sábado, 5 de enero de 2013

P.D. Ouspensky: Tertium Organum (1912)


La Inteligencia      y la Vida



El significado de la vida: éste es el tema eterno de las especulaciones humanas. Todos los sistemas filosóficos, todas las enseñanzas religiosas se empeñan en hallar y dar a los hombres una respuesta a esta pregunta: ¿Qué constituye el significado de la vida? Algunos dicen que el significado de la vida radica en que gocemos de ella "mientras aguardamos el horror final de la muerte". Otros dicen que el significado de la vida consiste en nuestro mejoramiento personal y en crear un futuro mejor más allá de la tumba, o en vidas futuras. Un tercer grupo dice que el significado está en la aproximación al no-ser. El cuarto grupo dice que el significado consiste en la perfección de la raza, en el "ordenamiento de la vida sobre la tierra". El quinto grupo niega toda posibilidad de búsqueda de significado, etc.

Todas estas explicaciones sufren un defecto: todas tratan de hallar el significado de la vida fuera de ésta, en el futuro de la humanidad o en la existencia problemática después de la muerte, o en la evolución del Ego a través de largas reencarnaciones sucesivas: siempre, en algo fuera de la vida presente del hombre. Pero, si en vez de especular, los hombres miraran simplemente dentro de ellos, verían que, en realidad, el significado de la vida no es después de todo, tan oscuro. CONSISTE EN EL CONOCIMIENTO. Toda la vida, mediante todos sus
hechos, acontecimientos y accidentes, agitaciones y atracciones, nos conduce siempre hacia el CONOCIMIENTO DE ALGO. Toda la experiencia de la vida es CONOCIMIENTO. La emoción más fuerte del hombre es anhelo por lo desconocido. HASTA EN EL AMOR, la
atracción más fuerte a la que se sacrifica todo, es la atracción de lo desconocido, de lo NUEVO: curiosidad.

El poeta y filósofo persa Al-Ghazzali dice: "La función suprema del alma del hombre es la percepción de la verdad". Al comienzo de este libro se reconocieron a como existentes la VIDA INTERIOR y EL
MUNDO EXTERIOR. El mundo es todo lo que existe. La función de la vida interior puede definirse como la comprensión de la existencia.
El hombre comprende su existencia y la existencia del mundo del cual es parte. A su relación consigo mismo y con el mundo se la llama conocimiento. La ampliación y la profundización de la relación de uno mismo y el mundo es una ampliación del conocimiento.

Todas las facultades mentales del hombre, todos los elementos de su vida interior (sensaciones, representaciones, conceptos, ideas, juicios, conclusiones, sentimientos, emociones, incluso la creación), son los instrumentos del conocimiento que poseemos. Los sentimientos -desde las emociones más simples hasta las más elevadas, como las estéticas, religiosas y morales- y la creación, desde la de un salvaje que se inventa un hacha de piedra hasta la de Beethoven, son medios del conocimiento. Sólo a nuestra estrecha visión HUMANA le parece que sirven a otras finalidades: la protección de la vida, la creación de algo, o el goce. En realidad, todo esto sirve al conocimiento.

Los evolucionistas, los adherentes de Darwin, dirán que la lucha por la existencia y la selección de los más aptos crearon la mente y el sentimiento del hombre moderno: que la mente y el sentimiento sirven a la vida, protegen la vida de los individuos separados o de la especie y que, aparte de esto, en si mismos, no tienen significado. A esto puede oponérsele el mismo argumento usado contra la idea de la mecanicidad del universo. A saber, si la inteligencia existe, entonces nada existe, excepto la inteligencia. La lucha por la existencia, y la sobrevivencia de los más aptos, si en verdad representan tal papel en la creación de la vida, tampoco son accidentes, sino productos de una inteligencia QUE NO CONOCEMOS. Y, como todo lo demás, sirven al CONOCIMIENTO. Pero nosotros no comprendemos, no vemos la presencia de la inteligencia en los fenómenos y las leyes de la naturaleza. Esto ocurre porque siempre nosotros no estudiamos el todo sino una parte, y no vemos el todo que deseamos estudiar. Pero estudiando el dedo meñique de un hombre no podemos ver la inteligencia de ese hombre. Lo mismo se refiere a la naturaleza. 
Estudiamos siempre el meñique de la naturaleza. Si comprendemos esto y no entendemos que TODA VIDA ES LA MANIFESTACIÓN DE UNA PARTE DE ALGÚN TODO, sólo entonces se abre una posibilidad de conocer a ese todo. A fin de conocer la inteligencia de un todo dado, debe entenderse el carácter de ese todo, y sus funciones. De manera que la función del hombre es el conocimiento y el conocimiento de sí. Pero sin entender al "hombre" como un todo, es imposible entender su función. A fin de entender qué es nuestra mente, cuya función es el conocimiento, es necesario aclarar nuestra relación con la vida.

En el Capítulo X intentamos (sobre la base de una analogía con el mundo de los seres bidimensionales Imaginarios) definir a la vida como movimiento en una esfera superior en comparación con una esfera dada. Desde este punto de vista, toda vida separada es, por decirlo así, la manifestación en nuestra esfera de una parte de una de las inteligencias de otra esfera. Estas inteligencias parecen mirarnos por medio de las vidas que nosotros vemos. Cuando muere un hombre, se cierra un ojo del universo, dice Fechner. Toda vida humana separada es un momento de la vida del gran ser que vive en nosotros. Toda separada vida de un árbol es un momento de la vida del ser de la especie o la variedad. Las inteligencias de estos seres superiores no existen independientemente de las vidas inferiores. Son dos lados de la misma cosa. Cada mente humana individual puede producir en alguna otra sección del mundo la ilusión de muchas vidas.

Es muy difícil ilustrar esto con un ejemplo. Pero si tomamos la espiral de Hinton, que atraviesa un plano, y un punto que corre en círculos sobre el plano (Capítulo VI, pág 64) y suponemos que la espiral es la mente, entonces, el punto móvil de intersección de la espiral con el plano representaría una vida. Este ejemplo ilustra la relación posible entre la mente y la vida. La vida y la muerte nos parecen diferentes y separadas una de la otra, porque no sabemos cómo mirar, cómo ver. Y, a su vez, esto se debe al hecho de que nos es muy difícil salir del sistema de nuestras divisiones. Vemos la vida de un árbol, este árbol. Y si nos dicen que la vida del árbol es una manifestación de alguna mente, entendemos que esto significa que la vida de este árbol es una manifestación de la mente de este árbol. Por supuesto, esto es un absurdo que resulta de nuestro pensamiento tridimensional, de la "mente euclidiana". 

La vida de este árbol es una manifestación de la mente de la especie o la variedad, o tal vez, de la inteligencia de todo el reino vegetal. Del mismo modo, nuestras vidas individuales son manifestaciones de alguna gran inteligencia. Prueba de esto se halla en el hecho de que nuestras vidas no tienen significado alguno aparte del proceso de adquirir conocimiento. Y un hombre reflexivo cesa de sentir dolorosamente la ausencia de significado en la vida solamente cuando comprende esto y empieza a esforzarse conscientemente en la dirección que inconscientemente estaba siguiendo antes. Además esta adquisición de conocimiento, que constituye nuestra función en el mundo, no sólo la logra nuestro intelecto, sino todo nuestro organismo, todo nuestro cuerpo, toda nuestra vida, y toda la vida de la sociedad humana, sus organizaciones e instituciones, toda la cultura y toda la civilización, todo lo que conocemos en la humanidad y, más aún, 
lo que no conocemos. Y conseguimos conocer lo que merecemos conocer.

Si sobre el aspecto intelectual del hombre decimos que su finalidad es la adquisición del conocimiento, esto suscitará alguna duda. Todos están de acuerdo en que el intelecto del hombre, con todas sus funciones subordinadas, existe con la finalidad de adquirir conocimiento, aunque a la facultad del conocimiento se la considere muy a menudo como 
subordinada. Pero no están tan claras las cosas respecto a las emociones: alegría, pesar, ira, miedo, amor, odio, orgullo, compasión, celos; respecto al sentido de la belleza, al sentido estético y a la creación artística; respecto al sentido moral; respecto a todas las emociones religiosas: fe, esperanza, veneración, etc.: y respecto a toda la actividad humana. Por regla general no vemos que todas las emociones y toda la actividad humana sirven al conocimiento. 

¿De qué modo el temor, el amor o el trabajo podrán servir al 
conocimiento? Nos parece que sentimos mediante las emociones, creamos mediante el trabajo. El sentimiento y la creación nos parecen algo diferente del conocimiento. Respecto al trabajo, a la creación, a la fabricación de algo, más bien tendemos a pensar que exigen conocimiento, y si lo sirven, lo hacen sólo indirectamente. Del mismo modo, no podemos entender cómo las emociones religiosas pueden servir al conocimiento. Habitualmente, lo emocional se opone a lo intelectual: el "corazón" se opone a la "razón". A la "razón fría" o al intelecto se lo coloca en un lado, y en el otro a los sentimientos, las emociones, el sentido artístico; y luego, también muy separadamente, el sentido moral, el sentimiento religioso, la "espiritualidad". El error radica aquí en la interpretación de las palabras intelecto y emoción. Entre intelecto y emoción hay una aguda distinción. El intelecto, considerado en conjunto, es también emoción. Pero en lenguaje coloquial corriente y en "psicología conversacional" la razón se opone al sentimiento; luego viene la voluntad, situada como facultad separada e independiente; los moralistas colocan al sentido moral como algo muy aparte; las personas religiosas ponen a la espiritualidad o la fe como algo enteramente separado.

Se dice a menudo: la razón superó al sentimiento; la voluntad superó al deseo; el sentido del deber venció a la pasión; la espiritualidad superó a la intelectualidad; la fe superó a la razón. Pero todas estas son erróneas expresiones de la psicología coloquial, tan incorrectas como las 
de "salida del sol" y "puesta del sol". En el alma humana no existen sino emociones o la coexistencia armónica de éstas. Esto lo comprendió claramente Spinoza cuando dijo que a una emoción sólo la podrá vencer otra más fuerte, y nada mas. La razón, la voluntad, el sentido del deber, la fe, la espiritualidad, solo podrán vencer a alguna otra emoción mediante el elemento emotivo contenido en ellas. El asceta que mata en sí mismo todos los deseos y pasiones, los mata mediante su deseo de salvación. Un hombre que renuncia a todos los placeres mundanos, renuncia a ellos por el gozo de su sacrificio, de su renunciamiento. Un soldado que muere en su puesto por sentido del deber o hábito de obediencia lo hace porque la emoción de la devoción o la fidelidad, o la pasividad habitual son en él más fuertes que todo el resto. Un hombre cuyo sentido moral le dice que debe vencer a su pasión, lo hace porque en él el sentido moral (o sea, cierta emoción) es más fuerte que sus otros sentimientos, sus otras emociones. En realidad, todo esto es tan claro y simple como el día, y las personas sólo se confunden porque, al llamar a diferentes grados de una misma cosa con diferentes nombres, empiezan a ver diferencias fundamentales donde la diferencia es sólo de grado.

La voluntad es la resultante de los deseos. Llamamos hombre de fuerte voluntad a aquél cuya voluntad sigue una línea definida sin desviarse de ella, y llamamos hombre de débil voluntad a aquél que sigue un curso zigzagueante, desviándose ora en una, ora en otra dirección bajo la
influencia de cada nuevo deseo. Pero esto no significa que voluntad y deseo sean dos cosas opuestas. Por el contrario, son una misma cosa, porque están construidas con deseos. La razón no puede superar al sentimiento, porque el sentimiento sólo puede ser superado por el sentimiento. La razón sólo puede proporcionar pensamientos e imágenes que susciten sentimientos, y éstos superar al sentimiento de ese momento dado. La espiritualidad no es algo opuesto a "intelectualidad" o "emocionalidad". Es sólo SU VUELO MAS ALTO. La razón no tiene límites. La limitación es una característica que sólo pertenece a la mente humana "euclidiana": el intelecto separado de las emociones. 

¿Qué es entonces la razón? La razón es el aspecto interior de la vida de todo ser dado. En el reino viviente de la tierra, en todos los animales inferiores al hombre, vemos una razón pasiva. Pero con la aparición de los conceptos, la razón se vuelve activa, y empieza a funcionar como intelecto una parte de aquélla. Un animal vive por las sensaciones y las emociones. En un animal, el intelecto está sólo en estado embrional, como una emoción de curiosidad, el placer de conocer. En un hombre, el desarrollo de la razón consiste en el desarrollo del intelecto y en el correspondiente desarrollo de las emociones superiores: estéticas, religiosas, morales, que, a medida que evolucionan, se intelectualizan cada vez más; asimismo, simultáneamente con esto, el intelecto se impregna de emocionalidad y cesa de ser "frío". Así, la "espiritualidad" es la fusión del intelecto y de las emociones superiores. El intelecto se espiritualiza a partir de las emociones; las emociones se espiritualizan a partir del intelecto. Las funciones de la razón no son limitadas, pero el intelecto humano no se eleva a menudo hasta su forma suprema. Al mismo tiempo, seria asimismo incorrecto decir que la suprema forma humana del conocimiento no será más intelectual, sino algo diferente; sólo esta razón superior está enteramente libre de conceptos lógicos y de la esfera euclidiana.

 Mucho de esto oiremos del lado de la matemática que realmente trascendió el dominio de la lógica hace tiempo. Pero la trascendió con la ayuda del intelecto. La nueva percepción crece en el suelo del intelecto y de las emociones superiores, pero no es creada por ellos. Un árbol crece de la tierra, pero no es creado por la tierra. Se necesita una semilla. Esta semilla puede estar en el alma o no. Cuando está allí, se la puede hacer brotar o ahogar; cuando no está allí, nada más podrá tener lugar. Y un alma (si se la puede llamar alma) despojada de esta semilla, o sea,
incapaz de sentir y reflejar el mundo de lo milagroso, nunca producirá un tallo vivo sino que siempre reflejará solamente al mundo fenoménico.

En la actual etapa de su desarrollo, si bien el hombre aprende a conocer muchas cosas por medio del intelecto, también conoce muchas cosas a través de las emociones. Las emociones de ningún modo son instrumentos del sentimiento por el sentimiento; todas ellas son
instrumentos del conocimiento. Mediante cada emoción, el hombre aprende a conocer algo que no puede conocer sin su ayuda -algo que no puede conocer por ninguna otra emoción ni por ningún esfuerzo del intelecto. Si consideramos a la naturaleza emocional del hombre como de por sí limitada, como sirviendo a la vida sin servir al conocimiento, nunca entenderemos su contenido y significación verdaderos. Las emociones sirven al conocimiento.

Hay cosas y relaciones que sólo pueden conocerse emocionalmente y sólo a través de una emoción dada. Para entender la psicología del juego es necesario sentir las emociones de un jugador; para entender la psicología de la caza es necesario sentir las emociones del cazador; la psicología de un hombre enamorado es incomprensible para un hombre que es indiferente; el estado mental de Arquímedes cuando salió a los saltos de su baño es incomprensible para el ciudadano apacible que lo juzga un loco; los sentimientos de, un viajero que respira el aire de mar y contempla su vasta extensión, son incomprensibles para un hombre contento con su vida sedentaria. Los sentimientos de un creyente son incomprensibles para un incrédulo, y los de un incrédulo son incomprensibles para un creyente. La razón de por qué los hombres se
entienden tan poco entre ellos es que viven siempre por emociones diferentes. Y sólo se entienden entre ellos cuando llegan a experimentar simultáneamente emociones idénticas. 

La sabiduría popular conoce bien este hecho: "EL AHITO NO ENTIENDE AL HAMBRIENTO", dice; "un ebrio no es compañero de un sobrio", "cada oveja con su pareja". En esta comprensión mutua, o en la ilusión de una comprensión mutua de estar inmersos en emociones similares, radica uno de los principales encantos del amor. Guy de Maupassant expresó esto muy bien en su breve drama "Soledad". En esta misma ilusión radica el secreto del poder del alcohol sobre las almas humanas, porque el alcohol produce la ilusión de la comunión de los oímos y estimula simultáneamente la fantasía en dos o más personas.
Las emociones son las ventanas de vidrios de colores del alma, ventanas de colores a través de las cuales el alma mira al mundo. Cada una de estas ventanas ayuda a descubrir ciertos colores en el objeto que se examina, pero al mismo tiempo oculta los contrastantes. En
consecuencia, es muy correcta la expresión de que una iluminación emocional unilateral nunca podrá dar una idea correcta de un objeto. Nada nos da una idea tan clara de las cosas como las emociones, y nada nos engaña tanto como las emociones. Cada emoción tiene su propia finalidad de existencia; pero el valor cognoscitivo de las emociones es diferente. 

Hay emociones que son necesarias, importantes, indispensables para
una vida de conocimiento -y hay emociones que estorban más que ayudan a la comprensión. Teóricamente, todas las emociones sirven al conocimiento: todas las emociones surgen como una consecuencia de la cognición de una u otra cosa. Tomemos una de las emociones más
elementales: digamos, la EMOCIÓN DEL TEMOR. Indudablemente, hay relaciones que pueden conocerse sólo a través del temor. Un hombre que nunca experimentó temor jamás experimentará muchas cosas en la vida y en la naturaleza; no entenderá muchos de los principales motivos de la vida de la humanidad. ¿Qué otra cosa sino el temor al hambre y al frío fuerza a la mayoría de los hombres a trabajar? Ese hombre no logrará entender muchas relaciones del reino animal. Por ejemplo, nunca entenderá la esencia de la relación de los mamíferos con los reptiles.
Una víbora suscita un sentimiento de repulsión y miedo en todos los mamíferos. A través de esta repulsión y este miedo, un mamífero aprende a conocer la naturaleza de la víbora y la relación de esa naturaleza con la suya, y el conocimiento que de esta manera obtiene es muy correcto, pero estrictamente personal, sólo desde su propio punto de vista. 

LO QUE EL INTELECTO SOLO PUEDE CONOCER es lo que la víbora es en sí, no en el sentido filosófico de una cosa en si, sino simplemente desde el punto de vista de la zoología (y no desde el punto de vista de un hombre o de un animal al que la víbora picó o puede picar). Las emociones se conectan con los diferentes "yoes" de nuestra vida mental. Una emoción de apariencia exactamente la misma a primera vista, puede conectarse con "yoes" pequeñísimos o con "yoes" grandísimos. Y, según esto, pueden ser muy diferentes el papel y la significación de esa emoción en la vida del hombre. El establecimiento de un "yo" permanente es obstaculizado principalmente por un cambio constante de emociones, cada una de las cuales se llama "yo" y se empeña en apoderarse del poder sobre el hombre. Y este es un obstáculo particularmente grande cuando las emociones surgen y se desarrollan en los reinos de la vida interior que se conectan con cierto género de autoconsciencia y autoafirmación. Estas se llaman emociones personales. La señal evolutiva de las emociones es su liberación respecto del elemento personal y su transición a planos superiores. La liberación respecto de elementos personales acrecienta la
facultad cognoscitiva de las emociones, porque cuanto más elementos personales hay en una emoción, más capaz es de inducir a engaño. Una emoción personal es siempre parcial, siempre injusta. aunque más no sea en razón de que se opone a todo lo demás.

De esta manera, la facultad cognoscitiva de una emoción es proporcionalmente mayor cuando una emoción dada contiene menos elemento personal, o sea, cuando hay una más fuerte comprensión de que la emoción dada no es el "yo". Al estudiar el espacio y sus leyes, ya hemos visto que la evolución del conocimiento consiste en un retiro gradual de uno mismo. Hinton expresa esto muy bien. Dice todo el tiempo que, sólo retirándonos. empezamos a entender al mundo como es. Todo el sistema de ejercicios mentales con cubos multicolores, elaborado por Hinton. apunta a instruir a la consciencia para que no mire las cosas desde un punto de vista seudopersonal.

Cuando estudiamos un bloque de cubos (digamos, un cubo compuesto por 27 cubos mas pequeños), en primer lugar, lo captamos partiendo de un cubo particular, y aprehendiendo cómo se presentan los demos con respecto a aquél. Captamos al bloque con respecto a este eje, de modo que podemos concebir mentalmente la disposición de cada cubo como se
presenta considerado desde un punto de vista. Luego, suponemos que estamos en otro cubo en el extremo de otro eje; y, mirando desde este eje, captamos los aspectos de todos los cubos, etc...

De este modo, obtenemos un conocimiento del bloque de cubos. Ahora bien, para obtener un conocimiento de la humanidad... se lo obtiene actuando con respecto al punto de vista de cada individuo. (Un egotista puede compararse con un hombre que conoce al cubo sólo desde un punto de vista). Quienes se sienten superficialmente con gran cantidad de personas, se parecen a quienes captan una ligera familiarización con un bloque de cubos desde muchos puntos de vista. Los que tienen algunos apegos profundos, se parecen a los que los conocen bien desde uno o dos
puntos de vista...

Y después de todo, tal vez. la diferencia entre los buenos y el resto de nosotros, radique en que los primeros se den cuenta. Fuera de ellos, hay algo que (os atrae hacía aquello, lo cual ellos lo ven mientras que nosotros no. Tal como está mal con respecto a uno mismo el evaluarlo todo desde el punto de vista de una sola emoción, oponiéndola a todo el resto, así está mal respecto del mundo y de la gente el evaluarlo todo desde el punto de vista de algún "yo" accidental nuestro, oponiendo el yo de un momento dado a todo el resto. De manera que el problema del conocimiento emocional correcto es sentir respecto de la gente y del mundo desde un punto de vista distinto del personal. Y cuanto más vasto sea el círculo para el que una persona dada sienta, más profundo será el conocimiento que sus emociones darán. Pero no todas las emociones son capaces, en igual medida, de liberarse de
los elementos personales. 

Hay emociones que por su naturaleza misma dividen, extrañan, alienan, hacen que el hombre se sienta alguien aparte, separado; tales emociones son el odio, el temor, los celos, el orgullo, la envidia. Estas son emociones de orden material, que nos 
hacen creer en la materia. Y hay emociones que unen, juntan, hacen que un hombre se sienta parte de alguna totalidad vasta; tales emociones son el amor, la simpatía, la amistad, la compasión, el amor por el propio país, el amor por la naturaleza, el amor por la humanidad.

Estas emociones conducen al hombre fuera del mundo material y le muestran la verdad del mundo de la fantasía. Las emociones del segundo orden se liberan con más facilidad de los elementos personales que las emociones del primer orden. Aunque al mismo tiempo puede existir un orgullo enteramente impersonal: orgullo por algún acto heroico cumplido por otro hombre. Incluso, puede existir una envidia impersonal, cuando envidiamos a un hombre que se venció a si mismo, que venció su personal deseo de vivir, se sacrificó por algo que todo el mundo considera recto y justo pero que los demás no se pueden poner a realizar; que ni siquiera se atreven a pensar por debilidad, por apego a la vida. 

Puede haber un odio impersonal, odio a la injusticia, a la violencia, odio a la necedad, a la estupidez; aversión a la inmundicia, a la hipocresía. Indudablemente, estos sentimientos elevan y purifican el alma del
hombre y lo elevan para que vea cosas que de otro modo no vería. 



Cristo no fue manso ni suave cuando desalojó del templo a los cambistas o expresó su opinión acerca de los fariseos. Y hay casos en los que la mansedumbre y suavidad no son una virtud. Las emociones de amor, simpatía, piedad, se transforman muy fácilmente en sentimentalismo, en debilidad. Y, de esta forma, sirven naturalmente sólo a la ausencia de
conocimiento o sea, a la materia. La dificultad de dividir las emociones en categorías la acrecienta el hecho de que todas las emociones del orden superior, sin excepción, sólo pueden ser personales, y entonces su efecto no es diferente del de la otra categoría.

Existe una división de las emociones en PURAS e IMPURAS. Todos conocemos esto, todos usamos estas palabras, pero entendemos muy poco lo que esto significa. En realidad, ¿qué significa "puro" o "impuro" en relación con el sentimiento? La moralidad corriente divide a las emociones, a priori, en puras e impuras, según los rasgos externos, tal como Noé dividió a los animales en su arca. Además, todos los "deseos carnales" se relegan a la categoría de lo IMPURO. Sin embargo, en realidad, los "deseos carnales" son, por supuesto, tan puros como todo lo demás en la naturaleza. No obstante, hay realmente emociones puras e impuras. Todos sabemos bien que hay verdad en esta división. ¿Dónde
está, pues? ¿Qué significa? 

Un examen de las emociones desde el punto de vista del conocimiento sólo podrá dar una clave de este problema. Una emoción impura es exactamente lo mismo que un vidrio sucio, agua sucia o un sonido
impuro, o sea, una emoción que no es pura, que contiene materia extraña o un sedimento, o es la repercusión de otras emociones; que es IMPURA-MIXTA. Una emoción impura da un conocimiento oscuro, no puro, tal como un vidrio sucio da una imagen confusa. Una emoción
pura da una imagen clara y pura del conocimiento que se proyecta transmitir.

Esta es la única solución posible del problema. El obstáculo principal que nos impide llegar a esta solución es la habitual tendencia moral que dividió a las emociones, a priori, en "morales" e "inmorales". Pero si, por un momento, tratamos de desechar el habitual sistema moral, veremos que la cuestión es mucho más sencilla, que no hay emociones impuras en su naturaleza, y que cada emoción puede ser pura o impura según contenga una mezcla de otras emociones o no.

Puede existir sensualidad pura, la sensualidad del "Cantar de los Cantares" que se transforma en la sensación de la vida cósmica y nos permite oír el acompasado latido de la Naturaleza. Y puede existir sensualidad, mezclada con otras emociones, buenas o malas desde el punto de vista moral, pero que igualmente tornan turbulenta a la sensualidad. Puede existir simpatía pura, y simpatía mezclada con cálculo para recibir algo a cambio de la nuestra. Puede existir el deseo puro de conocer, una sed de conocimiento por el conocimiento
mismo, y puede existir una búsqueda de conocimiento inducida por consideraciones de beneficio y ganancia que han de derivar de este conocimiento.

En sus manifestaciones externas, las emociones puras e impuras pueden diferir muy poco. Todos los hombres pueden jugar ajedrez y parecerse mucho en su conducta externa, pero uno puede ser impulsado por la ambición, el deseo de victoria, y estará lleno de diferentes sentimientos desagradables hacia su oponente: aprensión, envidia por un movimiento
inteligente, disgusto, celos, animosidad o goce anticipado por su triunfo; pero el otro puede simplemente tratar de resolver el complicado problema matemático que se le presenta, sin pensar para nada en su rival. La emoción del primero será impura porque está demasiado mezclada. La emoción del segundo será pura. Por supuesto, lo que esto significa es perfectamente evidente.

Ejemplos de tal división de emociones similares en lo externo pueden verse constantemente en las actividades artísticas, literarias, científicas, sociales y hasta espirituales y religiosas de
los hombres. En todos los dominios, sólo la victoria completa sobre el elemento personalconduce al hombre a un correcto conocimiento del mundo y de sí mismo. Todas las emociones matizadas por el ELEMENTO PERSONAL semejan vidrios cóncavos, convexos o
distorsionantes que refractan incorrectamente los rayos y de tal manera deforman la Imagen del mundo.

El problema del conocimiento emocional consiste, pues, en una correspondiente preparación de las emociones que sirven de instrumentos del conocimiento. "Sed como niños..." y "Bienaventurados los puros de corazón..." Estas palabras de los Evangelios hablan, primero de todo, acerca de la purificación de las emociones. Es imposible conocer correctamente a través de las emociones impuras. En consecuencia, en bien de un conocimiento correcto del mundo y de uno mismo, debe proseguir en el hombre el trabajo de purificación y elevación de las emociones.

Esto último nos aporta una visión totalmente nueva de la moralidad. La moralidad, cuyo objetivo consiste precisamente en establecer un sistema de correcta relación con las emociones y en ayudar a su purificación y elevación, cesa de ser a nuestros ojos un ejercicio tedioso y autónomo de la virtud. La moralidad es una forma de la estética. Lo que no es moral primero de todo no es estético, porque no está coordinado, no es
armónico. Vemos toda la enorme significación que la moralidad puede tener en nuestra vida; vemos la significación que la moralidad tiene para el conocimiento porque hay emociones a través de las cuales obtenemos conocimiento, y hay emociones por las que somos llevados al extravío.

Si en realidad la moralidad puede ayudamos a discriminar entre ellas, entonces su valor es indiscutible precisamente desde el punto de vista del conocimiento. La psicología de nuestro lenguaje coloquial sabe muy bien que la maldad, el odio, la ira,CIEGAN a un hombre, OSCURECEN su razón; sabe que el temor LO ENLOQUECE, etc., etc. Pero también sabemos que toda emoción puede servir al conocimiento y a la ausencia del conocimiento.

Tomemos una emoción, valiosa y capaz de elevadísima evolución, como el placer de la actividad. Esta emoción es una potente fuerza motora de la cultura, sirve para el perfeccionamiento de la vida y el desarrollo de todas las facultades superiores del hombre. Pero la misma emoción es también la causa de una interminable serie de errores y de pasos en
falso que la humanidad comete y por los que después ha de pagar acerbamente. En la excitación de la actividad, el hombre tiende fácilmente a olvidar el objeto por el que empezó a actuar; a confundir a la actividad misma con el objeto; y con el fin de preservar la actividad, a sacrificar el objeto. En especial, esto se puede ver claramente en la actividad de varias tendencias religiosas. Un hombre, tras ponerse en marcha en una dirección, sin notarlo, se vuelve en la dirección contraria y, muy a menudo, avanza hacia el abismo pensando que está escalando las alturas. Nada es más contradictorio, más paradójico que un hombre absorto en la actividad. Estamos tan acostumbrados al "hombre" que sus extraordinarias perversiones no nos sorprenden como extrañas.

Violencia en nombre de la libertad. Violencia en nombre del amor. Prédica del cristianismo con espada en mano. Los patíbulos de la Inquisición para la gloria de un Dios de Misericordia. La opresión de la libertad de pensamiento y palabra por parte de los ministros
de la religión. Todos éstos son cabales absurdos de los que sólo los hombres son capaces. Entender correctamente a la moralidad, no como ésta es sino como debería ser, podría salvarmos, en gran medida, de tales perversiones del pensamiento. En conjunto, hay poquísima
moralidad en nuestra vida. La cultura europea siguió la senda del desarrollo intelectual. El intelecto inventó y organizó sin pensar en el significado moral de su actividad, y esto condujo al resultado de que la culminación de la cultura europea es el "Acorazado". Muchas personas piensan de este modo, y debido a esto asumen una actitud negativa hacia toda la cultura. Pero esto es también injusto. Además del "Acorazado", el pensamiento europeo produjo mucho que es útil y valioso, mucho que hace más cómoda la vida. La elaboración de principios de libertad y justicia; la abolición de la esclavitud (aunque nominal); en muchas esferas, la victoria sobre la naturaleza hostil; medios para diseminar el pensamiento, la prensa; los milagros de la medicina y la cirugía modernas: todos éstos son indudablemente logros reales y deben tomarse en consideración. Pero en ellos no hay moralidad, o sea, no hay verdad, por el contrario, hay muchas mentiras. 

Nos contentamos con los principios como principios, nos sosiega el pensar que un día se aplicarán a la vida, y de ningún modo nos sorprende o perturba el hecho de que, mientras hacemos evolucionar bellos principios, toda nuestra vida (o sea, la vida de la humanidad culta) marcha en la dirección contraria. Un europeo culto inventa con igual facilidad una ametralladora y un nuevo aparato quirúrgico. La cultura europea se Inició con la vida de un salvaje, como si tomara esta vida como pauta y empezara a desarrollar todos sus aspectos, sin pensar en su valor moral. El salvaje aplastaba la cabeza de su enemigo con un simple garrote. Nosotros Inventamos artefactos complicadísimos con la misma finalidad, que son capaces de aplastar simultáneamente cientos y cientos de cabezas. Los vuelos, con los que los hombres soñaron durante miles de años, ya se lograron y emplearon, primero de todo, con fines bélicos.

La moralidad debería haber sido la coordinación de iodos los aspectos de la vida. o sea, de todas las acciones del hombre y de la humanidad con las emociones superiores y los logros superiores del intelecto. Desde este punto de vista resulta claro por qué se dijo que la moralidad es una forma de la estética. La estética, el sentido de la belleza, es el sentido de la relación de las partes con el todo, la necesidad de cierta relación armónica. Y la moralidad es lo mismo. Las acciones, los pensamientos y los sentimientos no son morales cuando son incoordinados, inarmónicos con la comprensión superior y las sensaciones superiores accesibles al hombre. La introducción de la moralidad en nuestra vida la haría menos paradójica, menos contradictoria, más lógica y, sobre todo, más civilizada; porque nuestra jactanciosa civilización está muy comprometida con el "Acorazado", o sea, con las guerras y con todo lo que se relaciona con éstas, lo mismo que con muchas cosas de "tiempo de paz", como la pena capital, las prisiones, etc.

La moralidad o la estética moral, en el sentido en que se la toma aquí, es indispensable para nosotros. Sin ella, olvidamos con demasiada facilidad que la palabra tiene, después de todo, alguna relación con el acto. Nos interesamos por muchas cosas, examinamos muchas cosas,
pero, por alguna razón, fracasamos completamente en advertir la falta de correspondencia entre nuestra vida espiritual y nuestra vida en la tierra. De modo que vivimos en dos vidas: en una de ellas somos excesivamente estrictos con nosotros mismos: en la otra, por el contrario, nos consentimos con muchísima facilidad toda clase de compromisos, fracasamos muy fácilmente en ver lo que no deseamos ver. Y nos reconciliamos con esta división. Es como si ni siquiera halláramos necesario llevar a la práctica nuestras ideas, como si a esta división entre lo "real" y lo "espiritual" casi la convirtiéramos en un principio. El resultado son todas las monstruosidades de la vida moderna, toda la Infinita falsificación de nuestra vida:
falsificación de la prensa, del arte, del teatro, de la ciencia, de la política; falsificación que nos ahoga como una sucia ciénaga pero que nosotros creamos porque nosotros mismos, y nadie más, somos siervos y vasallos de esta falsificación. No somos conscientes de la necesidad de
llevar nuestras ideas a la práctica, de introducirlas en nuestra vida cotidiana, y admitimos la posibilidad de que esta actividad es contraria a nuestras aspiraciones espirituales. 

En otras palabras, admitimos la posibilidad de que siga una de las pautas estereotipadas, cuyo perjuicio reconocemos pero del que ninguno de nosotros se hace responsable individualmente, porque no las creó. No tenemos sentido de responsabilidad personal, no tenemos valentía, ni siquiera consciencia de que sean necesarias. Todo esto habría sido tristísimo, desesperadamente triste, si el concepto "nosotros" fuera en realidad tan indiscutible. Sin embargo, en realidad, lo correcto del término mismo "nosotros" está sujeto a graves dudas.  La enorme mayoría de la población del globo terráqueo está realmente empeñada en destruir, deformar y falsificar las ideas de la minoría. La mayoría no tiene ideas propias. Es incapaz de entender las ideas de la minoría y, si se la deja en libertad, está inevitablemente obligada a deformar y destruir.

Imaginémonos un zoológico lleno de monos. Un hombre trabaja en ese zoológico. Los monos observan sus movimientos y tratan de Imitarle. Pero sólo pueden imitar los movimientos externos; la finalidad y el significado de estos movimientos están ocultos para ellos. Por tanto,
sus movimientos tienen un resultado enteramente diferente. Y si los monos logran salir de la jaula y apoderarse de las herramientas del hombre, tal vez destruyan todo el trabajo de este hombre y se causen mucho daño a sí mismos. Pero jamás podrán crear nada. 

En consecuencia, un hombre cometería un gran error si hablara del "trabajo" de ellos y se refiriera a ellos como "nosotros". La creación y la destrucción (o más bien, la aptitud para crear y la aptitud solo
para destruir) son los dos signos principales de los dos tipos o dos razas de hombres. La moralidad es necesaria para el "hombre". Sólo desde el punto de vista de la moralidad es posible distinguir sin vacilar entre el trabajo del hombre y la actividad de los monos. Al mismo tiempo, en ninguna parte los engaños surgen más fácilmente que en el dominio de la
moralidad. Absorto en su propia moralidad y en sus prédicas morales, un hombre olvida el objeto de la perfección moral, olvida que ese objeto consiste en el conocimiento. Empieza a ver el objeto en la moralidad misma. Luego, tiene lugar una división a priorí de las emociones en buenas y malas, "morales e "inmorales". Al mismo tiempo, se pierde por
completo una comprensión correcta del objeto y del significado de las emociones. 

Un hombre está absorto en su "bondad"; quiere que todos los demás sean tan "buenos" como él o como el ideal remoto que se fijó. El resultado es el goce de la moralidad por la moralidad misma, o una suerte de deporte moral: el ejercicio de la moralidad por la moralidad misma. Esto detiene
todo pensamiento. Un hombre empieza a tener miedo de todo. Por doquier, en todas las manifestaciones de la vida, empieza a ver algo "inmoral", que amenaza con despeñarle o despeñar a otras personas de la altura hasta la que se elevaron o pueden elevarse. Ese hombre
desarrolla una actitud muy recelosa hacia la moral de los demás. En el calor de su proselitismo, deseoso de esparcir sus puntos de vista morales, empieza a considerar con clara hostilidad todo lo que no está de acuerdo con su moralidad. Todo esto se toma "negro" para sus ojos. Con una completa libertad como punto de partida, se convence muy fácilmente, por medio de unos pocos compromisos, de que es necesario luchar contra la libertad. Ya empieza a admitir una censura de pensamiento. Le parece inadmisible una libre expresión de opiniones
contrarias a las de él. Todo esto puede efectuarse con las mejores intenciones, pero todos sabemos muy bien adonde lleva esto.

No hay tiranía más feroz que la de la moralidad. A ella se lo sacrifica todo. Y, naturalmente, nada nos ciega más que tal tiranía, que tal "moralidad". Empero, la humanidad necesita moralidad, pero de una índole enteramente diferente: una moralidad que se base en datos reales de conocimiento superior. La humanidad la está buscando apasionadamente y tal vez la encuentre. Entonces, sobre la base de esta nueva moralidad tendrá lugar una gran división, y los pocos que puedan seguirla empezarán a gobernar a los demás, o desaparecerán por completo. En todo caso, debido a esta nueva moralidad y a las fuerzas que ésta introduce, desaparecerán las contradicciones de la vida y
ese animal bípedo, que constituye la mayoría de la humanidad, no será ya capaz de posar como hombre.

Las formas organizadas del conocimiento intelectual son: la ciencia, que se basa en la observación, el cálculo y la experiencia; y la filosofía, que se basa en el método especulativo del razonamiento y la deducción. Las formas organizadas del conocimiento emocional son: la religión y el arte. Las enseñanzas religiosas, asumiendo el carácter de "cultos" y apartándose así de la "revelación" original sobre la que fueron fundadas, se basan enteramente en la naturaleza emocional del hombre.
Templos majestuosos, las magníficas vestiduras de sacerdotes y acólitos, la pompa de los ritos religiosos, las procesiones, los sacrificios, cánticos, música y danzas: el objeto de todo esto es incitar cierto estado emocional, suscitar ciertos sentimientos definidos.

 Los mitos religiosos, las leyendas, los relatos de las vidas de dioses y santos, las profecías, los apocalipsis, cuando pierden su finalidad original de servir al conocimiento, persiguen el mismo objetivo: todos
actúan sobre la imaginación, sobre el sentimiento. La finalidad de todo esto es dar al hombre un Dios, darle moralidad, o sea, hacerle accesible
un conocimiento claro del lado oculto del mundo. La religión puede desviarse de su verdadero objeto, puede servir intereses y objetos terrenos. Pero su origen radica en la búsqueda de la verdad y de Dios.

El arte sirve a la belleza, o sea,  a un género particular de conocimiento emocional. El arte halla su belleza en todo y hace que un hombre lo sienta y, de esta manera, conozca. El arte es un potente instrumento del conocimiento del mundo neumónico: los misterios, uno más profundo y más asombroso que otro, se revelan a la visión del hombre si éste tiene la llave mágica. Pero el mero pensar que este misterio no es para el conocimiento sino para el goce, destruye todo el encanto. Tan pronto como el arte empieza a gozar de la belleza que ya se halló, en vez de buscar nueva belleza, todo progreso se detiene, y el arte se transforma en un inútil esteticismo que rodea al hombre con un muro y le impide ver más allá. La búsqueda de la belleza es el objeto del arte, tal como la búsqueda de Dios y la verdad es el objeto de la religión. Como el arte, la religión no progresa más cuando cesa de buscar a Dios y a la verdad
y empieza a pensar que los encontró. Esta idea se expresa en los Evangelios: "Buscad... el reino de Dios y su justicia..." No dice que hallaréis, sino sólo: buscad. La ciencia, la filosofía, la religión y el arte son formas del conocimiento. El método de la ciencia es la observación, el cálculo, la experiencia; el método de la filosofía es la especulación; el método de la religión y del arte es la sugestión emocional moral o estética.

Pero la ciencia, la filosofía, la religión y el arte empiezan realmente a servir al conocimiento verdadero sólo cuando empiezan a manifestar Intuición, o sea, el sentir y el hallar algunas cualidades interiores en las cosas. En realidad, puede decirse (y tal vez esto sea más correcto)
que el objeto de los sistemas científicos y filosóficos incluso puramente intelectuales no es dar cierta información a los hombres, sino elevar al hombre a una altura de pensamiento y sentimiento en la que pueda pasar a las formas nuevas y superiores de conocimiento, de las que el arte y la religión están muy próximas.

Además, debe tenerse muy presente que la división misma de ciencia, filosofía, religión y arte muestra su insuficiencia. Una religión completa abarca religión, arte, filosofía y ciencia; un arte completo abarca arte, filosofía, ciencia y religión; la ciencia completa, la filosofía completa abarcarán la religión y el arte. Una religión que contradiga a la ciencia y una ciencia que contra la religión son igualmente falsas.


No hay comentarios: