domingo, 10 de junio de 2012

Ayn Rand: La Virtud del Egoísmo (1905–1982)

El Culto de la 
         Moral gris  

Uno de los síntomas más elocuentes de la quiebra moral de la cultura actual es una cierta actitud que está de moda en relación con las cuestiones morales y que se puede resumir como: "No hay negros o blancos, sólo hay grises". Esto se aplica a personas, acciones, principios de conducta y a la moralidad en general. "Negro o blanco", en este contexto, significa "bueno o malo". (El uso invertido en la frase hecha antes citada es psicológicamente interesante.) En todos los aspectos en los que se quiera examinarlo, este concepto está lleno de contradicciones (la principal es la falacia del "concepto robado"). Si no hay "negros o blancos", tampoco habrá grises, dado que el gris no es sino una mezcla de los dos. Antes de poder identificar algo como "gris", uno debe saber qué es negro y qué es blanco. En el terreno de la moral esto significa que primero es preciso identificar qué es bueno y qué es malo. Cuando un hombre ha averiguado que una alternativa es buena y la otra, mala, ya no tendrá justificación alguna para elegir una mezcla. No puede haber justificación para elegir parte alguna de aquello que se sabe que es malo. En la moralidad, lo "negro" es, predominantemente, el resultado de intentar pretender que uno mismo es meramente "gris".Si un código moral (tal como el altruismo) es, de hecho, imposible de practicar, es el código lo que debe ser condenado como "negro" y no evaluar a sus víctimas como "grises". Si un código moral prescribe contradicciones irreconciliables —de manera que, al elegir el bien respecto de una cuestión dada el hombre cae en el mal respecto de otra—, es el código el que debe ser rechazado como "negro". Si un código moral es inaplicable a la realidad, si no ofrece guía alguna
excepto una serie de órdenes y mandamientos arbitrarios, carentes de fundamento y ajenos a la naturaleza, que deben ser aceptados por fe y practicados en forma automática, como un dogma ciego, no es posible clasificar debidamente a quienes lo practican como "blancos", "negros" o "grises": un código moral que prohibe y paraliza el juicio moral individual es una contradicción en sí mismo. Si en una compleja cuestión moral un hombre se esfuerza por
determinar qué es correcto, pero fracasa o comete honestamente un error, no se lo puede considerar "gris"; moralmente, es "blanco". Los errores de conocimiento no son violaciones de la moral; ningún
código moral correcto puede reclamar infalibilidad u omnisciencia. Si para escapar a la responsabilidad de un juicio moral un hombre cierra sus ojos y su mente, si evade los hechos en una cuestión dada y se esfuerza por no saber, no podrá considerárselo "gris"; desde el punto de vista moral es completamente "negro".

Muchas formas de confusión, falta de certeza y descuido epistemológico ayudan a ocultar las contradicciones y disfrazan el verdadero significado de la doctrina de la moralidad gris. Algunas personas creen que no es más que una repetición de vacías cantinelas tales como: "Nadie es perfecto en este mundo", es decir, que todo hombre es una mezcla de bien y mal, y, en consecuencia, moralmente "gris". Dado que la mayoría de la gente responde a
esta descripción, se la acepta como si fuera un hecho natural que no necesita consideración adicional. Olvidan que la moralidad sólo se aplica a cuestiones abiertas a la elección del hombre (o sea, a su libre
albedrío) y, por ende, en esta cuestión no hay generalizaciones válidas.

Si el ser humano es "gris" por naturaleza, no se le pueden aplicar conceptos morales, incluyendo el "tono gris", y no es posible la moral. Pero si el hombre tiene libre albedrío, el hecho de que diez hombres (o diez millones) hayan hecho la elección errada no implica
que también el decimoprimero debe errar; no implica nada, ni prueba nada, en relación con un individuo dado. Existen muchas razones por las cuales la mayoría de las personas son moralmente imperfectas, es decir, sostienen premisas y valores mezclados y contradictorios (una de ellas es la moralidad altruista), pero ésa es otra cuestión. Sin considerar las razones de sus elecciones, el hecho de que la mayoría de la gente sea moralmente "gris" no invalida la necesidad de moral que tiene el ser humano ni
la necesidad de "blancura" moral; por el contrario, hace esta necesidad más imperiosa. No justifica el "convenio" epistemológico de desentenderse del problema al relegar a todos los hombres a una moral "gris" y, en consecuencia, negarse a reconocer o practicar la "blancura". Tampoco sirve como una evasión de la responsabilidad de emitir un juicio moral: salvo que uno esté dispuesto a dejar de lado la moral y considerar que un pequeño oportunista y un asesino son moralmente equivalentes, todavía debe juzgar y evaluar la enorme gama de "grises" que puede encontrarse en el carácter de un individuo (y la única manera de hacerlo es a través de un criterio claramente definido de lo que es "negro" y lo que es "blanco"). Un concepto similar, y que involucra errores también similares, es el que sostienen algunas personas que creen que la doctrina de la moralidad gris es simplemente una forma distinta de decir: "Toda cuestión tiene dos caras", proposición esta cuyo significado, tal como se lo acepta, es que nadie está nunca completamente en lo cierto o completamente errado.

