sábado, 4 de enero de 2014

René Maria Rilke: Las Elegías de Duíno (1922)

Primera Elegía





¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes angélicas? Y aun si de repente algún ángel me apretara contra su corazón, me suprimiría su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible. Así que me contengo, y me ahogo el clamor de la garganta tenebrosa. Ay, ¿quién de veras podría ayudarnos? No los ángeles, no los hombres, y ya saben los astutos
animales que no nos sentimos muy seguros en casa, dentro del mundo interpretado. Nos queda quizás algún árbol en la loma, al cual mirar todos los días; nos queda la calle de ayer y la demorada lealtad de una costumbre, a la que le gustamos, y permaneció, y no se fue. Oh, y la noche, y la noche, cuando el viento lleno de espacio cósmico nos roe la cara: ¿Para quién no permanecería aquélla, la anhelada, la tierna desengañadora, ahí, dolorosamente próxima al corazón solitario? ¿Es más suave con los amantes? Ay, ellos sólo se ocultan uno a otro su suerte. ¿Todavía no lo sabes? Arroja el espacio que abarquen tus brazos hacia los espacios que respiramos; quizá los pájaros sientan el aire ensanchado con un vuelo más íntimo.



Sí, las primaveras de veras te necesitaban. Varias estrellas te pedían que las rastrearas. Se alzaba en el pasado una ola hacia ti, o cuando pasabas por una ventana abierta, se te entregaba un violín. Todo esto era una misión, ¿pero fuiste capaz de cumplirla? ¿No estabas siempre distraído por la esperanza, como si todo ello te anunciara a una amada?
¿Dónde intentas alojarla, si en ti los grandes pensamientos extraños
entran y salen, y con frecuencia se quedan durante la noche?.
Pero si sientes anhelos, canta pues a las amantes; no es, en absoluto, suficientemente inmortal su famoso sentimiento. Aquéllas que casi envidias, las abandonadas, las encuentras mucho más amantes que las saciadas. Empieza siempre de nuevo la alabanza siempre inalcanzable
.


Piensa: el héroe sigue en pie, aun el ocaso fue para él sólo un pretexto para ser: su último nacimiento. Pero a las amantes la exhausta naturaleza las recoge en su seno, como si no hubiera fuerzas para lograr esto dos veces. 

¿Has pensado lo suficiente en Gaspara Stampa, y lo que puede sentir cualquier chica a quien el amado abandonó, frente a tan elevado ejemplo de mujer amante:


         ¿Llegaré a ser como ella? ¿Estos, los más antiguos
         dolores, no deberán, por fin, darnos fruto? ¿No es
         tiempo ya de que, al amar, nos liberemos del amado y,
         temblorosos, resistamos, como la flecha resiste al arco,
         para ser, unidos en el salto, algo más que la sola
         flecha? Porque el permanecer está en ninguna parte.

        Voces, voces. Corazón mío, escucha, como sólo los santos
        escuchaban; la enorme llamada los alzaba del suelo;
        pero ellos seguían de rodillas, de modo imposible,
        sin darse cuenta: de tal manera escuchaban. No
        que pudieras soportar la voz de Dios, lejos de eso, pero
        escucha el soplo, las noticia incesante que se forma
        del silencio. Murmura hasta ti desde aquellos que han
        muerto jóvenes. ¿Acaso su destino no se dirigió siempre
        tranquilamente a ti, en Roma y Nápoles, cuando entrabas
        en alguna iglesia? O una inscripción sublime se grababa
        para ti, como hace poco la lápida de Santa María Formosa?
        ¿Qué quieren de mí? Debo apartar en silencio
        la apariencia de injusticia que a veces estorba un poco
        el puro movimiento de sus espíritus.

         Realmente es extraño ya no habitar la tierra,
         ya no ejercitar las costumbres apenas aprendidas;
         a las rosas, y a otras cosas particularmente promisorias,
         ya no darles el significado del futuro humano; ya no ser
         aquél que uno fue en interminables manos angustiadas
         y hasta hacer a un lado el propio nombre, como un juguete
         roto. Extraño, ya no seguir deseando los deseos. Extraño,
         ver todo lo que tenía sus propias relaciones, aletear
         tan suelto en el espacio. Y estar muerto es doloroso,
         y lleno de recuperación, de modo que uno rastree
        lentamente un poco de eternidad. Pero todos los vivos
        cometen el mismo error de diferenciar demasiado
        tajantemente. Los ángeles (se dice) con frecuencia no
        sabrían si andan entre los vivos o entre los muertos.
        La corriente eterna arrastra siempre consigo todas
        las edades a través de las dos zonas y atruena sobre ambas.

       Finalmente ya no nos necesitan, los que partieron
       temprano, uno se desteta dulcemente de lo terrestre, como
       uno se emancipa con ternura de los senos de la madre.
       Pero nosotros, que necesitamos tan grandes secretos,
       nosotros que tan frecuentemente obtenemos del duelo
       progresos dichosos, ¿podríamos existir sin ellos?
      ¿Es inútil el mito de que, en la antigüedad, durante
       las lamentaciones fúnebres por Linos,
       una atrevida música primitiva se abrió paso en la árida materia
       inerte; y entonces, por primera vez, en el espacio
       sobresaltado, en el que un muchacho casi divino de pronto
       se perdió para siempre, el vacío produjo esa vibración
       que ahora nos entusiasma y nos consuela y ayuda?






De "Las Elegías de Duino, 1922
Versión de Jaime Alemparte


                                             

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