lunes, 4 de marzo de 2013

Friedrich Nietzsche: Así habló Zaratustra (1884)



   El Mago





Y cuando Zaratustra dio la vuelta a una roca vio no lejos debajo de sí, en el mismo camino, a un hombre que agitaba los miembros como un loco furioso y que, finalmente, cayó de bruces en tierra. «¡Alto!, dijo entonces Zaratustra a su corazón, ése de ahí tiene que ser sin duda el hombre superior, de él venía aquel perverso grito de socorro, - voy a ver si se le puede ayudar.» Mas cuando llegó corriendo al lugar donde el hombre yacía en el suelo encontró a un viejo tembloroso, con los ojos fijos, y aunque Zaratustra se esforzó mucho por levantarlo y ponerlo de nuevo en pie, fue inútil. El desgraciado no parecía ni siquiera advertir que alguien estuviese junto a él; antes bien, no hacía otra cosa que mirar a su alrededor, con gestos conmovedores, como quien ha sido abandonado por todo el mundo y dejado solo. Pero al fin, tras muchos temblores, convulsiones y contorsiones, comenzó a lamentarse de este modo:


            
            ¿Quién me calienta, quién me ama todavía?
            ¡Dadme manos ardientes!
            ¡Dadme braseros para el corazón!
            ¡Postrado en tierra, temblando de horror,
            Semejante a un mediomuerto, a quien la gente le calienta los pies 
            Agitado, ¡ay!, por fiebres desconocidas,
            Temblando ante las agudas, gélidas flechas del escalofrío,
            Acosado por ti, ¡pensamiento!
            ¡Innombrable! ¡Encubierto! ¡Espantoso!
            ¡Tú, cazador oculto detrás de nubes!
            Fulminado a tierra por ti,
            Ojo burlón que me miras desde lo oscuro:
          - Así yazgo,

           Me encorvo, me retuerzo, atormentado
           Por todas las eternas torturas,
           Herido
           Por ti, el más cruel de los cazadores,
           ¡Tú desconocido - Dios!

           ¡Hiere más hondo,
           Hiere otra vez!
           ¡Taladra, rompe este corazón!
           ¿Por qué esta tortura
           Con flechas embotadas?
           ¿Por qué vuelves a mirar,
           No cansado del tormento del hombre,
           Con ojos crueles, como rayos divinos?
           ¿No quieres matar,
           Sólo torturar, torturar?
          ¿Para qué - torturarme a mí,
           Tú cruel, desconocido Dios? –

           ¡Ay, ay! ¿Te acercas a escondidas?
           ¿En esta medianoche
           Qué quieres? ¡Habla!
           Me acosas, me oprimes –
           ¡Ay! ¡ya demasiado cerca!
           ¡Fuera! ¡Fuera!
           Me oyes respirar,
           Escuchas mi corazón.
           Auscultas mi corazón,
           Tú celoso -
           Pero ¿celoso de qué?
           ¡Fuera! ¡Fuera! ¿Para qué esa escala?
           ¿Quieres entrar dentro,
           en el corazón,
           Penetrar en mis más ocultos
           Pensamientos?
           ¡Desvergonzado! ¡Desconocido - ladrón!
           ¿Qué quieres robar?
           ¿Qué quieres escuchar?
           ¿Qué quieres arrancar con tormentos?
           ¡Tú atormentador!
           ¡Tú - Dios-verdugo!
           ¿O es que debo, como el perro,
           Arrastrarme delante de ti?
           ¿Sumiso, fuera de mí de entusiasmo,
           Menear la cola declarándote - mi amor?

           ¡En vano! ¡Sigue pinchando,
           Cruelísimo aguijón! No,
           No un perro - tu caza soy tan sólo,
           ¡Cruelísimo cazador!
           Tu más orgulloso prisionero,
           ¡Salteador oculto detrás de nubes!
           Habla por fin,
           ¿Qué quieres tú, salteador de caminos, de mí?
           ¡Tú oculto por el rayo! ¡Desconocido! Habla,
           ¿Qué quieres tú, desconocido Dios? - -
           ¿Cómo? ¿Dinero de rescate?
           ¿Cuánto dinero de rescate quieres?
           Pide mucho - ¡te lo aconseja mi segundo orgullo!

           ¡Ay, ay!
           ¿A mí - es a quien quieres? ¿A mí?
           ¿A mí - entero?
           ¡Ay, ay!
           ¿Y me torturas, necio,
           Atormentas mi orgullo?
           Dame amor - ¿quién me calienta todavía?
           ¿Quién me ama todavía? - dame manos ardientes,
           Dame braseros para el corazón,
           Dame a mí, al más solitario de todos,
           Al que el hielo, ay, un séptuplo hielo
           Enseña a desear
           Incluso enemigos,
           Enemigos,
           Dame, sí, entrégame,
           Cruelísimo enemigo,
           Dame - ¡a ti mismo! - -

           ¡Se fue!
           ¡Huyó también él,
           Mi último y único compañero,
           Mi gran enemigo,
           Mi desconocido,
           Mi Dios-verdugo! –

         - ¡No! ¡Vuelve
           Con todas tus torturas!
           ¡Oh, vuelve
           Al último de todos los solitarios!
           ¡Todos los arroyos de mis lágrimas
           Corren hacia ti!
           ¡Y la última llama de mi corazón -
           Para ti se alza ardiente!
           ¡Oh, vuelve,
           Mi desconocido Dios! ¡Mi dolor! ¡Mi última -felicidad!


- Mas aquí Zaratustra no pudo contenerse por más tiempo, tomó su bastón y golpeó con todas sus fuerzas al que se lamentaba. «¡Deténte!, le gritaba con risa llena de rabia, ¡deténte, comediante! ¡Falsario! ¡Mentiroso de raíz! ¡Yo te conozco bien!
¡Yo voy a calentarte las piernas, mago perverso, entiendo mucho de - calentar a gentes como tú!»
- «¡Basta, dijo el viejo levantándose de un salto del suelo, no me golpees más, oh Zaratustra! ¡Esto yo lo hacía tan sólo por juego!
Tales cosas forman parte de mi arte; ¡al darte esta prueba he querido ponerte a prueba a ti mismo! Y, en verdad, ¡has adivinado bien mis intenciones!
Pero también tú - me has dado una prueba no pequeña de ti: ¡eres duro, sabio Zaratustra! ¡Golpeas duramente con tus “verdades”, tu garrota me fuerza a decir - esta verdad!»
- «No me adules, respondió Zaratustra, todavía irritado, con mirada sombría, ¡comediante de raíz! Tú eres falso: ¡qué hablas tú - de verdad!
Tú, pavo real de los pavos reales, tú , mar de vanidad, ¿qué papel has representado delante de mí, mago perverso, en quién debía yo creer cuando te lamentabas de aquella manera?»

         
                «El penitente del espíritu, dijo el viejo, ese personaje es el que yo representaba: ¡tú mismo inventaste en otro tiempo esa expresión -
- el poeta y mago que acaba por volver su espíritu contra sí mismo, el transformado que se congela a causa de su malvada ciencia y de su malvada conciencia.
     Y confiésalo: ¡mucho tiempo pasó, oh Zaratustra, hasta que descubriste mi arte y mi mentira! Tú creías en mi necesidad cuando me sostenías la cabeza con ambas manos, -
- yo te oía lamentarte “¡lo han amado demasiado poco, demasiado poco!” De haberte yo engañado hasta tal punto, de eso se regocijaba íntimamente mi maldad.»
    
           
         «Es posible que hayas engañado a otros más sutiles que yo, dijo Zaratustra con dureza. Yo no estoy en guardia contra los engañadores, yo tengo que estar sin cautela: así lo quiere mi suerte. Pero tú - tienes que engañar: ¡hasta ese punto te conozco! ¡Tú tienes que tener siempre dos, tres, cuatro y cinco sentidos! ¡Tampoco eso que ahora has confesado ha sido ni bastante verdadero ni bastante falso para mí! Tú perverso falsario, ¡cómo podrías actuar de otro modo! Acicalarías incluso tu enfermedad si te mostrases desnudo a tu médico.
       Y así acabas de acicalar ante mí tu mentira al decir: “¡esto yo lo hacía tan sólo por juego!” También había seriedad en ello, ¡tú eres en cierta medida un penitente del espíritu!
       Yo te comprendo bien: te has convertido en el encantador de todos, mas para ti no te queda ya ni una mentira ni una astucia, - ¡tú mismo estás para ti desencantado!
         Has cosechado la náusea como tu única verdad. Ninguna palabra es ya en ti auténtica, pero sí lo es tu boca, es decir: la náusea que está pegada a tu boca». 


«¡Quién crees que eres!, gritó en este momento el mago con voz altanera, ¿a quién le es lícito hablarme así a mí, que soy el más grande de los que hoy viven?» - y un rayo verde salió disparado de sus ojos contra Zaratustra. Pero inmediatamente después cambió de expresión y dijo con tristeza:
        «Oh Zaratustra, estoy cansado, siento náuseas de mis artes, yo no soy grande ¡por qué fingir! Pero tú sabes bien que - ¡yo he buscado la grandeza! Yo he querido representar el papel de un gran hombre, y persuadí a muchos de que lo era: mas esa mentira era superior a mis fuerzas. Contra ella me destrozo:  Oh Zaratustra, todo es mentira en mí; mas que yo estoy destrozado - ¡ese estar yo destrozado es auténtico!» 


«Te honra, dijo Zaratustra sombrío, bajando y desviando la mirada, te honra, pero también te traiciona, el haber buscado la grandeza. Tú no eres grande. Viejo mago perverso, lo mejor y más honesto que tú tienes, lo que yo honro en ti, es esto, el que te hayas cansado de ti mismo y hayas dicho: “yo no soy grande”. En esto yo te honro como a un penitente del espíritu: y si bien sólo fue por un momento, en ese único instante has sido - auténtico.
         Mas dime, ¿qué buscas tú aquí en mis bosques y entre mis rocas? Y cuando te colocaste en mi camino, ¿qué prueba querías de mí? -
       - ¿en qué querías tentarme a mí?» -
   Así habló Zaratustra, y sus ojos centelleaban. El viejo mago calló un momento, luego dijo: «¿Te he tentado yo a ti? Yo - busco únicamente.
Oh Zaratustra, yo busco a uno que sea auténtico, justo, simple, sin equívocos, un hombre de toda honestidad, un vaso de sabiduría, un santo del conocimiento, ¡un gran hombre!
         ¿No lo sabes acaso, oh Zaratustra? Yo busco a Zaratustra. »


        - Y en este instante se hizo un prolongado silencio entre ambos; Zaratustra se abismó profundamente dentro de sí mismo, tanto que cerró los ojos. Mas luego, retornando a su interlocutor, tomó la mano del mago y dijo, lleno de gentileza y de malicia:
          «¡Bien! Por ahí sube el camino, allí está la caverna de Zaratustra. En ella te es lícito buscar a aquel que tú desearías encontrar. Y pide consejo a mis animales, a mi águila y a mi serpiente: ellos te ayudarán a buscar. Pero mi caverna es grande. Yo mismo, ciertamente, - no he visto aún ningún gran hombre. Para lo que es grande el ojo de los más delicados es hoy grosero. Éste es el reino de la plebe. A más de uno he encontrado ya que se estiraba y se hinchaba, y el pueblo gritaba: “¡Mirad, un gran hombre!” ¡Mas de qué sirven todos los fuelles del mundo! Al final lo que sale es viento.
            Al final revienta la rana que se había hinchado durante demasiado tiempo: y lo que sale es viento. Pinchar el vientre de un hinchado es lo que yo llamo un buen entretenimiento. ¡Escuchad esto, muchachos! El día de hoy es de la plebe: ¡quién sabe ya qué es grande y qué es pequeño! ¡Quién buscaría con fortuna la grandeza! Un necio únicamente: los necios son afortunados. ¿Tú buscas grandes hombres, tú extraño necio? ¿Quién te ha enseñado eso? ¿Es hoy tiempo de eso? Oh tú, perverso buscador, ¿por qué - me tientas?» - -



                                      Así habló Zaratustra, con el corazón  
                                           consolado, y siguió a pie su camino riendo.







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