jueves, 14 de febrero de 2013

Heinrich Zimmer: El Rey y su cadáver (1890–1943)


  En la Costa 
            de Sipra
          



 La vida es demasiado horrible en sus inescapables, inmerecidas e injustificadas posibilidades de infortunio, para que se la pueda calificar de "trágica". La visión "trágica" es, por así decir, sólo una vista de primer plano, propia de personas que aún se asombran, incapaces de concebir que la vida sea lo que es. La Tragedia Griega misma, que ha dado nombre a esta visión, está, paradójicamente, fuera de reproche, porque se deleita en lo monstruoso. Empero, el deleite de la Tragedia Ática consiste en volver la punta de la espada contra el pecho del que la esgrime, en medio de un tumulto de piedad y de terror, y en permanecer exultantemente desafiante de la monstruosidad, aun en el momento en que la incandescente lengüeta del dardo penetra silbando hasta el corazón, para quemarlo y reducirlo a cenizas, lo que sigue siendo todavía una actitud demasiado sensacionalista. La única actitud apropiada es la danza solemne, ceremonial, de Siva, sumido en su demencia, con el equilibrado batir de alas de sus brazos y manos que se
balancean, y el inexorable golpeteo de las plantas desnudas de los pies, al ritmo de las ajorcas tintineantes de sus tobillos, mientras mantiene su sonrisa de máscara. La palabra müthos es esencialmente griega; y a pesar de todos los vestigios de mitología celta y germana que conservamos, cada vez que se menciona aquella palabra, pensamos primariamente en los mitos de Grecia, tal como nos fueron transmitidos por Homero, Hesíodo y los poetas trágicos. Pero estas supremas producciones de la imaginación creadora habían sido espumadas del torrente comunitario de la sabiduría tradicional del pueblo y de los sacerdotes y transformadas en expresiones de los peculiares problemas personales y contemporáneo-históricos de los mundos jónico, beocio y ático. No transmiten la cualidad de sus fuentes arcaicas situadas en las épocas más viejas e irremisiblemente perdidas del orfismo, cuando los materiales, todavía oscuramente amalgamados, entrelazados y grandiosamente embozados en cuanto a su significado, eran arrastrados por la gran corriente general de la tradición folklórica.


          Esta forma arcaica, más primitiva, del mito es la que sobrevive hasta nuestros días en las grandes tradiciones míticas populares de la India. Esta es la razón de que, para el lector occidental moderno, mimado y halagado, con su buena formación clásica, y que desea, como observaba el platonizante Schiller, "llegar al país del conocimiento sólo por la puerta auroral de la belleza", el nutrimento hindú es a veces un poco difícil de degustar. Porque, si bien es cierto que la tradición sacerdotal bramanica no menospreció jamás, en ningún período de su desarrollo, las técnicas del arte secular coetáneo y altamente refinado de la poesía, sin embargo, los estilistas sacerdotales estaban muy lejos de ser poetas. En términos generales, sus mitos se quedan en el nivel popular, relativamente no elaborado, y no están transmutados en imágenes poéticas mediante el poder vivificante de una nueva economía, estructura y consistencia, al servicio reconcepción nueva y original, como sucede con los mitos de la Ilíada o las tragedias de Sófocles. 


          Lo "poético" se emplea, ciertamente, como ornato y en los pasajes retóricos de mucho vuelo, pero en general con poco éxito y atractivo, sin gusto ni medida, como necesariamente acontece cuando las personas que no son poetas despliegan sus alas. El resultado es que el contenido mítico aparece muchas veces como una bella ya marchita, recargada de cosméticos y muy engalanada. Detrás de todo el artificio, no hay nada de esa belleza propia de una figura juvenil de rostro radiante, sino sólo un vejestorio ajado, sumido, lleno de arrugas, con un rostro refaccionado. 
        Con todo, estas viejas beldades, que hace mucho se pasaron de maduras, son con frecuencia las mismas, precisamente, que mejor narran las viejas consejas de la vida; para eso, son mejores, de lejos, que las jóvenes y atractivas fascinadoras. El único problema es no retroceder estremecido ante la apariencia de la narradora, cuando la estamos escuchando.


