijo, ni sitio alguno en todo el mundo donde residiese este contemplador del universo. Todo estaba distribuido y lleno en los sumos, en los medios y en los ínfimos grados. Pero no hubiera sido digno de la potestad paterna el decaer ni aun casi exhausta, en su última creación, ni de su sabiduría el permanecer indecisa en una obra necesaria por falta de proyecto, ni de su benéfico amor que aquél que estaba destinado a elogiar la munificencia divina en los otros estuviese constreñido a lamentarla en sí mismo.

Estableció por lo tanto el óptimo artífice que aquél a quien no podía dotar de nada propio le fuese común todo cuanto le había sido dado separadamente a los otros. Tomó por consiguiente al hombre que así fue construido, obra de naturaleza indefinida y, habiéndolo puesto en el centro del mundo, le habló de esta manera:

-Oh Adán, no te he dado ni un lugar determinado, ni un aspecto propio, ni una prerrogativa peculiar con el fin de que poseas el lugar, el aspecto y la prerrogativa que conscientemente elijas y que de acuerdo con tu intención obtengas y conserves. La naturaleza definida de los otros seres está constreñida por las precisas leyes por mí prescriptas. Tú, en cambio, no constreñido por estrechez alguna, te la determinarás según el arbitrio a cuyo poder te he consignado. Te he puesto en el centro del mundo para que más cómodamente observes cuanto en él existe. No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice de ti mismo, te informases y plasmases en la obra que prefirieses. Podrás degenerar en los seres inferiores que son las bestias, podrás regenerarte, según tu ánimo, en las realidades superiores que Son divinas.

¡Oh suma libertad de Dios padre, oh suma y admirable suerte del hombre al cual le ha sido concedido el obtener lo que desee, ser lo que quiera!

Las bestias en el momento mismo en que nacen, sacan consigo del vientre materno, como dice Lucilio, todo lo que tendrán después. Los espíritus superiores, desde un principio o poco después, fueron lo que serán eternamente. Al hombre, desde su nacimiento, el padre le confirió gérmenes de toda especie y gérmenes de toda vida. Y según como cada hombre los haya cultivado, madurarán en él y le darán sus frutos. Y si fueran vegetales, será planta; si sensibles, será bestia; si racionales, se elevará a animal celeste; si intelectuales, será ángel o hijo de Dios, y, si no contento con la suerte de ninguna criatura, se repliega en el centro de su unidad, transformando en un espíritu a solas con Dios en la solitaria oscuridad del Padre, él, que fue colocado sobre todas las cosas, las sobrepujará a todas.

¿Quién no admirará a este camaleón nuestro? O, más bien, ¿quién admirará más cualquier otra cosa? No se equivoca Asclepio el Ateniense, en razón del aspecto cambiante y en razón de una naturaleza que se transforma hasta a sí misma, cuando dice que en los misterios el hombre era simbolizado por Proteo. De aquí las metamorfosis celebradas por los hebreos y por los pitagóricos. También la más secreta teología hebraica, en efecto, transforma a Henoch ya en aquel ángel de la divinidad, llamado "malakhha-shekhinah", ya, según otros en otros espíritus divinos. Y los pitagóricos transforman a los malvados en bestias y, de dar fe a Empédocles, hasta en plantas. A imitación de lo cual solía repetir Mahoma y con razón: "Quien se aleja de la ley divina acaba por volverse una bestia". No es, en efecto, la corteza lo que hace la planta, sino su naturaleza sorda e insensible; no es el cuero lo que hace la bestia de labor, sino el alma bruta y sensual; ni la forma circular del cielo, sino la recta razón, ni la separación del cuerpo hace el ángel, sino la inteligencia espiritual.

Por ello, si ves a alguno entregado al vientre arrastrarse por el suelo como una serpiente no es hombre ése que ves, sino planta. Si hay alguien esclavo de los sentidos, cegado como por Calipso por vanos espejismos de la fantasía y cebado por sensuales halagos, no es un hombre lo que ves, sino una bestia. Si hay un filósofo que con recta razón discierne todas las cosas, venéralo: es animal celeste, no terreno. Si hay un puro con templador ignorante del cuerpo, adentrado por completo en las honduras de la mente, éste no es un animal terreno ni tampoco celeste: es un espíritu más augusto, revestido de carne humana.

¿Quién, pues, no admirará al hombre? A ese hombre que no erradamente en los sagrados textos mosaicos y cristianos es designado ya con el nombre de todo ser de carne, ya con el de toda criatura, precisamente porque se forja, modela y transforma a sí mismo según el aspecto de todo ser y su ingenio según la naturaleza de toda criatura.

Por esta razón el persa Euanthes, allí donde expone la teología caldea, escribe: "El hombre no tiene una propia imagen nativa, sino muchas extrañas y adventicias". De aquí el dicho caldeo: "Enosh hushinnujim vekammah tebhaoth baal haj", esto es, el hombre es animal de naturaleza varia, multiforme y cambiante.

Pero ¿a qué destacar todo esto? Para que comprendamos, desde el momento que hemos nacido en la condición de ser lo que queramos, que nuestro deber es cuidar de todo esto: que no se diga de nosotros que, siendo en grado tan alto, no nos hemos dado cuenta de habernos vuelto semejantes a los brutos y a las estúpidas bestias de labor.

Mejor que se repita acerca de nosotros el dicho del profeta Asaf: “Ustedes son dioses, hijos todos del Altísimo”. De modo que, abusando de la indulgentísima liberalidad del Padre, no volvamos nociva en vez de salubre esa libre elección que Él nos ha concedido. Invada nuestro ánimo una sacra ambición de no saciarnos con las cosas mediocres, sino de anhelar las más altas, de esforzarnos por alcanzarlas con todas nuestras energías, dado que, con quererlo, podremos.

Desdeñemos las cosas terrenas, despreciemos las astrales y, abandonando todo lo mundano, volemos a la sede ultra mundana, cerca del pináculo de Dios. Allí, como enseñan los sacros misterios, los Serafines, los Querubines y los Tronos ocupan los primeros puestos. También de éstos emulemos la dignidad y la gloria, incapaces ahora desistir e intolerantes de los segundos puestos. Con quererlo, no seremos inferiores a ellos. Pero ¿de qué modo? ¿Cómo procederemos? Observemos cómo obran y cómo viven su vida.

Si nosotros también la vivimos (y podemos hacerlo), habremos igualado ya su suerte. Arde el Serafín con el fuego del amor; fulge el Querubín con el esplendor de la inteligencia; está el trono en la solidez del discernimiento. Por lo tanto, si, aunque entregados a la vida activa, asumimos el cuidado de las cosas inferiores con recto discernimiento, nos afirmaremos con la solidez estable de los Tronos. Si, libres de la acción, nos absorbemos en el ocio de la contemplación, meditando en la obra al Hacedor y en el Hacedor la obra, resplandeceremos rodeados de querubínica luz. Si ardemos sólo por el amor del Hacedor de ese fuego que todo lo consume, de inmediato nos inflamaremos en aspecto seráfico.

Sobre el Trono, vale decir, sobre el justo juez, está Dios, juez de los siglos. Por encima del Querubín, esto es, por encima del contemplante, vuela Dios que, como incubándolo, lo calienta. El espíritu del Señor, en efecto, "se mueve sobre las aguas". Esas aguas, digo, que están sobre los cielos y que, como está escrito en Job, alaban a Dios con himnos antelucanos. El seráfico, esto es, amante, está en Dios y Dios está en él: Dios y él son uno solo.

Grande es la potestad de los Tronos y la alcanzaremos con el juicio; suma es la sublimidad de los Serafines y la alcanzaremos con el amor.

Pero ¿cómo se puede juzgar o amar lo que no se conoce? Moisés amó al Dios que vio y promulgó al pueblo, como juez, lo que primero había visto en el monte. He aquí por qué está el Querubín en el medio, con "su luz que nos prepara para la llama seráfica" y, a la vez, nos ilumina el juicio de los Tronos.

Este es el nudo de las primeras mentes, el orden paládico que preside la filosofía contemplativa: esto es lo que primero debemos emular, buscar y comprender para que así podamos ser arrebatados a los fastigios del amor y luego descender prudentes y preparados a los deberes de la acción. Pero si nuestra vida ha de ser modelada sobre la vida querubínica, el precio de tal operar es éste: tener claramente ante los ojos en qué consiste tal vida, cuáles son sus acciones, cuáles sus obras. Siéndonos esto inalcanzable, somos carne y nos apetecen las cosas terrenas, apoyémonos en los antiguos Padres, los cuales pueden ofrecemos un seguro y copioso testimonio de tales cosas, para ellos familiares y allegadas.

Preguntemos al apóstol Pablo, vaso de elección, qué fue lo que hicieron los ejércitos de los querubines cuando él fue arrebatado al tercer cielo. Nos responderá como interpreta Dionisio: que se purificaban, eran iluminados y se volvían finalmente perfectos.

También nosotros, pues, emulando en la tierra de la vida querubínica, refrenando con la ciencia moral el ímpetu de las pasiones, disipando la oscuridad mental con la dialéctica, purifiquemos el alma, limpiándola de las manchas de la ignorancia y del vicio, para que los afectos no se desencadenen ni la razón delire.

En el alma entonces, así compuesta y purificada, difundamos la luz de la filosofía natural, llevándola finalmente a la perfección con el conocimiento de las cosas divinas.

Y para no restringimos a nuestros Padres, consultemos al patriarca Jacob, cuya imagen refulge esculpida en la sede de la gloria. El patriarca sapientísimo nos enseñará que mientras dormía en el mundo terreno, velaba en el reino de los cielos. Nos enseñará mediante un símbolo (todo se presentaba así a los patriarcas) que hay escalas que del fondo de la tierra llegan al sumo cielo, distinguidas en una serie de muchos escalones: en la cúspide: se sienta el Señor, mientras los ángeles contempladores alternativamente suben y bajan. Y si nuestro deber es hacer lo mismo imitando la vida de los ángeles, ¿quién osará, pregunto, tocar las escalas del Señor o con los pies impuros o con las manos poco limpias? Al impuro, según los misterios, le está vedado tocar lo que es puro.

Pero, ¿qué son estos pies y estas manos? Sin duda el pie del alma es esa parte vilísima con que se apoya en la materia como en el suelo: y yo la entiendo como el instinto que alimenta y ceba, pábulo de líbido y maestro de sensual blandura. ¿Y por qué llamaremos manos del alma a lo más irascible que, soldado de los apetitos por ellos combate y rapaz, bajo el polvo y el sol, pilla lo que el alma habrá de gozar adormilándose en la sombra? Para no ser expulsados de la escala como profanos e inmundos, estos pies y estas manos, esto es, toda la parte sensible en que tienen sede los halagos corporales que, como suele decirse, aferran el alma por el cuello, lavemos con la filosofía moral, como en agua corriente.

Pero tampoco bastará esto para volverse compañero de los ángeles que deambulan por la escala de Jacob si primero no hemos sido bien instruidos y habilitados para movernos con orden, de escalón en escalón, sin salir nunca de la rampa de la escala, sin estorbar su tránsito. Cuando hayamos conseguido esto con el arte discursivo y raciocinante y ya animados por el espíritu querúbico, filosofando según los escalones de la escala, esto es, de la naturaleza, y escrutando todo desde el centro y enderezando todo al centro, ora descenderemos, desmembrando con fuerza titánica lo uno en lo múltiple, como Osiris, ora nos elevaremos reuniendo con fuerza apolínea lo múltiple en lo uno como los miembros de Osiris hasta que, posando por fin en el seno del Padre, que está en la cúspide de la escala, nos consumaremos en la felicidad teológica.

Y preguntemos al justo Job, que antes de ser traído a la vida hizo un pacto con el Dios de la vida, qué es lo que el sumo Dios prefiere sobre todo en esos millones de ángeles que están junto a él. "La Paz", responderá seguramente, según lo que se lee en su propio libro: "[Dios es] Aquél que hace la paz en lo alto de los cielos". Y puesto que el orden medio interpreta los preceptos del orden superior para los inferiores, las palabras del teólogo Job nos sean interpretadas por el filosofo Empédocles. Éste, como lo testimonian sus carmenes, simboliza con el odio y con el amor, esto es, con la guerra y con la paz, las dos naturalezas de nuestra alma por las cuales somos levantados al cielo o precipitados a los infiernos. Y él, arrebatado en esa lucha y discordia, a semejanza de un loco, se duele de ser arrastrado al abismo, lejos de los dioses.

Sin duda, oh Padres, múltiple es la discordia en nosotros; tenemos graves luchas internas peores que las guerras civiles. Si queremos huir de ellas, si queremos obtener esa paz que nos lleva a lo alto entre los elegidos del Señor, sólo la filosofía moral podrá tranquilizarlas y componerlas. Si, sobre todo, nuestro hombre establece tregua con sus enemigos y frena los descompuestos tumultos de la bestia multiforme y el ímpetu, el furor y el asalto del león. Entonces, si más solícitos de nuestro bien, deseamos la seguridad de una paz perpetua, ésta vendrá y colmará abundantemente nuestros votos: muertas la una y la otra bestia, como víctimas inmoladas, quedará sancionado entre la carne y el espíritu un pacto inviolable de paz santísima. La dialéctica calmará los desórdenes de la razón tumultuosamente mortificada entre las pugnas de las palabras y los silogismos capciosos. La filosofía natural tranquilizará los conflictos de la opinión y las disensiones que trabajan, dividen y laceran de diversos modos el alma inquieta. Pero los tranquilizará de modo de hacernos recordar que la naturaleza, como ha dicho Heráclito, es engendrada por la guerra y por eso llamada por Homero “contienda”.

Por eso no puede darnos verdadera quietud y paz estable, don y privilegio, en cambio, de su señora, la santísima teología. Ésta nos mostrará la vía hacia la paz y nos servirá de guía, y la paz viendo de lejos que nos aproximamos, "Vengan a mí", gritará, "ustedes que están cansados, vengan y los restauraré, vengan a mí y les daré la paz que el mundo y la naturaleza no puede darles".

Tan suavemente llamados, tan benignamente invitados, con alados pies como terrenos Mercurios, volando hacia el abrazo de la beatísima madre, la ansiada paz gozaremos; paz santísima, indisoluble unión, amistad unánime por la cual todos los seres animados no sólo coinciden en esa Mente única que está por encima de toda mente, sino que de un modo inefable se funden en uno sólo. Esta es la amistad que los pitagóricos llaman el fin de toda la filosofía, ésta la paz que Dios actúa en sus cielos y que los ángeles que descendieron a la tierra anunciaron a los hombres de buena voluntad para que también los hombres, ascendiendo al cielo, por ella se volviesen ángeles.

Esta paz auguremos a los amigos, auguremos a nuestro siglo, auspiciemos en toda casa en que entremos, invoquémosla para nuestra alma para que se vuelva así morada de Dios, para que, expulsada la impureza con moral y con la dialéctica se adorne con toda la filosofía como con áulico ornamento, corone el frontón de las puertas con la diadema de la teología, de modo que así descienda sobre ella el Rey de la gloria y, viniendo con el Padre, ponga mansión con ella. Y si el alma se ha hecho digna de tal huésped, ya que la bondad de Él es inmensa, revestida de oro como de veste nupcial y de la múltiple variedad de las ciencias, acogerá el magnífico huésped no ya como huésped, sino como esposo, con tal de no ser de Él separada, deseará apartarse de su gente y, olvidada de la Casa de su padre y hasta de sí misma, ansiará morir para vivir en el esposo a cuya vista es preciosa la muerte de los santos. Muerte he dicho, si muerte puede llamarse esa plenitud de vida cuya meditación de los sabios dijeron que era el estudio de la filosofía.

Y también invocamos a Moisés, en poco inferior a esa rebosante plenitud de sacrosanta e inefable inteligencia con cuyo néctar los ángeles se embriagan. Oiremos al juez venerando dictarnos así leyes, a nosotros que habitamos en la desierta soledad del cuerpo: “Aquéllos que, aún impuros, necesiten de la moral, habiten con el vulgo fuera del tabernáculo, bajo el cielo descubierto como los sacerdotes tesalios, hasta que estén purificados. Aquéllos, en cambio, que ya compusieron sus costumbres, acogidos en el santuario, no toquen todavía las cosas sagradas, sino, a través de un noviciado dialéctico, como celosos levitas presten servicio en los sagrados oficios de la filosofía. Admitidos al fin también ellos, contemplen, en el sacerdocio de la filosofía, ya el multicolor, es decir, sidéreo ornamento del palacio de Dios, ya el celeste candelabro de siete llamas, ya los elementos de piel, para que, acogidos finalmente en las profundidades del templo por méritos de la sublimidad teológica, apartado todo velo de imágenes, de la gloria de la divinidad. Esto ciertamente nos ordena Moisés y, ordenando así, nos aconseja, nos incita y nos exhorta a prepararnos por medio de la filosofía, mientras podamos, el camino de la futura gloria celeste.

Pero no sólo los misterios mosaicos y los misterios cristianos, sino asimismo la teología de los antiguos nos muestra el valor y la dignidad de estas artes liberales de las cuales he venido a discutir. ¿Qué otra cosa quieren significar, en efecto, en los misterios de los griegos los grados habituales de los iniciados, admitidos a través de una purificación obtenida con la moral y la dialéctica, artes qué nosotros consideramos ya artes purificatorias? ¿Y esa iniciación, qué otra cosa puede ser sino la interpretación de la más oculta naturaleza mediante la filosofía?

Y finalmente, cuando estaban así preparados, sobrevenía la famosa Epopteia, vale decir, la inspección de las cosas divinas mediante la teología. ¿Quién no desearía ser iniciado en tales misterios? ¿Quién, desechando toda cosa terrena y despreciando los bienes de la fortuna, olvidado del cuerpo, no deseará, todavía peregrino en la tierra, llegar a comensal de los dioses y, rociado del néctar de la eternidad, recibir, criatura mortal, el don de la inmortalidad? ¿Quién no deseará estar así inspirado por aquella divina locura socrática, exaltada por Platón en el Fedro, ser arrebatado con rápido vuelo a la Jerusalén celeste, huyendo con el batir de las alas y de los pies de este mundo, reino maligno?

¡Oh sí, que nos arrebaten, oh padres, que nos arrebaten los socráticos furores sacándonos fuera de la mente hasta el punto de ponernos a nosotros y a nuestra mente en Dios!

Y ciertamente que por ellos seremos arrebatados si antes hemos cumplido todo cuanto está en nosotros; si con la moral, en efecto, han sido refrenados hasta sus justos límites los ímpetus de las pasiones, de modo que éstas se armonicen recíprocamente con estable acuerdo: si la razón procede ordenadamente mediante la dialéctica, nos embriagaremos, como excitados por las Musas, con la armonía celeste. Entonces Baco, señor de las Musas, manifestándose a nosotros, vueltos filósofos, en sus misterios, esto es, en los signos visibles de la naturaleza, los invisibles secretos de Dios, nos embriagará con la abundancia de la mansión divina en la cual, si somos del todo fieles como Moisés, la sobreviniente santísima teología nos animará con dúplice furor.

Sublimados, en efecto, en su excelsa atalaya, refiriendo a la medida de lo eterno las cosas que son, que fueron y que serán, y observando en ellas la original belleza, cual febeos vates, sus amadores alados, hasta que, puestos fuera de nosotros en un indecible amor, poseídos por un estro y llenos de Dios como Serafines ardientes, ya no seremos más nosotros mismos, sino Aquél que nos hizo.

Los sacros nombres de Apolo, si alguien escruta a fondo sus significados y los misterios encubiertos, demuestran suficientemente que este dios era filosofo no menos que poeta. Pero habiendo ya copiosamente ilustrado esto Ammonio, no hay razón para que yo lo trate de otra manera. Recordemos, no obstante, oh padres, los tres preceptos délficos indispensables a aquéllos que están por entrar en el sacrosanto y augustísimo templo, no del falso sino del verdadero Apolo que ilumina toda alma que viene a este mundo: verán que no reclaman otra cosa que no sea abrazar con todas nuestras fuerzas aquella triple filosofía sobre la que ahora discutimos.

En efecto, aquel medén agan, esto es, "nada con exceso", prescribe rectamente la norma y la regla de toda virtud según el criterio del justo medio, del cual trata la moral. Y el famoso gnothi seautón, esto es, "conócete a ti mismo", incita y exhorta al conocimiento de toda la naturaleza, de la cual el hombre es intersticio y como connubio. Quien, en efecto, se conoce a sí mismo, todo en sí mismo conoce, como ha escrito primero Zoroastro y después Platón en Alcibíades. Finalmente, iluminados en tal conocimiento por la filosofía natural, próximos ahora a Dios y pronunciando el saludo teológico Él, esto es, Tú eres, llamaremos al verdadero Apolo familiar y alegremente.

Interrogaremos también al sapientísimo Pitágoras, sabio sobre todo por no haberse nunca considerado digno de tal nombre. Nos prescribirá en primer lugar, "No sentamos sobre el celemín", esto es, no dejar inactiva aquella parte racional con la cual el alma mide todo, juzga y examina, sino dirigirla y mantenerla pronta con el ejercicio y la regla de la dialéctica. Nos indicará luego dos cosas que hay que primero evitar: "Orinar frente al Sol" y "Cortarnos las uñas durante el sacrificio". Sólo cuando con la moral hayamos expulsado de nosotros los apetitos superfluos de la voluntad y hayamos despuntado las garras ganchudas de la ira y los aguijones del ánimo, sólo entonces empezaremos a intervenir en los sagrados misterios de Baco, de los cuales hemos hablado, y a dedicarnos a la contemplación de la cual el Sol es merecidamente reputado padre y señor. Nos aconsejará, en fin, "alimentar el gallo", de saciar con el alimento y la celeste ambrosía de las cosas divinas la parte divina de nuestra alma. Es éste el gallo cuyo aspecto teme y respeta el león, esto es toda potestad terrena. Es éste el gallo al cual según Job fue dada la inteligencia. Al canto de este gallo se orienta el hombre extraviado. Este es el gallo que canta cada día al alba, cuando los astros matutinos alaban al Señor. Este es el gallo que Sócrates moribundo, en el momento en que esperaba reunir lo divino de su alma con la divinidad del Todo y ya lejos del peligro de enfermedad corpórea, dijo ser deudor a Esculapio, o sea, el médico de las almas.

Examinemos también los documentos de los caldeos y, si les damos fe, encontraremos que en virtud de las mismas artes se abre a los mortales la vía de la felicidad. Escriben los intérpretes caldeos que fue sentencia de Zoroastro que el alma era alada y que, al caérseles las alas, se precipita al cuerpo y vuelve a volar al cielo cuando de nuevo le crecen. Habiéndole preguntado los discípulos de qué modo podrían volver al alma apta para el vuelo, con las alas bien emplumadas, respondió: "Rociar las alas con las aguas de la vida". Y habiéndole preguntado a su vez dónde podrían alcanzar estas aguas, les respondió, según su costumbre, con una parábola: "El paraíso de Dios está bañado e irrigado por cuatro ríos: alcancen allí las aguas salvadoras". El nombre del río que corre en el Septentrión se dice Pischon, que significa justicia; el del ocaso tiene por nombre Dichon, vale decir, expiación; el de oriente se llama Chiddekel, y quiere decir luz, y el que corre, en fin, a mediodía, se llama Perath, y se puede interpretar fe. Fíjense, oh padres, y consideren con atención el significado de estos dogmas de Zoroastro. No significan, ciertamente, sino que purifiquemos la legañosidad de los ojos con la ciencia moral, como con ondas occidentales; que con la dialéctica, como un nivel boreal, fijemos atentamente la mirada; que luego debemos habituamos a soportar en la contemplación de la naturaleza de la luz todavía débil de la verdad, como primer indicio del sol naciente; hasta que, por último, mediante la piedad teológica y el santísimo culto de Dios, podamos resistir vigorosamente, como águilas del cielo, el fulgurante esplendor del sol a mediodía.

Estos son, acaso, los conocimientos matutinos, meridianos y vespertinos cantados primero por David y después explicados más ampliamente por Agustín. Esta es la luz esplendente que inflama directa a los Serafines y que al par ilumina a los Querubines. Esta es la razón a que siempre tendía el padre Abraham. Este es el lugar donde, según la enseñanza de los cabalistas y los moros, no hay sitio para los espíritus inmundos.



[Ensayo: primera mitad]




viernes, 29 de marzo de 2013

José Saramago: Artículo (2001)


      El 'factor Dios'





En algún lugar de la India. Una fila de piezas de artillería en posición. Atado a la boca de cada una de ellas hay un hombre. En primer plano de la fotografía, un oficial británico levanta la espada y va a dar orden de disparar. No disponemos de imágenes del efecto de los disparos, pero hasta la más obtusa de las imaginaciones podrá 'ver' cabezas y troncos dispersos por el campo de tiro, restos sanguinolentos, vísceras, miembros amputados. Los hombres eran rebeldes. En algún lugar de Angola. Dos soldados portugueses levantan por los brazos a un negro que quizá no esté muerto, otro soldado empuña un machete y se prepara para separar la cabeza del cuerpo. Esta es la primera fotografía. En la segunda, esta vez hay una segunda fotografía, la cabeza ya ha sido cortada, está clavada en un palo, y los soldados se ríen. El negro era un guerrillero. En algún lugar de Israel. Mientras algunos soldados israelíes inmovilizan a un palestino, otro militar le parte a martillazos los huesos de la mano derecha. El palestino había tirado piedras. Estados Unidos de América del Norte, ciudad de Nueva York. Dos aviones comerciales norteamericanos, secuestrados por terroristas relacionados con el integrismo islámico, se lanzan contra las torres del World Trade Center y las derriban. Por el mismo procedimiento un tercer avión causa daños enormes en el edificio del Pentágono, sede del poder bélico de Estados Unidos. Los muertos, enterrados entre los escombros, reducidos a migajas, volatilizados, se cuentan por millares.


           Las fotografías de India, de Angola y de Israel nos lanzan el horror a la cara, las víctimas se nos muestran en el mismo momento de la tortura, de la agónica expectativa, de la muerte abyecta. En Nueva York, todo pareció irreal al principio, un episodio repetido y sin novedad de una catástrofe cinematográfica más, realmente arrebatadora por el grado de ilusión conseguido por el técnico de efectos especiales, pero limpio de estertores, de chorros de sangre, de carnes aplastadas, de huesos triturados, de mierda. El horror, escondido como un animal inmundo, esperó a que saliésemos de la estupefacción para saltarnos a la garganta. El horror dijo por primera vez 'aquí estoy' cuando aquellas personas se lanzaron al vacío como si acabasen de escoger una muerte que fuese suya. Ahora, el horror aparecerá a cada instante al remover una piedra, un trozo de pared, una chapa de aluminio retorcida, y será una cabeza irreconocible, un brazo, una pierna, un abdomen deshecho, un tórax aplastado. Pero hasta esto mismo es repetitivo y monótono, en cierto modo ya conocido por las imágenes que nos llegaron de aquella Ruanda-de-un-millón-de-muertos, de aquel Vietnam cocido a napalm, de aquellas ejecuciones en estadios llenos de gente, de aquellos linchamientos y apaleamientos, de aquellos soldados iraquíes sepultados vivos bajo toneladas de arena, de aquellas bombas atómicas que arrasaron y calcinaron Hiroshima y Nagasaki, de aquellos crematorios nazis vomitando cenizas, de aquellos camiones para retirar cadáveres como si se tratase de basura. Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que los humanos han sido capaces de inventar. Una de ellas, la más criminal, la más absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de Dios. Ya se ha dicho que las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca han servido para aproximar y congraciar a los hombres; que, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la miserable historia humana. Al menos en señal de respeto por la vida, deberíamos tener el valor de proclamar en todas las circunstancias esta verdad evidente y demostrable, pero la mayoría de los creyentes de cualquier religión no sólo fingen ignorarlo, sino que se yerguen iracundos e intolerantes contra aquellos para quienes Dios no es más que un nombre, nada más que un nombre, el nombre que, por miedo a morir, le pusimos un día y que vendría a dificultar nuestro paso a una humanización real. A cambio nos prometía paraísos y nos amenazaba con infiernos, tan falsos los unos como los otros, insultos descarados a una inteligencia y a un sentido común que tanto trabajo nos costó conseguir. Dice Nietzsche que todo estaría permitido si Dios no existiese, y yo respondo que precisamente por causa y en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel. Durante siglos, la Inquisición fue, también, como hoy los talibán, una organización terrorista dedicada a interpretar perversamente textos sagrados que deberían merecer el respeto de quien en ellos decía creer, un monstruoso connubio pactado entre la Religión y el Estado contra la libertad de conciencia y contra el más humano de los derechos: el derecho a decir no, el derecho a la herejía, el derecho a escoger otra cosa, que sólo eso es lo que la palabra herejía significa.


              Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo que no existe, que no ha existido ni existirá nunca, inocente de haber creado un universo entero para colocar en él seres capaces de cometer los mayores crímenes para luego justificarlos diciendo que son celebraciones de su poder y de su gloria, mientras los muertos se van acumulando, estos de las torres gemelas de Nueva York, y todos los demás que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las páginas de la Historia.   

                Los dioses, pienso yo, sólo existen en el cerebro humano, prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero el `factor Dios´, ese, está presente en la vida como si efectivamente fuese dueño y señor de ella. No es un dios, sino el `factor Dios´ el que se exhibe en los billetes de dólar y se muestra en los carteles que piden para América (la de Estados Unidos, no la otra...) la bendición divina. Y fue en el `factor Dios´ en lo que se transformó el dios islámico que lanzó contra las torres del World Trade Center los aviones de la revuelta contra los desprecios y de la venganza contra las humillaciones. 
             Se dirá que un dios se dedicó a sembrar vientos y que otro dios responde ahora con tempestades. Es posible, y quizá sea cierto. Pero no han sido ellos, pobres dioses sin culpa, ha sido el `factor Dios´, ese que es terriblemente igual en todos los seres humanos donde quiera que estén y sea cual sea la religión que profesen, ese que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las intolerancias más sórdidas, ese que no respeta sino aquello en lo que manda creer, el que después de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabó por hacer del hombre una bestia.


           Al lector creyente (de cualquier creencia...) que haya conseguido soportar la repugnancia que probablemente le inspiren estas palabras, no le pido que se pase al ateísmo de quien las ha escrito. Simplemente le ruego que comprenda, con el sentimiento, si no puede ser con la razón, que, si hay Dios, hay un solo Dios, y que, en su relación con él, lo que menos importa es el nombre que le han enseñado a darle. Y que desconfíe del `factor Dios´. No le faltan enemigos al espíritu humano, mas ese es uno de los más pertinaces y corrosivos. Como ha quedado demostrado y desgraciadamente seguirá demostrándose.




FIN


18 de septiembre 2001




Los cuadernos de Facundo Cabral (1937- 2011)



El Mundo 
y otras felicidades 




En mil novecientos treinta y siete salí de mi madre pero entré en el vientre del mundo. En mil novecientos cincuenta y cuatro caí violentamente al desierto empujado por Jacques Prévert y otros poetas (Verlaine, por ejemplo, que era el dilecto de Borges que es mi dilecto), y me encontré con Jesús, que me hizo nacer definitivamente a losdiecisiete años y al costado del Atlántico (después, la lluvia borró mis huellas y ya no supe regresar a casa.) De todas maneras, siempre sentí que había nacido demasiado temprano o demasiado tarde, recién ahora siento que llego a tiempo a todas las partes porque coincido con el tiempo de todos pues estoy en la eternidad de lo esencial, por eso cualquier cosa que haga es inevitable. Ya no voy con el dedo acusador delante y se debilitaron mis instintos criminales, dejé de maldecir y comencé a bendecir, ya no blasfemo, ahora agradezco. Por fin tengo el esqueleto blando, y esto se lo debo al furioso baile de mi espíritu, ahora voy y vengo fácilmente de mi mismo, mi hambre ya no necesita la comida y vaya adonde vaya siempre estoy alrededor del alma. La poesía se ha quedado cerca y embellece todo, por eso me escucha la gente. Fácilmente llego a la esencia de las cosas, donde constantemente nace algo. Todo lo que canto llega a destino porque yo conozco el secreto: el mundo muere y renace constantemente y en cualquiera de sus costados se
manifiesta lo milagroso (no hay desesperación que no sea iluminada, no hay acto que no sea emocionante, todo feto avanza hacia el nacimiento.)


Desde que siento que soy parte del universo todo es melodía (ahora sé qué bendijo a Tchaikovsky.) Sin tiempo ni espacio porque soy uno con mi destino (lo supe al entregarme), voy en todas direcciones con el único ritmo. Estoy solo y feliz, y eso significa que corté el cordón umbilical (qué plenitud se siente cuando uno no extraña al vientre materno ni sueña con el más allá, qué serenidad la eternidad.)

Ahora puedo provocar vida en todas partes porque amo a cualquiera. Antes me simbolizaba en el arte pero ahora me simbolizo en mi ser, por eso me son fáciles los milagros, por eso las palabras son claras y la alegría mucha: ¡he convertido mi vida en arte! Escribir es una aventura, un viaje de descubrimiento por los caminos menos convencionales de la vida. La literatura me abre la cabeza y el corazón, por eso puedo tener una visión universal, salvarme de las mezquinas parcialidades donde naufraga la mayoría.

Escribir es enamorarse del peligro, ejecutar el arte de vivir, entrar en el ritmo del flujo y el reflujo, afinar al corazón con el vacío, a la oscuridad con la revelación. Cada día me parezco más a lo que escribo, que es lo que mejor me podía pasar, lo que quiere decir que al escribir fui planeando lo que quería ser, o el destino me fue llevando la mano. De una u otra manera, emprendí un camino en el que me convertí.

En el principio todo fue confusión, oscuridad, telarañas que fui apartando hasta llegar a éste infinito espacio pleno de luz y de aire puro. Comencé escribiendo una carta a mi padre, prófugo, pidiendo auxilio a cualquiera, declarándole mi amor a un mundo que terminó enriqueciéndome y que hoy es mi casa.

Por la literatura supe que la vida es interminable, por eso la obra del hombre no tiene fin y ninguna historia es más importante que poder contarla (nada más trascendente que lo que no tiene un propósito.)
Con la literatura traté de reflejar la totalidad en cada instante, y en ese socavar constante encontré más fuego para mi fe (no hay creencia más grande que entregarse a la vida.)

Escribiendo llegué al hombre que soy, sin divisiones en la cabeza, es decir totalmente vivo (así quiero que me encuentre la muerte, es decir la próxima mudanza), porque no se puede ver la totalidad por el ojo de la cerradura. Escribir me ayudó a conocerme, es decir alcanzar mi punto central, que es ponerse en contacto con la totalidad. Las palabras iban y venían con tanta gracia que me enseñaron a desprenderme de cualquier cosa y a irme sin dolor de cualquier parte. Por las palabras conocí mi verdadera voz, única como todas las cosas del universo.

El goce de escribir fue tan grande que no se me ocurrió pensar si era bueno o malo, sólo corrí detrás de la belleza sin pensar en otra cosa, entonces mi vida se convirtió en una hermosa y desaforada experiencia religiosa, por eso me sentí, y me siento, un iniciado que sabe que el sacrificio es una ley de la vida, no la crucifixión (Jesús la sufrió para que nosotros no tuviéramos que sufrirla.) El arte me enseñó a vivir directa e indirectamente, como los orientales que aman a las sugerencias como los occidentales a lo obvio. El arte me enseñó a aceptar todas las maneras de la vida, todas sus manifestaciones, lo que me gusta y lo que no me gusta, lo dulce y lo amargo, lo fácil y lo duro sin miedo, que es lo que pudre a la mayoría antes de madurar. Ahora sé que todo lo que sucede es parte de la fantástica danza de la vida, sea la fiesta o el hambre. Ya no separo a la guerra de la paz ni al bien del mal, ahora sé que el único sentido es el cambio permanente del dolor a la alegría, de la victoria a la soledad. Ahora sé que una sugerencia pesa tanto como un pan, como éste pan negro que como en la maravillosa mañana de San Salvador, rodeado de flores y cerca de la guerra civil.


Cada vez que estoy por llegar a algo recuerdo a Buda: cuando encuentres la verdad ponle otro velo. En su vejez, Borges decía que la verdad, la fama y la singularidad eran tres hembras que ya no lo excitaban. Controlo el tiempo que me pertenece para ser dueño de mis pasos por la Tierra, vivo mi tiempo, no el de las prisas o las lentitudes que me rodean. A cada instante aprendo a estar conmigo mismo, a detenerme, porque todos los problemas del hombre residen en que no sabe quedarse quieto entre cuatro paredes. No hay nada como contemplar los sucesos desde el espacio de nuestro propio tiempo, como es suicida olvidarlo para vivir el de los demás.

Nada como el fluir en el tiempo presente, que es el único lugar del hombre porque el pasado ya no es y el futuro nunca será. Ayer fui a la casa de mi hermano el hombre pero no lo encontré porque se había ido al pasado pues tenía un recuerdo. Hoy regresé a la casa de mi hermano el hombre pero no lo encontré porque se había ido al futuro pues tenía un sueño, lo que quiere decir que no pude encontrar a mi hermano el hombre en su verdadera casa, que es el presente.

Robé una silla del paraíso para sentarme en el centro de mí mismo (nada como ver transcurrir al ilusorio tiempo en el propio espacio.) Curé mis enfermedades con solo vivir mi verdadero tiempo, estoy sano desde que me dedico solamente a lo que me interesa, haciendo lo que amo, que es lo que soy. Me salvo de la rígida sucesión del pasado, presente y futuro viviendo intensamente el presente sin la melancolía del pasado ni la locura del futuro que nos inhabilitan para la vida, que es ahora mismo, como esta manzana y esa flor.


La propia naturaleza de la que soy parte propone los cambios en mi tiempo, por eso no me distraigo de ella con el reloj que solo marca generalidades, el tiempo social, no el esencial. Por esta dependencia, el hombre perdió la percepción de los ciclos que suceden en su interior, por eso no come cuando tiene hambre, dice que sí cuando quiere decir no, no se acuesta cuando está cansado, hasta hace el amor por compromiso (el
hombre primitivo se salvaba de esa carga suicida.) Se puede recuperar ese tiempo carente de duración estando en lo que realmente queremos estar (si hacemos esto no necesitamos la agenda donde anotamos lo que no nos interesa porque de lo contrario no lo olvidaríamos.) Esto lo consigue el místico, el hombre religioso, es decir universal, no el dogmático, es un maravilloso estado de conciencia a salvo de la época mental histórica, prisión donde se ahogan tantos ciudadanos (el ciudadano depende del Estado pero el hombre de Dios, es decir del amor, que es decir la Vida.)


Si no le presto atención el tiempo no existe, solo aparece por la cultura de la obligación. Si me dejo transcurrir en el fluir del tiempo presente siento la quietud activa, creadora, de la que hablan los místicos, ese éxtasis de la paz que es la poesía, el mejor espejo de la realidad que la mayoría desconoce. La percepción que tenemos de la sucesión de los acontecimientos en el tiempo depende más de la impresión que nos causaron que de los propios sucesos, son más lo que pensamos que lo que fueron, es decir que estamos encadenados a supuestos, extrañamos lo que odiamos, añoramos lo que nos hizo mal, recordamos lo que debería haber sido y no lo que fue.


                                           
                                           Los problemas no son necesarios para vivir


Me aparto del tiempo lineal, el tiempo histórico, el tiempo en el que se hacen las cosas, el tiempo de los objetivos, el de los logros, el de las recompensas, porque ese tiempo lineal solo es el tiempo en el que producimos por obligación, presos en una cultura de consumo para la que es peor desperdiciar el tiempo que dejar sin producir un capital,
por eso nos acostumbraron a pensar que los ideales, las fantasías, los sueños y la imaginación, responsables de los progresos y el arte del hombre, son pérdidas de tiempo. Pero podemos abolir el tiempo social, que no es nuestro tiempo, porque en nosotros sobrevive lo que era tan natural para el hombre primitivo, habilidad que nos permitirá obtener por propia experiencia, el gobierno de nuestro tiempo para hacer lo
que amamos, que es la única manera de vivir, y hacerlo por nosotros mismos, por nuestra propia felicidad, que despertará a los que nos rodean, natural y poéticamente. Nada está terminado, todo está por comenzar, siempre podemos empezar de nuevo, todo momento es buen momento, aunque algunos sociólogos aseguren que somos viejos a los cuarenta años. Un ejemplo de que siempre es hora de empezar es Moisés que concretó el éxodo a los ochenta años, o Aristóteles, que escribió sus grandes obras después de los cincuenta y cinco años, o Copérnico, que escribió su Revolución Orbitum a los setenta años, como Darwin su origen de las especies y Kant su Crítica de la razón pura. No podemos olvidar que Picasso pintó hasta los noventa y un años, como Chagall, como Tamayo, que pudieron crear porque se liberaron del tiempo social, como Henry Miller y Macedonio Fernández, el que no creía en la muerte de lo amado ni en la vida de lo que no se ama.


Estoy terriblemente solo, es decir, maravillosamente libre. Cuando recuperé la autoestima mejoró mi calidad de vida, cuando me perdoné dejé de acusar a los demás (nada como vivir sin enemigos.) La autoestima es al reino del hombre lo que la sobrevivencia es al reino animal. En todo el mundo encuentro señales que indican que llegó la hora de vivir amplia y luminosamente, pero para éste cambio debemos saber qué es lo que queremos para hacernos cargo de nosotros mismos, entonces trascenderemos lo radical, lo sectario y lo político para crecer universalmente, para comprender que la verdad es una sola y que
podemos abarcar una dimensión mas amplia que la materia.
En nosotros está la vida que se expande como el universo, del que es parte. Nuestra intuición y nuestra creatividad nos ponen en contacto con los ilimitados campos de la conciencia. Somos seres con una inteligencia trascendente, más allá de lo racional, que estamos permanentemente atravesando un proceso evolutivo y fluctuante por esencia, seres capaces de trascender a nuevos niveles de conocimiento en una espiral de expansión infinita.


Busco esa nueva trascendente posición interna para una constante y sensible confrontación de la realidad externa, por dura que ésta sea, entonces será más firme, más constante, más afectivo, más efectivo, más generoso, más tolerante, más realista, más humano. Conquistarse es la única conquista (la revolución fundamental es revolucionarse),
entonces podré humanizar todo lo que me rodea. El futuro de nuestro planeta depende de que cada uno se atreva a descubrir cómo ser mas ético y responsable para cuidar su propia humanidad, cómo expandir su espacio y controlar mejor su territorio, lo que le permitirá adquirir una perspectiva más trascendente que ayudará a que los demás alcancen lo mismo a través del cada uno que hay en cada cual, entonces el hambre, la guerra, la ignorancia y la desdicha desaparecerán de la faz de la tierra.

Llegarás naturalmente a lo que te pertenece, no por el deseo que conflictúa sino por el amor que crece. Me conmueve ver cómo se abren las puertas del nuevo mundo que forjará el nuevo hombre, me excita la maravilla de cualquier crisis porque todas crisis es el anuncio de un nacimiento, que siempre es un milagro (estoy seguro que ahora el milagro es el nacimiento del hombre.) Por todas partes se insinúa el parto porque la humanidad es la embarazada, por eso sospecho al hombre que Dios tiene previsto en cualquier mirada, en cualquier gesto, en las manos del músico, del carpintero y de la madre, en el niño que canta lo que no se imagina. Trabajo el nuevo espacio para el nuevo hombre que puedo ser, determino mi vida, acabo con el automático responder y reaccionar como efecto porque ya sé que el hombre es causa. Me hago cargo de las circunstancias de mi vida y encuentro dentro de mí todas las respuestas porque me animo a saber quién soy, que es el gran desafío. Después podré comprometerme con el funcionamiento de la humanidad, solo después de saber quien soy y animarme a vivir como lo que soy, cuando haya encontrado el significado de mi vida y pueda entender la vida que me rodea.


Si me atrevo a volver a mi niñez, cuando tenía sueños y visiones, también puedo retornar a la época en que tenía la capacidad de renunciar, perder o abandonar, cuando nada me importaba tanto como para encadenarme. Si lo consigo, la vida será un juego, una fiesta que no dependerá de los resultados sino de la intensidad. Hoy, en la ciudad de Panamá, verde y caliente, es el primer día del resto que me queda. No pierdas tu vida en convencer y gustar. Los conflictos son la confirmación de que el hombre tiene la cabeza divida (el hombre entero no tiene pleitos porque vive lo que es, no lo que debería ser.) Los deseos constantes que multiplican los mercaderes producen conflictos que, sumados a los pensamientos opuestos que producen las partes de la mente dividida, traen desdichas que agotan al hombre que no sabe que sufre porque su mente dividida solo provoca pleitos. Es difícil sospechar la totalidad de la vida si creo que solo soy belga o ingeniero o protestante, ilusiones que me convierten en nadie y en nada porque solo se es en la totalidad, que incluye todo, principalmente los sueños. Esas divisiones empobrecen al hombre, lo arrinconan, lo transforman en un muerto en plena vida.


No puedo ser moral si solo me creo bueno o malo, no puedo ser justo si solo pienso en mi, no puedo conocer al mundo con una mente parroquial, no conoceré la verdad si tengo intereses (la verdad está lejos de nuestros preconceptos.) Para vivir mejor hay que ser mejor. En Buenos Aires, Raúl Alonso pinta lo que debería haber pintado yo, como Vallejo sufrió
inteligentemente para los ignorantes que jamás lo entenderían, como Neruda descendió a la política en vano y Lorca fue inocentemente erótico. Aquí mismo el sol, como una revelación, aparece entre las nubes, se abre paso a través de ellas como mi canción por las hendijas que dejan las gaseosas que deciden, cobarde, dictatorialmente, qué música se escuchará en el mundo, en el mundo donde muchos creen en la lucha de clases, y por esa razón no ven que el individuo puede elegir la clase que quiera, pertenecer a una o a la otra o a las dos o a ninguna, que nada le impide dirigir o ser dirigido, que puede elegir que su vida sea hambre o festín.  La vida es hambre o festín, tú eliges.
         Por creer que es una sola cosa  (francés, musulmán, gobernador o comunista), el hombre olvida que es todo, por eso cree que se habla de él solo cuando se habla de Alemania, o se siente ofendido cuando se burlan de Inglaterra, o se siente un patriota cuando gana en Wimbledon, o se enoja porque Maradona erró un penal (es el mismo que se alegra cuando hace un gol con la mano pero lo acusa antes que la ley por la cocaína.)
Por pensar en abstracciones como la patria, el hombre se distrae de sí mismo, es decir de la única realidad porque solo cuando uno se da cuenta de sí mismo existe el universo, es decir que cuando nos damos cuenta somos ricos (el amor por todas las cosas hizo de Van Gogh un genio, el respeto por todo hizo de Borges un maestro, la conciencia de que la humanidad es una familia ennoblece y agiganta a la Madre teresa de Calcuta.) 

El hombre reacciona de acuerdo a sus preconceptos, lo que quiere decir que vive en una gigantesca confusión, va de un fragmento a otro, de reacción en reacción, por eso la felicidad es fugaz, por eso vuelve a sufrir una y otra vez. Este pobre hombre depende de cada acto, nunca de la totalidad, a la que ni siquiera sospecha, por eso solo ama a Elena, si lo ama, y odia al resto del mundo porque cree que se interpone entre Elena y él. El hombre que tiene la cabeza dividida cree que pierde con Italia y que gana con Brasil, no quiere entender que es parte del universo, es decir importante y eterno, por eso se siente un ser miserable, una pequeña cosa en un oscuro rincón del mundo al que llama San José, Tres arroyos, Tulancingo, Pasto, Cadaqués, Creta o Mc Allen, y por estar fragmentado solo crea división tras división, es decir conflicto tras conflicto, dolor tras dolor, fracaso tras fracaso, desdichas que afectan a todo su existir.


Es tan grande la ignorancia del hombre que cuando dice yo soy esto o aquello cree hablar de una totalidad (cada fragmento que es, y son muchos, afirma ser la totalidad, por eso lo que acepta uno por la mañana lo niega otro por la tarde, esa es la ciclotimia que lleva al hombre de caos en caos, que transforma a su vida en una gran confusión, que le hace adorar y odiar a la misma persona en un par de semanas, a veces de un momento a otro si no actúa como él espera.)


El yo del hombre cree que el tú es otra cosa, le cuesta entender el yo-tu, el otro extremo que lo confirma, no comprende que cuando dice yo soy también está diciendo tú eres. El bien se nutre de sí mismo y el mal acaba consigo mismo (el tumor te mata pero muere contigo) Las ideas no me dejan descansar, y menos en el avión, excitado por los comentarios estéticos de Pérez Celis, que sabe que la inspiración viene cuando quiere, por eso uno debe estar atento siempre. – Y la justicia, Cabral? 

- En el poema que solo puede escribir la humanidad, la más alta sinfonía que debemos componer todos. Justicia es armonía de desiguales.
La primer mañana de San José de Costa Rica es limpia, alegre y bulliciosa por los alemanes, los norteamericanos, los franceses y los japoneses que llenan la terraza del Hotel Costa Rica, balcón a la plazoleta pletórica de artesanos y músicos, apoyada en el dignísimo Teatro Nacional donde alguna vez canté fervores: 


ahora sé que la misma luz
creció a Moisés y a Rembrandt
ahora se quién es el dueño
de mi pasado confuso
ahora sé a quién pertenecen
todos los que fui
y no inútilmente
porque por ellos estoy aquí
amada mía
ahora sé por qué murieron
los que murieron
y por qué cantan las aves
ahora comprendo el dolor de mi madre
porque estoy enamorado
ahora sé dónde quedó mi niñez
y cómo encontrarla
para qué son tan bellas las cigüeñas
y por qué aman a las campanas
ahora comprendo el poder infinito
de las flores
y las profundas voces del silencio
ahora sé que la serpiente es otra maravilla
de éste maravilloso mundo
que el pecho es una hoguera quieta
y los ojos un volcán que se prepara
a invadirlo todo
que la sombra es otra forma
de la luz
y que el recuerdo es una medida
del corazón
ahora conozco los caminos
que llevan a la música
y los caminos que ésta sugiere
porque estoy enamorado
ahora sé que amar es ser eterno
y que la muerte es otra forma
de este bendito incendio
ahora tengo con quien compartir
a Rilke y a Picasso
a Mahler y a Lao Tsé
a Gibran y San Agustín
al pan y los antiguos egipcios
a Carmina Burana y la montaña
porque estoy enamorado
ahora sé que todo es ahora
y ahora es para siempre
que se puede liberar al alma
que darse es crecer
y que el otro es lo mejor de uno
ahora sé que puedo volar cuando quiera
ahora sé que estoy vivo
porque alguien me espera ahora sé los secretos
del mar y la ballena
las diversas formas de la verdad
y la maravillosa certidumbre
de las bellas mentiras
ahora es mío el dolor de todos
y la alegría de nadie
ahora soy el protagonista
del eterno cuento
y ahora que me miras
estoy seguro de saberlo todo
porque estoy enamorado
ahora que dices lo que sin saber callabas
siento en el alma que he vencido al miedo
que Chagall es un poeta porque el color
es una bendita palabra
que todo me pertenece
porque me perteneces
que Lorca era un campanero
porque al leértelo en voz alta
oí las mejores campanas de Andalucía
que las golondrinas ya lo dijeron todo
que es hermosa la estrella que descansa
en Colmenar viejo
cerca de Navacerrada
donde nunca nos prometimos nada
ahora sé que la tristeza es otra cosa
además de nadie
que entre el sueño y la vigilia
vive la ensoñación
el verdadero estado que no sé dónde se dividen las cosas
que la lluvia es otra confesión
ahora comprendo que debo comprender
aquello que me desagrada
porque estoy enamorado
ahora sé que soy bueno
y que puedo ser hermoso
porque estoy enamorado


- ¿Por quién es lo que es?
- Por lo que vi, por lo que oí, por los que leí, es decir que soy lo que soy por Rembrandt y Paul Klee, por Erasmo de Rótterdam y Octavio Paz, por Beethoven y Michael Legrand, es decir que me aman por lo que amo, por los maestros que les acerco a los curiosos, a los que están ávidos de buenas noticias.

- Qué es Cabral?
- Un publicista que vende desde Jesús a Umberto Eco.
- ¿Qué es un cantor?
- Un soldado menos.
Cuando el hombre trabaja Dios lo respeta mas cuando el hombre canta dios lo ama. Algo grande sucederá, lo siento dentro de mí, todo cambiará porque al fin comprendimos que somos la naturaleza, raíces asentadas en la tierra como las piedras y los árboles. Ya no podrán engañarnos porque al fin comprendimos que somos plantas, que crecemos juntos en el bosque, que somos flores que perfuman la mañana, que somos minerales, pájaros que se elevan por la tarde, gatos que frecuentan el misterio de la noche. Por fin comprendimos que somos el sol que da vida e ilumina los días de todas las criaturas de la tierra, que somos los cometas que trajinan el espacio, los felinos que saltan, las nubes que intrigan al venado que también somos, los mares que se unen, las olas que juegan sin descanso, el fantástico tiburón, el misterioso delfín que nos trae el mensaje de otros mundos, el aire que nos envuelve, el viento que nos despierta para los sagrados rituales de la libertad, la nieve y la lluvia, lo que el planeta engendra, lo que el volcán destruye, lo que el tiempo transforma, la excitación de la partida y la alegría del regreso. Todo esto porque somos uno con Dios, que es todo.


Los viejos pianistas de los hoteles son gente especial y tierna, asumen el fracaso con humildad (nadie estudia tanto para tocar en una cafetería para gente que solo está atenta al desayuno y al guía de tour.) Se quedaron fuera del teatro, al costado de los conciertos, tuvieron que abandonar a Chopin para sobrevivir con Pérez Prado en el lobby
de un hotel cinco estrellas donde tocan, rápida y desganadamente, algo de allá y algo de aquí, lo más pobre de Gershwin y las mayores cursilerías del bolero. Irremediablemente se sacan de encima los tangos con el dominante y el tono, fatalmente terminan así para correr a mi mesa para comentar y homenajear a Mahler o a Wagner.


Los aires de libertad siempre nos benefician, y eso se nota en la excelente vida cultural de San José. Entre muchas cosas me regalo la música para ver, la poesía en movimiento del teatro Negro de Praga.
Al final, y por ellos, me pregunto si la realidad no será solo una ilusión compartida con todos, un sueño en el que todos coincidimos.

- ¿Extraña Argentina?
- No.
- ¿Por qué?
- Para no perderme Costa Rica.

Aprovechando que no está Ravel, me dice el pianista del hotel, voy a tocar el bolero. Amonegacho es economista pero se desvela por la culpa de la poesía. Tenemos a Verlaine en común, me dice, y me acerca algunas líneas mientras Pérez Celis homenajea a Reverón, una luz que todavía no descubrieron los que fueron sus vecinos en Macuto, cerca de Maiquetía, el aeropuerto de Caracas.

Es jueves y es viernes y sigue siendo agosto, es Lawrence y Borges y sigue siendo Whitman. Lo único que cambia es que aquí no hay ejército, por eso este andar despreocupado de los ticos, por eso los periodistas repiten, ante todo, mi lado poético:



desde lo peor de nadie
y lo mejor de ninguno
renacerás invicto
en el invicto mundo
renacerás entre la hierba divina
que salvara al espíritu de Whitman
o donde el hombre fue Constantinopla
o donde fue tan sabia Alejandría
Renacerás un día en los trigales
Que iluminaron a Van Gogh
O en medio de la noche misteriosa
Donde estalló Rimbaud
renacerás para llorar
porque no sabes
renacerás para cantar
porque confías
renacerás para buscar
ansiosamente
igual que yo
a la mujer perdida
renacerás de todos
y serás el uno
renacerás y lo sé
porque renaceré contigo igual que ayer
una y mil veces
para recomenzar conmigo
y con los otros
el antiguo y bello cuento lujurioso
de sueños y manzanas y silencio
con que recrea el todopoderoso
renacerás para cantar la gloria
del que decide caprichosamente
el curso de los mares y los ríos
de la nada bulliciosa de la gente
las diversas verdades y la fauna
la soledad que solo está en tu mente
los reflejos de una sola luz
la eternidad que vive en el presente


- ¿Tiene planes?
- No, pero estoy tranquilo porque seguramente Dios tiene algo pensado para mí.
- Cuénteme una anécdota.
- ¿Por qué no escribió más?, le preguntaron a Juan Rulfo, y él dijo: Porque se murieron los que me contaban historias.
Después de dos conciertos en el Teatro Melico Salazar retornamos a la ciudad de Panamá, donde la lluvia torrencial calma al calor intenso y excita a las exóticas aves y las diversas plantas del extraño Hotel Riante donde no se ve a nadie, que parece abandonarlo, que es bellamente intrigante (una atmósfera de muerte señorea en la
plena vida.)


La indiscutible verdad de la belleza se manifiesta en las flores que nos rodean y los guacamayos que siempre me llevan a García Márquez, que le puso alas al fuego de Faulkner. Subir y bajar de los aviones, entrar y salir de los hoteles, esto es lo que hice toda mi vida, por ejemplo desayunar en San José de Costa Rica y almorzar en la ciudad de
Panamá, donde la soledad erotiza al hotel donde las aves libres y las enjauladas chillan y cantan bajo la lluvia.


Es tres de septiembre. Después de nadar en la solitaria piscina rodeado de flores y palmeras, retorno a mis papeles, que pronto serán cuadernos en las librerías de varios países. Anda tranquilo sin preocuparte Dios va contigo a todas partes. Salimos del Panamá que sobrevivió al pirata Morgan en mil novecientos setenta y uno para convertirse en éste gigantesco bazar donde se vende todo lo innecesario. Recuerdo al inefable Whitman, el que le decía a la naturaleza:
Smile because your lover in coming!


HABLAR LITERALMENTE CON LA RECTITUD E INDOLENCIA PERFECTAS DE LOS
MOVIMIENTOS DE LOS ANIMALES Y CON LA CUALIDAD INTACHABLE DEL SENTIMIENTO DE
LOS ARBOLES EN LOS BOSQUES Y DE LA HIERBA ES LA VICTORIA DEL ARTE


Las puertas del granero están abiertas para la pesada gente que trae la hierba seca, el sol descubre sobre la alfalfa tostada algún destello verde.
Después de trabajar me tiendo en la cresta de la carga para ver a la luna, a la desnuda luna que es mi espejo y será mi lápida.Soy el recién venido si en éste momento siento toda la vida ahora mismo estoy naciendo y estoy naciendo en el que me despertó para él estoy naciendo.
Nacía para cantar la gloria de Dios que está en cualquier rincón que mire porque cada cosa fue hecha por una mano decidida por el Señor
desde la silla a la canción que canto para declarar que una grandiosa mano puso alrededor mío al universo.

Le dije a mi alma: escribamos versos para mi cuerpo al fin y al cabo somos uno Estamos a punto de estallar, es decir cerca de un cambio, del comienzo de otro ciclo, por eso la mayoría se siente paralizada por el terror, aunque no sospechen los días que vendrán. Es como un pánico premonitorio que se siente día a día y pueblo a pueblo, algo que seguramente sintieron los atlánticos. Nos acercamos al desastre, es decir a otro nacimiento, y esto es excitante, ante todo para el artista. El azar eligió a los verdugos, que son odiados por la multitud. La aniquilación ya comenzó, la aniquilación que se vino preparando durante muchos años, aunque le echemos la culpa al último siglo, es decir a Hitler, a la industria desmesurada, a las drogas, a los imperialistas, al sida y a tantos otros emergentes, como el rock and
roll y el stress.


Esto indigna a la mayoría y excita al artista, que es la versión alada del individuo, el que vibra y crece con los cambios. Los aparentes verdugos, sin sospecharlo, están por apretar el botón de la purificación.
Los pocos que están claros saben que deben experimentar éste infierno, no evitarlo (si es que fuera posible), que deben sentirlo, no analizarlo (basta del gris de Freud, animémonos al blanco y negro del Dante!)
Nada tan excitante como ésta realidad (solo el que acepte éste momento de la humanidad podrá pasar a la otra era.) Seamos el Jesús de los esenios, que comprendió, y no el de Wall Street, que tiene miedo, aunque negocie con el odio de las distintas tribus.

Algunas voces hechizadas siguen proclamando lo trascendente, donde el hombre está vivo para siempre, por eso puede vivir serena y naturalmente el ahora mismo (para mí, todo el mundo es el presente de Bogotá, donde el avión de Aerolíneas Argentinas hace la
primera escala.) Si no somos capaces de ver la totalidad no conocemos al mundo, no alcanzamos al hombre que debemos ser. Solo cuando veamos la totalidad podremos sacar a la destrucción de nuestra cabeza y al pasado de nuestra sangre.

Debemos animarnos a ver la realidad porque es la que despierta al hombre (sospecho que la realidad y la conciencia son la misma cosa y que la muerte es la primera idea que debemos descartar para recuperar la serenidad y darnos tiempo, aunque la inmortalidad no es para todos, es algo que gana cada uno, como la conciencia, que solo la tiene el que quiere tenerla, el que se anima a ella, es decir el que se anima a la realidad.) Debemos salvarnos del peor encierro, que es encerrarse en uno mismo. Debemos enriquecernos con lo que nos rodea y perder el miedo al acabar con las diferencias. La única muerte sucede en la vida, y es la del hombre encerrado en sí mismo. Eternidad, en hebreo, quiere decir victoria, no perduración, entonces muerte significa, perder, no cesar. Las escalas en Guayaquil siempre son calientes, el calor ocupa todo, por eso nunca supe si hay otra cosa. En este momento crucial nadie dice no o lo dicen todos a la vez, que es lo mismo porque si no está el uno no hay nadie. Pero yo todavía espero oír la voz del cada uno que hay en cada cual, sino ya habría dejado de caminar por el mundo.


A veces me encuentro con los hombres-puente, los hombres de la transición, los héroes que comprenden al pasado y se dirigen al futuro con esperanza porque su presente está pleno, lleno de alegría. Por éstos individuos vale la pena caminar, agotarse en los aviones y perderse en los hoteles, comer solo y no tener la complicidad de nadie. Estos héroes no buscan la muerte como los políticos y los militares sino la realidad, la experiencia ancha, que está en la valentía de la entrega. Por éstos hombres hubiéramos llegado a la salvación sin pasar por el exterminio.
Bajar, aunque sea por media hora, en Santa Cruz de la Sierra a las cinco de la mañana, es tan loco como pensar que es progreso la furiosa locura de producción de Japón o Alemania, claro espejo de su impotencia, de su pánico, de su poco talento para vivir. Su gigantesca actividad propaga la muerte que llevan dentro, como la indolencia del sudamericano es un suicidio lento y el poder siempre está en manos de la gente muerta. Esta gente envenenará a todos para que nazca el nuevo hombre, aunque nunca sospecharon semejante destino. Entonces el hombre, liberado de compromiso, será inmortal.


No fue más misterioso
caminar por el misterioso mundo
ni buscar en el arte
la bendita semejanza con el creador
ni trajinar los laberintos de la mente
en busca de respuestas
a las preguntas del corazón No fue más misterioso
descubrirme en los otros
ni perder (mágicamente)
el camino de egreso a la que
misteriosamente
era mi casa
No fueron más misteriosos
esos misteriosos asuntos
que coincidir contigo
en éste punto del planeta
para alimentar el amor
misteriosa razón del universo

Este es el momento de hacer realidad la vida, que es recreación constante, de ubicarnos en lo más luminoso del tiempo y el espacio (aceptar la vida es un principio universal, una ley cósmica.) En los momentos más peligrosos es cuando más se comprende el milagro de la vida, los
hombres que llegaron a éste punto son los que más luz nos legaron, los que casi lograron el milagro de nuestro despertar, de nuestro nacimiento definitivo, si es posible salvarse de éste ir y venir de las nubes al fango que nos ha convertido en pesimistas, que nos hace soñar con la muerte que creemos liberadora.

En este momento las ilusiones no pueden tapar a la verdad: abrimos los ojos o nos tapan nuestras propias sombras. Ya no podemos escapar, es hora de despertar para salvarnos juntos, es el momento de comprender que no admite solitarios el camino a la verdad. Escapemos de las cárceles que son las sectas que se formaron detrás de los hombres luminosos, que no las querían (ninguna escuela está a la altura de los hombres
inspirados.) Abramos todas las ventanas para ver la totalidad que nos salvará, prodigio que está más allá de los mundos imaginarios que nos condenan al separarnos. Dejemos de lado a la Historia, que nos lleva de fuga en fuga, de fragmento en fragmento, es decir de desgracia en desgracia, de repetición en repetición, constantes que siempre llevan al hastío, al eterno callejón sin salida donde se nos agotan las esperanzas, donde el aburrimiento nos pone en manos de cualquiera.
                  El nuevo hombre saldrá en todas direcciones, será multidireccional, su espíritu sumará su cuerpo al del mundo, entonces se reverenciará cuando lo reverencie. En la destrucción que sufrimos hay una bendición oculta, por fin estamos perdiendo lo que nos envenenaba, Las razas, las nacionalidades, las religiones, todas esas rutinas que llamamos cultura (la cultura solo puede ser universal), comienza a perder prestigio, está claro que desaparecerán. Será una victoria que muchos cobardes llorarán.


El instinto de vida y el instinto de muerte están librando las batallas finales, ya se insinúa el final de la guerra donde, a pesar de los hombres y de todas maneras, vencerá la especie porque el exterminio total nos llevará a la totalidad, que es lo único real (además, solo desaparecerá lo que no nos pertenecía, lo que estaba de más.)


ESCAPA DE LOS QUE
COMPRAN LO QUE NO
NECESITAN CON DINERO
QUE NO TIENEN PARA
AGRADAR A GENTE
QUE NO VALE LA PENA

Escape de los que compran lo que no necesitan con dinero
que no tienen para agradar a gente que no vale la pena
Lo verdadero está en la calle, lo demás es literatura, que de todas maneras es lo que más amo (tal vez el único sentido que tiene el mundo es que el hombre lo convierta en un libro.) Soy un extraño más en las ciudades, un patriota si la patria es la Tierra, el planeta
donde me crezco permanentemente, lo demás es una idea, nada más que Historia, que es una pequeña fábula que insiste debajo de las estrellas. Soy un eterno prófugo de los ordenados cementerios con flores de plástico y máquinas de calcular, tonterías por las que pierde la salud tanta gente.
Yo nací, yo crecí en medio de la calle, entre los peores mercados y las más tristes estaciones de trenes, entre la vegetación de hierro y basura, bajo el signo de géminis, que es esto y lo otro, dos a la vez, lo diestro y lo siniestro. El que nace en la calle vagará toda la vida, está benditamente condenado a la libertad, irá del drama a la fiesta, del tanto al rock and roll, es decir de Gardel a Presley. El que nace en la calle estará
rodeado de óperas y ensueños, de guerra y quietud. El mundo me llenó de datos que me dan una seguridad metafísica, que es la única posible, por eso, sin miedo, pude acercarme a la gente más diversa en las afueras de
Alejandría,
en Ancara,
en Hamburgo,
en Hong Kong,
en New York,
en Tijuana,
en Puerto Príncipe,
en Bilbao,
en Sevilla,
en Estoril,
en Moscú,
en Génova,
en Montevideo,
por eso no tengo que inventar, me basta y me sobra con recordar.
La calle es la aventura mayor, la calle es más fuerte que el fondo del mar, más delirante ue la locura, más sensual que las noches de Praga y las mujeres de Bahía. En la calle está la vida, por eso hace frío de verdad, por eso el calor es tremendo, no hay aparato que te salve de ellos.
La calle parece imposible pero siempre, si estás atento, te ofrece salidas, coartadas por donde se sale a calles que se remontan como ríos, calles generosas donde vivir es una permanente fiesta, calles que se abren hasta convertirse en un horizonte pletórico de caballos y jazmines.


No hay mejor liberal que un socialista tímido ni hombre más inteligente que el marxista que dejó de serlo. Un marxista, sin la limitación del dogma, tiene más información intelectual que cualquiera, por eso nunca gana (en una sociedad de consumo, a la victoria la decide la estadística, no la inteligencia, y los inteligentes son pocos, por eso se escucha a Michael Jackson, no a Debussy, por eso yo trabajo más que Yupanqui.)
No hay que pensar porque el que piensa, a lo sumo, llega segundo (Fellini nunca llevará tanta gente como Stallone.) No hay que pensar, solo hay que madrugar, por eso los hermano judíos nos llevan ventaja en todo, hasta empiezan el año antes que nosotros. Yo me crié con judíos, por lo menos intelectualmente, es más, soy un verdadero judío errante. Admiro su capacidad de trabajo, su inteligencia, su sentido de la comunidad,
pero hay una cosa que jamás les perdonaré: la injusticia de que un hombre tan feo como Woody Allen le haya hecho un hijo a una mujer tan bella como Mia Farrow!


Después de unas horas en Buenos Aires (que es el capricho de mi corazón) vuelo a Montevideo para declarar en el teatro:


Yo vengo de todo el mundo
vengo de toda la gente
de la magia del pasado
y la furia del presente
Yo vengo de la alegría
vengo de la libertad
del hijo del carpintero
y del padre de la mar
en mi corazón cristiano
suenan voces musulmanas
hay budistas y judíos
en mi sangre y en mi alma mi sombrero es cordobés
y mis botas son tejanas
mi guitarra es japonesa
y mi canción mexicana
todo lo que te sucede
pasa por mi corazón
vos y yo somos lo mismo
todas las cosas son Dios
una vez estuve cerca
y otras veces me perdí
no es casual que me suceda
lo que te sucede a ti
para arriba y para abajo
caminé por tu país
bella tierra y bella gente
con la que yo soy feliz
te traigo buenas noticias
por eso vengo a tu pueblo
dios espera que en la tierra
los hombres nos encontremos
pensar pensando
comer comiendo
dormir durmiendo
soñar soñando


Los ingleses deben irse de Hong Kong en 1997 y el canal de Panamá retornará a los panameños en 1999, año en que también se borrarán los libros impresos en papel con alto contenido de ácido, por ejemplo los libros de bolsillo (es difícil pensar que pueden desaparecer de nuestra biblioteca García Márquez, Joseph Conrad, Jack London, Truman
Capote, Henry Miller, Ray Bradbury, Vargas Llosa, Octavio Paz, Marguerite Yourcenar y tantos otros que son una manera inteligente de la felicidad.)


En 1999 se habrán acabado las naciones y los sistemas económicos y políticos actuales, por lo tanto desaparecerán las efemérides, los aniversarios que festejamos. En una nave interplanetaria llegará el virus que matará al 10% de la humanidad en el año 2000, fecha en que ya 50.000 personas vivirán y trabajarán en el espacio. En ese año también se podrá cambiar cualquier parte enferma o gastada del cuerpo humano y
estarán al alcance de la gente los taquiones, partículas que podrán viajar al pasado, entonces sabremos más de Lao Tsé, de Moisés y de Hermes Trismegisto. 

En el año 2020 los recién casados podrán pasar su luna de miel en la luna y satélites solares eliminarán la noche, algo bueno para los puritanos pero malo para los ladrones, los amantes y los poetas que viven, crecen y aman en la noche, los poetas que escapan del día que los mata fácilmente con la violencia mediocre de los ciudadanos. Te elegí como madre por la misma razón por la que Dios te eligió como hija.

Regreso a Buenos Aires para quedarme quieto tres días para ordenar un poco la poesía que me provoca el mundo (estoy cansado de perderla en los hoteles y los aviones que cruzan el planeta.) Después volveré a escapar de la rutina que duerme su siesta en los ministerios para perderme en los caminos donde la vida se siente a sus anchas, los caminos que crecieron a Gurdjieff y a San Francisco.


No puedo señalarte el camino porque ni siquiera sé quién me lleva de la mano La vida del artista es simple: Camina por las calles de la ciudad sin un peso en el bolsillo hasta que consigue una oportunidad, entonces va de teatro en teatro por el mundo y en los intermedios bebe café, ama a cualquiera, se emborracha con marinos y colegas, adora a Michelángelo y a Picasso, se detiene extasiado en el Nilo y excitado en el Sena,
duerme en hoteles siempre diferentes y un día muere solo para que lo descubran todos.


En Buenos Aires me reencuentro con Fausta Leoni (autora de Karma, un best seller en éste momento), amiga italiana que produce programas para la RAI. Acaba de hacerle un reportaje (es una hazaña) al Sai Baba en la Judía (Sai Baba es un productor de milagros desde que era niño, hazañas como hacer salir un bibuti, que es un polvo sagrado, de la punta de sus dedos o traer de la muerte a mucha gente.) Fausta me habla con entusiasmo de Auroville, al sur de Madrás, donde seiscientas
personas de quince países están logrando un nuevo modo de comunidad donde no se depende del dinero sino de la hermandad (recuerdo a los tarahumaras de Chihuahua), de la buena voluntad, por eso han desterrado, ante todo, la idea del pecado, incluso creen que la armonía puede alejar a la muerte.


Esta gente, me dice Fausta con emoción, vive con éxtasis, por eso yo me enamoraba a cada rato de cualquiera! Fausta cree, como el I Ching, que es el momento de que yo regrese a Europa y al Oriente.
De ésta manera prologaba Jorge Luis Borges la versión de Carl Jung del I Ching= El porvenir es tan irrevocable como el rígido ayer. No hay una cosa que no sea una letra silenciosa de la eterna escritura indescifrable cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida es la senda futura y recorrida. El rigor ha tejido la madeja. No te arredres. La ergástula es oscura, la firme traba es de incesante hierro,
pero en algún recodo de tu incendio puede haber una luz, una henchidura. El camino es fatal como la flecha, pero en las grietas está Dios, que acecha. En el Barrio Norte, muy cerca de donde vivió Borges, compro mi primer departamento, un lugar donde guardar mis papeles y mis libros, esparcidos por el mundo. Es una sensación maravillosa comenzar a juntar todas mis partes en una calle parisina de Buenos Aires. Muchos papeles, es decir mucho de mí, perdí en los hoteles, los aviones, los barcos, los trenes y los automóviles, pero seguramente no eran para mí, de lo
contrario no los hubiera perdido.


Si no alcanzaste lo que querías alcanzar fue porque no era necesario para tu corazón porque si hubiera sido necesario para tu corazón lo hubieras alcanzado Es un extraño placer empezar a acomodar mis cosas en éste rincón del mundo, juntar al Quijote de Saavedra, a las confesiones de San Agustín, a la Biblia de Jerusalem y otras versiones, a las obras completas de Borges, a Whitman, a Rimbaud, a Prevert, a Cortázar, a Poe, a Malraux, a Rulfo, a Daumall, a Eliot, a Rumi, a Gombrowicz, a
Ungaretti, a Hesse, a Fromm, a Krishnamurti, a Chesterton, a Erasmo de Rótterdam.


TODO SEGUIA IGUAL
AUNQUE EN GUATE-
MALA LA TIERRA SE
ABRIERA Y NIXON
DUDARA Y PERON
INSISTIERA. ESAS
COSAS NO IMPE-
DIAN QUE LAS
CIGüEÑAS RE-
TORNARAN A ES-
PAÑA NI QUE LOS
VINOS MADURARAN
CON LOS QUESOS Y
LAS CANCIONES
NI QUE LA TIERRA
DIERA VUELTAS PARA REGOCIJO
DEL SEÑOR, PADRE
DE MI MADRE, QUE
AMABA A CELEDO-
NIO FLORES COMO
YO.


Somos presa de asociaciones infinitas, como Borges de Macedonio Fernández y éste de John Donne y éste de Homero, que dependía hasta de las adivinanzas de los pescadores, y si digo pescadores Neruda y Matilde y el amor, entonces Sylvia, que si todavía me ama es por los que amo.
- ¿Qué es lo más desdichado? le pregunté al derviche en las afueras de Teherán.
- No encontrarle sentido a la vida, me dijo.
- ¿Qué hace el hombre maduro?
- Aceptar que todo termine siendo una monotonía, pero también goza la diversidad de las reiteraciones. El hombre maduro, ante todo, espera, privilegio del que ha superado a la ansiedad.
- ¿Adónde le gusta vivir?
- Por ahora, aquí, no podemos ser descorteses con el ahora y aquí que nos eligió Dios.
Sería bueno que mañana quiera vivir donde esté, al fin y al cabo el mundo está en uno.
- ¿Qué le gusta pensar?
- Que siempre habrá otra oportunidad.
- ¿Qué es lo que más le agrada?
- Ver cómo se renueva la naturaleza, que no pierde tiempo con la cultura que se le opone, que hace trampas para evitarla.
            Señor, te pido perdón por mis pecados, ante todo por
haber peregrinado a tus muchos santuarios olvidando que
estás presente en todas partes. En segundo lugar te pido perdón por haber implorado tantas veces tu ayuda, olvidando que mi bienestar te
preocupa más a ti que a mí. Y por último te pido perdón por estar aquí pidiéndote que me perdones cuando sé que nuestros pecados nos son
perdonados antes de que los cometamos.
               Infatigable, busco la manera que no fue descubierta, el camino no transitad, la nueva esquina. La busco en Montevideo y la busco en Buenos Aires, en Phoenix y en México D.F., en New York y en Ambato, en el centro de Tel Aviv y en los costados del Sena donde frecuentan a Borges más que en los costados del Río de la Plata.


LO RECUERDO AHORA MISMO,
ESTALLA EN MI MEMORIA EN
LA MITAD DE LA PLAZA SAN
MARTÍN = SE LLAMABA JUAN
Y VIVIA EN EL SUR. EN UNO
DE SUS VIAJES AL NORTE CO-
NOCIO A MARIA, QUE LO HI-
ZO UN HOMBRE EN UNA MA-
DRUGADA DE SAN ISIDRO. DES-
PUES SE BIFURCARON LOS SEN-
DEROS, COMO EN EL JARRÍN
DE BORGES, POR ESO AHORA VEO,
DE VEZ EN CUANDO, SOLO A UNA
PARTE DE AQUELLA TOTALIDAD,
LA QUE INSISTE EN LLAMARSE
MARIA.