Pero no es esto lo que la proposición significa o implica. Lo único que implica es que al juzgar una cuestión dada debe tomarse en cuenta, a las dos partes. Esto no quiere decir que las posiciones tomadas por ellas sean igualmente válidas ni que pueda
haber una medida de justicia en ambas. Con mucha frecuencia la justicia estará de un lado y las presunciones injustificadas (o algo peor), del otro. 

Naturalmente, existen cuestiones complejas donde ambas partes tienen razón en algún aspecto y están equivocadas en otro, y es aquí donde se justifica menos el "convenio" de declarar a ambos lados como "grises". Éstas son las cuestiones en las que se requiere la más rigurosa precisión al emitir el juicio moral para
identificar y evaluar los distintos aspectos involucrados, lo cual sólo puede hacerse desenredando los elementos de "blanco" y "negro" entrelazados.
El error básico en todas estas variadas confusiones es el mismo: consiste en olvidar que la moral trata únicamente de cuestiones sometidas a la elección humana, lo que quiere decir: olvidar la diferencia entre "incapaz" y "renuente". Esto permite a la gente
traducir la frase hecha: "No hay negros ni blancos" como: "Los hombres son incapaces de ser totalmente buenos o totalmente malos", lo cual se acepta con vaga resignación, sin cuestionar las contradicciones metafísicas implicadas. Pero pocas personas lo aceptarían si a esa frase hecha se le diera el significado verdadero que se intenta introducir subrepticiamente en sus cerebros: "Los hombres son renuentes a ser totalmente buenos o totalmente malos". Lo primero que se diría a quien defendiese tal proposición sería: "Hable por usted mismo, no por los demás", y eso, realmente, es lo que el hombre hace, consciente o inconscientemente, en forma
intencionada o inadvertida, cuando declara: "No hay negros ni blancos", pues lo que expresa es una confesión psicológica y lo que significa
es: "No estoy dispuesto a ser totalmente bueno y, por favor, no me considere totalmente malo". Así como en epistemología el culto de la falta de certeza es
una rebelión contra la razón, en la ética, el culto de la moralidad gris es una rebelión contra los valores morales. Ambos son una rebelión contra el absolutismo de la realidad. Así como el culto de la incertidumbre no podría tener éxito mediante una abierta rebelión contra la razón y, en consecuencia, se esfuerza por elevar la negación de la razón a una suerte de razonamiento superior, el culto de la moralidad gris no podría tener éxito mediante una abierta rebelión contra la moral, y se esfuerza por elevar la negación de la moral a una forma de virtud superior. Obsérvese la forma en que uno encuentra esa doctrina: raras
veces se la presenta como un acto positivo, como una teoría ética o
un tema sujeto a discusión: se la oye sobre todo en forma negativa,
como una objeción tajante o un reproche, expresada de manera que
implique que uno es culpable de violar un absoluto tan evidente que
no requiere discusión. En tonos que van desde la sorpresa hasta el
sarcasmo, el enojo, la indignación y el odio histérico, se nos enrostra
la doctrina en forma acusadora: "Seguramente no pretenderá usted pensar en términos de negro o blanco, ¿verdad?"
Llevada por la confusión, la impotencia y el miedo que produce
toda cuestión que involucre a la moral, la mayoría de la gente se apresura
a responder, con cierto sentimiento de culpa: "No, claro que no",
sin tener una idea clara de la naturaleza de la acusación. No se detienen
a tratar de comprender que lo que en realidad se les está diciendo
es: "Seguramente no será usted tan injusto como para discriminar entre
el bien y el mal, ¿verdad?", o: "Seguramente no será usted tan malvado
como para dedicarse a buscar la verdad, ¿no?", o: "Seguramente no
será usted tan inmoral como para creer en la moral, ¿verdad?"
Los motivos de esa frase hecha son tan obvios —culpabilidad
moral, miedo al juicio moral y una apelación para obtener un perdón
total— que un solo vistazo a la realidad sería suficiente para demostrarles
cuán desagradable es la confesión que están haciendo. Pero la
evasión de la realidad es tanto la condición previa como la meta del
, culto de la moral gris.
Desde el punto de vista filosófico, ese culto es una negación  de la moralidad, pero psicológicamente no es ésa la meta de quienes
adhieren a él. Lo que buscan no es la amoralidad, sino algo más profundamente
irracional: una moralidad no absoluta, fluida, elástica,
"a mitad de camino".
No proclaman que están "más allá del bien y del mal"; lo que tratan
de preservar son las "ventajas" de ambos. No desafían a la moral ni
representan una extravagante versión medieval de cultores del mal.
Lo que les da un sabor peculiarmente moderno es que no abogan
por vender su alma al diablo; quieren venderla al menudeo, poco
a poco, a cualquier revendedor que quiera comprarla.
No constituyen una corriente filosófica de pensamiento; son
un típico producto de la falta de una filosofía, de la bancarrota intelectual
que ha producido el irracionalismo en la epistemología, un
vacío moral en la ética y una economía mixta en política.
Una economía mixta es una guerra amoral de grupos de presión
carentes de principios, de valores o de toda referencia con la
justicia, una guerra cuya arma final es el poder de la fuerza bruta,
pero cuya forma externa es un juego de transacciones. El culto de la
moral gris es una moralidad acomodaticia que hizo posible ese juego
de transacciones; y los hombres se aferran ahora a ella en un desesperado
intento por justificarlas.
Obsérvese que el aspecto dominante de esta posición no es una
búsqueda de lo "blanco" sino el terror obsesivo a ser catalogado como
"negro" (y con buenas razones). Obsérvese que abogan por una
moralidad que sostenga la transacción como criterio de valor y que,
en consecuencia, haga posible medir la virtud por la cantidad de
valores que uno esté dispuesto a traicionar.
Las consecuencias y los "intereses creados" de esa doctrina
pueden observarse por todas partes a nuestro alrededor.
Obsérvese, en política, que el término extremismo se ha
convertido en sinónimo de "maldad", sin tener en cuenta el contenido
de la cuestión (la maldad no reside en qué se defiende en forma
"extremista", sino en el hecho de ser "extremista", es decir, cohe-
rente). Obsérvese el fenómeno de los llamados neutralistas en las
Naciones Unidas: los "neutralistas" son algo peor que meramente
neutrales en el conflicto entre los Estados Unidos y la Rusia soviética;
se han comprometido, como principio, a no reconocer diferencia
alguna entre ambos lados, a no considerar jamás los méritos de
una cuestión y a buscar siempre una transacción, cualquiera que sea,
en cualquier conflicto, como, por ejemplo, entre el país agresor y el
país invadido.
Obsérvese, en literatura, el surgimiento de algo llamado el
antihéroe, que se distingue por no tener nada que lo distinga, ni virtudes,
ni valores, ni metas, ni carácter, ni entidad, y que sin embargo,
ocupa, en obras teatrales y novelas, la posición que antes ocupaba
el héroe, con el argumento centrado en sus acciones, aun cuando
él no hace ni llega a nada. Obsérvese que el término "los buenos y
los malos" se usa en forma despreciativa y, sobre todo en la televisión,
obsérvese la rebelión contra los "finales felices", la demanda
de que a los "malos" se les den las mismas oportunidades y se les
adjudique la misma cantidad de victorias.
Al igual que una economía mixta, los hombres de premisas
mixtas pueden ser llamados "grises", pero, en ambos casos, la mezcla
no permanece "gris" por mucho tiempo. "Gris", en este contexto,
es meramente un preludio para "negro". Podrá haber hombres
"grises" pero no puede haber principios morales "grises". La moral
es un código de negro y blanco. Si (y cuando) los hombres intentan
una transacción, es obvio cuál de las partes necesariamente perderá
y cuál necesariamente ganará.
Tales son las razones por las cuales cuando a uno le preguntan:
"Seguramente no estará usted pensando en términos de negro o blanco,
¿verdad?", la respuesta correcta (en esencia, si no en forma)
deberá ser: "¡Por supuesto, puede estar seguro de que estoy pensando
precisamente en esos términos!"


                                                                          Junio de 1964


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