            De todas maneras, la forma tradicional en que nos han sido transmitidos los mitos de la India presenta la gran ventaja del anonimato. En ellos no habla ningún individuo en particular, sino un pueblo entero - quizás, eso sí, en la lengua peculiar de una secta, que
tiene prejuicios particulares en favor de esta o aquella divinidad, y con el matiz propio de determinado siglo y un paisaje local, pero que siempre es todo un pueblo -, generalidad ampliamente válida y reconocida, y libre de toda pretensión de genio o sensibilidad especiales. 
             Lo que oímos cuando escuchamos el relato de estas historias no
es la voz de una personalidad, sino el consenso de los bramanes que enseñan en innumerables templos y santuarios de peregrinaje, santos y sabios que habitan en los sotos de las ermitas e instructores espirituales de las aldeas o domicilios particulares. Un numeroso grupo, que desempeña el papel de un estamento de maestros, habla mediante
estas leyendas a otro numeroso grupo, los piadosos, que continuamente controla aquél y cuenta con él. Lo que el oyente nativo es y siente, se le narra. Accede a una posesión más abundante de las honduras y las alturas comunitarias de la vida y cultura espirituales y religiosas universales, gracias a las imágenes, los personajes celebrados y las peripecias del müthos.


          No hay otro lugar donde uno pueda llegar más cerca de beber en la fuente misma de la cultura, a apurar la esencia original de su savia vital. Es como si hubiéramos perforado la corteza del abedul por donde sube la savia que hace crecer sus ramas y su copa; o, mejor, como si hubiéramos perforado la palma, cuya savia brinda una bebida
embriagadora; porque la embriaguez es uno de los principales efectos del müthos. Las culturas que ya no la conocen son prosaicas y están consumidas. 
           Y el hambre del mito es un aperitivo de la bebida embriagadora que estimula y vivifica, como la fuerza embriagadora del soma, la bebida sacramental, estimula al dios hindú del trueno y de la
guerra, que se llena de ella tres veces por día en los ofertorios de los bramanes y queda con ella fortificado para sus acciones en favor del gobierno del cosmos, como también para el trabajo de despejar el camino mediante sus rayos celestiales, para las marchas victoriosas de su pueblo elegido, los arios de los Vedas.

        
          El mito es, entre los alimentos espirituales, lo que la poción de los dioses (soma, ambrosia) es dentro de los mitos mismos; por medio de él uno se comunica con los seres y potencias sobrenaturales. El mito se desentiende - aún más, ni siquiera lo conoce - del individuo. Cuando todos los miembros de la comunidad participan de él en igual manera, dando y recibiendo y sustentándose de él, conecta al hombre con el ser del superhombre. A esto se debe que los viejos mitos de pueblos remotos y desconocidos se hayan vuelto tan fascinantes para nosotros en tiempos recientes. Al alborear el pensamiento crítico occidental, el nexo con los poderes divinos, que anteriormente trenzaban para nosotros nuestros propios sacramentos y dogmas, perdió su fuerza, y sin embargo, hoy, un nivel más primitivo del mito, abundante en verdad atemporal, que
durante casi dos milenios estuvo recubierto y desfigurado por los dogmas y sacramentos de la religión de la revelación posterior, parece súbitamente tener algo muy profundo que decirnos. 
             Este retorno de lo durante mucho tiempo perdido para nuestra compresión e interés constituye una compensación necesaria, en escala mundial, de su simultánea declinación en la India y en otros países de antigua cultura, bajo el impacto de la moderna era tecnológica. 


             Para estar a la altura de esta nueva tendencia, aun dentro de
nuestra esfera limitada, debemos tratar de sumergirnos en los contenidos míticos de todas las posibles tradiciones antiguas; porque el cambio es tan vasto, que ningún elemento más limitado de los que han visto la luz en edades más recientes puede bastar para proporcionarnos la fortaleza necesaria para soportar la presión de nuestro siglo aterrador y para tolerar sus fuegos de transmutación.
            "No es cierto", dice Nietzsche, "que en el fondo del mito exista algún pensamiento o idea ocultos, como han sostenido algunos en un período en que la cultura se ha vuelto artificial, sino que el mito mismo es una especie de estilo de pensamiento. Imparte una idea del universo, pero lo hace en la secuencia de los acontecimientos, acciones y
sufrimientos". Esta es la razón de que podamos mirar en él como en un espejo o fuente llenos de sugerencias y profecías, que nos dice qué somos ahora y cómo debemos comportarnos en medio de las desosientadoras secuencias de acontecimientos y sucesos sorprendentes que constituyen nuestra suerte común. 
           Por lo menos, tal es la manera como el pueblo hindú consideró siempre las hazañas y sufrimientos de los dioses y héroes de sus mitos y leyendas. El mito es la única y espontánea imagen de la vida misma, en su fluyente armonía y sus contrariedades recíprocamente hostiles, en toda la polifonía y armonía de sus contradicciones. Allí reside su fuerza inagotable.


             Edades y actitudes humanas que se esfumaron hace mucho tiempo sobreviven todavía en los estratos inconscientes más profundos del alma. La herencia espiritual del hombre arcaico (el ritual y la mitología que otrora guiaron visiblemente su vida consciente) se ha desvanecido en gran medida de la superficie del campo tangible y consciente, pero sobrevive y permanece siempre presente en los estratos subterráneos de lo inconsciente.
              Es la parte de nuestro ser que nos conecta con antecesores remotos y constituye nuestro involuntario parentesco con el hombre arcaico y con las antiguas civilizaciones y tradiciones.
 Al tratar con símbolos y mitos muy lejanos, en realidad estamos tratando de alguna manera con nosotros mismos, pero con una parte de nosotros mismos que es tan escasamente familiar para nuestro ser consciente como el interior de la Tierra para los estudiosos de la geología. De ahí que la tradición mítica nos proporcione una especie de
mapa para explorar y verificar contenidos de nuestro propio ser interior con los que conscientemente nos sentimos sólo en escasa medida relacionados.


          La Diosa Universal, la Gran Madre, se cuenta entre las más antiguas, "de mayor aliento", divinidades sustentadoras conocidas por los mitos del mundo. Está representada por doquiera en santuarios dedicados a madres-diosas locales; se han encontrado incontables imágenes procedentes del período neolítico, y hasta del paleolítico; la conocían las culturas del Mediterráneo bajo distintos nombres: Cibeles,
Isis, Ishtar, Astarté, Diana; era la Magna Mater. Y, si intentamos conocer su origen, las reliquias textuales e imágenes más antiguas nos remontan tan sólo lo suficientemente atrás como para poder decir: "Así era como se presentaba en aquellos tiempos arcaicos; debió de llamarse de tal manera; y parece haber sido reverenciada así y así". 
             Pero con  esto llegamos al extremo de lo que podemos afirmar; con esto hemos llegado al problema primitivo de su comprensión y de su ser. Porque, precisamente por ser la Gran Madre, estaba allí antes que cualquier otra cosa. Era el primum mobile, el primer comienzo, la matriz material de la que todo provino. Preguntar, más allá de ella, por sus antecedentes y orígenes, es, no cabe duda, interpretarla mal y subestimarla; en la práctica, es insultarla. Y quienquiera intentase algo así, podría quizá sufrir la calamidad que le sobrevino a aquel engreído joven adepto que intentó quitar el velo a la imagen velada de la Diosa en el antiguo templo egipcio de Saís, cuya lengua quedó paralizada para siempre por la conmoción de lo que vio. 

    
            De acuerdo con la tradición griega, la Diosa había dicho de sí misma: "nadie ha levantado mi velo". No se trata exactamente
del velo, sino de la vestimenta que recubre la desnudez femenina; lo del velo es una tergiversación posterior en aras de la decencia. El significado es el siguiente: Yo soy la Madre sin Esposo, la Madre Original; todos son mis hijos, y por eso nadie se atrevió nunca a acercarse a mí; el impúdico que lo intentara afrentaría a la Madre: ésa es la razón de la maldición.
          Esta es, pues, la Diosa que surgió de la autocontemplación, creadora del mundo, del Creador Brama. Pero ella no fue propiamente creación de él; ésa es simplemente la historia de cómo ella pasó a manifestarse. No puede haber descripción o discusión de su creación; porque es de su seno de donde todo ha llegado a la luz, y bajo su hechizo todo permanece cautivo, y a ella todo debe regresar.


         El punto esencial del Romance de la Diosa parece ser que a nadie le está ya permitido permanecer siendo lo que es. Esta es la circunstancia mediante la cual el mundo progresa en cuanto creación continua. Ninguno de los Seres Celestiales puede seguir siendo lo que comenzó a ser, lo que él mismo creía ser, y lo que le habría gustado ser
sin cambiar. Brama se pone en ridículo. Brama y Visnú se convierten en suplicantes.
           El Dios del Amor mismo se descubre acaudillando un ejército de Odio. Y Siva, el asceta no apegado a nada, no bien termina de declarar que jamás podría renunciar a la contemplación del Ser Supremo, es arrebatado por el hechizo de Sati, y todos sus poderes supremamente concentrados son arrastrados a la concupiscencia y el furor, furor en el momento de la indiscreción de Brama; desesperación sin límites luego de la muerte de Sati. ¡El más libre e independiente de los dioses convertido en un yerno desdeñado e insultado, que se siente afectado emocionalmente hasta tal punto, que su mente se trastorna! Esta es una condescendencia del principio divino más elevado, que puede compararse con la que San Pablo, en su carta pastoral a los Filipenses, admitió en Jesucristo, "el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a la que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz". (Filipenses).


             La omnicomprehensiva Madre del Mundo, en un gesto similar de suprema humillación, no considera un rebajamiento que se la traiga a la esfera fenoménica bajo la forma de hija de un poder demiúrgico de segundo orden, ni tampoco el ejercitarse luego en prolongadas observancias para ganar la mano de Siva, que le había pertenecido
realmente a ella, en calidad de su consorte inmortal, desde toda la eternidad, y que además representa sólo un poder básico, un aspecto principal, del propio ser de ella.
            La simultaneidad de la mascarada terrenal, de tono épico, con la distante interfusión de todos los personajes, que toman forma en la escena uno al lado del otro y en oposición mutua, es el contenido más importante del mito, cuya fuerza y figura central es la gran Maya, la autoilusión que enmascara todo y se despliega en todo. Que todo lo que acontece no era necesario realmente que hubiera acontecido, o en efecto no acontece, pero sin embargo acontece con tremenda seriedad dentro del marco de Maya, y precisamente para crear continuamente esta Maya y empujarla hacia adelante: éste es el significado, el punto central.


            Este significado, que casi nunca se explícita, pero se despliega y se reitera en la secuencia de los acontecimientos, guarda cierta semejanza con el objetivo principal de la psicología analítica: a costa de
experiencias dolorosas, sorprendentes y a veces humillantes, poner en contacto fuerzas y esferas de nuestro ser íntimo que han tendido a quedar aisladas una de otra, consiguientemente mutiladas y
frustradas, y mediante esas crisis, mantener las energías de la psiquis en un flujo creador.
            El chiste del mito es la manera como los personajes son atrapados todos en igual medida por los trucos del juego mundanal; apenas acaba de empezar la historia cuando cada uno de ellos queda atrapado, cada uno a su manera, pero todas igualmente paradójicas.
 El himno de Brama a la diosa (la sakti o "poder" de él mismo y de todo el panteón) acepta la vida como un todo, tal cual es, con rendición incondicional de todos los opuestos perturbadores de la paz.


             "Tú eres uno y otro". Siempre dice "y", lo que significa: "Tú eres todo en su integridad; realmente no hay nada que hacer". Esto equivale a una colosal aceptación, un casi increíble laissez-faire, de la vida. Brama era igualmente maravilloso cuando Kama apareció por primera vez ante él. A cada uno de ellos, el principio creador le permite sus derechos y pretensiones, reconociendo a la totalidad de la creación como la suma incalculable de la diversidad de los innumerables poderes que allí, necesariamente, operan unos contra otros. La sorpresa, la perplejidad, la catástrofe, son las categorías de todo acontecer importante. 
           La Creación Involuntaria, el proceso y generación de la vida, es en sí misma involuntaria, accidental. Y triunfa una y otra vez sobre lo planificado. El hacer planes, en verdad, sirve sólo para intensificar
sus efectos abrumadores. El Mito de la Diosa muestra con gestos magníficos cómo ajustar la propia identidad a esta circunstancia universal, con compostura, sin miedo, porque se la acepta y se está
esencialmente de acuerdo con ella. De ahí que esta historia de la creación no sepa nada del motivo de la Caída del Hombre que se opone a la voluntad de Dios, y no sepa nada, por cierto, de la ira de Dios. El individuo - el propio Dios - tiene que cooperar en improvisaciones siempre nuevas, y así es como progresa la precaria evolución del
universo. 


            La creación se hace posible por la autorresignación de los actores divinos y humanos a papeles que no les son familiares, pero que les imponen las situaciones siempre nuevas y sorprendentes. Cada cual, en este o aquel momento, se ve obligado a comprender que el "otro tipo", que a primera vista parece siempre perturbar el curso normal de los acontecimientos, es realmente un instrumento indispensable para la
evolución del mundo. Lo que a primera vista parece perturbador y terrible, demuestra, con el tiempo, haber sido el factor benéfico y necesario. Lo principal es que el proceso continuo de la creación no se inflexibilice en ninguna postura momentánea. 
           Siempre está a punto de inmovilizarse; y el acontecimiento siguiente esperado es siempre el siniestro, el sorprendente, el difícil de soportar, como los cambios y percepciones que se producen a medida que uno crece. En el transcurso de la procesión, sin embargo, se revela la totalidad de la forma sublime del estado de lo Imperecedero, que trasciende, sobrevive y sin embargo se manifiesta perennemente en las ganancias y pérdidas de nuestra existencia fenoménica. 


          En el reconocimiento de esta única y únicamente viviente conciencia reside la bienaventuranza y la sabiduría de la interminable
crucifixión. Siva, desolado, fuera de sí, fue guiado gentilmente por su gurú, Brama, hasta sacarlo de las puertas de la ciudad donde había perdido su vida y de allí a los picos nevados del Himalaya. Allí caminando juntos, ambos llegaron a un pequeño lago de soledad, claro y
deleitoso para la mente. Brama fue el primero en divisarlo.
        Sentados acá y acullá junto a las serenas orillas había santos y sabios sumidos en meditación absoluta; dos o tres estaban de pie bañándose en las frías aguas cristalinas, levantando ondas que surcaban la reflexión del azul e inmóvil, alto cielo de montaña.
Muchas aves migratorias, con chillidos agudos, venían desde todas direcciones para posarse alborotadas en sus aguas circundadas de lotos: parejas de espléndidos gansos rojizos que desplegaban bellamente sus grandes alas con exultación, cormoranes con sus picos ganchudos, gansos de alas grisáceas y grullas de Siberia, que se paseaban
majestuosas por las costas, flotaban en la superficie del lago, escudriñaban sus aguas a la par que se reflejaban ellas mismas hermosamente, y, de vez en cuando, se levantaban todas a una con un repentino y atronador batir de cientos de alas, abandonando el lago
para dirigirse hacia el cielo, para volar circularmente en grandes escuadrones y volverse a posar inmediatamente, alborotando y sacudiendo las alas. Y por debajo de ellas, en las cristalinas profundidades, nadaban peces de innumerables matices fulgentes, que se hacían visibles al entrar como dardos entre los tallos de loto y nadar
entre ellos. Retoños de loto, cálices de loto, lotos azules y blancos abundaban allí; y la vegetación que rodeaba las orillas era lujuriosa y de sombra fría.


            Cuando los ojos de Siva contemplaron este lago, se conmovió; y contempló el río Sipra que fluía de él, como el Ganges del disco de la luna. Este lago nunca se seca en la canícula del verano. Quienes se han bañado en él y bebido de sus aguas adquieren, de acuerdo con los estatutos de los dioses, el don de la inmortalidad, y, permaneciendo
jóvenes para siempre, atraviesan los años sin que sus facultades disminuyan. 
       Cuantos se bañan en él durante la noche de luna llena de octubre-noviembre son llevados en una carreta que emite brillantes fulgores a la morada celestial de Visnú. Y quienes se bañan en él durante todo ese mes, van a la morada de Brama y luego son liberados enteramente de todos los mundos de la forma. Junto a las aguas de este lago de paz fue donde Siva encontró nuevamente su reposo y majestad, en la contemplación de la suprema, inmutable, que todo lo llena, fuente y
término de todo ser, que es el sustrato, vida y conciencia de todas las formas de la existencia. Allí se liberó de su demencial fijación, que había amenazado desequilibrar el proceso del mundo. Se centró en la meditación adamantina. Y así permaneció hasta que la Diosa, después de haber tomado forma otra vez en la figura "de la doncella Parvati,
hija de Himalaya, el Rey de la Montaña y su esposa Menaka, lo sacó otra vez de su excelsa soledad, por la fuerza de sus prolongadas austeridades físicas y espirituales, y retomaron la vida en común.





          

No hay comentarios: